¿Por qué los medios de comunicación se empeñan hacer un ruido tan irrelevante como una conversación de bar? ¿Por qué un informativo como el de hoy de Cuatro pretende llamarse así, informativo, después de haberse tirado diez minutos hablando del tiempo (hoy mucho calor pero en julio un frío inusual y en agosoto no te creas)? ¿Por qué El Mundo se hace eco de la estupida denuncia de nosequé sindicato de policía que se queja de que los nacionales apostados en el Congreso, pobrecitos míos, habían recibido insultos y peinetas por parte de los indignados, llama a eso violencia y no piensa que, haciendo tal cosa, está insultando a la inteligencia de sus lectores? ¿Por qué El País Semanal el otro día hablaba de algo que hace la mitad de su clientela, que es compartir fotos en la red, como si fuese el descubrimiento de una cura contra el cáncer? ¿Por qué todos se empeñan en hacer cosas que no son su función y no hacen lo que tienen que hacer? ¿Acaso no saben que si nos queremos emocionar vamos a ver una de Meryl Streep? ¿No se dan cuenta de que cuando queremos reírnos podemos repasar a Monty Python? ¿Por qué no nos cuentan historias interesantes? ¿Por qué no nos descubren cosas? ¿Por qué no nos hacen pensar? ¿Por qué no nos tratan como si fuésemos inteligentes cuando es lo que somos? ¿Por qué vamos a seguir comprando, viendo, leyendo y oyendo ese ruido tan irrelevante como una conversación de bar pero muchísimo más aburrido pudiendo estar en el bar conversando?
Suena, porque me lo ha descubierto hoy Jesús Radio City y me ha caído muy bien, Buffalo Killers, Let It Ride.
En los años 70 se llegó a un punto en el que todo quisque decidió que en las portadas de las revistas tenía que aparecer el típico rostro del mes, alguna jodida aspirante a estrella, junto a 20 pequeñas descripciones del contenido y, encima de todo, el logo. Ahora vas al puesto de prensa y hay entre 30 y 40 revistas con el mismo aspecto externo. Y hay gente que defiende eso. Tina Brown [antigua editora de Vanity Fair y New Yorker] me dijo en cierta ocasión, “Mira, George, hoy en día ya no puedes hacer portadas como aquellas. Hay demasiadas revistas”. Y yo le repliqué, “¿Qué significa eso? Tina, si cogieras una de mis portadas, una cualquiera, y la vieras en un puesto de prensa, se te saldrían los ojos de sus órbitas. ¡Ahora todas las revistas tienen el mismo aspecto!”.
Dicho queda. Y dicho por George Lois, autor de las míticas portadas que hicieron mítica a la revista Esquire y el hombre que en los 60, primero como director de arte y luego como socio de las primeras agencias creativas americanas, convenció a las marcas de que también se podía vender haciendo anuncios distintos, sorprendentes y, a veces, geniales. Esto lo dice George Lois en una de esas joyas que se encuentran a veces en la revista Vice, o en su versión online. Firmada por Rocco Castoro, la entrevista cuenta mucho sobre revistas y bastante sobre su relación con Harold Hayes, director de Esquire. También se habla de publicidad, de cómo hasta el mísmísimo Scorsese se decepcionaba al saber que Lois, más allá de las portadas, lo que hacía eran anuncios… Ah, y también se menciona a Mad Men, que no le gusta nada a George Lois aunque haya sido él uno de los modelos para construir a Don Draper y alrededores.
Y ahora, paso a lo personal. En mi casa he mamado revistas y respirado publicidad. Leer a Lois me ha llevado a la forma de hacer publicidad y revistas que yo vi al crecer. No suelo ser muy nostálgico pero creo que fueron, para eso, tiempos mejores. También creo que estos pueden ser buenos tiempos para saltarse el guión. Sólo hace falta valor.
En cualquier caso, uno de los hombres que más admiro dijo ayer cuando le pasé la entrevista: «Qué bien. Qué tipo tan enorme». Y mi padre no dice estas cosas muy fácilmente.
Suena RJD2, My Beautiful Mine, y se ve la versión Simpson de la cabecera de Mad Men.
