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Archive for diciembre 2008

El siguiente texto es un editorial de The Economist titulado Un mar de problemas y trata, claro, de cómo están nuestros océanos. Está completo y traducido, espero que no muy mal. Puedes pasar de leerlo y pensar eso de «ya está otra vez el pesado éste con las malas noticias». O puedes ocupar un rato de su tiempo para ver qué opina sobre el asunto un medio de comunicación tan liberal, conservador y poco sospechoso de ecologista radical como el Economist.

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No se conoce mucho acerca del mar; la superficie de Marte está incluso mejor explorada, se suele decir. Pero ya se han hecho 2.000 agujeros en el lecho marino, se han tomado 100.000 fotografías, los satélites tienen monitorizados los cinco océanos y en todos hay boyas llenas de instrumentos subiendo y bajando como yoyós perpetuos. Mucho se sabe y muy poco es tranquilizador.

La preocupación empieza en la superficie, donde  una atmósfera cargada con dióxido de carbono producido por el hombre interactúa con la mar salada. El agua se ha hecho así más ácida, haciendo la vida difícil, si no imposible, para organismos marinos con conchas o esqueletos de carbonato-cálcico. No son bichos tan familiares como langostinos o langostas, sino especies como el krill, criaturas que son como gambas minúsculas y que juegan un papel crucial en la cadena alimenticia: acaba con ellas y acabarás con sus depredadores, cuyos depredadores pueden ser los que te gusta comer fritos, a la parrilla o con salsa verde. Y lo que es peor, desestabilizarás el ecosistema entero.

Eso es lo que también hace la acidificación a los arrecifes de coral, especialmente si ya están sufriendo sobrepesca, subidas de temperatura y polución. La mayoría padecen todo eso y por ello están seriamente dañados. Algunos científicos creen que los arrecifes de coral, hogar de un cuarto de todas las especies marinas, desaparecerán por completo en unas pocas décadas. Eso será como el fin de las selvas y bosques pero en el mar.

El dióxido de carbono afecta al mar de otras maneras, sobre todo por el cambio climático. Los océanos se expanden al calentarse. También suben por el efecto de los glaciares y capas de hielo que se derriten: el hielo de Groenlandie está en vías de derretirse por completo, lo que puede elevar el nivel del mar cerca de siete metros. Para el fin de este siglo, el nivel puede haber subido 80 cm, incluso más. Para los 630 millones de personas que viven a una distancia de 10 km de la costa, eso es cosa seria. Países como Bangladesh, con 150 millones de habitantes, estarán inundados. Incluso la gente que vive en el interior se verá afectada: las sequías del Oeste de los Estados Unidos parecen estar causadas por el cambio de las temperaturas de superficie de Pacífico tropical.

Y luego están las mareas rojas de algas, las plagas de medusas y las zonas muertas donde sólo sobreviven los organismos simples. Todo ello crece en intensidad, frecuencia y extensión. Todo ello, también, parece estar asociado con varios traumas que el hombre inflige a los ecosistemas marinos: sobrepesca, calentamiento global, los fertlizantes que van de la tierra a los ríos y estuarios y, a menudo, todo el lote en cadena.

Algunos de los cambios pueden no ser obra del hombre en su totalidad. Pero uno del que no cabe duda es la muerte de los peces: la mayoría de los grandes han sido atrapados por las redes de pesca. Y el resto lo será en poco tiempo si el pillaje continúa a los niveles actuales. De hecho, cerca de tres cuartas partes de todas las especies de animales marinos están por debajo, o a punto de estar por debajo, de sus niveles de sostenibilidad. Otro cambio es la aparición de una masa de desperdicios plásticos que se arremolinan en dos enormes coágulos en el Pacífico, cada uno tan grande como los Estados Unidos. Y el mar tiene otro montón de males, que se señalan aquí.

