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Archive for septiembre 2010

Esto es el retrato por sexo y edad de las músicas que gustan a los usuarios de Last.fm. Arriba están los artistas para los más machotes y abajo los más femeninos. Hacia la derecha va la cosa de las edades (para ver la imagen en todo su esplendor, haz click).

Analizando el cuadro en plan consultor de barra de bar, se ve que Radiohead, Prince, Beatles, ABBA, Diana Krall y otros son más o menos para todos los sexos, Camilo Sesto inclusive. Muse tiende, amigo Luis, a ser para nenas. Lady Gaga es para chicas pero menos que Anni DiFranco, claro, y que Lykke Li. Neil Young es, como el brandy Soberano y como Metallica, cosa de hombres. Pero no tanto como Slayer y Iron Maiden. Pero lo más para señores es esa especie que, preparados para una opinión personal, debería extinguirse: la de los virtuosos masturbadores de las seis cuerdas. Eric Sardinas, Steve Vai y el muy plasta de Chick Corea* son cosa de tíos tirando a talluditos, esos que van a los conciertos a tocar la guitarra imaginaria y con pinta de tener menos vida social que un secuestrado de las FARC.

Sintomático es también que, a medida que nos hacemos mayores, compartimos menos gustos con nuestros congéneres del otro género. Quizá por eso están en crisis el matrimonio y la familia tradicional.

Suena Slayer, Raining Blood. Machote que es uno.

*Mis cerebro estaba pensando en Pat Metheny, pido disculpas por la cagada a la familia Corea, tanto la del Norte como la del Sur.

Vía Good.

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Antes me invitaban a inauguraciones de restaurantes, bares, discotecas… Ayer fui a la inauguración de una guardería. Me emborraché, como siempre.

Suena Homeless, de Old Skull.

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Antes, El País consideraba que la crítica a un sistema electoral debía ir en la sección de opinión. Ahora se moja y la incluye como noticia. Claro que no es lo mismo dudar de la democracia en España que hacerlo de la venezolana. Por lo demás, qué buenas las crónicas de Pablo Ordaz desde allá.

Suena Tiembla, de Desorden Público (gracias, Nat).

El chiste es de Quino, claro.

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La despedirán. Imagínate todo lo que podrá hacer una vez liberada del periódico. Aunque ella es incapaz de imaginar nada: ha odiado el trabajo durante años y, sin embargo, se queda en blanco cada vez que piensa en su futuro fuera de la redacción».

Para abarcar mejor una de las mejores novelas que se han podido -bueno, que yo he podido- leer últimamente es conveniente haber trabajado al menos unos meses en la redacción de un periódico. A ver, basta con saber leer para disfrutar de Los imperfeccionistas, de Tom Rachman, pero lo suyo es conocer el percal para compartirlo con el escritor. Rachman pasó un tiempo en París currando para el International Herald Tribune, suficiente como para empaparse de ese periodismo en peligro de extinción, de sobra para hacer un libro muy fácil de leer pero muy difícil de escribir. Porque ningún retrato realista sobre el periodismo diario puede ser muy dulce pero casi todos podrían  ser demasiado agrios. Y Rachman sabe contenerse sin dejar de transmitir una sensación que un servidor sintió después de casi un año de servir en una redacción de aquéllas: que la vida del periodista de periódico tiene muchas papeletas para terminar por ser una vida miserable. Aunque puede que adictiva.

Se pregunta cuándo puede encontrar tiempo la gente para reflexionar. Pero ella no lo tiene ni para contestar su propia pregunta».

Cada día de un currito de periódico es un sprint. Por eso lo de diarios. Su trabajo se plantea a eso de las once de la mañana y debe estar terminado alrededor de las nueve o doce de la noche, según la edición. Como dice Rachman, no hay tiempo para reflexionar como tampoco lo hay para ir al dentista o acudir a un funeral. Sí hay tiempo para comerse marrones de todos los colores, oxímoron mediante; para pelear, aún sin querer pero siempre con bando asignado, en alguna de las luchas tribales que se dan en toda redacción; para contemplar la decadencia de una profesión que quizá sólo fue ideal en el recuerdo; para hacerlo mal, regular y a veces hasta bien; para admirar cada día el milagro de que todo llegue otra vez listo para el cierre; para hacer los mejores amigos y enemigos; para aprender un huevo de la profesión y otro de la condición humana. Hay tiempo para todo eso y, por eso, no queda tiempo para escapar. Ni para pensar en ello.

