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Posts Tagged ‘Medusas’

El siguiente texto es un editorial de The Economist titulado Un mar de problemas y trata, claro, de cómo están nuestros océanos. Está completo y traducido, espero que no muy mal. Puedes pasar de leerlo y pensar eso de «ya está otra vez el pesado éste con las malas noticias». O puedes ocupar un rato de su tiempo para ver qué opina sobre el asunto un medio de comunicación tan liberal, conservador y poco sospechoso de ecologista radical como el Economist.

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No se conoce mucho acerca del mar; la superficie de Marte está incluso mejor explorada, se suele decir. Pero ya se han hecho 2.000 agujeros en el lecho marino, se han tomado 100.000 fotografías, los satélites tienen monitorizados los cinco océanos y en todos hay boyas llenas de instrumentos subiendo y bajando como yoyós perpetuos. Mucho se sabe y muy poco es tranquilizador.

La preocupación empieza en la superficie, donde  una atmósfera cargada con dióxido de carbono producido por el hombre interactúa con la mar salada. El agua se ha hecho así más ácida, haciendo la vida difícil, si no imposible, para organismos marinos con conchas o esqueletos de carbonato-cálcico. No son bichos tan familiares como langostinos o langostas, sino especies como el krill, criaturas que son como gambas minúsculas y que juegan un papel crucial en la cadena alimenticia: acaba con ellas y acabarás con sus depredadores, cuyos depredadores pueden ser los que te gusta comer fritos, a la parrilla o con salsa verde. Y lo que es peor, desestabilizarás el ecosistema entero.

Eso es lo que también hace la acidificación a los arrecifes de coral, especialmente si ya están sufriendo sobrepesca, subidas de temperatura y polución. La mayoría padecen todo eso y por ello están seriamente dañados. Algunos científicos creen que los arrecifes de coral, hogar de un cuarto de todas las especies marinas, desaparecerán por completo en unas pocas décadas. Eso será como el fin de las selvas y bosques pero en el mar.

El dióxido de carbono afecta al mar de otras maneras, sobre todo por el cambio climático. Los océanos se expanden al calentarse. También suben por el efecto de los glaciares y capas de hielo que se derriten: el hielo de Groenlandie está en vías de derretirse por completo, lo que puede elevar el nivel del mar cerca de siete metros. Para el fin de este siglo, el nivel puede haber subido 80 cm, incluso más. Para los 630 millones de personas que viven a una distancia de 10 km de la costa, eso es cosa seria. Países como Bangladesh, con 150 millones de habitantes, estarán inundados. Incluso la gente que vive en el interior se verá afectada: las sequías del Oeste de los Estados Unidos parecen estar causadas por el cambio de las temperaturas de superficie de Pacífico tropical.

Y luego están las mareas rojas de algas, las plagas de medusas y las zonas muertas donde sólo sobreviven los organismos simples. Todo ello crece en intensidad, frecuencia y extensión. Todo ello, también, parece estar asociado con varios traumas que el hombre inflige a los ecosistemas marinos: sobrepesca, calentamiento global, los fertlizantes que van de la tierra a los ríos y estuarios y, a menudo, todo el lote en cadena.

Algunos de los cambios pueden no ser obra del hombre en su totalidad. Pero uno del que no cabe duda es la muerte de los peces: la mayoría de los grandes han sido atrapados por las redes de pesca. Y el resto lo será en poco tiempo si el pillaje continúa a los niveles actuales. De hecho, cerca de tres cuartas partes de todas las especies de animales marinos están por debajo, o a punto de estar por debajo, de sus niveles de sostenibilidad. Otro cambio es la aparición de una masa de desperdicios plásticos que se arremolinan en dos enormes coágulos en el Pacífico, cada uno tan grande como los Estados Unidos. Y el mar tiene otro montón de males, que se señalan aquí.

Neptuno lloraría

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Cada una de esas transformaciones es una catástrofe. Juntas son algo mucho peor. Además, están sucediendo alarmantemente rápido, en décadas y no en los eones necesarios para que peces y las plantas se adapten. Y muchas son irreversibles. Harían falta miles de años de reacciones químicas en los océanos para volver a una condición similar a su estado preindustrial de hace 200 años, según la Royal Society, el grupo de científicos más prestigioso de Gran Bretaña. Muchos incluso temen que algunos cambios están alcanzando los umbrales en los que los siguientes cambios pueden acelerarse sin control. Nadie llega a entender, por ejemplo, por qué el bacalao no ha vuelto a los Grandes Bancos de Canadá incluso después de 16 años de paro en la pesca. Nadie sabe muy bien por qué los glaciares y las capas de hielo se derriten tan rápido o por qué el lago de hielo derretido que cubre 6 km² en Groenlandia se puede secar en 24 horas, como pasó en 2006. Esos sucesos inesperados ponen nerviosos a los científicos.

