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Posts Tagged ‘Cambio climático’

cielito

Me tiene un poco perplejo la forma de tratar la noticia del informe sobre cambio climático de la Casa Blanca por parte de los medios de aquí. Básicamente, lo que viene a decir el informe es que la cosa está realmente hecha cisco y que la vida en los Estados Unidos no va a ser lo que era si no se ponen real y seriamente en marcha y ni por esas. Lo cual viene a ser una puesta en marcha en sí misma. El Gobierno de la (ya) segunda potencia del mundo reconoce oficialmente la magnitud del desaguisado y moviliza a sus agencias y ciudadanos a ponerse a arreglarlo. No tengo ni idea de si serán más palabras sin acción o de si realmente supondrá un cambio en la forma de hacer las cosas. Se supone que los segundos mandatos de los presidentes gringos son los que aprovechan para dejar su legado y hacer lo más parecido a la política que realmente quieren y no la que le exigen y pagan los grupos de presión. Por eso, y porque creo que falta nos hace, deseo que esto vaya en serio y tengo cruzados hasta los dedos de los pies.

Pero lo que me maravilla —y a uno algo le puede maravillar para mal o muy mal— es la actitud de los medios de comunicación de aquí. Aparte de los que han ignorado por completo el asunto, buena parte del resto de los que he podido ver lo han tratado con una condescencia que da bastante risa. O miedo. Como si nosotros estuviéramos mejor y lo de las sequías, las tormentas y los aumentos del nivel del mar fuese un problema de los cerdos de allí, que contaminan una barbaridad. Como si nosotros lo tuviésemos todos claro y estuviésemos actuando en consecuencia más allá de repetir eso de las tres erres y apagar la luz una hora en el Día del Planeta. Como si Rajoy, Zapatero o cualquiera de nuestros siempre estupendos gobernantes hubiera dicho o hecho algo al respecto. Como si los medios de comunicación, los mismos que de alguna manera se chotean de la noticia, hubiesen adoptado alguna medida interna para reducir seriamente sus emisiones o tuviesen una línea editorial claramente enfocada a poner luz sobre este asunto que nos está trayendo serios problemas ya mismo, aquí y ahora. Como si fuesen unos absolutos ignorantes de cuál es la realidad que se supone que tienen que retratar. Bueno, esto último es mejor leerlo sin el como, que ya es evidente que no es una hipótesis.

A estas alturas está también claro que el asunto medio ambiental es uno de los grandes asuntos de nuestro tiempo. Ya nos está afectando aunque los medios de comunicación —y, detrás de ellos, los partidos, las empresas y los ciudadanos— sigan sin entenderlo, sin unir los puntos que dibujan el retrato de la realidad. Por supuesto, inundaciones y sequías tenemos en todo el mundo y cada vez más, pero es que uno puede seguir el rastro del problema en noticias de todas las secciones. Desde el vino que ahora se hace en Gran Bretaña a, otra vez, sí, las personas que saltan cada día la valla o cruzan el mar para llegar aquí.

Vivimos un pifostio económico y social bien gordo y es como si el tema del cambio climático hubiese quedado relegado en las reuniones de redacción a lo que viene después del crucigrama. Como si ya no fuese importante. Como si no tuviese todo que ver en el pifostio. Como si no fuese parte de lo mismo. Los medios siguen replicando teletipos de otros medios que replican teletipos de otros medios que replican notas de prensa; siguen viendo la vida pasar antes sus ojos sin contarla lo mismo que la mayoría de nosotros seguimos leyendo, escuchando o viendo por la tele o Internet nuestra vida pasar sin entenderla ni hacer nada por transformarla. Y eso es empeorarla. Unos tienen que llamar a la acción y todos tenemos que actuar. Y luego nos reímos de Obama, si eso.

Suena el Shake Some Action de Flamin’ Groovies.

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No existe cambio climático, es que Al Gore se ha dejado la calefacción puesta.

Suena Faith No More, We Care A Lot.

La imagen ha sido vista aquí.

