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Archive for the ‘Libros’ Category

Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias de la orilla derecha del lago de Zurich, también llamada la Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida. Mi familia es bastante degenerada y probablemente también yo arrastre una notable tara genética y además esté dañado por mi entorno. Por supuesto, también tengo cáncer, cosa que se deduce automáticamente de lo que acabo de decir. Pero con el cáncer existe una doble relación: por una parte es una enfermedad corporal, de la cual probablemente muera en un futuro no muy lejano, pero que quizá pueda llegar a superar y a sobrevivir; por la otra, el cáncer es una enfermedad del alma de la que sólo puedo decir: es una suerte que finalmente haya hecho eclosión. Quiero decir con ello que de todo lo que he recibido de mi familia en el transcurso de mi existencia poco grata, lo más inteligente que hice jamás fue enfermar de cáncer».

A lo largo de las 300 páginas siguientes de Bajo el signo de Marte, Fritz Zorn sigue revolcándose en reflexiones sobre su miserable existencia malgastada dentro de los estrechos márgenes marcados por su familia y la «sociedad burguesa»; una vida sin amor, sin risa, sin sufrimiento visible, sin ningún estímulo. Una vida real, puesto que este tío vivió (o algo parecido) 32 años, hasta poco antes de publicar, en 1976. El libro es un poco repetitivo pero sospecho que todos seríamos un poco repetitivos sufriendo esa neurosis, recordando una vida desperdiciada y muriéndonos de cáncer por todo ello. En cualquier caso, esto no pretende ser una crítica literaria sino subrayar la necesidad de testimonios así. A veces uno tiene la sensación de que vivimos anestesiados, pensando que sólo lo «bonito» es lo real y contemplando todo lo «feo» como un espectáculo que nunca nos salpicará a nosotros. Como diría el pobre Fritz, huimos de lo «complicado», buscamos la «tranquilidad» y, así, dejamos la vida pasar sin siquiera vivirla. Y eso nos pasa (o les pasa, espero) a muchos como individuos pero nos pasa también a todos como colectivo. Y así estamos, dejando que crezca nuestro cáncer.

Si me callo, evito sufrimientos a los que prefieren vivir en un mundo que sea el mejor de los mundos posibles, a todos los que no quieren hablar de las cosas desagradables y que sólo desean reconocer lo que es agradable, a todos aquéllos que rechazan y niegan los problemas de nuestro tiempo en lugar de afrontarlos, a todos los que condenan a la gente que condena lo que existe, aun a la más íntegra, y la tachan de malvada, porque ellos prefieren vivir en una pocilga no criticada antes que en una pocilga donde alguien ose pronunciar la palabra ‘puerco’. Pues es justamente a ésos a los que yo no quiero evitar sufrimientos ni prestarles mi apoyo y con los cuales no quiero declararme solidario, puesto que son ellos los que han hecho de mí lo que soy en este momento».

Gracias, José Manuel.

Suena Vic Chesnutt, Coward.

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De todos modos, el primer amor es más como un disco de Neil Young. Una vez que te metes, nada te afecta. Dentro encuentras placeres indescriptibles y sufrimientos apocalípticos. Y no quieres salir. Te sientes seguro, protegido por una voz que te tranquiliza hasta en los momentos más explosivos. Y quieres que nunca acabe. Y estás seguro de que nunca acabará. Los amores que vienen luego ya no son igual. La pérdida de ese primero se mantiene escondida en la memoria dispuesta a aparecer cuando sea necesario. Para recordar lo malo. El sufrimiento, la tristeza, el adiós. Para frenar, sin que uno se dé cuenta, la pasión. Para poner puertas al campo. Y con los sucesivos, es aún peor. Así, hasta que uno no encuentra su propio corazón y ya no se lo puede dar a nadie. En realidad todo esto me lo han contado. Yo sólo tuve uno. Un amor. Discos de Neil Young he tenido muchos. Creo que casi todos. Y puedo asegurar que eso me pasó la primera vez que escuché cada uno de ellos. Y todas las siguientes».

Este texto pertenece a La opción b, novela escrita por un servidor y, de momento, no publicada.

Only Love Can Break Your Heart.

The Needle And The Damage Done (con Crosby, Stills y Nash).