Neptuno lloraría

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Cada una de esas transformaciones es una catástrofe. Juntas son algo mucho peor. Además, están sucediendo alarmantemente rápido, en décadas y no en los eones necesarios para que peces y las plantas se adapten. Y muchas son irreversibles. Harían falta miles de años de reacciones químicas en los océanos para volver a una condición similar a su estado preindustrial de hace 200 años, según la Royal Society, el grupo de científicos más prestigioso de Gran Bretaña. Muchos incluso temen que algunos cambios están alcanzando los umbrales en los que los siguientes cambios pueden acelerarse sin control. Nadie llega a entender, por ejemplo, por qué el bacalao no ha vuelto a los Grandes Bancos de Canadá incluso después de 16 años de paro en la pesca. Nadie sabe muy bien por qué los glaciares y las capas de hielo se derriten tan rápido o por qué el lago de hielo derretido que cubre 6 km² en Groenlandia se puede secar en 24 horas, como pasó en 2006. Esos sucesos inesperados ponen nerviosos a los científicos.

¿Y qué se puede hacer para poner las cosas en su sitio? El mar, la última parte del mundo en la que el hombre actúa como cazador-recolector -y como bañista, minero, basurero y polucionador en general- necesita ser administrado, del mismo modo que la tierra. La economía exige, tanto como la ecología, que se dejen de despilfarrar recursos de los océanos. La mala administración y la sobrepesca desperdician 50.000 millones de dólares al año, según el Banco Mundial.

La economía también da algunas respuestas. Para empezar, los subsidios de pesca deben ser abolidos en una industria que se caracteriza por su ineficacia y por estar sobredimensionada. Después, los gobiernos necesitan encontrar la manera de dar a los que viven de explotar los recursos del mar un interés por conservarlo. Una forma puede ser el sistema de cuotas de pesca individuales y transferibles que parecen haber funcionado en Islandia, Noruega, Nueva Zelanda y el oeste de Estados Unidos. Los mismos derechos que se han dado a los contaminadores por carbono en Europa se pueden dar a los de nitrógeno y a los mineros de las paltaformas continentales. Un sistema de comercio de opciones y futuros también puede ayudar.

Las cuotas funcionan en aguas nacionales. Pero en alta mar, fuera de los límites territoriales, presentan mayores problemas y muchos temen que los atunes, tiburones y demás grandes animales que nadan en el azul sean exterminados. Los acuerdos internacionales de pesca que regulan partes del Atlántico Norte demuestran que la administración puede funcionar, aunque la comisión del atún del Atlántico muestra que puede ser un desastre. Y donde la pesca no pueda ser regulada, debe ser parada. No hubo nada tan bueno para los peces en Europa en los últimos 150 años que la Segunda Guerra Mundial: dejar los barcos amarrados permite recuperar los bancos. Una solución preferible hoy en día sería crear reservas marinas, cuantas más y más grandes, mejor.

En un mundo cuya demanda de proteína crece día a día, la necesidad de conservar el stock es clara. Los remedios no son difíciles de comprender. Pero los políticos, en cualquier caso, son cobardes. Muy pocos están dispuestos a enfrentarse a los poderosos lobbies, salvo en pequeños países en los que la pesca es tan importante económicamente que el peligro de extinciones masivas no puede ser ignorado.

Ahora coge la ola agitada

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Pero la extinción masiva que debe tenernos preocupados es, aunque remota, la de la humanidad. No es inteligente descartarla cuando se trata de emisiones de CO2, la otra gran maldición para los océanos. A largo plazo, los mares son una gran lavadora para el carbono. Son capaces de ayudar a evitar el calentamiento global, ofreciendo, por ejemplo, almacenamiento de CO2 y energía a través de la fuerza de las olas y las mareas. En cualquier caso, continuarán cambiando y siendo cambiados mientras el hombre siga soltando tanto carbono a la atmósfera.

Hasta ahora, la subida del nivel del mar, los corales muertos y la extensión de las mareas rojas son sólo distracciones menores para la mayoría de la gente. Unos cuantos huracanes más como el Katrina, algunas inundaciones trágicas en las ciudades costeras del primer mundo, puede que el fin de la cinta transportadora oceánica que calienta Europa Occidental, cualquiera de estas cosas atraparía la atención de los políticos. El problema es que, para entonces, puede ser demasiado tarde.