¿Y qué se puede hacer para poner las cosas en su sitio? El mar, la última parte del mundo en la que el hombre actúa como cazador-recolector -y como bañista, minero, basurero y polucionador en general- necesita ser administrado, del mismo modo que la tierra. La economía exige, tanto como la ecología, que se dejen de despilfarrar recursos de los océanos. La mala administración y la sobrepesca desperdician 50.000 millones de dólares al año, según el Banco Mundial.

La economía también da algunas respuestas. Para empezar, los subsidios de pesca deben ser abolidos en una industria que se caracteriza por su ineficacia y por estar sobredimensionada. Después, los gobiernos necesitan encontrar la manera de dar a los que viven de explotar los recursos del mar un interés por conservarlo. Una forma puede ser el sistema de cuotas de pesca individuales y transferibles que parecen haber funcionado en Islandia, Noruega, Nueva Zelanda y el oeste de Estados Unidos. Los mismos derechos que se han dado a los contaminadores por carbono en Europa se pueden dar a los de nitrógeno y a los mineros de las paltaformas continentales. Un sistema de comercio de opciones y futuros también puede ayudar.

Las cuotas funcionan en aguas nacionales. Pero en alta mar, fuera de los límites territoriales, presentan mayores problemas y muchos temen que los atunes, tiburones y demás grandes animales que nadan en el azul sean exterminados. Los acuerdos internacionales de pesca que regulan partes del Atlántico Norte demuestran que la administración puede funcionar, aunque la comisión del atún del Atlántico muestra que puede ser un desastre. Y donde la pesca no pueda ser regulada, debe ser parada. No hubo nada tan bueno para los peces en Europa en los últimos 150 años que la Segunda Guerra Mundial: dejar los barcos amarrados permite recuperar los bancos. Una solución preferible hoy en día sería crear reservas marinas, cuantas más y más grandes, mejor.

En un mundo cuya demanda de proteína crece día a día, la necesidad de conservar el stock es clara. Los remedios no son difíciles de comprender. Pero los políticos, en cualquier caso, son cobardes. Muy pocos están dispuestos a enfrentarse a los poderosos lobbies, salvo en pequeños países en los que la pesca es tan importante económicamente que el peligro de extinciones masivas no puede ser ignorado.

Ahora coge la ola agitada

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Pero la extinción masiva que debe tenernos preocupados es, aunque remota, la de la humanidad. No es inteligente descartarla cuando se trata de emisiones de CO2, la otra gran maldición para los océanos. A largo plazo, los mares son una gran lavadora para el carbono. Son capaces de ayudar a evitar el calentamiento global, ofreciendo, por ejemplo, almacenamiento de CO2 y energía a través de la fuerza de las olas y las mareas. En cualquier caso, continuarán cambiando y siendo cambiados mientras el hombre siga soltando tanto carbono a la atmósfera.

Hasta ahora, la subida del nivel del mar, los corales muertos y la extensión de las mareas rojas son sólo distracciones menores para la mayoría de la gente. Unos cuantos huracanes más como el Katrina, algunas inundaciones trágicas en las ciudades costeras del primer mundo, puede que el fin de la cinta transportadora oceánica que calienta Europa Occidental, cualquiera de estas cosas atraparía la atención de los políticos. El problema es que, para entonces, puede ser demasiado tarde.

Hoy es el último día del año. Muchos se hacen buenos propósitos de cambio para el año que viene. Apuntarse a un gimnasio, dejar de fumar, tratar mejor a su familia… No estaría mal también proponerse cambiar el entorno, dejar de perjudicarlo, tratarlo mejor. Cuidarlo. Reducir la huella de carbono, ahorrar energía, apagar las luces y esas cositas que ya sabemos todos. Pero hay más: rechazar las bolsas de plástico que ofrecen sin necesidad en todas partes, tratar de no consumir más animales salvajes en peligro de extinción (¿comerías rinoceronte? Entonces, ¿por qué comes atún?) y, sobre todo, exigir a los que deciden por nosotros que protejan los océanos, que no busquen votos a cambio de cuotas de pesca, que respeten los acuerdos de Kyoto o Poznan o, qué coño, que los mejoren, que se preocupen por cuidar lo más posible el lugar en que vivimos y del que vivimos. Es verdad, ninguno de nosotros puede arreglar este problema. Pero sí que cada uno de nosotros puede hacer lo posible por no estropearlo más. No es una postura ideológica. No es, ni siquiera, una postura. Es un asunto de ética. Del mismo modo que te preocupas y luchas por ti mismo y por los que te rodean, te debes preocupar y luchar por lo que te rodea, por tu planeta. O no. Tú mismo.