Cortez The Killer (con Crazy Horse).

Hey Hey, My My (también con los Caballo Loco).

Cinnamon Girl (con Los Lobos, nada menos).

 

 

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Hoy se presenta en Madrí ‘Peajes’, el libro con el que Joséphine Douet ha retratado el camino hacia el ruedo de José Mari Manzanares y su cuadrilla. Este mes se puede leer en la revista GQ el texto que he hecho sobre la cosa. Aquí cuelgo la versión larga y sin ediciones. Y aclaro que Joséphine es mi amiga pero que, sobre todo, es una fotera de raza. Una muy buena fotera de raza brava, claro.

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El toreo es soledad, como recuerda el maestro Joaquín Vidal en su pequeña pero enorme escapada de la crónica taurina a la literatura pura. “Ningún diestro ha sabido definir qué le pasa por la cabeza y el corazón cuando presenta el engaño en el centro geométrico del redondel para iniciar la creación artística de un lance y el murmullo del graderío se viene abajo para convertirse en un expectante silencio”. En la plaza se encuentran la vida y la muerte, la gloria y la tragedia. Allí está el destino del viaje de unos hombres corrientes que eligieron un camino excepcional. En El toreo es grandeza, el maestro Vidal retrata en prosa ese camino, escribe sobre lo que sucede alrededor de una corrida cualquiera en una ciudad cualquiera. Lo mismo ha hecho Joséphine Douet en su libro Peajes. La fotógrafa francesa se ha embarcado con la cuadrilla de José Mari Manzanares y ha retratado lo que ocurre en ese entorno tan desconocido como el de las más profundas fosas marinas. No importa que el libro de Vidal hable de un modesto novillero y que Manzanares sea una de las figuras más esperadas del escalafón ni que hayan pasado 15 años entre una y otra obra. La vida, esta vida, sigue igual.

Porque la soledad de los toreros no es únicamente la que viven en el ruedo. El mismo viaje del matador y su cuadrilla a cada una de las plazas es un trayecto solitario, alejado de la realidad. De hecho, más que un viaje en el espacio, es un viaje en el tiempo. “El mundo de los toros es el mundo más real que existe –explica Joséphine– y, sin embargo, es un anacronismo. Si hubiese hecho el mismo trabajo en los 40, dentro de la cuadrilla de Manolete, estoy segura de que no cambiarían muchas cosas más allá de las que demuestran el progreso del país. Bueno, y que entonces no habrían dejado a una mujer hacer esto”.

Tampoco es algo fácil de conseguir en estos tiempos, da igual que seas hombre que mujer. Joséphine, nacida normanda y decidida madrileña, publica reportajes, retratos y editoriales de moda en medios de postín como Libération, Paris Match, GQ, ELLE, Vanity Fair o Rolling Stone. Joséphine, aficionada cabal gracias a la pasión de su abuela por Curro Romero, comparte meriendas en la grada del 5 de Las Ventas, donde tiene su abono, y recorre habitualmente España para ver toros. Joséphine, que tiene la costumbre de realizar sus sueños, quería formar parte del viaje de este torero alicantino al que ha retratado varias veces y con el que mantiene una relación de confianza. “Creo que su concepto del toro está muy cercano al que yo tengo de la fotografía. Le gustan la sencillez, va al grano, sin florituras, pero con todo el arte que sea posible”. Quizás por esa conexión, Manzanares dijo sí a la primera y la fotógrafa ha entrado a formar parte del equipo del torero. “He sido una más de la cuadrilla. Uno más, en realidad”.

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Ha cruzado con ellos España y Francia, ha compartido la tensión y el cansancio y ha formado parte de las bromas y las conversaciones sobre coches, mujeres y toros, siempre toros. Trece personas viajando en tres vehículos: la furgoneta de la cuadrilla, el coche del apoderado y otro para el torero, el jefe de prensa y Joséphine. José Mari era el único que dormía tumbado, tratando de trazar el sueño a través de las curvas hasta la próxima parada. La vida de los toreros en temporada es dura. Casi cada día, una corrida en una plaza sin que la gira esté definida por la lógica del mapa sino por la de los contratos y las ferias. Habitaciones de hoteles de todo tipo a las que se llega tarde, después de torear, atender a la prensa y cenar, y de las que se sale pronto para volver a empezar sin haber descansado casi nada por eso de la adrenalina. Concentración absoluta y aislamiento de esos alrededores taurinos que fuman puro, beben whisky y escupen alabanzas a cambio de otra ronda.