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Ayer John Carlin hablaba en El País de el miedo que nos venden, y compramos, en una tribuna llamada La edad del miedo. Citaba sin parar Carlin a John Adams, «profesor emérito de University College London, ha dedicado su vida a estudiar el fenómeno del riesgo y a asesorar a Gobiernos y empresas sobre el tema», y sugería, porque lo sugiere Adams, que nuestra propensión a creernos esos miedos que nos meten en el cuerpo se debe a la prosperidad. El artículo de Carlin hablaba de miedos como el de las vacas locas, los cerdos apestados o las aves griposas. Hablaba del miedo al islamismo radical y del miedo a fumar de forma pasiva, del terror al teléfono mócil y sus conscuencias en la salud y del pavor a tener un vecino pedófilo. Comentaba todo eso pero lo que de verdad le ocupaba unos párrafos era el miedo al cambio climático. Decía Carlin que la cosa se ha convertido en una creencia, una opción de fe. Y, por lo que escribía y citaba del tal Adams, él no cree que exista tal cosa ni que sea provocada por el hombre.

Días antes, en el mismo periódico, también se hablaba del miedo y se relacionaba tal cosa con la ausencia de democracia en muchos países en desarrollo. Decía un estupendo reportaje de Andrea Rizzi que las clases medias están multiplicándose y que, en cambio, no está sucediendo lo mismo con las democracias; que hay más burgueses que nunca pero que a éstos les importan menos sus libertades que sus comodidades. Una excelente foto de cómo están las cosas hoy en día.

Ambos textos enfocan la misma causa a partir de síntomas muy diferentes y, por eso, sugieren distintos tratamientos del mal en cuestión. Sin entrar a discutir las opiniones de Carlin sobre lo del clima y las cosas que dice de Al Gore -como si fuese Al Gore el que se inventó todo esto-, me tiene un poco perplejo que el mismo tío que ha escrito ese cojonudo libro, El factor humano, cuyo tema es la capacidad del hombre de generar cambios, venga a sostener en su texto de ayer que el escepticismo es la mejor receta para superar el miedo y, por tanto, para desenvolverse en estos tiempos. La duda es necesaria pero la duda como forma de vida lleva a la inacción y la inacción lleva al conformismo. Lo mismo que el miedo. Hay que dudar de todo pero luego hay que informarse, reflexionar y actuar en consecuencia. Eso es ser valiente.

Dicho de otro modo: no creerse nada o, mejor dicho, no hacer esos ejercicios de dudar, reflexionar y actuar, es una forma muy fácil pero también muy peligrosa de gestionar los miedos. De disimularlos. Es creerse intocable y convertirse en irresponsable. Como en esa cita tan socorrida de Martin Niemöller (que no de Brecht): «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, etc». No creerse nada es pensar que las cosas no van con uno, es ponerse las anteojeras. No creerse nada es lo contrario, aunque parezca que no, de dudar de todo.

Seguramente, esas clases medias de las que habla Andrea Rizzi en su reportaje no se quieran creer lo que hacen sus gobiernos dictatoriales, como no se lo quisieron creer las clases medias argentinas o chilenas en su momento. Ésa es su forma de protegerse del miedo a la verdad, que les llevaría a un conflicto ético, porque entonces sí deberían actuar. En nuestro caso, que lo de la democracia lo tenemos más o menos solucionado (muy de aquella manera, pero eso es otro tema), aplicamos esa forma de actuar a otros hechos. Lo del medio ambiente es un ejemplo. Digan lo que digan Carlin, Adams y otros, la forma en que el hombre utiliza los recursos naturales está provocando cambios negativos en el entorno. Podemos hacer que no nos enteramos o creer que porque unos emails dijesen nosequé es todo mentira o media verdad. O podemos actuar al respecto. Y cambiar las cosas.

No es imposible. Nelson Mandela logró un cambio improbable, consiguió reconciliar a un país dividido entre blancos y negros, verdugos y víctimas. Lo hizo sólo una persona, una persona que no tuvo miedo, que dudó, que analizó y que actuó. Lo sé porque se lo he leído a John Carlin.

Suena Tienes miedo, de TDK en versión de Desekilibrio (qué poquito de TDK hay en YouTube, qué pena).

La foto es de aquí. Este texto y otros, en ¿Y por qué no…?

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James Hansen es un científico a sueldo de la NASA, investigador en climatología y activista sobre el asunto cambiocmiático desde hace más de 20 años. Hoy lo entrevista The Guardian y lo presenta como «el ciéntifico que convenció al mundo del inminente peligro del calentamiento global». Bien, pues este hombre dice en dicha entrevista una serie de cosas la mar de interesantes. Digamos que da un punto de vista de la Cumbre de Copenague bastante alejado de talantes, diálogos y consensos y tendente hacia el golpe en la mesa. A saber:

· «Preferiría que no hubiera un acuerdo porque eso significaría que la gente lo aceptaría como el buen camino cuando es el camino del desastre». Hansen dice que es mejor que la Cumbre fracase para que se puedan tomar medidas realmente eficaces y urgentes. «La aproximación al tema es tan errónea que es mejor parar y replantear la situación. Si la cosa va a ser como Kioto, nos vamos a tirar años tratando de averiguar qué ha significado».