Hay un mar de problemas, sí. Pero también hay millones de soluciones. Las que podemos aportar cada uno de nosotros.

Feliz año nuevo.

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· El arte todavía respira en algún lado. En Rusia han dado 40.000 euros y un premio (Kandinsky) a un tal Alexéi Beláyev-Gintov y se ha armado una gorda porque parece que el tío y su obra defienden ideas patrióticas y tradicionalistas. La cosa ha provocado manifestaciones, críticas furiosas y erupciones volcánicas. Al leer la noticia el sábado en El País, pensé en la posibilidad de una situación así por aquí y en seguida pensé en otra cosa.

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· Los gringos (algunos)son más tolerantes de lo que pensamos (y de lo que pensamos de nosotros mismos). Viendo por fin ese inmenso documental de 2005, The Devil and Daniel Johnston, asistí a una escena que también se me antojó imposible por aquí. El cantautor tarado y genial, ya presa de sus delirios psicóticos, viaja a Nueva York invitado por los reyes del indie, Sonic Youth, y da unos recitales pequeños ante lo muy muy y lo más más de la escena alternativa de la ciudad. Y el tío se dedica, además de a tocar sus imposibles canciones, a pontificar sobre satán y dar fe de su religiosidad. Y los asistentes, poco probablemente religiosos, no silban ni tosen ni se cabrean. Se limitan a callar y a escuchar. Seguro que sería lo mismo en Madrid. Sí. Sí.

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· Cada vez estamos más cerca de que las pescaderías tengan sólo medusa, pero lo que nos alegramos. Así se entiende al leer las noticias, pocas y pequeñitas, por cierto, sobre el reparto de cuotas de pesca decidido en Bruselas. «España podrá pescar 2.000 toneladas más en 2009», es el titular de El País. Yuhu. Al verlo me acuerdo de que a Daniel Johnston le detuvieron e Nueva York después del recital mencionado antes por pintar pececitos cristianos en la Estatua de la Libertad. Igual no tiene nada que ver o lo mismo es una metáfora que te cagas.

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Cerca de un 90% de los grandes peces depredadores -atún, pez espada, bacalao, halibut- ha desaparecido desde mediados del siglo XX. Un estudio publicado hace dos años en Science predice un colapso mundial de los stocks de pescado en 40 años».

Muchos expertos creen que los gobiernos han sido demasiado considerados con la industria de la pesca. La Unión Europea, China, Japón y los Estados Unidos gastan 20 mil millones de dólares anuales en subvencionar una industria de 90 mil millones. El número de barcos pesqueros en el mundo, que Naciones Unidas estima en 1,3 millones, debe reducirse en una tercera parte para llegar a niveles de sostenibilidad (algunas organizaciones elevan la cifra a la mitad)».

Menos del 1% de los océanos tiene una alguna forma de protección mientras que más del 10% de la tierra ha sido apartada del desarrollo. […] Algunos expertos sugieren que hasta el 20% de los océanos necesitará ser protegido de la pesca, un número tan alto que parece políticamente imposible».

Por nuestro papel como consumidores, nosotros no somos menos culpables que los pescadores del estado de los mares. El consumo de pescado se ha doblado desde 1973 y, justo ahora que se conocen mejor sus beneficios para la salud, está claro que tenemos que comer menos pescado y que el pescado que comamos debe ser más pequeño y estar más abajo en la cadena alimenticia, donde los efectos de la pesca son menos negativos. […] Y haríamos bien en en analizar por qué nos parece indignante pensar en un mundo sin lobos o elefantes pero miramos sin hacer nada cómo el atún rojo es pescado hasta casi la extinción».

Éstos son algunos extractos de un reportaje llamado Fin, the last days of fish, escrito por Peter Alsop y publicado en una revista/website/comunidad muy maja llamada Good. Lo que dice no es especialmente derrotista. Es lo que hay. La situación de los mares es alarmante. Alimentarse a base de pescado salvaje a estas alturas de civilización es como si estuviésemos comiendo aún carne sacada de la caza de ciervos, elefantes y, no sé, leones. Aunque los medios no se ocupan mucho del tema y las cuotas de pesca se protegen como si fuesen la reserva de oro de los países, es fácil ver las consecuencias: la sopa de medusas de cada verano, el precio desorbitado del pescado y, si buceas, la ausencia de peces medianos y grandes en mares presuntamente protegido como el Rojo. El problema es que le cuentas todo esto a cualquiera y te escucha con cara de comprenderte mientras piensa en el sashimi de atún rojo que se va a cenar. Que le aproveche. A mí me tira del nabo. Yo no tengo hijos.

La foto de la medusita es mía, pero la cambio por un espeto de sardinas.

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