Al terminar la corrida, el matador y su cuadrilla comentan lo sucedido. A veces, Manzanares felicita a los suyos por el trabajo bien hecho. A veces, ellos opinan sobre la condición del toro y algunos lances. Siempre, se pasa página en seguida. Como dice Jacques Durand, crítico taurino de Libération, en el texto que acompaña las fotos de Peajes, “cada toro es un palimpsesto”.

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José Mari Manzanares es uno de ésos toreros en busca de la faena perfecta. Un hombre de 27 años que, según la fotógrafa, no piensa en su carrera sino en cada toro. “Es muy torero, tiene una educación exquisita, siempre está pendiente de su cuadrilla y siempre con una sonrisa”. También es una persona seria y discreta, que habla poco en general y menos ante una grabadora (por eso su ausencia en este texto). Cuando logra una faena que considera cercana a esa perfección, “se le ve feliz, como si hubiese encontrado su sitio”.

Joséphine, como cualquier fotógrafo desde Cartier-Bresson, también persigue el instante decisivo y, en este caso, no lo buscaba dentro de la plaza, sino fuera. No es la primera vez que Douet se empotra en una gira para retratarla; ya estuvo, por ejemplo, de tour con Rufus Wainwright. “Me gustan las giras por la libertad y el mundo paralelo que se crea”. Pero nada tienen que ver unas con otras. En los toros no está sólo en juego en éxito o el fracaso, aquí se juega algo mucho más importante: la vida. “Es algo que ronda todo el rato; lo sientes en el ritmo, no hay momentos de verdadera relajación. O es tensión o es nada”. Y esa nada, explica Joséphine, es lo peor. Es la nada que se crea tras la frugal comida, la del silencio de la siesta, la de la furgoneta de camino a la plaza. La nada que atrona hasta que suenan clarines y timbales.

Acabo con la frase que cierra el librito del maestro Joaquín Vidal: “La corrida es sólo la parte visible, mínima parte, del mundo exclusivo e irrepetible de la tauromaquia”. Joséphine Douet ha conseguido retratar algunas de esas otras partes. Gracias a ella, los aficionados, y los que no lo son tanto, seguiremos teniendo al menos una cosa clara en esta vida: el toreo es grandeza.

Las fotos que aparecen aquí son del libro y tienen su copyright, así que a ver lo que haces con ellas. Que pillas.

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Vía, mi sister Paloma.

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– Si el periódico tuviera estabilidad y reportara unos tremendos beneficios no me importaría que entregaras los dividendos que quisieras. Pero este año no es precisamente el mejor momento para que te aumentes la bonificación. Mi sugerencia es que se reduzcan a la mitad todos los salarios de la dirección.

– La propiedad conlleva una responsabilidad. Como bien señalas, estamos hablando de capitalismo. Los propietarios del SMP quieren obtener beneficios. Pero son las leyes del mercado las que dictan si habrá beneficios o pérdidas. Con tu razonamiento, lo que consigues es que las reglas del capitalismo se apliquen de modo selectivo a los empleados del SMP, pero no a los accionistas ni a ti mismo.

– Creo que no entiendes que, si nuestros accionistas son accionistas, es porque quieren ganar dinero. Se llama capitalismo. Si tu idea es que pierdan dinero, ya no querrán ser accionistas».

Después de haber invadido metros, autobuses y parques de todas las capitales del Reino, ahora se prevé una plaga en las playas de árboles talados a mayor gloria de la memoria de Stieg Larsson y a beneficio de sus polémicos herederos. Entre mucha acción trepidante, tramas de teleserie gringa, personajes que son superhéroes (y superhéroas) y estereotipos (y estereotipas) y nombres suecos imposibles de leer, uno puede encontrar en la trilogía Millennium hasta una reflexión. Es en forma de diálogo entre Erika Berger y su nuevo jefe en el SMP y soluciona de forma simple y certera el problema de los medios de comunicación y de la empresa capitalista en general. Eso sí, el hecho de que este diálogo se produzca de la forma en que se produce y entre la recatora jefe recién fichada por un periódico conservador venido a menos y el capo de los dineros de ese tabloide, demuestra que Larsson no murió de un ataque al corazón sino de un ataque de imaginación.