Hoy es el último día del año. Muchos se hacen buenos propósitos de cambio para el año que viene. Apuntarse a un gimnasio, dejar de fumar, tratar mejor a su familia… No estaría mal también proponerse cambiar el entorno, dejar de perjudicarlo, tratarlo mejor. Cuidarlo. Reducir la huella de carbono, ahorrar energía, apagar las luces y esas cositas que ya sabemos todos. Pero hay más: rechazar las bolsas de plástico que ofrecen sin necesidad en todas partes, tratar de no consumir más animales salvajes en peligro de extinción (¿comerías rinoceronte? Entonces, ¿por qué comes atún?) y, sobre todo, exigir a los que deciden por nosotros que protejan los océanos, que no busquen votos a cambio de cuotas de pesca, que respeten los acuerdos de Kyoto o Poznan o, qué coño, que los mejoren, que se preocupen por cuidar lo más posible el lugar en que vivimos y del que vivimos. Es verdad, ninguno de nosotros puede arreglar este problema. Pero sí que cada uno de nosotros puede hacer lo posible por no estropearlo más. No es una postura ideológica. No es, ni siquiera, una postura. Es un asunto de ética. Del mismo modo que te preocupas y luchas por ti mismo y por los que te rodean, te debes preocupar y luchar por lo que te rodea, por tu planeta. O no. Tú mismo.

Hay un mar de problemas, sí. Pero también hay millones de soluciones. Las que podemos aportar cada uno de nosotros.

Feliz año nuevo.

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365+1=2008

Rectifico:

365+1+0,00001157*=2008

*Por eso de que este año tiene un segundo más.

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skater

¿Quién dijo que la crisis era mala? Para los skaters californianos, por ejemplo, no lo es. Parece que los chicos están aprovechando todas esas casas vacías por efecto del catacroc hipotecario para meterse en sus piscinas vacías, limpiarlas y practicar sus truquitos más chulos.

Efectivamente, a veces el New York Times trae unas noticias taaan tontainas

B.S.O. Wipe Out Skaters, Feel The Speed.

La foto es de Jim Wilson/NYT.

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Hoy, 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, contemplo alborozado mientras hago surf en un tsunami de mucosidades cómo la Prensa sigue respetando las tradiciones y lanza un montón de noticias y titulares que sabemos que suenan a cachondeo pero que permitimos por ser hoy 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.

· Rouco Varela: «Es posible vivir el matrimonio de forma distinta a lo que está de moda» (El Mundo.es, ABC.es y La Razón.es).

· El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pide el cese inmediato de la violencia en Gaza (El Mundo.es)

· El año pasado hubo 1.200 millones de actos de piratería en Internet (El País).

· Zapatero dice que en un año «tocaremos» la recuperación (Público.es y PSOEtv.es).

· John Mickelthwait, editor de The Economist: «El Capitalismo no está en cuestión» (ABC.es).

· Pilar Cristóbal: «La masturbación es buena siempre que no haya sentimiento de culpa» (20 Minutos.es).

Seguramente hay más, pero tengo que sonarme.

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Como si fuese Coco explicando lo de cerca y lejos, este blog hablaba antes de ayer del periodismo malo y hoy hace sitio para el periodismo bueno. El de Jon Sistiaga en su reportaje/documental para Cuatro llamado Narcoméxico, cuya primera parte se emitió el viernes (la segunda es el próximo viernes 2, creo). El título explica muy bien de qué va la cosa. Es un retrato bastante amplio y detallado de la gripa mexicana, con unas cámaras que se meten, sin necesidad de ocultarse, en todas partes y retratan a casi todos los actores. Y con un periodista que hace, a la cara, las preguntas que hay que hacer y que cuenta historias de verdad sin sobredosis de manipulación ni sensacionalismo. Aunque, eso sí, a veces se pasa de moralista y otras confunde, por ejemplo, los gritos y porras de la lucha con actitudes vitales. Como si apoyar a los rudos fuese el primer paso para convertirse en el mochaorejas, no manches. Se puede ver en Youtube (y aquí) por cortesía de Loquetegusta.com.

Que quede claro que no soy ni familiar ni amigo de Sistiaga. Vi el reportaje de casualidad, me gustó y me pareció justo decirlo después de haberme cagado en casi toda mi profesión. Tampoco soy nada amigo ni familiar de Cuatro, pero mola que pongan cosas así en su late night y que tengan 1.341.000 espectadores (8,5% de share); eso sí, 918.000 menos que Dónde estás corazón.

