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Posts Tagged ‘Drogas’

Queremos cambiar el mundo pero,
¿estamos dispuestos y somos capaces de cambiar nosotros?

A propósito de Somalia, Londres, el #15M, el neoliberalismo, la corrupción, la codicia, la tolerancia, la Naturaleza, los accidentes, la salud, la alimentación, las drogas, la familia, la pareja, los errores… Exigimos responsabilidades, y está muy bien, pero ¿somos conscientes de lo que somos responsables y capaces de aprender de ello? No me contesten ahora, háganlo… después de la visita del Papa.

Suena A Message To You (Rudy), The Specials.

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Uno de los efectos secundarios agradables de tomar drogas es que una vez que las has tomado accedes, como por arte de magia, al mundo de las drogas. Sales a buscar setas mágicas, te pasas una hora en el campo, comes las pocas que encuentras y de repente, como es natural, están por todas partes suplicándote que las cojas».

De Amor en Venecia, muerte en Benarés, de Geoff Dyer. El hombre trata de retratar esa cosa que pasa cuando uno se decide a darse a las drogas una noche y, como por arte de magia, las drogas deciden darse a uno. Puede que no quede muy claro, puede que por la traducción, pero luego lo explica. El protagonista y la moza que se ha ligado en la Bienal de Venecia han pillado un gramo, están en una fiesta en un barco y resulta que todo quisque les invita a líneas discontinuas. Pues eso. Que las drogas llaman a las drogas… ¿O acaso es una metáfora de algo más profundo?

Creemos que la renuncia se produce con mucha ceremonia, de forma definitiva, posiblemente como resultado del desencanto, la ira o la decepción, pero puede producirse gradualmente, tan gradualmente que no parezca una renuncia. El motivo de que no parezca una renuncia es que no lo es. Yo no renuncié al mundo; sólo perdí interés poco a poco por ciertos aspectos de él, me desentendí de él… y esa disminución de interés se vio lentamente correspondida. Así es como funciona. El mundo deja de elegirte; dejas de sentirte elegido por el mundo.

(…)

Pero siempre había algo. Ahora me daba cuenta de que esa cosa era yo mismo. Yo me estorbaba. Estaba delante de mí en la cola. Me hacía esperar a mí mismo. Todo era una suerte de espera. Cuando bebía cerveza estaba esperando a que el vaso estuviera vacío y me lo llenaran y empezara a beber de nuevo. En lugar del subidón de la cocaína, también lo controlaba para ver si el efecto se pasaba, para poder prepararme otra raya, tomar más, empezar a controlar otra vez…».

Del mismo libro que, como su título sugiere, en realidad son dos. O puede que no tanto. Quizás para vivir esa renuncia haya que haber disfrutado la plenitud, esa imagen deformada que pensamos que es la plenitud. Quizás para poder entender la espera y el estorbo desde fuera del yo haya que haber abusado del ego y haber tenido sobredosis de yo. No sé. Quizás porque no puedo. Al protagonista de esta novela se le desvanece el yo en un viaje extendido a Benarés y yo no he pasado por allí. Yo aún no estoy en ese punto, todavía estoy cerca de la postura de mi amigo Javi, que el otro día me decía en una entrevista -porque yo entrevisto a mis amigos- «me fui de viaje a la India, cinco meses, pero no para encontrarme a mí mismo; prefiero tenerme lejos». Aunque, ahora que lo pienso, ¿no consiste en eso?

Suena I Against I, de Bad Brains.

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Antes, cuando veía un coche de policía rondando, me temblaban las canillas. El viernes, cuando dos nacionales vinieron rascándose las narices a molestarnos a Nacho y a mí mientras charlábamos en la puerta de mi casa después de currar en Planeta Madrid, pasé un rato bastante entretenido viendo cómo uno de ellos se arrastraba por el suelo buscando en el coche de Nacho no sé si drogas, revistas porno o armas de destrucción masiva. Nosotros, señor juez, sólo teníamos tabaco. De liar.