· «Esto se parece al asunto de la esclavitud al que se enfrentó Abraham Lincoln o el del nazismo al que se enfrentó Winston Churchill. Es el típico asunto que no se soluciona adquiriendo compromisos. No puedes decir ‘vamos a reducir la esclavitud, vamos a buscar un compromiso y reducirla un 40%’. No tenemos un líder capaz de agarrar el asunto por los cuernos y decir lo que es necesario decir y, así, seguimos como si nada».

· Sobre el mercado de CO2, la compra-venta de emisiones y tal, Hansen dice que «es como la venta de indulgencias de la Iglesia Católica en la Edad Media. Los obispos ingresaban dinero y los pecadores obtenían el perdón, todo el mundo quedadba contento a pesar de lo absurdo del acuerdo. Lo mismo pasa ahora. Tenemos los países desarrollados que quieren seguir más o menos como están y tenemos los países en vías de desarrollo, que quieren dinero y lo consiguen mediante las compensaciones».

· Dicho todo esto, Hansen no se declara pesimismta: «Puede que hayamos conseguido un aumento del nivel del mar de un metro pero eso no significa que haya que rendirse. Porque si nos rendimos el aumento puede ser de dos metros. Por eso no me gusta cuando la gente habla de que es demasiado tarde. En ese caso, ¿qué hacemos, abandonamos el planeta? Hay que minimizar el daño».

Suena Stop, de Jane’s Addiction.

La imagen es de la Wikimedia y entradas como ésta se encuentran por el miso precio en ¿Y por qué no…?

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Ésta es buena: resulta que el capo del gigante del petróleo y el gas ExxonMobil, Rex Tillerson, ha dicho que la única manera de parar el cambio climático es imponer un impuesto sobre el carbono. No me lo invento. Lo he leído en The Independent. «También -dice Mr. Tillerson- es la manera más eficiente de reflejar su coste en todas las decisiones económicas. Como empresario, no estoy a favor de ningún tipo de impuesto, pero me temo que es la aproximación al problema más directa, transparente y efectiva». Voy a dejar tiempo para que se calmen las risas y sigo…

Ya, ¿no? Bien, esto es algo así como si el diablo propone un impuesto sobre cualquier acto malvado o como si el presidente del Real Madrid aboga por cobrar tasas municipales a los seguidores de su equipo (vale, esta comparación es gratuita, pero es que hoy voy de barato). De hecho, la compañía del señor Tillerson produce el 3% del petróleo mundial y ha estado negando que exista ningún cambio climático hasta hace poquito. Pero a Tillerson eso le parecen detalles sin importancia. Él está dispuesto a que tomemos en serio su propuesta y a que no pensemos que lo dice porque no quiere que se limiten de verdad las emisiones o que se desarrollen otras energías más limpias. Él cree que así va a quedar más verde que el padre Mundina. Yo, lo siento, pero tengo que dejar de escribir aquí porque no puedo parar de reírme. Este Tillerson es todo un descubrimiento.

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SWITZERLAND/

Rajendra Pachauri, economista y premio Nobel indio, es uno de los defensores del oxímoron AlGorero: el desarrollo sotenible. Y hoy publica El País una entrevista la mar de interesante con él en la que la primera pregunta es, justo, «¿qué significa para usted desarrollo sostenible?». La verdad es que el hombre no acierta a definirlo y se va por los cerros de Puna pero dice cosas que merecen ser reproducidas.

No se puede mantener un sistema que sólo piensa en los ricos. Finalmente, es necesario volver a las esencias de India, donde todo se reutilizaba, y crear una nueva filosofía que ponga fin al derroche, tanto de los recursos naturales como de la energía».

El reto es usar la tecnología y los precios, al tiempo que modificamos el estilo de vida. Ya hemos abusado demasiado de la naturaleza».

No a las duchas de media hora; no a los desorbitados aires acondicionados y calefacción; no a desaprovechar la luz solar; no al uso continuo del coche. Éstas son acciones individuales o en familia. A nivel industrial, también existe un gran derroche que hay que cortar. No es cuestión de renunciar a la buena vida sino de valorar y respetar la naturaleza y de compartir con otros seres humanos los recursos más básicos».