Actualizo: He aquí la segunda parte del reportaje documental Narcoméxico. Chinasky, yo creo que aquí sale lo que echabas de menos en el comentario. Me sigue pareciendo buen periodismo.

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Diez millones de canciones de los trece millones disponibles a la venta en Internet no encontraron nunca un mísero comprador. Sólo 173.000 álbumes del 1.230.000 a disposición de los clientes fueron adquiridos. El 80% de todos los beneficios llega de sólo 52.000 canciones. Son datos de este 2008 servidos el otro día por The Guardian y que he encontrado gracias a un comentario en Jenesaispop. El estudio ha sido realizado por dos curritos de la MCPS-PRS Alliance (algo así como la unión de la SGAE y la AIE pero en Gran Bretaña) y, según The Guardian, viene a demostrar dos cosas: la ley de un tal Sturgeon, «el 90% de todo es una mierda», y que la teoría de La Larga Cola -que dice que la suma de las pequeñas ventas de muchos productos puede superar las ventas de unos pocos grandes éxitos- falla más que una escopeta de feria.

Para mí, en cambio, estos datos demuestran otras cosas:

a) Que hay demasiadas canciones. Que se hace mucha música. Que sobra stock.

b) Que menos mal que nos hemos pasado al digital porque, si no, el mundo estaría lleno de la basura dejada por los discos y canciones huérfanas y sus correspondientes cintas de grabación.

c) Que es posible que los estudios patrocinados por la MCPS-PRS Alliance tengan un sesgo para justificar su reparto del dinero de los derechos de autor (no como aquí, que la SGAE lo hace muy bien… Fin del paréntesis sarcástico).

d) Que, en cualquier caso, los hábitos de consumo de música se han transformado de forma irreversible por mucho que las discográficas y muchos cantantes y compositores se empeñen en defender un modelo de negocio que ya era trasnochado cuando lo practicaba Sam Phillips allá por los 50.

e) Que se desconoce si los gobiernos del mundo están pensando en apoyar económicamente a los autores de esos diez millones de tonadas sin vender como están empezando a hacer con los fabricantes de los coches que no han salido del concesionario.

B.S.O. Tote King y David Bravo, Interludio.

La foto, muy buena, es de Tomás Castelaza y está publicada con licencia Copyleft en la Wikimedia.

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Si hace días el Supremo decidió que grabar con cámara oculta es meterse en la intimidad de la gente y que eso está feo, ahora se puede ver por Internet el making of de una de esas grabaciones tan creíbles y veraces. Dos pipiolos de Tele 5 recorren, obedeciendo sin chistar las órdenes de sus jefes, centros sociales y reuniones de okupas. Se trata de demostrar que los antifascistas son más malos y violentos que los orcos de Saruman. El muchacho lleva la cámara oculta detrás de un pañuelo palestino y la moza va soltando preguntas a todo el que se le cruza por la calle como si estuviese haciendo una encuesta en Preciados y no un reportaje de éstos. Los tíos son tan malos que a uno le extraña que no les pillen hasta casi el final del vídeo. Por cierto, que no hay ni un sólo rastro de la violencia que buscaban en las imágenes y el sonido que grabaron. Da igual, como se observa  al principio del montaje, a Hilario Pino y compañía no les hizo falta ni un frame que justificara sus ideas preconcebidas para lanzar al aire una noticia de casi tres minutos. Una noticia sin hechos, sin datos, sin investigación. Una noticia de mierda.

Eso es lo dramático del asunto. La conclusión que saca uno con todo esto no es que la cámara oculta sea un formato periodístico basura (que seguramente lo es), sino que (buena parte de) el periodismo que se perpetra en España es basura. Me da igual que esta vez haya sido contra los antifas. Lo hemos visto otras veces con ultras, drogas, prostitución y cualquier otro asunto. Los medios deciden lo que van a contar y lo cuentan sin fijarse en si la realidad les da la razón. Las teles, pero también los periódicos, las radios y los de Internet, emplean el sensacionalismo para reclamar la atención de sus clientes por la vía del miedo. Y encima tienen la cara de llamarlo periodismo de investigación. Y eso es en los informativos. Lo de las tertulias ya es un festival.