Suena News Of The World, Wildhearts.

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La historia se sabe. Sudáfrica era un país dividido en el que la división la había hecho la minoría blanca. Un anacronismo vergonzoso que pudo ser porque el mundo andaba preocupado por telones de acero, guerras frías y esas cosas que nos entretuvieron la (larga) posguerra. La historia cambió, también se sabe, gracias a un hombre que supo transformar su rencor en visión de futuro y optó por la reconciliación frente a la venganza. Ese hombre es Nelson Mandela, claro.

Lo que no se conocía tanto es la importancia que tuvo, porque el propio Mandela se la quiso dar, el rugby en todo eso. Lo explica muy bien John Carlin en su libro, El factor humano, que cuenta desde la estancia de Mandela en Robben Island y sus posteriores traslados a otras prisiones hasta su salida, su llegada a la presidencia y la final del Campeonato del Mundo de rugby de 1995 en Johanesburgo. Pero el libro no se titula como se titula por capricho.

Todo este relato real está lleno de ejemplos para guardar. Y todos están protagonizados por el factor humano, por el hombre (y la mujer, aunque aquí hay pocas). Mandela es el principal. El líder inteligente, visionario y tranquilo que guió la evolución. Pero también hay muchos otros. De Botha, el presidente racista que no pudo negarse a aceptar lo inevitable y supo admitir la mejor manera de hacerlo, a Costand Viljoen, estandarte de los afrikaner radicales que reconoció que la paz era mejor para los suyos que la guerra, pasando por Justice Bekebeke, el negro que mató a un policía (negro) pero que acabó libre y celebrando, para su propio asombro, la victoria de sus odiados Springboks ante los All Blacks.

Ahi está. Un hombre que sabe cómo cambiar las cosas y que impulsa a otros a hacerlo. Y esos otros, que son capaces de rectificar y ponerse manos a la obra. Un montón de pequeños cambios individuales que se convierten en un enorme cambio común y que terminan por transformar un país entero de forma pacífica y admirable. No sé, llevo unos meses escuchando a todo tipo de gente que dice que no se puede hacer nada, que no podemos transformar las cosas, que la batalla está perdida. Igual deberían hacer este libro (y otros que cuenten historias similares) obligatorio en las escuelas. O igual sólo haya que esperar a que Clint Eastwood estrene Invictus, la película sobre el libro de Carlin, para que la gente se entere. Se puede.

Ojo: este texto también se puede leer en ¿Y por qué no…?

Suena Free Nalson Mandela, de The Special AKA.

La imagen es la usada en la portada del libro, en la que Mandela felicita al capitán springbok, Francois Pienaar, ante un Ellis Park lleno con miles de blancos que una hora antes eran tan racistas como un batallón de las Waffen SS y que en ese momento estaban gritando «¡Nelson! ¡Nelson!». Gracias, Paloma.

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Lo siguiente es un reportaje aparecido en el número de abril de la revista Calle 20. La cosa va sobre editoriales y editores pequeños en un mundo donde el tamaño importa, aunque no se sabe muy para qué. Las fotos que aquí aparecen son de la one and only Belén Cerviño (las de los editores de Barcelona, no las tengo a mano) y el tema se puede ver convenientemente maquetado pinchando en el siguiente link: editores edit.

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“Lo hicimos porque no sabíamos que era imposible”. Este reportaje empieza como un relato de aventuras. Puede que lo sea. La frase entrecomillada es un aforismo sin dueño aparente que pronuncia José Pons, de Melusina, y que él atribuye a unos exploradores de camino a uno de los polos. Así se siente José, y no precisamente por el resfriado que gasta. Así se siente también el resto de los entrevistados. No parece fácil emprender una editorial en un país con índices de lectura tan bajos como altos son los de producción de títulos. No parece fácil y, sin embargo, desde que empezó este siglo han nacido un montón de pequeñas empresas que pelean por su sitio en los estantes de novedades. Es verdad que la aventura está de moda. Es cierto que cada vez hay más bases en la Antártida y un montón de gente haciendo cola para escalar en Everest pero ésos, más que aventureros, son turistas. Lo de estos editores guerrilleros va en serio.

