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Archive for mayo 2012

Se está liando en Tenerife. La cosa se llama LuchaLibro y se explica como el «primer campeonato de improvisación literaria». Para participar, hay que enviar un relato a luchalibrotenerife@hotmail.com. Los 16 seleccionados se partirán la madre a letrazos en el Café Atlántico de Santa Cruz de Tenerife. Las peleas, improvisadas, van con máscara y todo y prometen ser cosa fina. En juego está la publicación de un libro. Yo no tengo nada que ver con el asunto. Bueno, ahora sí, lo apoyo a saco. Me contactaron para contármelo y me pareció bien chulo. Me puse en sus manos y, a través de Facebook, me propusieron un reto, construir un relato con tres palabras que me proponían: pastilla, armónica y centro comercial. Como soy un tío obediente, sobre todo si las cosas me las piden gente enmascarada, me puse a ello. Lo que pasa es que lo hice en un día nublado y la cosa salió así:

Suena. Un blues que trota sobre el cuatro por cuatro recordándonos que antes también fuimos esclavos. Sabe. Que el asco no lo quitan ni los antidepresivos ni las pastillas con las que engañan los chavales a la realidad durante el fin de semana. Siente. Pero no hace caso y piensa que todo está mal aunque ella está segura de que jamás fue tan feliz. Sueña. Con un mundo en que el ser humano fuera consciente de que pasar el rato en un centro comercial no es ser humano. Soy. El protagonista de un lamento de Lightin Hopkins y el culpable de todo. Sólo. Tengo aire para respirar una vez más y lo voy a gastar soplando un sol en la armónica para que ella se entere de que hay luz al final del túnel. Sí. Hoy tocaba una canción triste pero mañana será otro día aunque yo me lo vaya a perder. Suerte. La vais a necesitar.

Lo dicho, si alguien está leyendo, vive en Canarias y es de escribir y deivertirse, se puede informar en su Facebook y en su web.

 

 

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Si el que lo lea ha salido a la calle en España en algún momento de los últimos tres años, lo habrá notado. Si ha sido últimamente, lo habrá notado mucho más. La gente no para de lamentarse, de quejarse, de echar pestes. Los políticos, los bancos, los mercados, la familia real, los negocietes, los rescates, la prima de riesgo, los precios, los recortes, los abusos, las subidas, los impuestos… La lista es interminable y sólo hay tregua cuando se habla de fútbol, que es el otro tema de conversación. Nadie está feliz con lo que está viviendo y se respira un clima de pesimismo que se alimenta a sí mismo. Después de un tiempo, el personal ha descubierto que esto a lo que dicen crisis no es un desastre natural sino que hay responsables. Quizá no todos hayamos asumido nuestra más o menos pequeña cuota de responsabilidad pero sí que tenemos claro quiénes son los que tienen la gran parte de la culpa. Los de izquierdas, los de derechas, los que no se definen, los que no admiten definiciones, casi todos estamos de acuerdo: esto tiene que cambiar y hay que cambiar a ésos.

Digo todo esto para recordar al que lo lea que salir a la calle mañana (y pasado y al otro y hasta que esto cambie) es, más que una opción, una cuestión de coherencia personal. Mañana es el día para que las personas que quieren cambiar y que quieren que esto cambie nos encontremos en las calles. Mañana no convoca ninguna organización, no hay ningún signo, sólo habrá gente de todo tipo que tiene algo en común: así no. A pesar de lo que muchos han querido contar y otros tantos han creído entender, el #15M no es una organización, no tiene un cuerpo teórico político, no quiere ser califa en lugar del califa. El #15M, porque de alguna forma hay que llamarlo, es la reunión de personas variopintas que están hasta las narices y que descubren que, juntándose para hacer cosas, forman un poder que puede hacer frente a esos otros poderes que cada vez quieren que seamos menos personas. Es evidente que nada cambiará por el ruido que hagan nuestras quejas en la barra del bar o en Twitter. Es un hecho que lo único que da miedo a los responsables es ver a todos unidos en una protesta común. Por eso, por cierto, amenazan con llenar las calles de policías armados y, seguramente, acabarán pegando palos, a ver si así criminalizan y reducen la protesta. No pasa nada: las calles son nuestras, los policías armados son nuestros y los responsables también son nuestros o, al menos, nosotros hemos dejado que se coloquen ahí. No es cosa de «los indigados», es cosa nuestra. Y sólo nosotros podemos hacer que se muevan. Pero para eso hay que moverse. Mañana, por ejemplo.

