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Archive for junio 2008

Un Whopper con queso y patatas grandes

Lo de Rock in Río tiene casi nada de rock y nosequé de Río. El Rock in Río es un festival business class, como bien dice Goyo, pero ni de coña es un festival musical. Rock in Río es un centro comercial, un parque de atracciones y un negocio redondo pero la música no es más que subtexto y el rock, un pobre prefijo para redondear la marca. Ayer tocaba Neil Young y yo me preguntaba porqué. Supongo que lo mismo se preguntaría él. Y seguro que eso mismo se preguntaba la gente que hacía cola para maquillarse en la carpa L’Oreal, los que esperaban en la fila para comer en Burger King y en Telepizza o los que aguardaban para pillar una bolsa de promoción de El Corte Inglés. Ayer tocó Neil Young en Rock in Río y era como verlo tocar en el centro comercial Plaza Norte. O en el Plenilunio. O en La Vaguada. Delirante. El tío que compuso y cantó This Note’s For You para cagarse en la madre de los que vendieron su alma a los anunciantes estuvo tocando dos horas mientras seres humanos se dejaban caer por una tirolina, hacían snowboard o visitaban los pabellones de las marcas patrocinadoras. A ver, uno quiere y respeta a sus padres aunque se equivoquen y se contradigan. Pero también uno tiene ya una edad como para decírselo a la cara. Neil, machote, te has colado.

Ojito que su concierto fue la pera. Eléctrico casi todo. Ruidoso. Tierno. Crudo. El tío Neil vino con la gente de su última gira, tocó algunos cortes de su reciente Chrome Dreams II y también revisó parte de lo mejorcito de su repertorio. Lo que pasa es que uno tenía la sensación de estar en el momento justo en el sitio inapropiado. Será que uno es muy raro. O será que el lugar es un descaro. Ojito bis: hace mucho que tengo muy claro que el rock ya no genera revoluciones de ningún tipo, ni siquiera hormonales. Hace tiempo que soy consciente de que el Capital se traga todo y lo regurgita para que nos lo comamos, lo vomitemos y se lo vuelva a tragar en forma de beneficios. Hace rato que no soy ingenuo. Pero como que me sigue chocando ver a un hombre de Cromagnon aporreando convencido su Gibson ante un montón de Homo Sapiens que preferirían estar mirando tallas en Zara. El Rock in Río es un festival musical para gente a la que no le gusta la música y eso no es ni bueno ni malo. Es. El Rock in Río también es un bisnes perfecto en el que los números cuadran antes de abrir las puertas por la pasta que se han dejado los sponsors, los favores del ayuntamiento de Arganda del Rey y la labor de los medios que, otra vez, actúan de palmeros del dinero. Y esto tampoco es necesariamente bueno ni obligatoriamente malo. Es, aunque sólo sea asqueroso. Y eso sin entrar a valorar el lema ése de “salvemos el Planeta” ni la sostenibilidad ecológica de la noria o la pista de snowboard en julio, que el listón de comedia sobre conciencia planetaria está muy alto con el anuncio de Repsol animándonos a que protejamos lo que ha dejado de Tierra.

En fin, que yo siempre recomiendo ir a Las Vegas. Las Vegas mola. Es el lugar donde observar lo que puede llegar a hacer el hombre blanco con todo el dinero y el doble de mal gusto. El sitio donde darse una bofetada de realidad consumista. El ejemplo a seguir, aunque duela. Pues bien, si alguien no tiene pasta para ir a Nevada este finde o el siguiente, que se pase por Arganda del Rey y se llevará una sensación parecida. Claro que también puede darse un voltio por el centro comercial Plaza Norte o por el Ikea. Si acompaña el paseo con un iPod y musiquita de fondo, se sentirá como el Rock in Río. Business class.

(Gracias a elmundo.es por prestarme la foto y a Sandra por invitarme).


