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Archive for mayo 2008

La bravura está entablillada, ¿quién la desentablillará?

Si el tablillero de Las Ventas insiste en poner en su tablilla que los animalitos que salen al ruedo no son Valdefresno sino de la ganadería de «Valdefreno», ¿está el tablillero de Las Ventas mandando un mensaje a la afición de Las Ventas diciendo que él también se aburre? ¿O acaso el tablillero de Las Ventas quiere decirle al empresario de Las Ventas que a él tampoco le engaña? En cualquier caso, lo del tablillero fue lo único gracioso ayer en Las Ventas.

(Gracias por la foto y por el quite al único e inigualable Manon).

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Hace 15 años, el panorama de los festivales en España era un desierto en el que sólo asomaba un espárrago. El Espárrago Rock de Granada. En seguida, florecieron el Festimad de Madrid, el Festival Internacional de Benicàssim (FIB), el Sónar de Barcelona, el desaparecido Doctor Music y algunos otros. Llegaron a coincidir unos seis eventos de nivel por temporada. Aquello, entonces, resultaba una barbaridad de oferta. Hoy, eso suena a broma. Este año hay más de 20 festivales programados. Todos con un cartel atractivo, la mayoría con presencia internacional, bastantes con grandes estrellas del rock o del género que toque. De hecho, tanta es la oferta que los hay que coinciden en fechas y/o en figuras.

Con la entrada en un puñoEs verdad que el negocio ha cambiado y que, ahora que todo es gratis por la red y no se compran discos, el público llena los conciertos y eso da de comer a los grupos y a la industria. Pero, incluso con eso, tanta oferta parece demasiada. Y tanta coincidencia no parece casual. Se habla de guerra de festivales. La cosa semeja también a una burbuja a punto de pincharse, como esa inmobiliaria que nos está estallando en las narices.

Nosotros hemos querido que expliquen la situación los protagonistas. Hemos hablado con representantes de Rock in Río, FIB, Festimad, Primavera Sound y Last Tour Internartional (promotora de Getafe Electric Festival, Bilbao BBK Live y otros, que ha respondido por escrito). Sólo Sinnamon, empresa que promueve hasta seis eventos, entre ellos el Summercase, y una de las principales responsables de dinamizar (o dinamitar, según a quién se pregunte) el mercado, ha rechazado contestar. También hay opiniones de otros implicados, como patrocinadores y ayuntamientos. A ver si así nos enteramos de qué pasa en el mercado del festival ibérico.

Así empieza el reportaje sobre el lío de los festivales aparecido, en versión reducida, en el número 133 de GQ. Ahora viene al pelo porque este fin de semana empieza la guerra. El texto completo se puede leer aquí.

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Corte del director de la entrevista con David Gistau publicada en el número 133 -mayo 2008- de GQ. O sea, la entrevista completa, sin ediciones. David, aparte de gran amigo, tiene en la calle una muy buena novela de la que hablo un poco más al final.

Cómprala, que es buena

España se divide entre los que están con Rodolfo Chikilicuatre y los que no. Entre los que pillan la broma y los que la reciben indignados y al pie de la letra. Del mismo modo, los hay que se quedan con la labor de columnista a veces airado y siempre sincero y, por eso, molesto, de David Gistau y se pierden al reportero, al cronista, al contador de historias. Después de una primera novela publicada casi en familia, “A que no hay huevos” (Temascinco), se edita ahora “Ruido de fondo” (Ediciones B), la historia de un hombre que se enfrenta a su pasado con el fútbol como escenario. Una buena excusa para poner la grabadora por primera vez entre dos amigos. Por cierto, que quede claro, David está con el Chikilicuatre.

¿Hemos venido a hablar de tu libro o hablamos de fútbol?

Hombre, yo prefiero hablar de fútbol. Sobre todo porque me encantaría que en España se entendiera de una vez que el fútbol, y lo que le rodea, es un gran tema para escribir. El fútbol, como las guerras y las aventuras de antes, es un terreno perfecto para contar historias de hombres. De hombres en primera línea obligados por códigos. Y para un urbanita español del siglo XXI no hay tantas oportunidades de enfrentarse a ese tipo de historias.

Es un buen lugar para acudir a pescar metáforas.

