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Archive for the ‘Citas’ Category

Se está liando en Tenerife. La cosa se llama LuchaLibro y se explica como el «primer campeonato de improvisación literaria». Para participar, hay que enviar un relato a luchalibrotenerife@hotmail.com. Los 16 seleccionados se partirán la madre a letrazos en el Café Atlántico de Santa Cruz de Tenerife. Las peleas, improvisadas, van con máscara y todo y prometen ser cosa fina. En juego está la publicación de un libro. Yo no tengo nada que ver con el asunto. Bueno, ahora sí, lo apoyo a saco. Me contactaron para contármelo y me pareció bien chulo. Me puse en sus manos y, a través de Facebook, me propusieron un reto, construir un relato con tres palabras que me proponían: pastilla, armónica y centro comercial. Como soy un tío obediente, sobre todo si las cosas me las piden gente enmascarada, me puse a ello. Lo que pasa es que lo hice en un día nublado y la cosa salió así:

Suena. Un blues que trota sobre el cuatro por cuatro recordándonos que antes también fuimos esclavos. Sabe. Que el asco no lo quitan ni los antidepresivos ni las pastillas con las que engañan los chavales a la realidad durante el fin de semana. Siente. Pero no hace caso y piensa que todo está mal aunque ella está segura de que jamás fue tan feliz. Sueña. Con un mundo en que el ser humano fuera consciente de que pasar el rato en un centro comercial no es ser humano. Soy. El protagonista de un lamento de Lightin Hopkins y el culpable de todo. Sólo. Tengo aire para respirar una vez más y lo voy a gastar soplando un sol en la armónica para que ella se entere de que hay luz al final del túnel. Sí. Hoy tocaba una canción triste pero mañana será otro día aunque yo me lo vaya a perder. Suerte. La vais a necesitar.

Lo dicho, si alguien está leyendo, vive en Canarias y es de escribir y deivertirse, se puede informar en su Facebook y en su web.

 

 

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Queremos cambiar el mundo pero,
¿estamos dispuestos y somos capaces de cambiar nosotros?

A propósito de Somalia, Londres, el #15M, el neoliberalismo, la corrupción, la codicia, la tolerancia, la Naturaleza, los accidentes, la salud, la alimentación, las drogas, la familia, la pareja, los errores… Exigimos responsabilidades, y está muy bien, pero ¿somos conscientes de lo que somos responsables y capaces de aprender de ello? No me contesten ahora, háganlo… después de la visita del Papa.

Suena A Message To You (Rudy), The Specials.

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España es un país maldito, porque la gente no tiene ningún sentido cívico, de pertenecer a una colectividad, para intentar lo mejor para todos. Y no es por deformación del franquismo y de tantos años de dictadura: eso lo llevamos en las entrañas los españoles».

Luis García Berlanga, en un frase sacada de El País de hoy.

Suena, por tercera vez y las que haga falta, Maldito país, Eskorbuto.

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La despedirán. Imagínate todo lo que podrá hacer una vez liberada del periódico. Aunque ella es incapaz de imaginar nada: ha odiado el trabajo durante años y, sin embargo, se queda en blanco cada vez que piensa en su futuro fuera de la redacción».

Para abarcar mejor una de las mejores novelas que se han podido -bueno, que yo he podido- leer últimamente es conveniente haber trabajado al menos unos meses en la redacción de un periódico. A ver, basta con saber leer para disfrutar de Los imperfeccionistas, de Tom Rachman, pero lo suyo es conocer el percal para compartirlo con el escritor. Rachman pasó un tiempo en París currando para el International Herald Tribune, suficiente como para empaparse de ese periodismo en peligro de extinción, de sobra para hacer un libro muy fácil de leer pero muy difícil de escribir. Porque ningún retrato realista sobre el periodismo diario puede ser muy dulce pero casi todos podrían  ser demasiado agrios. Y Rachman sabe contenerse sin dejar de transmitir una sensación que un servidor sintió después de casi un año de servir en una redacción de aquéllas: que la vida del periodista de periódico tiene muchas papeletas para terminar por ser una vida miserable. Aunque puede que adictiva.