Suena Move, de Miles Davis.

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Estreno página en la revista Man. Se llama «Here comes your MAN» y, con la excusa de hablar hombres en los que merece la pena fijarse, escribo sobre lo que me da la gana. Lo mejor es que el texto va acompañado de una ilustración del gran Ricardo Cavolo. Por cierto, Ricardo tiene estos días una exposición en Espacio Valverde, se llama «Vida» y es más que recomendable.

Acabo de ver unas fotos de Iggy con un vestido de mujer azul eléctrico y un bolso de Dior en la muñeca. Es una sesión de Mikael Jansson para New York Times de hace un año que alguna caprichosa marea de Internet ha reflotado. La noticia no es tal, en cualquier caso, porque la iguana se ha pasado un cuarto de vida vestido de tía, igual que de hombre. La otra mitad ha estado medio en pelotas pero eso qué más da. La noticia es que al muy cabrón le queda bien el traje.

Es cierto que tiene la piel arrugada como una vieja y que se está quedando un pelín flácido, pero conserva la esencia de algo a punto de extinguirse: el icono rock. La cara y el cuerpo de Iggy Pop en 2012 son una maravillosa y coherente evolución de la cara y el cuerpo de James Newell Osterberg Jr. en 1966, cuando se mudó a Ann Arbor, Michigan, y conoció a los hermanos Asheton. Entonces era un pipiolo con facha de nena y perfil de cuchillada. Un dulce para chicos y chicas. Un caramelo envenenado por un montón de marihuana, bastante speed y una actitud hasta entonces desconocida en un Homo sapiens.

Estados Unidos no era un lugar plácido entre los 60 y 70. Se puede uno leer la trilogía americana de James Ellroy para recordarlo o quizás baste con resumirlo en unas palabras: Vietnam, Kennedy, Nixon, Hoover, Panteras Negras, Cuba, hippies, Muhammad Ali, guerra fría, Luther King… En ese momento y en aquel lugar, los Stooges aparecieron en escena tocando la banda sonora del mito de la caverna de Platón. Iggy cantaba la verdad: No Fun, I Wanna Be Your Dog, Penetration. Iggy se retorcía de verdad, se lanzaba al público de verdad, se hería de verdad y se untaba mantequilla de cacahuete de verdad. Iggy era la verdad y todo lo que vino después no fueron más que sombras proyectadas de esa verdad. Si restásemos la existencia de los Stooges de la historia del rock, los Sex Pistols serían otra banda glam, hardcore definiría sólo un género porno y Kurt Cobain estaría vivito y trabajando en un McDonalds.

Yo lo supe en 1986. Por aquel entonces el punk era mi pastor y nada me faltaba. Escuchaba a Dead Kennedys, Eskorbuto y todos los demás. Un día, me hice con una casete del Raw Power. El tercer disco de los Stooges es, probablemente, el mejor disco con peor sonido de la historia y la culpa es de David Bowie. El tercer disco de los Stooges es la confirmación de que ese grupo había dejado el punk inventado allá por el 73. En cuanto lo escuché, me puse a olfatear a Iggy, pero resultó que incluso él mismo estaba siendo su propia sombra.

Bowie no sólo estropeó la mezcla del Raw Power, también se quedó prendado de Iggy Pop, lo separó de los Stooges, se lo llevó a Berlín y le colocó en fiestas de lo muy muy y lo más más. El vampiro chupó la sangre a la iguana y, desde entonces, éste sólo ha podido hacer un himno (The Passenger) y algunas buenas canciones. Mucho más que suficiente. Notable alto. Está feo eso de exigir a nuestros héroes del rock como si fuesen superhéroes. No se puede cambiar el curso de la música cada viernes, ni desayunar anfetaminas a diario, ni cumplir años sin envejecer. Yo, desde luego, creo que no soy capaz. En cambio, sé que volveré a ver a Iggy y los Stooges ahora que vuelven por aquí. Porque sé que aún queda mucha verdad en esa tía buena de 65. Porque sé, sobre todo, que mi verdad se esconde en los 3.27 segundos de Search and Destroy.

Suena Search and Destroy, Iggy and The Stooges.

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