Sí. Es una cursilada recordar eso que dijo Camus, que “todo lo que había aprendido de moral lo había aprendido en un campo de fútbol”, pero es verdad. También es lo que dice un amigo mío que se parece sospechosamente a un personaje del libro, que nació 500 años tarde para vivir ciertas aventuras que eran posibles en la España de antes y que el sucedáneo lo encontró en el fútbol. Y es un poco lo que intento contar en el libro.

Estabas destinado a ser del Atleti pero te hiciste madridista. Me gustaría que contases por qué.

Mi familia era atlética. Cuando yo tenía seis años era del Atleti pero mi padre me llevaba siempre al Bernabéu y no al Calderón. Como en el anuncio, un día le pregunté: “¿Por qué si somos del Atleti sólo venimos al Bernabéu?”. Y él me contestó: “Eres demasiado joven para creer que todo en la vida es sufrimiento”. Mi padre, que ya estaba golpeado, decidió proveerme de un lugar en el que no tuviera que enfrentarme a la dimensión trágica de la vida cuando todo lo demás fallara.

Pero el aficionado del Madrid es un poco como el que se casa con Pamela Anderson y se cabrea cuando se da cuenta de que no siempre está radiante, con las 9 Copas de Europa asomando por el escote.

Sí, en eso se parece también al público de Las Ventas. En el Madrid sólo vale la grandeza. Y, como el público de Las Ventas, el aficionado ha convertido la insatisfacción constante en una forma de pedantería. Sólo te puede satisfacer lo sublime y, por culpa de esa filosofía de fútbol, resulta que no te diviertes nunca. Y es una mala filosofía de vida. Me siento más identificado con la del Atleti, como prefiero ir a una corrida de pueblo que a una en Madrid. Me gustan los pretextos para que todo sea fiesta y en el Bernabéu nada es fiesta.

Por eso te has hecho de Independiente de Avellaneda.

Sí, ja, ja… Gracias a Independiente he recuperado cosas que había perdido en el Bernabéu: la fiesta y los sentimientos intensos. En Argentina, la gente en el fútbol te habla, comparte contigo la comida, es consciente de que estás hermanado en un sentimiento común.

Tu columna sobre sexo en GQ me recuerda a Gago, que, además de ser guapo, pretende que nos creamos que juega bien.

Ja, ja, ya, y yo pretendo que follo bien, ¿no? Es al revés, en la columna yo salgo mal parado. Si hiciéramos un retrato en función de las experiencias sexuales del personaje que lo escribe, el tío es un desgraciado, es un desastre que no comprende a las mujeres. De hecho, mi arma para ligarme a mujeres siempre ha sido… la pena, ja, ja, ja…

De pequeño, ¿qué querías ser? ¿Jugador de fútbol o novelista?

Novelista, nunca. Supongo que por encima de todo quería ser futbolista y, luego, aventurero, como el Corto Maltés.

¿Qué futbolista?

Pues uno de los que está en la cueva metido, un portero de discoteca adaptado al fútbol. Como Rattín, el argentino que daba miedo hasta al árbitro, porque habilidad no he tenido nunca, ja, ja…

¿Cuándo te das cuenta de que sí quieres ser novelista?

Me doy cuenta, leyendo a Graham Greene, de que es un pretexto estupendo para llevar una vida errante y aventurera, siempre que de cada episodio de ella saques un libro. Puedes estar loco, ser inestable, pero si esa patología tiene un pretexto literario, no te van a encerrar en un manicomio. Al contrario, te van a dar la mejor mesa en un restaurante. Al descubrir esa forma de vida, me cuadró todo lo que quería ser. El complejo de Peter Pan justificado por la literatura. Y es también cuando me cuadra el periodismo. No el de columna, obviamente, pero sí el de reportajes.

Claro, porque cuando yo te conocí, hace más de 15 años, lo que no querías ser era columnista.

Pero aún defiendo mi dimensión de cronista y reportero y, por suerte, mi director también apuesta por ello, con lo que ahora soy un poco híbrido. No he dejado ni voy a dejar de hacer crónicas, de viajar, de hacer reportajes, con lo cual siempre voy a estar a salvo del tedio con frac y barriga de ser opinador.

¿Dónde hay más puñaladas? ¿En un fondo sur o en el periodismo?