“El mercado está maduro. Las cosas se hacen muy bien y es difícil hacerte sitio. No es como en los 70, cuando surgieron Anagrama y Tusquets”. José Pons empezó con Melusina en septiembre de 2002. Antes, se había licenciado en literatura comparada en la universidad de Berkeley y había trabajado, entre otras cosas, en una pizzería. Disfrutaba con los ensayos que se editaban en Estados Unidos, donde vivió diez años, y pensaba en crear “una editorial en esa línea anglosajona de no ficción”. Su única experiencia habían sido trabajos de lector para Debate y Pretextos. Aún así, se puso la mochila.

Otros lo hicieron con aún menos noción. Jesús Llorente, Amador Fernández Savater y Abel Hernández coincidieron en una revista travestida en fanzine, Apuntes del subsuelo, y un buen día se propusieron lo de la editorial. “A Jesús le parecía posible –explica Abel– porque él había montado ya una discográfica independiente, así que nos animamos y nos preparamos para palmar pasta”. Así nació Acuarela Libros. Hoy, diez años después, y con Tomás Cobos y Javier Lucini ya subidos al trineo, cada uno de los cinco sigue con sus cosas. “Ninguno nos ganamos la vida con la editorial”.

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Lo normal, eso sí, suele ser meterse en este jardín con pinta de selva habiendo pisado ya otros. Eso hizo Carola Moreno, 20 años trabajando en editoriales de diseño y arquitectura hasta que, en 2002, empieza la suya propia, Barataria, junto a su familia. O Enrique Redel, que primero fue editor adjunto de Odisea y Ópera Prima, luego fundador de Funambulista y, desde abril de 2007, está detrás de todo lo que pasa en Impedimenta. Incluso hay quien se ha batido el cobre en webs de información cultural para luego pasarse al otro lado, como Javier Baunza, que en 2008 pasó de gestionar hislibris.com y larevelación.com a empezar su aventura librera con Evohé.

Y también existe la predisposición casi genética de Diana Zaforteza. “Mi padre era íntimo de Jorge Herralde y vivió el nacimiento de Anagrama. Yo siempre supe que quería dedicarme a esto”. Por eso, no dudó cuando Carmen Balcells le ofreció un hueco y un porcentaje en Alpha Decay. Allí aprendió hasta que, en septiembre de 2008, se atrevió a entrar en un banco y empeñarse para crear Ediciones Alfabia.

Los orígenes y procedencias de estos editores son diversos. Los problemas a los que se enfrentan, no tanto. “Se publica demasiado –explica Diana– y los libreros tienen miedo de hacer pedidos”. “El tema de las devoluciones –cuenta José Pons– es perverso, nunca sabes lo que volverá a casa, pero también es bueno, porque permite la entrada de nuevos actores”. Imprimir un libro puede costar dos euros por ejemplar. A eso hay que sumar lo que se quiera gastar uno en maquetación, la traducción, si es necesaria, y un 10% del precio de venta sin IVA en concepto de derechos de autor. Las editoriales de las que hablamos sacan al mercado entre siete y veinte títulos al año, según, y con tiradas que van desde mil a tres mil ejemplares. “La primera desilusión–reflexiona Javier Baunza­–­ es cuando te das cuenta de que no trabajas para el lector, sino para el librero”. “Los libreros –opina Enrique, de Impedimenta– son termómetros del mercado. Es difícil llegar al lector sin ganarte su aprecio”.

Por supuesto, ninguno cuenta con dinero para emprender enormes campañas de promoción. No hay pasta para traerse de gira a sus autores, ni para comprar espacios publicitarios, ni para montar saraos postineros. No hay pasta pero existen otros recursos generados por la imaginación y facilitados por las nuevas tecnologías. Aunque están muy agradecidas al trato que reciben de la prensa empapelada, todas las editoriales tienen presencia activa en la Red: webs, blogs, newsletters, vídeos en YouTube, grupos en Facebook… “Antes sólo estaban los suplementos culturales –dice Enrique– pero ahora los nuevos medios están cobrando incluso más importancia. Es el principio de una revolución técnica que nos va a llevar a redefinir lo que es un libro y lo que es un lector”. Ese asunto del futuro del libro sale en todas las conversaciones pero quizás sea materia para otro reportaje, así que volvamos a la guerrilla.