La imagen, sacada de aquí, es una portada de Lois de 1966. O cómo contar la Guerra de Vietnam en menos de 100 caracteres sin Twitter a la vista. Otra cosa, aprovecho para agradecer a todos los que me están abasteciendo de temporadas de Mad Men. Aunque a George Lois no le parecza que refleje la realidad, estoy pillado.
La despedirán. Imagínate todo lo que podrá hacer una vez liberada del periódico. Aunque ella es incapaz de imaginar nada: ha odiado el trabajo durante años y, sin embargo, se queda en blanco cada vez que piensa en su futuro fuera de la redacción».
Para abarcar mejor una de las mejores novelas que se han podido -bueno, que yo he podido- leer últimamente es conveniente haber trabajado al menos unos meses en la redacción de un periódico. A ver, basta con saber leer para disfrutar de Los imperfeccionistas, de Tom Rachman, pero lo suyo es conocer el percal para compartirlo con el escritor. Rachman pasó un tiempo en París currando para el International Herald Tribune, suficiente como para empaparse de ese periodismo en peligro de extinción, de sobra para hacer un libro muy fácil de leer pero muy difícil de escribir. Porque ningún retrato realista sobre el periodismo diario puede ser muy dulce pero casi todos podrían ser demasiado agrios. Y Rachman sabe contenerse sin dejar de transmitir una sensación que un servidor sintió después de casi un año de servir en una redacción de aquéllas: que la vida del periodista de periódico tiene muchas papeletas para terminar por ser una vida miserable. Aunque puede que adictiva.
Se pregunta cuándo puede encontrar tiempo la gente para reflexionar. Pero ella no lo tiene ni para contestar su propia pregunta».
Cada día de un currito de periódico es un sprint. Por eso lo de diarios. Su trabajo se plantea a eso de las once de la mañana y debe estar terminado alrededor de las nueve o doce de la noche, según la edición. Como dice Rachman, no hay tiempo para reflexionar como tampoco lo hay para ir al dentista o acudir a un funeral. Sí hay tiempo para comerse marrones de todos los colores, oxímoron mediante; para pelear, aún sin querer pero siempre con bando asignado, en alguna de las luchas tribales que se dan en toda redacción; para contemplar la decadencia de una profesión que quizá sólo fue ideal en el recuerdo; para hacerlo mal, regular y a veces hasta bien; para admirar cada día el milagro de que todo llegue otra vez listo para el cierre; para hacer los mejores amigos y enemigos; para aprender un huevo de la profesión y otro de la condición humana. Hay tiempo para todo eso y, por eso, no queda tiempo para escapar. Ni para pensar en ello.
Quizás haya acabado como relaciones públicas porque eso es lo que es: carne de relaciones públicas. Una persona afectuosa pero no excepcional. Tal vez haya encontrado el nivel que le corresponde».
Es posible que de ahí venga esa soberbia que ducha cada mañana a muchos de los que cruzan la puerta de una redacción. Cierto es que el periodismo de periódico es el más puro de los periodismos (con permisito de las agencias, que a mí siempre me parecieron otra cosa profesional) pero tampoco es para llevarnos el pedestal a las ruedas de prensa. Pedestal que se eleva según sea la tirada e influencia del medio, llegando a dar vértigo mirar o siquiera llamar a según qué plumillas de según qué diarios. Pero que este periodismo sea sin cortar no debería dar licencia para nada. También la infantería es la forma más pura de hacer la guerra pero supongo que uno tiene que acabar un poco agotado de ser carne de cañón.
Sin embargo, esa combinación de televisión, música y helado es lo mejor que conoce».
He aquí la cuestión. O una de ellas. Las jornadas de más de diez horas, las semanas de diez días de curro, los horarios a contrapelo, las comidas de máquina, esa tensión que da sed de cogorza y demás daños colaterales de la profesión no ayudan a mantener una vida social ni personal de teleserie de las de antes. Así no hay forma cuidar una familia en condiciones. Ni un perro. La soledad del corredor de fondo. Una leche. La soledad del redactor de sucesos. O economía. O espectáculos.
Internet es a las noticias -decía- lo que las bocinas de los coches a la música».