La diferencia es que en las bandas callejeras todo es muy frontal y obvio, nadie es intrigante ni subterráneo. Y en el periodismo todo se vuelve más cobarde, más mezquino. En estos ambientes, que se pretenden más sofisticados, se considera que cuanto más retorcido y mezquino eres, más listo pareces. Y eso termina haciendo que sea imposible encontrar nada parecido a la nobleza, mientras que en la calle todo es noble, aunque sea primitivo. Nada es retorcido, las cosas terminan sucediendo de una forma hermosamente simple. A mí no me ha pasado nunca en un ambiente de fútbol algo que sí me ha pasado en un ambiente periodístico, que es estar sentado a la mesa con un amigo y no fiarte de él, porque crees que te está escondiendo algo.

¿Sabe el director de GQ que ha inspirado a un personaje de tu novela o se va a enterar por esta entrevista?

(Risas) No, aún no se ha enterado… (Más risas) A ver cómo lo explico, el director de GQ, además de ser un tío que me cae muy bien, inspira remotamente un personaje de la novela porque me servía como contrapunto, como ejemplo de la forma de vida a la que el protagonista quiere llegar pero no sabe cómo. Muestra al protagonista cuál puede ser su futuro. Pero, en cualquier caso, espero que Javier no se lo tome a mal, porque hay mucho sentido del humor y todos los personajes salen muy mal parados.

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De qué va «Ruido de fondo»

Eduardo es un periodista de éxito. Con un presente acomodado y un futuro brillante. Pero también con un pasado de fondo sur con el que se reencuentra de sangrienta casualidad. Con un muerto de por medio, tendrá que decidir qué es traicionarse más a sí mismo: vender a sus camaradas de entonces o negarse a ser la persona que ha hecho de sí mismo tras dejarles atrás. David Gistau retrata de forma certera dos mundos antagónicos pero igual de peligrosos, el de los engolados círculos periodísticos y el de las tardes de fútbol entendidas como desembarcos en Omaha Beach. Y reflexiona, de paso, sobre la imposibilidad de renunciar a lo que uno ha sido para ser lo que uno quiere ser.

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Para la mayoría, todos los toreros acabados en «ante» son de lo más apasionante. Para mí, en cambio, los toreros acabados en «ante» tienden a lo irrelevante. Es desconcertante. Es alucinante. Es Morante.

Hipnotizante de la Puebla en acción.

Descacharrante: la foto de Manon, el Estudiante.

Interesante: el toreo de capa.

Indignante: esa oreja.

Refrescante (y no por el agua): la corrida.

Diletante: Talavante (un poco fuera de contexto pero aprovecho la rima consonante).

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Tras la que ha liado Santi Santamaría se me ocurren varias cosas:

· No sé si es consciente, pero este cocinero que ha salido en los medios para criticar a todos esos cocineros que salen en los medios ha expresado el sentimiento de la gente que, en general, está bastante harta de cocineros. Será porque no paran de salir en los medios.

· Lo malo no son los Adriá, Arzak y Aduriz. Lo peor son los cientos de imitadores baratos (pero muy caros) que han surgido por todas partes. Siempre pasa lo mismo. En música, por ejemplo. Lo malo no fueron los Smiths. Lo peor fue toda la ristra de grupos repipis, redichos y rimbombantes que nacieron inspirados por las cositas de Morrissey.

· A pesar de llevar relojes más caros que la mayoría, los cocineros han demostrado ser como todos los demás profesionales. Corporativos del copón. Han cerrado filas por eso de defender la-cocina-española. Me juego mi wok a que en el próximo Madrid Fusión a Santamaría le van a hacer el vacío y no le van a dejar probar sus nuevas esferificaciones.

· Digo yo que lo que los cocineros entienden por la-cocina-española es todo el chiringuito que se han montado: venta de libros, anuncios de hornos, cursos, conferencias, caterings y partidos de pinches contra chefs. Ojo, están en su derecho de sacar rentabilidad a la tendencia que han creado. Pero supongo que por mucho que hable Santamaría no está en peligro, como ellos dicen, la cocina española de verdad. No creo que desaparezcan las lentejas, el salmorejo, la merluza a la vasca y el pa amb tomàquet.

· Al final, todo es promoción. Santamaría habla porque quiere salir en la foto. Los otros, que no se cansan de posar para las fotos, responden no vaya a velárseles el negativo. Los que tendrían que reflexionar son los que hacen la foto. Los medios dan demasiada cobertura a las palabras de Santamaría lo mismo que dan demasiada cobertura a los experimentos de nitrógeno de los otros. Lo explicó ayer Enric González muy bien (qué coño muy bien, mucho mejor que yo).