Suena Eskorbuto, ¡Oh no! (policía en acción).

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Antes era rara la semana en que alguien no me preguntaba por un garito al que ir cuando todo había cerrado, me pedía papel de fumar o me ofrecía o reclamaba algún tipo de drogas o todas a la vez. Esta semana me han preguntado por una oficina de Gas Natural, una estación de Metro, los mostradores de Air Europa en la T2 y, lo más así al filo, una farmacia de guardia un domingo. Fue un mendigo polaco al que su compañero de puerta eclesiástica le había abierto la ceja por algún motivo. Yo, por cierto, acompañé al hombre a la farmacia. Antes no lo hubiera hecho: habría estado durmiendo.

Suena Tiempos nuevos, tiempos salvajes, de Ilegales (gran concierto de despedida en Madrí).

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Ahora que ya se puede medir la droga en el aire, ¿la autoridad se va a dedicar a perseguir al personal que se coge un pedo o al que se lo tira?

Suenan pedos en una de ésas maravillosas chorradas de la tele japonesa.

Y suena, ya en niponadas, Electric Eel Shock, Scream For Me.

 

La foto la encontré aquí.

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Y hablando de drogas y deporte, de hipocresia y leyes… ha caído en mi disco duro un estupendo documental llamado Bigger, Stronger, Faster que cuenta el camino de un loco por las pesas, Chris Bell, por llegar a la verdad sobre el uso de esteroides. El tipo, director y narrador de la cosa, es hermano de otros dos vigoréxicos, ellos usuarios de anabolizantes, que le ayudan a recorrer el trayecto. También lo hacen Ben Johnson, Carl Lewis, Gregg Valentino (brillante, el tío) y un buen puñado de deportistas, médicos, políticos y hasta vacas llenas de músculos. ¿Y cuál es la conclusión? Cualquiera. Porque en este tema, como en tantos otros, no hay una verdad absoluta pero sí está absolutamente lleno de mierda. Porque igual hay alguien leyendo este texto puesto de Lexatín que no admite el consumo de marihuana. Porque puede que yo mañana tenga que tomarme un jarabe con codeína para currar en condiciones pero que si anuncian que han pillado a, es un poner, Nadal curándose un resfriado con una sustancia prohibida se nos caerá un mito al que exigimos resultados y un expediente químico intachable. Porque, como dice el bateador Barry Bonds en la última parte del documental a un puñado de periodistas: «¿Es que ninguno de vosotros ha mentido nunca? No. Todos habéis mentido. Todos. ¿Por qué no vais a limpiar vuestros armarios y luego venís a sacar la ropa sucia del mío?».

Aquí va un tráiler, pero el resto está ahí fuera:

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Como si fuese Coco explicando lo de cerca y lejos, este blog hablaba antes de ayer del periodismo malo y hoy hace sitio para el periodismo bueno. El de Jon Sistiaga en su reportaje/documental para Cuatro llamado Narcoméxico, cuya primera parte se emitió el viernes (la segunda es el próximo viernes 2, creo). El título explica muy bien de qué va la cosa. Es un retrato bastante amplio y detallado de la gripa mexicana, con unas cámaras que se meten, sin necesidad de ocultarse, en todas partes y retratan a casi todos los actores. Y con un periodista que hace, a la cara, las preguntas que hay que hacer y que cuenta historias de verdad sin sobredosis de manipulación ni sensacionalismo. Aunque, eso sí, a veces se pasa de moralista y otras confunde, por ejemplo, los gritos y porras de la lucha con actitudes vitales. Como si apoyar a los rudos fuese el primer paso para convertirse en el mochaorejas, no manches. Se puede ver en Youtube (y aquí) por cortesía de Loquetegusta.com.

Que quede claro que no soy ni familiar ni amigo de Sistiaga. Vi el reportaje de casualidad, me gustó y me pareció justo decirlo después de haberme cagado en casi toda mi profesión. Tampoco soy nada amigo ni familiar de Cuatro, pero mola que pongan cosas así en su late night y que tengan 1.341.000 espectadores (8,5% de share); eso sí, 918.000 menos que Dónde estás corazón.