No es tarde para evitar la hecatombe. Soy optimista, pero tenemos muy poco tiempo para actuar».

Si no hacemos nada para frenar el cambio climático, los más pobres, que serán los más damnificados, no perdonarán a los países ricos. Habrá convulsiones y guerras porque se agravará la lucha por los recursos naturales, incluidos los del Ártico».

Los escépticos del cambio climático deberían mudarse a otro planeta».

No sé. A mí me da la sensación de que tipos como éste dicen las verdades a medias, precisamente para que no resulten muy incómodas. Y el tío es posible que defienda de boquilla lo del desarrollo sostenible pero lo que yo leo entre líneas en sus palabras es que hay que parar ya. Claro que, seguramente, si dijera eso no le invitaban a dar conferencias ni le hacían entrevistas en El País. Pero una cosa es lo que Pachauri diga y otra lo que el mundo necesite oír, ¿verdad tío Neil?

B.S.O. Neil Young, The Restless Consumer.

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El siguiente texto es un editorial de The Economist titulado Un mar de problemas y trata, claro, de cómo están nuestros océanos. Está completo y traducido, espero que no muy mal. Puedes pasar de leerlo y pensar eso de «ya está otra vez el pesado éste con las malas noticias». O puedes ocupar un rato de su tiempo para ver qué opina sobre el asunto un medio de comunicación tan liberal, conservador y poco sospechoso de ecologista radical como el Economist.

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No se conoce mucho acerca del mar; la superficie de Marte está incluso mejor explorada, se suele decir. Pero ya se han hecho 2.000 agujeros en el lecho marino, se han tomado 100.000 fotografías, los satélites tienen monitorizados los cinco océanos y en todos hay boyas llenas de instrumentos subiendo y bajando como yoyós perpetuos. Mucho se sabe y muy poco es tranquilizador.

La preocupación empieza en la superficie, donde  una atmósfera cargada con dióxido de carbono producido por el hombre interactúa con la mar salada. El agua se ha hecho así más ácida, haciendo la vida difícil, si no imposible, para organismos marinos con conchas o esqueletos de carbonato-cálcico. No son bichos tan familiares como langostinos o langostas, sino especies como el krill, criaturas que son como gambas minúsculas y que juegan un papel crucial en la cadena alimenticia: acaba con ellas y acabarás con sus depredadores, cuyos depredadores pueden ser los que te gusta comer fritos, a la parrilla o con salsa verde. Y lo que es peor, desestabilizarás el ecosistema entero.

Eso es lo que también hace la acidificación a los arrecifes de coral, especialmente si ya están sufriendo sobrepesca, subidas de temperatura y polución. La mayoría padecen todo eso y por ello están seriamente dañados. Algunos científicos creen que los arrecifes de coral, hogar de un cuarto de todas las especies marinas, desaparecerán por completo en unas pocas décadas. Eso será como el fin de las selvas y bosques pero en el mar.

El dióxido de carbono afecta al mar de otras maneras, sobre todo por el cambio climático. Los océanos se expanden al calentarse. También suben por el efecto de los glaciares y capas de hielo que se derriten: el hielo de Groenlandie está en vías de derretirse por completo, lo que puede elevar el nivel del mar cerca de siete metros. Para el fin de este siglo, el nivel puede haber subido 80 cm, incluso más. Para los 630 millones de personas que viven a una distancia de 10 km de la costa, eso es cosa seria. Países como Bangladesh, con 150 millones de habitantes, estarán inundados. Incluso la gente que vive en el interior se verá afectada: las sequías del Oeste de los Estados Unidos parecen estar causadas por el cambio de las temperaturas de superficie de Pacífico tropical.

Y luego están las mareas rojas de algas, las plagas de medusas y las zonas muertas donde sólo sobreviven los organismos simples. Todo ello crece en intensidad, frecuencia y extensión. Todo ello, también, parece estar asociado con varios traumas que el hombre inflige a los ecosistemas marinos: sobrepesca, calentamiento global, los fertlizantes que van de la tierra a los ríos y estuarios y, a menudo, todo el lote en cadena.

Algunos de los cambios pueden no ser obra del hombre en su totalidad. Pero uno del que no cabe duda es la muerte de los peces: la mayoría de los grandes han sido atrapados por las redes de pesca. Y el resto lo será en poco tiempo si el pillaje continúa a los niveles actuales. De hecho, cerca de tres cuartas partes de todas las especies de animales marinos están por debajo, o a punto de estar por debajo, de sus niveles de sostenibilidad. Otro cambio es la aparición de una masa de desperdicios plásticos que se arremolinan en dos enormes coágulos en el Pacífico, cada uno tan grande como los Estados Unidos. Y el mar tiene otro montón de males, que se señalan aquí.