Quizás haya acabado como relaciones públicas porque eso es lo que es: carne de relaciones públicas. Una persona afectuosa pero no excepcional. Tal vez haya encontrado el nivel que le corresponde».

Es posible que de ahí venga esa soberbia que ducha cada mañana a muchos de los que cruzan la puerta de una redacción. Cierto es que el periodismo de periódico es el más puro de los periodismos (con permisito de las agencias, que a mí siempre me parecieron otra cosa profesional) pero tampoco es para llevarnos el pedestal a las ruedas de prensa. Pedestal que se eleva según sea la tirada e influencia del medio, llegando a dar vértigo mirar o siquiera llamar a según qué plumillas de según qué diarios. Pero que este periodismo sea sin cortar no debería dar licencia para nada. También la infantería es la forma más pura de hacer la guerra pero supongo que uno tiene que acabar un poco agotado de ser carne de cañón.

Sin embargo, esa combinación de televisión, música y helado es lo mejor que conoce».

He aquí la cuestión. O una de ellas. Las jornadas de más de diez horas, las semanas de diez días de curro, los horarios a contrapelo, las comidas de máquina, esa tensión que da sed de cogorza y demás daños colaterales de la profesión no ayudan a mantener una vida social ni personal de teleserie de las de antes. Así no hay forma cuidar una familia en condiciones. Ni un perro. La soledad del corredor de fondo. Una leche. La soledad del redactor de sucesos. O economía. O espectáculos.

Internet es a las noticias -decía- lo que las bocinas de los coches a la música».

Y luego está la visión del mundo tan fenomenal que se tiene. Se supone que el periodismo es una atalaya desde la que otear y contar todo lo que pasa por ahí debajo, un lugar privilegiado para comprender y digerir los hechos relevantes, un… carajo. Por todo lo anterior y por muchas cosas más que ahora ya no me apetece explicar, en un periódico se está demasiado ocupado para entender otra cosa que no sea el Quark (el programa de maquetación, de física no hablamos) ni para contemplar más que el momento de librar. Los periodistas de periódico ven el mundo pasar a toda hostia delante de sus teletipos y bastante hacen con coger al vuelo unas cuantas noticias para meterlas en la primera edición. Tan ocupados están que no han tenido tiempo, sobre todo los jefes, de preocuparse por lo que se les ha venido encima. Y por eso estos tiempos de rabieta.

Los periodistas eran tan susceptibles como los artistas de cabaret y tan tozudos como los maquinistas de una fábrica».

Y, sin embargo, estoy orgulloso de ser uno de ellos. O de haberlo sido. He tenido un montón de trabajos cojonudos por diversos motivos, he vivido unas pocas redacciones mágicas en prensa y televisión y he participado en la creación de proyectos muy chulos. Pero el tatuaje del periódico no se borra. Tom Rachman ha hecho una novela de diez que retrata algunas virtudes y muchas miseria de la profesión periodística. A mí me ha hecho feliz leerla, entre otras cosas, por recordar la redacción de La Razón, que es la mili que hice yo (como colaborador he pasado por casi todos pero eso es otra cosa). Lo que aprendí sobre el oficio, bueno y malo, pero mucho más. Los maratones de curro mano a mano con Pedro cuando sólo hacíamos números cero. Laura. El buen rollo con maquetación y cierre y las ganas de hacer cosas distintas. Los primeros textos de unas buenas amigas y excelentes periodistas, Itzíar, Raquel y Susana. La bofetada que recibí en la cara y en la redacción cortesía de una rubia. Las bofetadas que dimos, en la cara y en la calle, a un lector moreno de Burke.  David. Alguna muerte que me pilló de reenganche y que casi me mata, tipo Kubrick. Las mentiras de algunos. El trabajo en equipo. Las cenas en VIP’s. La borracheras en todas partes. Las resacas de los colaboradores que dolían como propias. La cara que pusieron los jefes cuando dimití. Un montón de gente que ahora no voy a citar porque esto no es la entrega de los Goya… En fin, que Tom Rachman ha escrito el libro que había que escribir sobre todo esto. Yo me voy a tomar algo.

Suena, porque estoy pillado, Eddy Current Supression Ring, Which Way To Go?

La imagen es de aquí.

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No existe cambio climático, es que Al Gore se ha dejado la calefacción puesta.

Suena Faith No More, We Care A Lot.

La imagen ha sido vista aquí.

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Uno de los efectos secundarios agradables de tomar drogas es que una vez que las has tomado accedes, como por arte de magia, al mundo de las drogas. Sales a buscar setas mágicas, te pasas una hora en el campo, comes las pocas que encuentras y de repente, como es natural, están por todas partes suplicándote que las cojas».