· La pena es que hay tema. Los cocineros se han convertido -porque ellos han querido, ojo- en generadores de corrientes gastronómicas. Por eso, tienen una responsabilidad. Está bien que haya laboratorios como El Bulli, lugares donde comer sea como montar en un Fórmula 1, pero eso no tiene que ser la norma. No es sostenible. Los cocineros estrella deberían ser los primeros en recomendar una cocina hecha con productos de la tierra. No por una cuestión de patriotismo, sino por pura supervivencia. Porque el consumo excesivo nos está dejando sin materias primas. Porque si se sigue sirviendo tataki de atún rojo como si se pudiese sembrar, pronto nos tendremos que conformar con ensalada de medusa. Porque beber en Madrid un agua mineral embotellada en nosequé afluente de un río escandinavo es tan chorra como obsceno. Porque al final las tascas y las casas de comidas van a ser especies en peligro de extinción ante el acoso de los cuatro jinetes de la gastroenteritis: el diseño, lo neoasiático, la caramelización y el lounge.

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Cuando ves una corrida por la tele, te enteras, gracias a los comentaristas, de que el torero nunca tiene la culpa. Él pone todo de su parte pero no le sale nada porque el toro no da juego. La culpa es, pues, del toro. Curiosamente, nunca escucharás a esos mismos comentaristas echarle la culpa del juego del toro al ganadero. El ganadero no es responsable de que el toro, todos sus toros, sean mansos, se caigan y tal. Es la Naturaleza, que es así de caprichosa. Es la Naturaleza, que le tiene manía al hombre. Es la Naturaleza, que, como venganza, provoca terremotos en China y aquí en España toros que son un coñazo. No lo digo yo, lo he oído en la tele.

Enrique Ponce diciéndole a Dios eso de «a la salida te espero» por haber echado al ruedo esos toros tan rollo de Alcurrucén.

(Foto del increíble Manon, of course)

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“Muy tranquilo”. Las dos palabras escogidas por la mayoría de los habituales para definir Marina D’Or. “Muy tranquilo”. Adverbio y adjetivo que retumban en el oído interno del periodista mientras flota en salmuera en la piscina Mar Muerto del mayor balneario científico de agua marina de Europa. Es sábado por la tarde y, fuera de ese oasis de sosiego y sal, están esos habituales que contestaron “muy tranquilo” a la pregunta “qué tal es Marina D’Or” y un par de centenares que no fueron preguntados. Todos disfrutando a su manera del mayor balneario científico etcétera. No muy tranquilos. Corren, gritan, chapotean, ríen. Entran y salen de las piscinas, los jacuzzis, las saunas, las duchas escocesas, los baños turcos y romanos y demás. Y lo hacen como si entraran y salieran de los toboganes de un parque acuático. Formando una algarabía que, en principio, se contradice con los conceptos tranquilo, balneario y científico. En principio, sí, pero no en Marina D’Or. Aquí la gente se divierte. Y hace bien. Al fin y al cabo, esto no es más que la inevitable democratización del rollito spa que tan de moda se ha puesto últimamente. Un ciudadano, un spa. Tal es la conclusión a la que se llega después de dos días deambulando por Marina D’Or y diez minutos en remojo en su Mar Muerto particular. Ya, no se suelen empezar los reportajes por la conclusión. Pero tampoco es normal que una revista como GQ envíe dos reporteros para interesarse por un lugar que parece en las antípodas de su concepto de destino turístico y lo ha hecho. Por algo será.

Éste es el inicio de un reportaje sobre semejante lugar para la sección ‘Zona prohibida’ de la revista GQ. El texto completo se puede leer aquí.

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Bela Sandor y Suso Garc�a Simón

El boxeo es una de las cosas proscritas por la modernidad. Como los toros. Los correctos no quieren ver golpes y sangre. Como si ambas cosas no formasen parte de la vida. Los que tienen la razón por el mango no pueden ver la nobleza y la pureza de este deporte. Como si los gimnasios fuesen canteras de delincuentes y no lo que son: generadores de sudor y oportunidades, a veces únicas, de salir del arroyo de odio y tedio que encharca los barrios de todo el mundo. Yo estuve el jueves y el viernes en Vigo por eso del Campeonato del Mundo del peso mosca entre Iván Pozo y Omar Narváez. Fui a hacer un reportaje y porque me gusta este deporte. Y vi golpes y sangre. Pero, sobre todo, vi nobleza y pureza.