Neptuno lloraría

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Cada una de esas transformaciones es una catástrofe. Juntas son algo mucho peor. Además, están sucediendo alarmantemente rápido, en décadas y no en los eones necesarios para que peces y las plantas se adapten. Y muchas son irreversibles. Harían falta miles de años de reacciones químicas en los océanos para volver a una condición similar a su estado preindustrial de hace 200 años, según la Royal Society, el grupo de científicos más prestigioso de Gran Bretaña. Muchos incluso temen que algunos cambios están alcanzando los umbrales en los que los siguientes cambios pueden acelerarse sin control. Nadie llega a entender, por ejemplo, por qué el bacalao no ha vuelto a los Grandes Bancos de Canadá incluso después de 16 años de paro en la pesca. Nadie sabe muy bien por qué los glaciares y las capas de hielo se derriten tan rápido o por qué el lago de hielo derretido que cubre 6 km² en Groenlandia se puede secar en 24 horas, como pasó en 2006. Esos sucesos inesperados ponen nerviosos a los científicos.

¿Y qué se puede hacer para poner las cosas en su sitio? El mar, la última parte del mundo en la que el hombre actúa como cazador-recolector -y como bañista, minero, basurero y polucionador en general- necesita ser administrado, del mismo modo que la tierra. La economía exige, tanto como la ecología, que se dejen de despilfarrar recursos de los océanos. La mala administración y la sobrepesca desperdician 50.000 millones de dólares al año, según el Banco Mundial.

La economía también da algunas respuestas. Para empezar, los subsidios de pesca deben ser abolidos en una industria que se caracteriza por su ineficacia y por estar sobredimensionada. Después, los gobiernos necesitan encontrar la manera de dar a los que viven de explotar los recursos del mar un interés por conservarlo. Una forma puede ser el sistema de cuotas de pesca individuales y transferibles que parecen haber funcionado en Islandia, Noruega, Nueva Zelanda y el oeste de Estados Unidos. Los mismos derechos que se han dado a los contaminadores por carbono en Europa se pueden dar a los de nitrógeno y a los mineros de las paltaformas continentales. Un sistema de comercio de opciones y futuros también puede ayudar.

Las cuotas funcionan en aguas nacionales. Pero en alta mar, fuera de los límites territoriales, presentan mayores problemas y muchos temen que los atunes, tiburones y demás grandes animales que nadan en el azul sean exterminados. Los acuerdos internacionales de pesca que regulan partes del Atlántico Norte demuestran que la administración puede funcionar, aunque la comisión del atún del Atlántico muestra que puede ser un desastre. Y donde la pesca no pueda ser regulada, debe ser parada. No hubo nada tan bueno para los peces en Europa en los últimos 150 años que la Segunda Guerra Mundial: dejar los barcos amarrados permite recuperar los bancos. Una solución preferible hoy en día sería crear reservas marinas, cuantas más y más grandes, mejor.

En un mundo cuya demanda de proteína crece día a día, la necesidad de conservar el stock es clara. Los remedios no son difíciles de comprender. Pero los políticos, en cualquier caso, son cobardes. Muy pocos están dispuestos a enfrentarse a los poderosos lobbies, salvo en pequeños países en los que la pesca es tan importante económicamente que el peligro de extinciones masivas no puede ser ignorado.

Ahora coge la ola agitada

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Pero la extinción masiva que debe tenernos preocupados es, aunque remota, la de la humanidad. No es inteligente descartarla cuando se trata de emisiones de CO2, la otra gran maldición para los océanos. A largo plazo, los mares son una gran lavadora para el carbono. Son capaces de ayudar a evitar el calentamiento global, ofreciendo, por ejemplo, almacenamiento de CO2 y energía a través de la fuerza de las olas y las mareas. En cualquier caso, continuarán cambiando y siendo cambiados mientras el hombre siga soltando tanto carbono a la atmósfera.

Hasta ahora, la subida del nivel del mar, los corales muertos y la extensión de las mareas rojas son sólo distracciones menores para la mayoría de la gente. Unos cuantos huracanes más como el Katrina, algunas inundaciones trágicas en las ciudades costeras del primer mundo, puede que el fin de la cinta transportadora oceánica que calienta Europa Occidental, cualquiera de estas cosas atraparía la atención de los políticos. El problema es que, para entonces, puede ser demasiado tarde.