Actualizo: He aquí la segunda parte del reportaje documental Narcoméxico. Chinasky, yo creo que aquí sale lo que echabas de menos en el comentario. Me sigue pareciendo buen periodismo.

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heroina

Que paren las máquinas: acabo de leer en ADN.es que los terroristas que perpetraron la escabechina en Bombay tomaron cocaína y LSD (¿?) para permanecer despiertos. Parece ser que la policía ha encontrado jeringuillas (¿¿??) con restos de esas drogas y también de esteroides (¿¿¿???). Fuentes bien informadas aseguran que Esperanza Aguirre, en cambio, iba totalmente serena cuando decidió dar su rueda de prensa con los calcetines puestos. Seguiremos informando.

calcetines

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¿Por qué las drogas (ilegales) resisten impasibles a la inflación y no han subido ni bajado* de precio ni con el redondeo al euro ni luego?

* A pesar de lo que dice El Pais.

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Último texto sobre profesiones, mmm, distintas para Interviú. Éste fue publicado el lunes 1 de septiembre. Si alguien tiene un asuntillo con la ley, aquí puede contactar con Helena, la prota de estas líneas. De mi parte.

Sorprende escuchar a una mujer lamentarse de que muchas denuncias de malos tratos son falsas y de que, por eso, muchos hombres acaban condenados injustamente. Es aún más extraño oírselo a una mujer que que es abogada. Es más raro pero muy creíble. Helena Echeverri Aznar lo es desde hace 15 años. No hay tradición en su familia pero ella decidió matricularse en Derecho y no estudiar Antropología porque le pareció que era una buena manera de juntar sus dos vocaciones: tratar de defender la Justicia y conocer de cerca el comportamiento de la gente. Helena, que también hizo cuatro años de Criminología, ha visto mucho. Y mucho malo.

«Una mujer me planteó que qué me parecía poner una denuncia por abusos sexuales a su hijo por parte de su ex marido. Era mentira pero ella quería hacerlo para quedarse con la custodia. El problema en asuntos de malos tratos es que el uso del derecho se ha convertido en un abuso. Hay infinidad de denuncias falsas y lo peor es que los medios no hablan de ello». Ojo, que nadie vaya al Ministerio de Igualdad a señalarla con el dedo. Helena defiende también a muchas mujeres maltratadas. Lo único que trata de explicar es que no todo es lo que parece. «A veces los jueces son ingenuos y piensan que lo que cuenta la policía es verdad y que lo que dice la persona que va esposada es mentira y no hay que darle credibilidad».

Pone un ejemplo. Un caso de una mujer rusa acusada de tráfico de cocaína. Ella rogó al juez que la tomara delcaración de nuevo, aseguraba ser inocente y avisaba de que su abogado, su suegro, no era de fiar. Nadie la prestó atención hasta que unos policías de la Audiencia Nacional le dijeron al juez que tenían unas escuchas que demostraban que todo era un complot entre el abogado y unos policías para que él se pudiese quedar con la custodia de sus nietos».

Sus clientes hablan a Helena de policías que golpean a detenidos sin motivo y que roban drogas. De abogados que aceptan pagos en especias (cocaína) o que colaboran con delincuentes convirtiéndose en cómplices y contraviniendo su código deontológico. Luego están los medios. «Es lamentable que se hagan series de casos famosos antes de que tenga lugar el juicio. Es una forma de predisponer a la sociedad contra una persona y de quitarle la posibilidad de tener un juicio justo». A Helena disfruta de su trabajo, pero no acepta todo lo que hay alrededor. Y no se calla. «A mí el jurado me parece lamentable. La Justicia se tiene que impartir por profesionales. Igual que yo no corto chuletas de vaca, entiendo que los ciudadanos no pueden decidir si una persona es culpable o inocente en función de la bonita retórica de un abogado».