La única buena noticia me la han dado los que me han dado la noticia. El vídeo lo he encontrado en una de mis visitas habituales a Sin futuro y sin un duro, un blog altamente recomendable hecho por estudiantes de periodismo que no quieren ser periodistas así. Yo tampoco.

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Quizás es que he pasado este año encerrado en un agujero insonorizado o puede que sólo haya estado despistado. El caso es que no me he enterado de la existencia de Buraka Som Sistema hasta hace un par de días, que se lo leí al siempre recomendable Pablo Gil en su desde aquí recomendado Radar. Ahora que salgo de mi inopia, me entero de que son de un suburbio de Lisboa, que lo que hacen se llama kuduro, que viene de Angola, que han sido amadrinados por M.I.A. y que han tocado este año en el Sónar (insisto: ¿dónde coño estaban mis orejas en junio?). Pero como estoy escribiendo de música y lo he dejado todo bien linkeadito, paro y dejo que los chicos se presenten a sí mismos.

Buraka Som Sistema, Sound Of Kuduro.

Tremendo. Pero no se vayan todavía, que aún hay más.

Buraka Som Sistema, Kalemba (wegue, wegue).

Uf… El caso es que escuchando esto le viene a uno en seguida una referencia: el favela funk o baile funk que peta desde hace años en los barrios chungos brasileños y que, también en parte gracias a M.I.A. y a su ex, DJ Diplo, ha sonado en los antros pijos del centro del mundo.

DJ Marlboro.

Pero también suena a reggaetón, supongo que no hace falta presentaciones, de Panamá (o Puerto Rico) a todos los culos redondeados del planeta Tierra.

Tego Calderón, Cosa buena.

Claro que, si uno se pone, encuentra cositas comunes en el viejo Miami bass.

2 Live Crew, Me, So Horny.

Y sin estrujarse demasiado las meninges, aparece la madre de todas las referencias, el dancehall jamaicano.

Beenie Man, King Of The Dance Hall.

Toda esta cadena de sonidos similares paridos en distintas partes del mundo me da que pensar (lo justo). Y pienso que la música que pone a bailar a la gente de los barrios, de Río a Luanda, tiene una manía común por los breaks acelerados, los ruidos ácidos y las alusiones al sexo más guarrindongo. Supongo que un intelectual diría que en esos espacios exteriores, donde hay poco que rascar, la muchachada se conforma con un hedonismo que les aleje de una realidad bastante fea y les acerque al objetivo de todo menda en esta vida: follar. Pero como yo no soy un intelectual, a mí sólo se me ocurre decir: wegue, wegue.

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Aunque por aquí (casi) nadie pareció darse por enterado, hubo una cumbre sobre el clima en Poznan (Polonia) a mediados de mes. Da fe el Economist, que explica lo que se acordó y lo que no en un artículo bastante descriptivo pero demasiado aséptico. Eso sí, me merece la pena perder veinte minutos de sueño por el comienzo del texto. Éste:

Imagine que un enorme meteoro, tan grande como para destruir la mayor parte de formas de vida, se acercase a la Tierra y que sólo una profunda cooperación internacional ofreciese la única esperanza de acabar con la letal amenaza. Presumiblemente, las naciones del mundo se sentarían dejando atrás sus celos y distancias ideológicas, conscientes de que no actuar de forma conjunta significaría el fin para todos.

Al menos en teoría, la mayoría de los gobernantes del mundo ya aceptan que el cambio climático, si no se actúa, puede convertirse en el equivalente de un asteroide mortal. Pero a juzgar por los últimos y tortuosos movimientos en la diplomacia sobre el asunto -en la reunión mantenida en Polonia finalizada el 13 de diciembre-, hay pocas señales de concentración de esfuerzos».

No sé, en momentos así, con el meteorito llamando a la puerta, como en Armageddon, uno desearía que avisasen a Bruce Willis y se dejaran de hostias.

B.S.O. Max Romeo, Chase the Devil.