Se pregunta cuándo puede encontrar tiempo la gente para reflexionar. Pero ella no lo tiene ni para contestar su propia pregunta».

Cada día de un currito de periódico es un sprint. Por eso lo de diarios. Su trabajo se plantea a eso de las once de la mañana y debe estar terminado alrededor de las nueve o doce de la noche, según la edición. Como dice Rachman, no hay tiempo para reflexionar como tampoco lo hay para ir al dentista o acudir a un funeral. Sí hay tiempo para comerse marrones de todos los colores, oxímoron mediante; para pelear, aún sin querer pero siempre con bando asignado, en alguna de las luchas tribales que se dan en toda redacción; para contemplar la decadencia de una profesión que quizá sólo fue ideal en el recuerdo; para hacerlo mal, regular y a veces hasta bien; para admirar cada día el milagro de que todo llegue otra vez listo para el cierre; para hacer los mejores amigos y enemigos; para aprender un huevo de la profesión y otro de la condición humana. Hay tiempo para todo eso y, por eso, no queda tiempo para escapar. Ni para pensar en ello.

Quizás haya acabado como relaciones públicas porque eso es lo que es: carne de relaciones públicas. Una persona afectuosa pero no excepcional. Tal vez haya encontrado el nivel que le corresponde».

Es posible que de ahí venga esa soberbia que ducha cada mañana a muchos de los que cruzan la puerta de una redacción. Cierto es que el periodismo de periódico es el más puro de los periodismos (con permisito de las agencias, que a mí siempre me parecieron otra cosa profesional) pero tampoco es para llevarnos el pedestal a las ruedas de prensa. Pedestal que se eleva según sea la tirada e influencia del medio, llegando a dar vértigo mirar o siquiera llamar a según qué plumillas de según qué diarios. Pero que este periodismo sea sin cortar no debería dar licencia para nada. También la infantería es la forma más pura de hacer la guerra pero supongo que uno tiene que acabar un poco agotado de ser carne de cañón.

Sin embargo, esa combinación de televisión, música y helado es lo mejor que conoce».

He aquí la cuestión. O una de ellas. Las jornadas de más de diez horas, las semanas de diez días de curro, los horarios a contrapelo, las comidas de máquina, esa tensión que da sed de cogorza y demás daños colaterales de la profesión no ayudan a mantener una vida social ni personal de teleserie de las de antes. Así no hay forma cuidar una familia en condiciones. Ni un perro. La soledad del corredor de fondo. Una leche. La soledad del redactor de sucesos. O economía. O espectáculos.

Internet es a las noticias -decía- lo que las bocinas de los coches a la música».

Y luego está la visión del mundo tan fenomenal que se tiene. Se supone que el periodismo es una atalaya desde la que otear y contar todo lo que pasa por ahí debajo, un lugar privilegiado para comprender y digerir los hechos relevantes, un… carajo. Por todo lo anterior y por muchas cosas más que ahora ya no me apetece explicar, en un periódico se está demasiado ocupado para entender otra cosa que no sea el Quark (el programa de maquetación, de física no hablamos) ni para contemplar más que el momento de librar. Los periodistas de periódico ven el mundo pasar a toda hostia delante de sus teletipos y bastante hacen con coger al vuelo unas cuantas noticias para meterlas en la primera edición. Tan ocupados están que no han tenido tiempo, sobre todo los jefes, de preocuparse por lo que se les ha venido encima. Y por eso estos tiempos de rabieta.

Los periodistas eran tan susceptibles como los artistas de cabaret y tan tozudos como los maquinistas de una fábrica».