Y luego está la visión del mundo tan fenomenal que se tiene. Se supone que el periodismo es una atalaya desde la que otear y contar todo lo que pasa por ahí debajo, un lugar privilegiado para comprender y digerir los hechos relevantes, un… carajo. Por todo lo anterior y por muchas cosas más que ahora ya no me apetece explicar, en un periódico se está demasiado ocupado para entender otra cosa que no sea el Quark (el programa de maquetación, de física no hablamos) ni para contemplar más que el momento de librar. Los periodistas de periódico ven el mundo pasar a toda hostia delante de sus teletipos y bastante hacen con coger al vuelo unas cuantas noticias para meterlas en la primera edición. Tan ocupados están que no han tenido tiempo, sobre todo los jefes, de preocuparse por lo que se les ha venido encima. Y por eso estos tiempos de rabieta.
Los periodistas eran tan susceptibles como los artistas de cabaret y tan tozudos como los maquinistas de una fábrica».
Y, sin embargo, estoy orgulloso de ser uno de ellos. O de haberlo sido. He tenido un montón de trabajos cojonudos por diversos motivos, he vivido unas pocas redacciones mágicas en prensa y televisión y he participado en la creación de proyectos muy chulos. Pero el tatuaje del periódico no se borra. Tom Rachman ha hecho una novela de diez que retrata algunas virtudes y muchas miseria de la profesión periodística. A mí me ha hecho feliz leerla, entre otras cosas, por recordar la redacción de La Razón, que es la mili que hice yo (como colaborador he pasado por casi todos pero eso es otra cosa). Lo que aprendí sobre el oficio, bueno y malo, pero mucho más. Los maratones de curro mano a mano con Pedro cuando sólo hacíamos números cero. Laura. El buen rollo con maquetación y cierre y las ganas de hacer cosas distintas. Los primeros textos de unas buenas amigas y excelentes periodistas, Itzíar, Raquel y Susana. La bofetada que recibí en la cara y en la redacción cortesía de una rubia. Las bofetadas que dimos, en la cara y en la calle, a un lector moreno de Burke. David. Alguna muerte que me pilló de reenganche y que casi me mata, tipo Kubrick. Las mentiras de algunos. El trabajo en equipo. Las cenas en VIP’s. La borracheras en todas partes. Las resacas de los colaboradores que dolían como propias. La cara que pusieron los jefes cuando dimití. Un montón de gente que ahora no voy a citar porque esto no es la entrega de los Goya… En fin, que Tom Rachman ha escrito el libro que había que escribir sobre todo esto. Yo me voy a tomar algo.
– ¿Puede usted comparar el estado de la profesión periodística en España con Europa? Por ejemplo, la radio. ¿Es mejor la radio en España que en Europa?
Reconozco que no he sabido responder, quizás por falta de información o quizás porque me cuesta comparar una unidad (con perdón) con un conjunto de cuarenta y tantos países. Ésta era una de las muchas preguntas delirantes de una encuesta telefónica que he respondido esta mañana sobre la profesión periodística. Un mogollón de cuestiones bobas que partían de una concepción plana, infantil y simplista de la cosa. Y el caso es que estaba encargada y diseñada por la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y no por los guionistas de la serie Periodistas.
Antes, los medios presuntamente progresistas y pacifistas habrían tratado como a un personaje valiente y respetable a un tipo que, también presuntamente, ha tenido los santos cojones de desobedecer toda la cadena de mando del ejército norteamericano para filtrar unos documentos que indican la mierda que se está haciendo en Afganistán no por hacerse famosete sino con un interés bastante razonable: «Espero que haya una gran discusión mundial, debates, reformas. Si no es así, estamos condenados como especie». Ahora lo tratan como a un chalado.
Cuando los medios de comunicación tradicionales se quejan de que los online son «piratas y depredadores» como decía ayer Bill Keller, director de The New York Times, que dice Rupert Murdoch o protestan porque «a veces reproducen tanto de nuestro artículo que ya nadie necesita hacer clic en el enlace a nuestra página», como también declaraba el mismo hombre a El País, ¿no estarán viendo la paja en el ojo ajeno? ¿O soy yo el que veo la viga en su mirada cuando leo hoy en todoslos medios tradicionales lo de las filtraciones sobre la guerra en Afganistán descubiertas por Wikileaks -un medio online, por cierto- y contemplo que extraen lo principal y lo convierten en noticia? ¿No se ha hecho eso toda la vida, incluso antes de que existiese Internet y hasta la imprenta? ¿Hasta cuándo van a seguir echando la culpa de sus males a otros sin reconocer los errores propios?