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Otro capítulo de la serie Zona Prohibida para la revista GQ. Esta vez, un poco distinto. En la redacción habían comprado unos fotos de Las Vegas a Tony Kelly y me pidieron que escribiese un texto para ellas. Por suerte, he estado un par de veces en tal sitio y me han pasado cosas diversas. Así que no tuve que inventarme una historia, sino contar mis historias. O sea, que todo lo escrito es real. Todo, menos un par de detalles que adapté para seguir lo que contaban las fotos. Por cierto, algunas se pueden ver aquí. Yo pongo de las mías, que están borrosas y por eso demuestran que estuve allí de la única forma posible. Borroso como una cuba.

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«Tenemos que ir a Las Vegas a una convención de trabajo». Nunca pensé que Las Vegas y trabajo fueran palabras que se pudiesen usar en la misma frase. Pero fue lo que dijo mi jefe. Ahora que he ido a Las Vegas a una convención de trabajo, sigo sin pensarlo. Las Vegas es un trasatlántico varado en el desierto. Un lugar irreal lleno de atracciones para niños y tentaciones para adultos donde los gringos caminan con la camisa de flores tapando la barriga, una cerveza en la mano y la boca abierta. Las Vegas es Finisterre. No hay nada más allá, es el límite del sistema, el ejemplo de lo que puede llegar a hacer el hombre con un cheque en blanco de dinero y de mal gusto. En Las Vegas puedes ir completamente sereno y tener la sensación de estar haciendo el viaje psicotrópico de tu vida. Pero si vas completamente colocado, mejor.

Así que procuré hacer lo que el maestro Hunter S. Thompson en su libro Miedo y asco en Las Vegas: agenciarme un abogado samoano y llenar el maletero del coche de drogas extremadamente peligrosas. Encontré a mi abogado y mi maletero en Fremont Street. El primer día. Habíamos estado trabajando duro, sesteando en un par de conferencias y emborrachándonos de Coronita en una excursión al desierto. El resto de la convención estaba practicando la siesta, mi jefe y yo fuimos a Downtown Las Vegas, la zona más auténtica, la que conserva el sabor de los tiempos de la fiebre del oro. Después de merendar un T-Bone Steak regado con Moët, nos dimos un paseo entre los viejos neones de esos casinos para pobres donde la apuesta mínima es cinco centavos. Estábamos tomando una cerveza contemplando alucinados a la gente puesta en pie en mitad de la calle, con la mano en el pecho mientras sonaba el himno americano y montón de imágenes patrióticas sobrevolaban el techo en eso que llaman Fremont Street Experience, cuando oí su voz.

«Como mola mi ciudad, que se puede beber en todas partes». Me di la vuelta y vi a un tipo sacado de un vídeo de Ice T. No era samoano ni tenía pinta de saber de Derecho Romano, pero le contesté. «Bueno, en la mía es habitual ver a la gente fumando porros». Aquello pareció interesarle y no tardamos ni un minuto en entrar al baño del Golden Nugget. Allí, con mi nuevo colega de Las Vegas y dos o tres que parecían amigos de la infancia de Ice Cube, llené el maletero. Pese a ser el único Vanilla Ice de la reunión, me metí en el bolsillo una pepita de oro blanco como la palma de mi mano a cambio de 50 dólares y no sólo no fui violado ni asesinado, sino que mis nuevos amigos me aconsejaron sacudirme el polvo antes a abrir la puerta.

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Salí a la calle justo cuando mi jefe iba a llamar al 911 y decidimos ir a celebrarlo. Encontramos un bar la mar de enrollado. Era una vieja peluquería reconvertida en abrevadero. Había un hombre en el escenario tocando por Johny Cash y un montón de gente con aspecto de ser lo más underground de la ciudad. Y luego estaba Sam. Sam tenía una gorra de béisbol calada hasta las cejas, gafas de sol y barba de tres lustros. Y también tenía una cogorza de campeonato. Desparramado sobre la barra, me dijo que era técnico de sonido, que llevaba dos días sin dormir, trabajando, you know. Sí, sí. Ya, ya. I know. Le contesté que nosotros también estábamos trabajando y, cuatro reuniones con Jack Daniels después, nos dijo que nos íbamos de boda.