Y, sin embargo, estoy orgulloso de ser uno de ellos. O de haberlo sido. He tenido un montón de trabajos cojonudos por diversos motivos, he vivido unas pocas redacciones mágicas en prensa y televisión y he participado en la creación de proyectos muy chulos. Pero el tatuaje del periódico no se borra. Tom Rachman ha hecho una novela de diez que retrata algunas virtudes y muchas miseria de la profesión periodística. A mí me ha hecho feliz leerla, entre otras cosas, por recordar la redacción de La Razón, que es la mili que hice yo (como colaborador he pasado por casi todos pero eso es otra cosa). Lo que aprendí sobre el oficio, bueno y malo, pero mucho más. Los maratones de curro mano a mano con Pedro cuando sólo hacíamos números cero. Laura. El buen rollo con maquetación y cierre y las ganas de hacer cosas distintas. Los primeros textos de unas buenas amigas y excelentes periodistas, Itzíar, Raquel y Susana. La bofetada que recibí en la cara y en la redacción cortesía de una rubia. Las bofetadas que dimos, en la cara y en la calle, a un lector moreno de Burke.  David. Alguna muerte que me pilló de reenganche y que casi me mata, tipo Kubrick. Las mentiras de algunos. El trabajo en equipo. Las cenas en VIP’s. La borracheras en todas partes. Las resacas de los colaboradores que dolían como propias. La cara que pusieron los jefes cuando dimití. Un montón de gente que ahora no voy a citar porque esto no es la entrega de los Goya… En fin, que Tom Rachman ha escrito el libro que había que escribir sobre todo esto. Yo me voy a tomar algo.

Suena, porque estoy pillado, Eddy Current Supression Ring, Which Way To Go?

La imagen es de aquí.

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Uno de los efectos secundarios agradables de tomar drogas es que una vez que las has tomado accedes, como por arte de magia, al mundo de las drogas. Sales a buscar setas mágicas, te pasas una hora en el campo, comes las pocas que encuentras y de repente, como es natural, están por todas partes suplicándote que las cojas».

De Amor en Venecia, muerte en Benarés, de Geoff Dyer. El hombre trata de retratar esa cosa que pasa cuando uno se decide a darse a las drogas una noche y, como por arte de magia, las drogas deciden darse a uno. Puede que no quede muy claro, puede que por la traducción, pero luego lo explica. El protagonista y la moza que se ha ligado en la Bienal de Venecia han pillado un gramo, están en una fiesta en un barco y resulta que todo quisque les invita a líneas discontinuas. Pues eso. Que las drogas llaman a las drogas… ¿O acaso es una metáfora de algo más profundo?

Creemos que la renuncia se produce con mucha ceremonia, de forma definitiva, posiblemente como resultado del desencanto, la ira o la decepción, pero puede producirse gradualmente, tan gradualmente que no parezca una renuncia. El motivo de que no parezca una renuncia es que no lo es. Yo no renuncié al mundo; sólo perdí interés poco a poco por ciertos aspectos de él, me desentendí de él… y esa disminución de interés se vio lentamente correspondida. Así es como funciona. El mundo deja de elegirte; dejas de sentirte elegido por el mundo.

(…)

Pero siempre había algo. Ahora me daba cuenta de que esa cosa era yo mismo. Yo me estorbaba. Estaba delante de mí en la cola. Me hacía esperar a mí mismo. Todo era una suerte de espera. Cuando bebía cerveza estaba esperando a que el vaso estuviera vacío y me lo llenaran y empezara a beber de nuevo. En lugar del subidón de la cocaína, también lo controlaba para ver si el efecto se pasaba, para poder prepararme otra raya, tomar más, empezar a controlar otra vez…».

Del mismo libro que, como su título sugiere, en realidad son dos. O puede que no tanto. Quizás para vivir esa renuncia haya que haber disfrutado la plenitud, esa imagen deformada que pensamos que es la plenitud. Quizás para poder entender la espera y el estorbo desde fuera del yo haya que haber abusado del ego y haber tenido sobredosis de yo. No sé. Quizás porque no puedo. Al protagonista de esta novela se le desvanece el yo en un viaje extendido a Benarés y yo no he pasado por allí. Yo aún no estoy en ese punto, todavía estoy cerca de la postura de mi amigo Javi, que el otro día me decía en una entrevista -porque yo entrevisto a mis amigos- «me fui de viaje a la India, cinco meses, pero no para encontrarme a mí mismo; prefiero tenerme lejos». Aunque, ahora que lo pienso, ¿no consiste en eso?

Suena I Against I, de Bad Brains.