Hoy es el último día del año. Muchos se hacen buenos propósitos de cambio para el año que viene. Apuntarse a un gimnasio, dejar de fumar, tratar mejor a su familia… No estaría mal también proponerse cambiar el entorno, dejar de perjudicarlo, tratarlo mejor. Cuidarlo. Reducir la huella de carbono, ahorrar energía, apagar las luces y esas cositas que ya sabemos todos. Pero hay más: rechazar las bolsas de plástico que ofrecen sin necesidad en todas partes, tratar de no consumir más animales salvajes en peligro de extinción (¿comerías rinoceronte? Entonces, ¿por qué comes atún?) y, sobre todo, exigir a los que deciden por nosotros que protejan los océanos, que no busquen votos a cambio de cuotas de pesca, que respeten los acuerdos de Kyoto o Poznan o, qué coño, que los mejoren, que se preocupen por cuidar lo más posible el lugar en que vivimos y del que vivimos. Es verdad, ninguno de nosotros puede arreglar este problema. Pero sí que cada uno de nosotros puede hacer lo posible por no estropearlo más. No es una postura ideológica. No es, ni siquiera, una postura. Es un asunto de ética. Del mismo modo que te preocupas y luchas por ti mismo y por los que te rodean, te debes preocupar y luchar por lo que te rodea, por tu planeta. O no. Tú mismo.

Hay un mar de problemas, sí. Pero también hay millones de soluciones. Las que podemos aportar cada uno de nosotros.

Feliz año nuevo.

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Aunque por aquí (casi) nadie pareció darse por enterado, hubo una cumbre sobre el clima en Poznan (Polonia) a mediados de mes. Da fe el Economist, que explica lo que se acordó y lo que no en un artículo bastante descriptivo pero demasiado aséptico. Eso sí, me merece la pena perder veinte minutos de sueño por el comienzo del texto. Éste:

Imagine que un enorme meteoro, tan grande como para destruir la mayor parte de formas de vida, se acercase a la Tierra y que sólo una profunda cooperación internacional ofreciese la única esperanza de acabar con la letal amenaza. Presumiblemente, las naciones del mundo se sentarían dejando atrás sus celos y distancias ideológicas, conscientes de que no actuar de forma conjunta significaría el fin para todos.

Al menos en teoría, la mayoría de los gobernantes del mundo ya aceptan que el cambio climático, si no se actúa, puede convertirse en el equivalente de un asteroide mortal. Pero a juzgar por los últimos y tortuosos movimientos en la diplomacia sobre el asunto -en la reunión mantenida en Polonia finalizada el 13 de diciembre-, hay pocas señales de concentración de esfuerzos».

No sé, en momentos así, con el meteorito llamando a la puerta, como en Armageddon, uno desearía que avisasen a Bruce Willis y se dejaran de hostias.

B.S.O. Max Romeo, Chase the Devil.

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¿Se puede vivir sin una certeza absoluta aunque luego se descubra como mentira? O, ¿por qué de un tiempo a esta parte ya no hay ninguna verdad común y hay que escoger un bando? O eres del creacionismo o eres darwinista. O compras la incómoda realidad del cambio climático o dices que es una nube pasajera. O el bueno es el FIFA o el que mola de verdad es el Pro Evolution.

Escribe al respecto Arcadi Espada en su página de El Mundo del sábado.
Para el que no sepa inglés, la foto reza: «¿Cómo determinamos la «verdad» y el «hecho» cuando podemos manufacturar cualquiera?».

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A nadie le importa una mierda la Cumbre del Clima de Poznan. Echando una visual ayer y hoy por las portadas de los diarios en la Red, sólo La Razón le dedicaba un espacio. Un link a la contracrónica de su enviado especial, Javier Brandoli, en la que explica con bastante gracia y mucho tino porqué a nadie le importa una mierda la Cumbre del Clima de Poznan. El caso es que parece que los países desarrollados se han comprometido a reducir sus emisiones entre un 25 y 40% para 2020. Y los que no están tan desarrollados, entre un 15 y un 30%. Pues muy bien. A mí esto me suena al típico que se propone dejar de fumar a partir del día 1 de enero. Bueno, en realidad me suena al típico que se propone dejar de fumar entre un 25 y un 40% a partir del día 1 de enero.

B.S.O. Kortatu, Don Vito y la revuelta en el frenopático.

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