Helena es apasionada al hablar y parece llena de energía. También es muy lista. Nada más licenciarse, entró a trabajar en un hospital en el departamento de Recursos Humanos. Allí se enteró de que habían ingresado a un abogado muy conocido. Quizás, algún cliente insatisfecho le había pagado con cinco puñaladas. Helena, en cualquier caso, le mandó una tarjeta deseándole una pronta recuperación. El hombre se lo agradeció ofreciéndole trabajo. En año y medio con ese abogado de cuyo nombre prefiere no acordarse vivió muy de cerca casos tan famosos como el del mendigo asesino o el de la Dulce Neus.

Cuando se sintió preparada, abrió despacho propio donde defiende temas de familia y a cultivadores de marihuana. Helena es abogada de la AMEC (Asociación Madrileña de Estudios sobre el Cannabis), por compromiso, por convicción: «Me quedaría sin trabajo, pero se deberían legalizar las drogas. Por lo menos el hachís y la marihuana. Lo otro no lo tengo tan claro, pero sé que la legalización evitaría mucha delincuencia; aunque también quebrarían más inmobiliarias de las que están quebrando y mucha gente que blanquea en restaurantes y tiendas se quedaría sin actividad».

Pero Helena no se limita a eso. Además de ser profesora de Derecho Penal, es abogada del turno de oficio. En el turno es donde de verdad puede observar esos comportamientos humanos que tanto le interesan. En el turno ha defendido a acusados de pertenecer a Al Qaeda o a un camionero rumano que atropelló a ocho guardias civiles y mató a seis. Y, también, al asesino de la baraja. Vuelve a hablar claro: «Tengo grandes dudas de que Alfredo Galán fuera el asesino de todos los crímenes que le imputaron. Estoy convencida de que en al menos dos no era él».

Escuchando a Helena, puede dar la sensación de que se acaba generando una empatía entre el acusado y su abogado y de que por eso no sólo los defiende en un juzgado sino ante una grabadora y una Coca Cola. Ella lo admite, pero con alegaciones: «Muchas veces sí me implico personalmente. Incluso sabiendo que son culpables. Pero con muchos otros, no. Sabes que son unos cabrones y que tú tienes que hacer tu trabajo pero que no le vas a invitar ni a un cigarro». También admite divertida ciertos momentos peliculeros, de ésos en los que el recluso y su abogada pueden acabar en un doble final feliz de libertad y matrimonio, valga el oxímoron. «Si estás solo en la cárcel y la única persona que va a verte es una chica, pues puede pasar que algún cliente se enamore de ti. Yo alguna vez me he fijado en alguno, pero más que con sentimientos amorosos, con ganas de salvarlo, de llevarlo por el buen camino».

En la vida, de todos modos, no abundan los finales felices. Sí hay, en cambio, situaciones que superan el esperpento. Sobre todo cuando está de por medio la burocracia. «Recuerdo a un hombre al que acababan de notificar un auto de alejamiento los juzgados y le dio un ataque al corazón. Cuando llegó la ambulancia para llevárselo, el secretario del juzgado se plantó diciendo que no se podía ir hasta que no hubiera firmado la notificación del auto… ¡Y el tío se estaba muriendo!».

Helena se acaba la Coca Cola y se dispone a marcharse a los juzgados de Plaza de Castilla. Tiene que defender a un rumano acusado de apuñalar a otro. Parece que él sólo intentaba ayudar y que los que lo acusaron son cómplices del agresor. Pero no hay testigos y el caso parece complicado. «El último caso siempre es el más difícil». Helena, por lo menos, ya va aprendiendo a separarse un poco de todo eso malo que ve y que vive. «Ahora intento que me afecte lo menos posible, pero no sé si es bueno. Cuando te dedicas al derecho penal social, hay que poner algo de corazón en lo que haces». Como decían aquéllos, es rock and roll, pero le gusta. No se ve haciendo otra cosa. «De alguna manera, pienso que ayudo a la sociedad sacando libre a un inocente o logrando la condena para un maltratador».

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