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– (…) ¿Quieres saber la verdad? Las teorías conspirativas son una patraña.

– Claro -dijo Tom asintiendo-. Vale, ¿cuál de ellas?

– No una. Todas. Las inventan las autoridades para esconder lo que ocurre de verdad.

Tom río.

– Ésa es buena.

– No bromeo. La única teoría auténtica es ésta, porque la inventé yo. Cuanto más rara parezca, más probable es que una teoría sea cierta. Sólo suena extraño en el contexto de las mentiras que nos han entrenado para aceptar.

– Me he perdido -dijo Tom.

– Las autoridades controlan toda la información; así pues, también tienen que haber sido ellos los que inventaron las teorías. Planearon todas esas ‘teorías conspirativas’ porque la verdad sería aún peor si la supiéramos. Por ejemplo: conoces la hipótesis de que nunca aterrizamos en la Luna, ¿verdad?

– Vi un programa en televisión. Además, hay una película…

– Cierto. Pero el hecho es que esa idea es en sí misma una teoría conspirativa falsa, inventada para desviar la atención de la auténtica verdad. No hay Luna.

– ¿Perdón?

– No hay Luna. Y tampoco planetas. Todo el mundo se desgañita sobre si fuimos allí o no y así esquivan la auténtica verdad. Que allí… no hay ningún allí. Galileo se drogaba. Así es, amigo. Esta bola de piedra es todo lo que tenemos. El gobierno sabe cosas de los alienígenas y las oculta, ¿verdad? El hecho es que no hay alienígenas porque, véase más arriba, no hay resto del universo. La idea se la inventaron cuando fue evidente que necesitábamos un nuevo horizonte o el martes siguiente nos habríamos matado los unos a los otros».

Sacado de Los muertos solitarios, novela de Michael Marshall que no tiene nada que ver con las teorías de la conspiración aunque un poco sí, por eso que tiene de fantástico. Por cierto, habría que hacer un homenaje a Rodrigo Fresán, que dirige con tanto tino la colección Roja & Negra, de Mondadori, y a mi madre, que me ha regalado esta pieza. Por cierto bis, ¿alguien sabe sus coordenadas? Las de Fresán, no las de mi madre. Por probar con mi opción b.

Suena Space Is The Place, de Sun Ra.

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– Entonces, lo que me estás diciendo es que una de estas dos monedas acierta y la otra es embustera. A pesar de que sabemos que la respuesta está en el futuro. ¿Cómo es que es así? Porque el futuro ya ha sucedido.

– Eso no es verdad.

– Las monedas te contradicen.

(…)

– Si lo pienas bien, lo que me has dicho es como no decir nada.

– Si todos los acontecimientos desde el comienzo hasta el final del mundo estuvieran ya establecidos de antemano, yo no me atrevería a decir que eso no es nada. Lo que hacemos nosotros es viajar a través de esos hechos. Piénsalo.

– Estoy pensando.

– Puede que el futuro sea un lugar donde nunca has estado, como Sidney, Australia. ¿Has estado allí?

– No.

– Exacto -dijo Pierre-. Yo tampoco. Pero no decidimos que no exista sólo porque no hayamos estado nunca. No decimos que sea una gran ciudad o un poblacho a orillas de una carretera y, hasta que no vayamos allí, no será ni una cosa ni la otra.

Es un cacho de La región inmóvil, de Tom Drury (451). El libro es muy bueno. O no. No sé, que hoy no estoy como para presumir de sapiencia. Lo que si sé es que a mí me ha gustado. Bastante. Como siempre, gracias Paloma por la cesión.

Suena That’ll Be The Day, de Buddy Holly.

La imagen es de aquí mismo.