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Ante el inminente concierto del gran Neil Young en, con perdón, Rock in Río, recupero la crítica que hice de su directo en el Grand Rex de París el 14 de febrero. Fue publicada en el número 247 de la revista Ruta 66. Suelo hacer proselitismo de muy pocas cosas; ésta es una. Neil Young está en plena forma. Neil Young sigue siendo la hostia. Neil Young no es Dios porque él aún existe. Dicho queda.

Rockin the free world por la patilla

Arranca Neil Young con From Hank to Hendrix. Solo. Sentado entre casi una decena de guitarras acústicas en un escenario austero que quiere parecer y parece un almacén. Con focos, luminosos, un tótem indio y algunos cachivaches más. Arranca Neil Young con From Hank to Hendrix y cuando mete la segunda, Ambulance Blues, se lleva consigo al público que abarrota el Grand Rex a precio de puta cara el asiento.

El tío Neil es como uno de esos viejos coches que tanto le gustan. Ni control de estabilidad ni climatizador ni circuitos ni hostias. Todo hierro y grasa. Mecánica, en el mejor sentido de la palabra. Ambulance Blues le ha salido de las entrañas, un comienzo sobrecogedor. Luego, sigue conduciendo, golpeando la guitarra y clavando el falsete por caminos a veces secundarios guiado por su mapa de toda la vida, pasando por A Man Needs a Maid, Mellow My Mind o Don’t Let It Bring You Down. Entre canciones, se toma su tiempo para cambiar de herramientas y contar historias de su abuela o de alguna guitarra con algún balazo de más. Tan conciso como coñón. Antes y después de tocarlo, acaricia el piano como si fuese un caballo fiel o, perdón por abusar de la metáfora, un Chevy de coleccionista aparcado en un garaje. Así, pasa una hora de cautivador viaje en acústico hasta que Neil Young, el chófer, decide hacer una parada.

CaballoloqueandoDos cigarros en la calle y 25 minutos después, vuelve al escenario agarrado al volante de su Gibson Les Paul negra. Se han subido al carro el caballo loco Ralph Molina a la batería, el gran Ben Keith a la pedal steel y la Telecaster y el bueno de Rick Rosas al bajo. También Pegi, su señora, que ha teloneado más por enchufe que por talento, y Anthony Crawford, buen guitarrista de la doña, ambos a los coros. Y un tipo tocado con un panamá que va manchando lienzos con los títulos de las canciones. Suenan Mr. Soul y Everybody Knows This Is Nowhere. Ruge el motor. El chasis del set eléctrico está dedicado a su último disco, Chrome Dreams II, algo poco común en los de su generación. Pero es que ni Neil Young ha sido nunca muy común ni los otros tienen unas nuevas canciones que se puedan defender con tanta dignidad. Ni con tanta furia. Tras Dirty Old Man, Spirit Road, Winterlong, una conmovedora versión de Oh, Lonesome Me y The Believer, termina con No Hidden Path. Veinte minutos del último Neil Young con olor a humo y gasolina. Saltan chispas de las guitarras y los amplis. No hay tiempo para que se enfríen. En el bis, gruñen Cinnamon Girl y Like a Hurricane.

Se acabó el viaje. Puede que alguien haya echado de menos a los otros Crazy Horse o más clásicos de su repertorio, pero no se oyen quejas. La ovación es atronadora. Y merecida. Por cierto, durante el concierto, uno de los muchos españoles presentes le pidió que volviese por Iberia. Él dijo que sí, que en algún momento. Mientras tanto, si ves el brillo de la carrocería de Neil Young pasar, aunque sea lejos de tu pueblo, déjame decirte algo: sigue a ese coche.

(La foto del tío Neil en directo la he pillado del blog En la playa de Neil, que recomiendo vivamente a los seguidores del muchacho).


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Ganar así a Italia es como perder la virginidad. Se quita uno un peso de encima para toda la vida. Y sin gatillazo.

Yo, por mi parte, parece que estoy más cerca de conocer a Rosario Dawson. Qué bien.