Omar Narváez escucha los himnos

Estuve encerrado en el vestuario del aspirante gallego esperando el momento de su combate. Estuve en capilla con Iván y con su entrenador, Francisco Amoedo. Y con los otros boxeadores del gimnasio Saudade de Vigo que peleaban en la velada. Con César Martínez, con Suso García Simón, con David Blanco, con Pedro Fernández. Todos eran tíos normales, más o menos simpáticos, más o menos habladores, más o menos listos. Deportistas que sólo se diferencian de ésos que dan patadas a un balón en que tienen la nariz un poco más rota y los ingresos mucho más escasos.

Iván Pozo se levanta de su esquina

Iván perdió. En frente tuvo a un boxeador superior. Omar Nárvaez sacó de la distancia al de Vigo. Le esquivó todos los golpes con una cintura eléctrica. Le dejó vaciarse de fuerza y de moral para aplicarle luego una series largas y rápidas que le llegaban por todo el cuerpo. Omar Narváez es, desde el viernes, trece veces Campeón del Mundo de la WBO con todo merecimiento. Los es desde antes del octavo asalto porque Paco Amoedo tiró la toalla. No tenía sentido que su pupilo siguiese recibiendo para nada. Iván aceptó la derrota con serenidad y analizó lo sucedido ante los periodistas con mucha cabeza.

Todo esto no se deja ver porque algunos han decidido ponerle un velo. Un burka. Resulta que hay unos cuantos que deciden lo que está bien y lo que está mal sin conocer nada ni de lejos. Son ignorantes y eso que muchos son periodistas. Yo también soy periodista, aunque a veces me duele el calificativo. En fin.

El boxeo es una de las cosas proscritas por la modernidad. Como los toros. Que le den por culo a la modernidad.

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Parece que en los mundos de Yupi (la tele en abierto) se está liando parda porque alguien (José María Íñigo) dice en un documental de un canal (La Sexta) que una (Massiel) ganó un festival (Eurovisión) porque ese hombre (Franco) untó a nosecuántos (los miembros del jurado de los 17 países miembros). Para mí que ha prescrito el delito (y la noticia). En cualquier caso, si así (poniendo pasta) se gana, yo pongo 20 (eurazos) en el bote (si lo hubiere) para la victoria (comprada) del Chikilicuatre (ése sí que es un hombre). Y, ya puestos, otros 20 (pepinos) porque el sabio (de Hortaleza) pueda este verano levantar (por fin) una (Euro)copa que no sea de anís (del Mono).

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Brooklyn, 1967. Un asesino en serie insiste en cargarse músicos negros. Las víctimas son miembros de la escena free jazz. The new thing, como ellos la llaman. El verdugo empieza a ser conocido como el hijo de Whiteman. La policía no hace nada. De hecho, muchos la señalan como culpable. Sólo una periodista especializada en jazz, blanca y hippie, trata de juntar las piezas del puzzle grabadora al hombro. John Coltrane se está muriendo y América hierve. Los Black Panthers gritan Black Power! y el Gobierno dispara con el silenciador del Cointelpro.

New Thing es, según su autor, un «objeto narrativo no identificado» más que una novela. Está construido a base de entrevistas, recortes y grabaciones; siguiendo, también según confesión escrita, el concepto del excelente Por favor, mátame: historia oral del punk, de Legs McNeil y Gillian McCain. Mete ficción en la realidad y realidad en la ficción, se alimenta de conspiranoias y se luce en sus conocimientos jazzísticos y de la cultura negra. Descubre, o me descubre, los dozens, el signifying y el dissing, primitivas formas de rap y de batalla oral callejera. Tiene guiños a Poe y momentos bastante coñones. Y muestra, en un epílogo llamado Títulos de crédito, los trucos del mago: las fuentes de las que bebió el autor, las referencias, la investigación y hasta los chistes privados. New Thing es, desde luego, una cosa nueva.

Su autor es Wu Ming 1, miembro de la banda italiana de escritores y activistas llamada Wu Ming («sin nombre» o «cinco nombres» en chino, según se pronuncie). Nacida del experimento Luther Blisset que dio lugar a la novela Q, Wu Ming fue capaz de meter a Cary Grant y al mariscal Tito en la misma trama y salir más que de rositas (en 54, otro novelón). Wu Ming es Copyleft antes de que el concepto existiese y es mucho más, como se explica muy bien en su sitio. Wu Ming es moderno y revolucionario. Wu Ming es, desde luego, una cosa buena.

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