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Curioso e interesante documento. Un medio que se supone es el Granma de la modernidad entrevista a un hombre que representa una tradición presuntamente rancia y sanguinolenta. Rubén Lardín, en nombre de la revista Vice, se topa con el sastre de toreros Antonio López Fuentes, al mando de la sastrería Fermín, y el resultado es una pieza llamada Vistiéndolos para matar, que incluye fotos de Luis Díaz Díaz al matador de reciente alternativa Javier Cortés. La cosa resulta curiosa porque ocupa espacio en el especial de moda de la revista y demuestra que Vice es moderna de verdad (y en el buen sentido) y por eso no sigue la corriente y hace lo que le pone y se la pone dura. Y resulta interesante porque el periodista, que reconoce haber tenido prejuicios taurinos (que se le quitaron viendo el retorno de José Tomás en Barcelona), no es un aficionado y, por tanto, su aproximación al personaje y a su mundo es muy rica.

Yo copiopego algunos lances de la entrevista y si alguien quiere leerla entera, que haga click aquí con su ratón.

Y se visten con mimo, como se visten las novias en su día.
Claro. Vestir a un hombre de torero puede ser relativamente fácil pero lleva su tiempo y va desgranando un vocabulario específico. Sentirse “bien apretado”, por ejemplo, hay que sentirse muy ajustado, cuando te vas vistiendo. Hay detalles muy hermosos en la operación, como atar los machos, que son esas borlas que cuelgan de la taleguilla o de las hombreras y que el público le arrancará al matador si este sale a hombros. Se atan ayudándose con saliva o mojándose los dedos en agua. Todo eso es la trastienda, que sólo puedes ver si tienes amistad con algún torero y le vas a vestir a la habitación de su hotel. Se trata de un ritual sagrado y muy serio. El torero siempre se viste delante de un espejo y ahí ya empieza a crecerse, va dándose ánimos. Los mismos que luego le faltarán en la arena, cuando se ponga delante del toro. Vistiéndose hace todo el acopio que puede.

Sin embargo el traje de luces tiene algo de femenino.
Todo. Todo en él es femenino. Por eso se llama vestido antes que traje. Antes no había escuelas de toreros, el torero se hacía en el campo, ya fuera el hijo de un mayoral o un mozo de una de aquellas fincas inmensas que antes había. Los chicos toreaban allí con catorce o quince años, con medio cuerpo desnudo y bronceado. Los hacendados estaban por ahí ganando dinero en sus negocios, porque las haciendas nunca han dado dinero, pero sus mujeres se quedaban en la hacienda. Y, claro, esas mujeres le echaban un novillo a los muchachos, para verlos funcionar.

O sea, que todo parte de un impulso erótico de las señoras, como cualquier cosa de importancia…
Totalmente. Esas señoras acabaron vistiéndoles, haciéndoles ropita. Hoy en día todos los colores están asimilados, cualquier hombre puede vestir de rosa si le apetece, pero en otros tiempos esas mujeres vistieron a los chicos de colores insólitos para un varón. Los vistieron de mujer pero logrando que se vieran machos. Hoy le pones un vestido de luces a una mujer y la ves masculina. Al margen de que sea o no “más culona”. (…)

Estoy siendo morboso; es que no sé cuánto de traje de superhéroe hay en el vestido y cuánto de mortaja.
Nunca se plantea como mortaja. Nunca. El torero es un hombre antes de la corrida y otro muy distinto después, eso lo percibes hablando con ellos y es impresionante. En cuestión de minutos pueden ocurrir muchas cosas. Basta con una pequeña ráfaga de viento que mueva los machos de la taleguilla para que el toro los vea y corrija su embestida. Y en ese instante puede ocurrir lo peor. Pero no, yo no contemplo la mortaja, no quiero hacerlo. Aunque se te pase por la cabeza cualquier posibilidad, no puedes pensar en estar vistiendo un cadáver. (…)

¿Qué me dices de las incursiones de los grandes modistos? Hace poco Armani le hizo un goyesco a Cayetano, Picasso había hecho lo propio con su tío-abuelo, Luis Miguel Dominguín…
Todos los modistos quieren tocar este palo alguna vez porque es muy goloso, y en este negocio no te puedes distraer, hay que estar al tanto de cualquier noticia de “innovación”. Pero esto no es el mundo de la moda, esto es algo que no tiene nada que ver con Gaultier ni con Chanel. Ellos no saben darle el esplendor a los pechos y les es imposible entrar en los bordados. Las bordadoras existen gracias al mundo del toreo, porque los militares ya no bordan y los sacerdotes llevan por casulla un trapito, un mantel. El mundo del toreo está conservando oficios que fuera de él están obsoletos, por tanto es lógico que esas incursiones de altos modistos no hayan funcionado jamás. Este mundo es secreto, hay que estar aquí todo el día. (…)