Y, ya que estoy, otra cosa: ¿de verdad piensan que es creíble justificar la supervivencia del pago porque, si no, no se podrán sostener las investigaciones periodísticas? ¿Qué es exactamente lo que andan investigando los medios españoles ahora mismo? ¿Cómo combinar los tirantes con el pañuelo en el vestuario de los directivos? ¿Cómo reducir plantillas y aumentar precio de venta al público bajando en páginas y calidad los contenidos para mantener los sueldos del consejo de administración?
Suena Discharge, Hear Nothing, See Nothing, Say Nothing.
Curioso e interesante documento. Un medio que se supone es el Granma de la modernidad entrevista a un hombre que representa una tradición presuntamente rancia y sanguinolenta. Rubén Lardín, en nombre de la revista Vice, se topa con el sastre de toreros Antonio López Fuentes, al mando de la sastrería Fermín, y el resultado es una pieza llamada Vistiéndolos para matar, que incluye fotos de Luis Díaz Díaz al matador de reciente alternativa Javier Cortés. La cosa resulta curiosa porque ocupa espacio en el especial de moda de la revista y demuestra que Vice es moderna de verdad (y en el buen sentido) y por eso no sigue la corriente y hace lo que le pone y se la pone dura. Y resulta interesante porque el periodista, que reconoce haber tenido prejuicios taurinos (que se le quitaron viendo el retorno de José Tomás en Barcelona), no es un aficionado y, por tanto, su aproximación al personaje y a su mundo es muy rica.
Yo copiopego algunos lances de la entrevista y si alguien quiere leerla entera, que haga click aquí con su ratón.
Y se visten con mimo, como se visten las novias en su día. Claro. Vestir a un hombre de torero puede ser relativamente fácil pero lleva su tiempo y va desgranando un vocabulario específico. Sentirse “bien apretado”, por ejemplo, hay que sentirse muy ajustado, cuando te vas vistiendo. Hay detalles muy hermosos en la operación, como atar los machos, que son esas borlas que cuelgan de la taleguilla o de las hombreras y que el público le arrancará al matador si este sale a hombros. Se atan ayudándose con saliva o mojándose los dedos en agua. Todo eso es la trastienda, que sólo puedes ver si tienes amistad con algún torero y le vas a vestir a la habitación de su hotel. Se trata de un ritual sagrado y muy serio. El torero siempre se viste delante de un espejo y ahí ya empieza a crecerse, va dándose ánimos. Los mismos que luego le faltarán en la arena, cuando se ponga delante del toro. Vistiéndose hace todo el acopio que puede.
Sin embargo el traje de luces tiene algo de femenino. Todo. Todo en él es femenino. Por eso se llama vestido antes que traje. Antes no había escuelas de toreros, el torero se hacía en el campo, ya fuera el hijo de un mayoral o un mozo de una de aquellas fincas inmensas que antes había. Los chicos toreaban allí con catorce o quince años, con medio cuerpo desnudo y bronceado. Los hacendados estaban por ahí ganando dinero en sus negocios, porque las haciendas nunca han dado dinero, pero sus mujeres se quedaban en la hacienda. Y, claro, esas mujeres le echaban un novillo a los muchachos, para verlos funcionar.