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Porque, más allá de la cibernáutica, hay otras maneras de llegar a la gente. Dos de las editoriales aquí mencionadas, Barataria e Impedimenta, forman parte, junto a otras cinco pequeñas, de la asociación Contexto. Juntos consiguen ir a ferias y sumar todo tipo de esfuerzos y juntos, por eso, han ganado el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial. Acuarela, con el apoyo económico y de distribución de la librería Antonio Machado, montó giras que combinaban la lectura y los conciertos para presentar las biografías de Johnny Cash y Johnny Rotten. “Tratamos de acercarnos a nuestros lectores –cuenta Abel, que fue miembro de Migala y ahora es El Hijo–, no sólo de vender libros. Tenemos una base de lectores fieles que se compran todo lo que sacamos”.

Tal es una de las principales virtudes de este tipo de empresas. La estrecha relación con el lector se consigue también con el extremo cuidado de las ediciones. “Desde el principio tuvimos claro que el aspecto visual era clave –sigue Abel–. Cuidamos las portadas e incluimos ilustraciones pero no como adorno”. “Se trata –apunta Enrique Redel– de rodear los libros de cariño estético, que no pasen desapercibidos”. “Queremos –subraya Javier, de Evohé– alcanzar el libro perfecto, en mayúsculas”. Y es que, aunque resulte obvio señalarlo, estamos hablando de gente que, ante todo, es apasionada de la lectura y de los libros. Hombres y mujeres que, de tanto leer, sólo tenían dos posibilidades en esta vida: escribir libros o producirlos. “El editor es un escritor frustrado –reconoce Diana, de Alfabia–. Cuanto más lees, más respeto tienes por la escritura. Yo tuve vocación de escribir, pero en vista de que no tenía talento, decidí contribuir de esta forma”.

Suena romántico, ¿verdad? Pues no lo es tanto. “No tenemos vacaciones –cuenta Carola, de Barataria­–, estamos metidos en todos los procesos y no podemos faltar”. Las editoriales pequeñas presumen de ser más flexibles que las grandes y de no sufrir presiones a la hora de publicar. Pero esas mismas ventajas se convierten en inconvenientes al meter en la ecuación los medios con que cuentan. Pocos. Los editores están encima de todo y no dan abasto. “Llegan unos siete manuscritos al día y no sé qué hacer –se lamenta Diana Zaforteza–. De hecho, cuando estaba en Alpha Decay nos llegó Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo, y le mandamos una carta agradeciéndole su interés y diciéndole que no nos cuadraba pero… ¡ni lo habíamos leído!”.

Y aquí viene una de las pegas que algunos ponen a estas empresas: la poca atención al producto nacional, a los nuevos valores locales. “Nos encantaría encontrar a alguien –reconoce Abel, de Acuarela– pero estamos algo desconectados de la literatura de aquí”. Y los que no los están sufren las consecuencias de la ausencia de fondos. Las editoriales pequeñas son como el Athletic de Bilbao o el viejo Sporting de Gijón, sirven de cantera para los cimientos de estructuras más grandes. Si descubren una veta, tienen pocas posibilidades de retenerla. Curiosamente, no hay queja al respecto. “Al contrario –aclara Carola, de Barataria-, es un placer”.

Acuarela Libros

Misión: Editar narrativa, ensayo y poesía, siempre con el retrato social en perspectiva.

Su libro: Panegírico, Guy Debord. “Lo sacamos ahora, 30 años después de su primera edición y 10 años después de nuestro nacimiento. Es una edición muy completa que amplía nuestra revisión del 68”.

www.acuarelalibros.com

Impedimenta

Misión: Recuperar títulos que pasaron desapercibidos y fabricar nuevos clásicos.