Yo estuve viendo a José Tomás sin saberlo, sin haber oído hablar de ese tío jamás. Fui a la plaza por primera vez hace un par de años, en Barcelona, un poco por despecho. No tengo ningún referente familiar y antes me asqueaba todo este asunto de los toros, pero me empezó a asquear más que pensasen por mí y que hablasen de “prohibir”. Al principio, cuando picaron el primer toro, me fue muy crudo, pero de pronto entré en aquello y ya no puedo salir. Sin embargo, en Cataluña es horrible desarrollar la afición porque el pensar general es el “esto no va con nosotros”.
¿Pero tú crees que realmente es así? ¿No será porque los toros significan “España”, una cuestión política?

Algo de eso hay, claro, pero los antitaurinos insisten en lo de que es una tradición obsoleta y primitiva.
¿Y por qué no critican las pirámides de Egipto? O la dama de Elche. Lo antiguo tiene un valor, no se puede construir nada de la nada, hay que preservarlo. En el toreo, es cierto, hay un montón de arcaísmos que se han quedado fijados, pero para mí eso es valioso.

A mí me gustaría compartir este descubrimiento, pero cuando lo intento me llueven reproches de todos los frentes. No escuchan.
¡Y con lo que era Barcelona! Barcelona ha sido una de las ciudades con mayor afición de España, hasta que empezaron a languidecer los carteles, se fue bajando el listón. Yo creo que toda esa movilización parlamentaria se quedará en nada.

Es que la fiesta es algo “natural” y como tal no puede morir jamás, o al menos prohibirse. Tendría los efectos de una ley seca.
Efectivamente. Que se pueda llegar a la prohibición de las costumbres es peligroso. Si las corridas no tienen que existir, se extinguirán por sí solas. El único problema es que de la fiesta desapareció esa figura que podía condensar toda su fuerza de cara al pueblo.

Suena Massive Attack, Splitting The Atom.

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Antes, para llamar la atención de los dioses cuando la cosa iba mal, sacrificábamos vírgenes. Ahora quemamos coches*.

* Dice Adbusters que en Berlín se producen sacrificios nocturnos -más de 500 carros en llamas en tres años- en protesta contra la gentrificación y la conquista de zonas alternativas por parte del capitalismo de rapiña. El autor del artículo relaciona estas acciones con las protestas en los suburbios de París y Atenas y con el situacionismo y habla del poder simbólico del coche quemado por encima del incoveniente producido al propietario del buga. El que tenga curiosidad, puede ver un Google Map con los sacrificios actualizados al día en esta web.

Suena Light It Up, Blood Red Shoes.

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Comprendió que el vértigo no es más que la atracción terrestre que se ceba en el corazón del hombre que sigue siendo obstinadamente geotrópico. El alma se inclina perdidamente hacia esos fondos de granito o de arcilla, de sílice o de esquisto, cuya lejanía la enloquece y la atre al mismo tiempo, porque allí presiente la paz de la muerte».

Rescatado de Viernes o los limbos del Pacífico, de Michel Tournier. El libro me pareció bastante coñacete pero me gustó mucho esta definición del vértigo porque retrata buenamente lo que a mí me pasa por épocas y en según qué lugares altos (será que mi alma es exquisita en sus inclinaciones).

Suena The Fall, Dead Beat Descendant.

La foto la hice en el Waimea Canyon (el Gran Cañón del Pacífico para los amigos de la comparación fácil), en la bien bonita isla de Kauai, en Hawai. No es que el lugar me diese mucho vértigo, pero fue por allí donde me encontré con esta definición leyendo este libro (gracias, madre). Eso fue en verano, pero hasta hace poco no he recuperado el libro y, con él, la cita. Que todo hay que explicarlo.

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