O sea, que todo parte de un impulso erótico de las señoras, como cualquier cosa de importancia… Totalmente. Esas señoras acabaron vistiéndoles, haciéndoles ropita. Hoy en día todos los colores están asimilados, cualquier hombre puede vestir de rosa si le apetece, pero en otros tiempos esas mujeres vistieron a los chicos de colores insólitos para un varón. Los vistieron de mujer pero logrando que se vieran machos. Hoy le pones un vestido de luces a una mujer y la ves masculina. Al margen de que sea o no “más culona”. (…)
Estoy siendo morboso; es que no sé cuánto de traje de superhéroe hay en el vestido y cuánto de mortaja. Nunca se plantea como mortaja. Nunca. El torero es un hombre antes de la corrida y otro muy distinto después, eso lo percibes hablando con ellos y es impresionante. En cuestión de minutos pueden ocurrir muchas cosas. Basta con una pequeña ráfaga de viento que mueva los machos de la taleguilla para que el toro los vea y corrija su embestida. Y en ese instante puede ocurrir lo peor. Pero no, yo no contemplo la mortaja, no quiero hacerlo. Aunque se te pase por la cabeza cualquier posibilidad, no puedes pensar en estar vistiendo un cadáver. (…)
¿Qué me dices de las incursiones de los grandes modistos? Hace poco Armani le hizo un goyesco a Cayetano, Picasso había hecho lo propio con su tío-abuelo, Luis Miguel Dominguín… Todos los modistos quieren tocar este palo alguna vez porque es muy goloso, y en este negocio no te puedes distraer, hay que estar al tanto de cualquier noticia de “innovación”. Pero esto no es el mundo de la moda, esto es algo que no tiene nada que ver con Gaultier ni con Chanel. Ellos no saben darle el esplendor a los pechos y les es imposible entrar en los bordados. Las bordadoras existen gracias al mundo del toreo, porque los militares ya no bordan y los sacerdotes llevan por casulla un trapito, un mantel. El mundo del toreo está conservando oficios que fuera de él están obsoletos, por tanto es lógico que esas incursiones de altos modistos no hayan funcionado jamás. Este mundo es secreto, hay que estar aquí todo el día. (…)
Yo estuve viendo a José Tomás sin saberlo, sin haber oído hablar de ese tío jamás. Fui a la plaza por primera vez hace un par de años, en Barcelona, un poco por despecho. No tengo ningún referente familiar y antes me asqueaba todo este asunto de los toros, pero me empezó a asquear más que pensasen por mí y que hablasen de “prohibir”. Al principio, cuando picaron el primer toro, me fue muy crudo, pero de pronto entré en aquello y ya no puedo salir. Sin embargo, en Cataluña es horrible desarrollar la afición porque el pensar general es el “esto no va con nosotros”. ¿Pero tú crees que realmente es así? ¿No será porque los toros significan “España”, una cuestión política?
Algo de eso hay, claro, pero los antitaurinos insisten en lo de que es una tradición obsoleta y primitiva. ¿Y por qué no critican las pirámides de Egipto? O la dama de Elche. Lo antiguo tiene un valor, no se puede construir nada de la nada, hay que preservarlo. En el toreo, es cierto, hay un montón de arcaísmos que se han quedado fijados, pero para mí eso es valioso.
A mí me gustaría compartir este descubrimiento, pero cuando lo intento me llueven reproches de todos los frentes. No escuchan. ¡Y con lo que era Barcelona! Barcelona ha sido una de las ciudades con mayor afición de España, hasta que empezaron a languidecer los carteles, se fue bajando el listón. Yo creo que toda esa movilización parlamentaria se quedará en nada.
Es que la fiesta es algo “natural” y como tal no puede morir jamás, o al menos prohibirse. Tendría los efectos de una ley seca. Efectivamente. Que se pueda llegar a la prohibición de las costumbres es peligroso. Si las corridas no tienen que existir, se extinguirán por sí solas. El único problema es que de la fiesta desapareció esa figura que podía condensar toda su fuerza de cara al pueblo.
Cuando El País acabe de entrevistar a todos los muchachos de Greenpeace que pasaron por la carcel con ventanas pequeñas en Conpenhague, ¿procederá a invitar a comer en la contra a los presos de conciencia de Estocolmo y luego seguirá con los comunes de Oslo para acabar con los kíes de Helsinki? ¿No sería más responsable con el asunto del cambio climático, y con su propia condición de medio de comunicación, informar diaria y tenazmente sobre amenazas al entorno como la cagada urbanística que se quiere hacer en El Palmar y el ruido contrario que están generando los ciudadanos? (Y esto es sólo un ejemplo, que hay miles más donde elegir).
Suena San Quentin, de Johnny Cash desde San Quintín.
La foto la he sacado de la página de Facebook que está canalizando la reacción al proyecto de hotelaco.
… lleva toda una vida entre nosotros. Se llama periódico.
O eso creen quienes han hecho la publi a The Sun por su 40 aniversario. O, más bien, eso quieren hacernos creer. A todo esto, se me ocurre una pregunta: ¿se puede hacer buena publicidad de un producto discutible? Y otras dos: ¿es esto buena publicidad? ¿Es The Sun un producto discutible o tan sólo un buen producto (para su público) discutido (por los que no son su público)? Y otra más: ¿por qué me hago tantas preguntas?