No sé porqué le dicen a Las Vegas ciudad del pecado y no ciudad del amor. En Las Vegas hay capillas por todos lados. Puedes ver en el hotel Venetian a unos casándose en una góndola mientras recorren a empujones uno de sus canales de pega y también puedes ver cómo los hay que juran amarse y respetarse para siempre sin salir del coche en una capilla drive through, como si estuviesen pidiendo Whopper con queso y Coca Cola grande. Y luego puedes ver lo que Sam quiso que viéramos. Jean y Heather eran dos modelos de portada que habían decidido formar una familia al menos por esa noche. No estoy muy seguro de que esté permitido el matrimonio homosexual en el Estado de Nevada, pero sí estoy convencido de que a todos los presentes nos daba igual. Allí habría habido más positivos en el control antidoping que en la sala de espera de la consulta de Eufemiano Fuentes, desde el cura hasta un Austin Powers de fin de semana. A falta de poder besar a las novias, lo estábamos pasando en grande bailando lo que cantaba el impersonator de Elvis Presley. Hasta que se me ocurrió compartir con Sam una ocurrencia. Si Las Vegas es la Disneylandia del juego, Elvis es su Mickey Mouse. Fue entonces cuando supimos dos cosas: Sam era leal al Rey y Sam iba armado. Decidimos que era momento de irse.

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El día siguiente fue tranquilo. El resto de los asistentes a la convención había trabajado la noche anterior tan duro como nosotros. Uno amaneció dormido vestido en el jacuzzi, otro perdió su sueldo de los próximos tres años en una mesa de póquer y la mayoría aún seguía soñando con las mujeres que habían visto pero no tocado en uno de los infinitos strip clubs del lugar. Luego estaban los que habían ligado. Ilusos que creyeron que los piropos que les lanzó una mujer de bandera desde la barra del bar del hotel eran gratuitos y terminaron desenfundando la cartera cuando la cosa se puso caliente en la habitación. Pasamos el día comentando las jugadas. Así son las convenciones aquí. De mucho currar. Todo fue normal hasta que conocí a Daisy en la piscina del hotel.

Daisy había venido a Las Vegas a celebrar su divorcio. Daisy era como la amiga de Cameron Díaz en Algo pasa con Mary, la del pelo cardado en la tostadora y un perro que era una zarigüeya. Cuando me contó a gritos lo de su despedida de casada, pensé en que su marido también debía estar celebrándolo a lo grande en alguna otra parte de la ciudad. El programa de actos de Daisy se reducía a tres: uno, el acto de descorchar botellas de champán. Dos, el acto de disparar. Tres, el acto sexual. Yo la acompañé sólo en el primero y el segundo. Será que soy más de planteamiento y nudo que de desenlace. Después de compartir a morro una botella, la dejé en buenas manos. El maromo de la sala de tiro presumía de saber desmontar y montar un subfusil de asalto en ocho segundos y con los ojos vendados. Seguro que sabría hacer lo mismo con Daisy. Deseé por su bien que siguiese con la venda de los ojos durante el tercer acto que se le venía encima y me despedí para encontrarme con mi jefe.

Teníamos entradas para el boxeo. En el Thomas and Mack Center había una velada con cinco títulos en juego y un combate estelar. La pelea por el cinturón de los welter entre Zab Judah, el aspirante, y Floyd Mayweather, el campeón. En los asientos a pie de ring estaban Jay Z, Beyoncé, Magic Jonson y otros ricos y famosos. Nosotros no estábamos tan cerca de las cuerdas pero sí bien acompañados. «Este tío tiene un Oscar», me dijo mi jefe después de que pasase un tío bajito en el que yo ni me había fijado. Así nos hicimos amigos de Cuba Gooding Jr. Con él vimos cómo la cosa se fue calentando. Después de un par de golpes bajos del aspirante, en el último asalto, otro directo a la entrepierna y el entrenador del campeón que salió a partirle la boca a alguien. Encontró la del preparador de Judah y se armó una buena hasta que la policía tomó el ring. Ganó Mayweather y nosotros quedamos con Cuba en una fiesta a la que también estaban invitadas Paris Hilton y Lindsay Lohan. Seguro que ellas también habían venido a Las Vegas a trabajar. Puede que quisieran juntarse para una reunión. Puede que lo hiciéramos. Puede que lo cuente algún día.

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