De Amor en Venecia, muerte en Benarés, de Geoff Dyer. El hombre trata de retratar esa cosa que pasa cuando uno se decide a darse a las drogas una noche y, como por arte de magia, las drogas deciden darse a uno. Puede que no quede muy claro, puede que por la traducción, pero luego lo explica. El protagonista y la moza que se ha ligado en la Bienal de Venecia han pillado un gramo, están en una fiesta en un barco y resulta que todo quisque les invita a líneas discontinuas. Pues eso. Que las drogas llaman a las drogas… ¿O acaso es una metáfora de algo más profundo?

Creemos que la renuncia se produce con mucha ceremonia, de forma definitiva, posiblemente como resultado del desencanto, la ira o la decepción, pero puede producirse gradualmente, tan gradualmente que no parezca una renuncia. El motivo de que no parezca una renuncia es que no lo es. Yo no renuncié al mundo; sólo perdí interés poco a poco por ciertos aspectos de él, me desentendí de él… y esa disminución de interés se vio lentamente correspondida. Así es como funciona. El mundo deja de elegirte; dejas de sentirte elegido por el mundo.

(…)

Pero siempre había algo. Ahora me daba cuenta de que esa cosa era yo mismo. Yo me estorbaba. Estaba delante de mí en la cola. Me hacía esperar a mí mismo. Todo era una suerte de espera. Cuando bebía cerveza estaba esperando a que el vaso estuviera vacío y me lo llenaran y empezara a beber de nuevo. En lugar del subidón de la cocaína, también lo controlaba para ver si el efecto se pasaba, para poder prepararme otra raya, tomar más, empezar a controlar otra vez…».

Del mismo libro que, como su título sugiere, en realidad son dos. O puede que no tanto. Quizás para vivir esa renuncia haya que haber disfrutado la plenitud, esa imagen deformada que pensamos que es la plenitud. Quizás para poder entender la espera y el estorbo desde fuera del yo haya que haber abusado del ego y haber tenido sobredosis de yo. No sé. Quizás porque no puedo. Al protagonista de esta novela se le desvanece el yo en un viaje extendido a Benarés y yo no he pasado por allí. Yo aún no estoy en ese punto, todavía estoy cerca de la postura de mi amigo Javi, que el otro día me decía en una entrevista -porque yo entrevisto a mis amigos- «me fui de viaje a la India, cinco meses, pero no para encontrarme a mí mismo; prefiero tenerme lejos». Aunque, ahora que lo pienso, ¿no consiste en eso?

Suena I Against I, de Bad Brains.

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Antes, mi referencia intelectual durante mis estancias en el baño era el Super Humor. Ahora miro el Twitter. Mi sistema digestivo no se ha visto afectado por el cambio. Yo sí. Echo de menos a Mortadelo.

Suena La caca de colores, Siniestro Total.

La portada es de aquí.

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Antes las canaperas eran señoras que miraban en el ABC la agenda de conferencias y presentaciones de libros para echarse unos tacos de jamón y un vino al coleto. Ahora es gente de todo tipo y condición que se viste de tiros largos, acude a la Vogue Fashion’s Night Out y hace cola para pillar un champancito. Dios bendiga a Anna Wintour.

Suena una versión de Vogue a cargo del mismísimo Satán.

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Vuelve el FIBABC, el Festival Iberoamericano de Cortos de ABC. Vuelve el cortoactivista Pedro Touceda, director, creador, motor y gasolina del festival. El corto que se ve en pequeño aquí arriba se llama Los 4 McNifikos y es de los preferidos, de momento, del público. Normal. Hay muchos más cortos esperando a ser votados. Una elección mucho más divertida y útil que las primarias del PSOE. Dónde va a parar.

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– ¿Puede usted comparar el estado de la profesión periodística en España con Europa? Por ejemplo, la radio. ¿Es mejor la radio en España que en Europa?

Reconozco que no he sabido responder, quizás por falta de información o quizás porque me cuesta comparar una unidad (con perdón) con un conjunto de cuarenta y tantos países. Ésta era una de las muchas preguntas delirantes de una encuesta telefónica que he respondido esta mañana sobre la profesión periodística. Un mogollón de cuestiones bobas que partían de una concepción plana, infantil y simplista de la cosa. Y el caso es que estaba encargada y diseñada por la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y no por los guionistas de la serie Periodistas.

Suena The Hurdy Gurdy Man en versión de Butthole Surfers.

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