Su libro: Botchan, Natsume Soseki. “Es un autor que me gusta tanto que a mi primera editorial la llame Kokoro, como su primer libro”.

www.impedimenta.es

Barataria

Misión: Rescatar y encontrar narrativa diferente.

Su libro: Un asunto privado, Beppe Fenoglio. “Es una obra cumbre de la literatura italiana del siglo XX y la primera obra maestra reconocida que publicamos”.

www.barataria-ediciones.com

Melusina

Misión: Aportar sugerentes formas de interpretación de las nuevas realidades.

Su libro: Sexografías, Gabriela Wiener. “Un ejercicio de periodismo singular, vivido en primera persona y contado con autoironía que ha llevado a la autora a fichar por Random House”.

www.melusina.com

Alfabia

Misión: Buscar tesoros y ejercer de agentes culturales.

Su libro: Artemisia, Anna Banti. “Es una joya olvidada de la literatura. El museo Thyssen va a traer el cuadro a partir de su publicación en España”

www.edicionesalfabia.co

Evohé

Misión: Publicar narrativa, ensayo, poesía y obra histórica con una base clásica.

Su libro: Los siete libros del Mediterráneo, Fernando de Villena. “Me gusta la poesía pero odio la mayoría de la que se hace. Ésta es una epopeya de 320 páginas muy legible”.

www.evohe.net

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¿Por qué las editoriales (de libros) dicen que no hay crisis para ellas cuando están frenando lanzamientos, recortando adelantos y, básicamente, parando una actividad que, por otra parte, estaba salida de madre teniendo en cuenta lo (poco) que siempre se ha vendido?

(Y que conste que no he venido aquí a hablar de mi libro… De momento).

Suena Parálisis Permanente, Autosuficiencia.

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Hoy hace un año y un día que nació este blog. Y la verdad es que está encantado de haberse conocido. Yo también estoy encantado de haber conocido al blog, aunque a veces mantenerlo sea un poco condena. Lo normal en estos casos, por lo que he visto por ahí, es dar un montón de datos de visitas y demás y hacer una recopilación de búsquedas bizarras a través de las que ha llegado la gente al lugar. Mis datos no están mal y las búsquedas que acaban aquí son de lo más psicodélicas. Normal, puesto que a veces me dedico a hablar de BDSM, intercambio de parejas, alargamiento de pene y cositas de ésas que no interesan a casi nadie en Internet, qué va. Pero como soy un tío discreto, paso de publicar tales cosas. En cambio, prefiero felicitar al blog y agradecer sus visitas a los lectores. Por cierto, si alguien quiere regalar algo al querubín, que me lo mande a mí y yo se lo hago llegar.

Suenan los Ramones cantando el Happy Birthday.

El pastel de cumpleaños, tan bonito, es de aquí.

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Si la década de los sesenta constituye el apogeo del desarrollismo, también lo es el de la insatisfacción. La mercancía colonizaba la vida cotidiana y asimilaba la libertad al consumo. El espacio y el tiempo sociales eran sólo los de la libertad de mercado. La abundancia prometida no era más que abundancia de mercancías y a la prosperidad arrogantemente esgrimida no correspondía un bienestar personal equivalente: la sociedad clasista ofrecía salud económica y enfermedad moral, riqueza material y miseria individual, esclerosis política y vida privada. Por culpa de la integración de parte del proletariado en las nuevas estructuras capitalistas, la crisis se manifestaba como malestar difuso al que sólo eran sensibles los artistas y escritores de vanguardia y, tras ellos, los jóvenes».

Éstas son las primeras líneas del libro Los situacionistas y la anarquía, de Miguel Amorós, que encontré también en la librería The Watergate Bookshop de Barcelona que me descubrió the one and only Virus. Las palabras con que describe ese momento, previo al asunto de mayo del 68, podrían utilizarse para describir el que estamos viviendo. Sólo hay unas pequeñas diferencias. ¿Cuáles? La solución, después de la (estupenda) banda sonora…

B.S.O. La Resistencia, Las rosas rojas de mayo.

Solución: «la crisis se manifestaba como malestar difuso al que sólo eran sensibles los artistas y escritores de vanguardia y, tras ellos, los jóvenes». ¿Quién es ahora sensible al malestar? ¿Hay malestar?

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