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Maneras de vivir

Hace diez años que terminó el siglo XX. Puede que el calendario diga otra cosa, pero no siempre hay que fiarse de las fechas. Hay personas cuya trayectoria y carisma son capaces de abarcar la imagen que tenemos de un tiempo. Hay personas que se convierten en mitos. Pero esos mitos no dejan de ser personas. Y las personas, es lo que tienen, mueren. Frank Sinatra lo hizo hace diez años. Fue el fin de una época. “La gente pensaba que viviría para siempre. Muchos creyeron que, al morir él, se acabó el siglo XX”. Nos lo dice su hija Nancy en una entrevista telefónica con motivo del aniversario de su fallecimiento. La cosa se conmemora, claro, con un disco llamado Nothing But The Best, 22 clásicos remezclados y remasterizados a partir de las cintas originales, que también sale en una edición con un DVD de un directo de 1971 en Londres.

Hija de papáA Nancy Sinatra aún hoy le cuesta acostumbrarse a la falta de Frank, como ella misma lo llama durante la conversación. “Echo de menos poder descolgar el teléfono y llamarle; oír su voz dándome consejos sobre las cosas que me preocupan”. Los mitos también son buenos padres de familia. Sinatra tuvo tres hijos con su primera mujer, Nancy Barbato, y tres matrimonios posteriores con Ava Gardner, Mia Farrow y Barbara Marx. Sinatra, el hombre que dijo eso de “estoy a favor de todo aquello que ayude a pasar una buena noche, ya sean oraciones, calmantes o una botella de Jack Daniel’s”, fue sin embargo una referencia para Nancy. “Cuando empecé mi carrera como cantante –cuenta–, sólo me dijo una cosa: ‘Apártate de lo que yo hago, no sigas mi camino’. Por supuesto, le hice caso y me fue bien”.

Poniendo la mano en el fuego por la honradez de Lucky Luciano.Un tipo contradictorio, este Sinatra. Relacionado con la Mafia (de esto nos recomendaron no hablar con su hija) pero entregado a la caridad: “Una vez el Papa me dijo que Frank actuaba como Dios, que hacía caridad pero que no hablaba de ello”. Simpático y divertido pero con un carácter de mil demonios: “Le podías ofender una vez y pedirle perdón, eso lo olvidaba. Pero si lo hacías una segunda vez, ya no había vuelta atrás, no existías para él. La gente con la que más perdía los nervios, siento decírtelo, eran los periodistas”. Reconocido vividor y juerguista pero también comprometido con buenas causas, como la lucha contra la segregación racial. En los 60 se enfrentó a los casinos de Las Vegas que no dejaban cantar ni entrar a negros y hoy, de estar vivo, es posible que apoyase la candidatura de Obama. “Puede que quisiera tener un presidente de color en la Casa Blanca –se imagina su hija–, aunque lo cierto es que era muy amigo de Bill Clinton. Ojalá estuviera aquí, ojalá su sabiduría pudiera iluminar una decisión así”.

De lo que sí está segura Nancy es que a Frank no le gustaría ver lo que está pasando en el mundo. “A veces creo que Dios se lo quiso llevar a tiempo para que no sufriera el 11-S, la escalada terrorista y la actuación de nuestro presidente, que ha destrozado la influencia de América en el resto del mundo”. El caso es que Frank ya no está para contarlo. Como él mismo dijo en una ocasión: “Sólo se vive una vez y, de la forma en que yo he vivido, con una es suficiente”. El actor y cantante nacido en Hoboken, Nueva Jersey, el 12 de diciembre de 1915, falleció de un ataque al corazón el 15 de mayo de 1998 en Los Ángeles, California. El hombre murió. El mito sigue vivo.

Éste es el texto de la entrevista con Nancy Sinatra con motivo del décimo aniversario de la muerte de su padre y del disco correspondiente. Ha sido publicado tal cual en el número de junio de la revista ELLE. La entrevista completa, más extensa y en bruto, en plan pregunta/respuesta, se encuentra pulsando aquí.

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Podemos…

… jugar como nunca y perder como siempre. O sea, hacer el ridículo de costumbre.

… practicar el tiquitaca sin meter un gol hasta que apaguen las luces del estadio.

… considerar que ese señor al que le gusta sacarse en público los mocos después de rascarse los sobacos es la persona capacitada para cambiar nuestra historia.

… permitir que el Ayuntamiento ceda a precio de puta un espacio público para la promoción de una empresa privada.

… incluso, ganar a Italia, merendarnos a Holanda Rusia y vencer de postre a Alemania. Sí, claro, hay probabilidades de ganar la Eurocopa. Como también las hay de que yo acabe emparentado con Rosario Dawson.

Pero lo que no podemos ni queremos ni debemos es aguantar la propaganda de los voceros de Cuatro. Al menos, yo. Joder, qué plastas que son.

Toda la Eurocopa en Cuatro

(La hermana de Manu Carreño pensando en lo poco que queda para que el muchacho vuelva a casa).

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O eres de los Beatles o de los Stones. O te molan los Smiths o te ponen los Happy Modays. O te va Julio Iglesias o te tiras por Raphael. Pues con el rock industrial, lo mismo. O escuchas a Nine Inch Nails o te destrozas el sistema nervioso con Ministry. O aguantas las canciones barrocas y pretenciosas de ese tipo que presume de una triste adicción a la cocaína o se te pone dura con los trallazos directos a la entrepierna de un politoxicomano tragón y sin complejos. O eres fan del plasta de Trent Reznor o te cae bien el golfo de Al Jourgensen. Yo, por supuesto, me quedo con Al. Con Ministry. La opción b, siempre la opción b.

Como haya podido comprobar quien haya tenido narices de dar al Play y aguantar hasta el final, Ministry es un grupo furioso. Y curioso, también. Al contrario que el resto de sus congéneres musiqueros, Al Jourgensen empezó sacando un disco bien cursi y comercial (With Sympathy) para ganar dinero y gastárselo en montar un estudio en el que desayunar tripis en compañía de su nuevo amigo, Paul Barker, y dedicarse al terrorismo sonoro. En ese camino inverso, de adosado en el cielo al barrio más chungo del infierno, Al y Paul se han marcado algunos discos que explican por sí solos el reverso tenebroso de los 90 (The Land of Rape and Honey, The Mind Is a Terrible Thing to Taste, Psalm 69). El estilo, para quien no haya tenido agallas de darle al Play, es fácil de explicar pero difícil de comprender: una base rítmica tocada por una taladradora, riffs de guitarra robados de Killing Joke e interpretados con sobredosis de speed, un aullido enfermo al micrófono y unas letras de me-cago-en-la-puta-y-vomito-sobre-el-sistema pero con grandes dosis de sentido del humor y coñas de drogota jodido pero contento. Cito:

Pronto descubrí que esta cosa del rock era verdadera/Jerry Lee Lewis era el diablo/Jesús fue un arquitecto antes de su carrera como profeta/de repente, me encontré a mí mismo enamorado del Mundo/así que sólo había una cosa que pudiera hacer/y era ding a ding dang mi dang a long ling long» (Jesus Built My Hot Rod, Psalm 69).

Bastante incomprensible pero mucho más gracioso que eso de «quiero follarte como un animal», que es el novamás de la literatura Trentreznoriana.

En fin, que he escrito estas líneas por dos motivos. Porque el otro día encontré un vídeo en el que Al hablaba de Trent Reznor.

Dice algo así como que un amigo suyo dijo al salir de casa de Trent que era el tipo más miserable y depresivo que había conocido. Paul interviene para apuntar que eso es sorprendente, que ellos eran bastante miserables por aquella época. Pero lo bueno es el cierre. Al: «Me encantaría ver a Trent y Morrissey jugando a la ruleta rusa, a ver quién dispara primero…». Y el entrevistador apostilla: «Sería una competición de ganador contra ganador».

El otro motivo de esta historieta es que este jueves, en la sala Heineken, Al Jourgensen trae su ministerio a Madrid. Ya no es lo que era, ya no está Paul Barker y lo que suena es metal pesado, pero yo voy. Nos ha jodido mayo.

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El Sol. 22.30… o así.

Y el jueves, más y peor…

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Ayer volví a ver a miles de personas adultas comportándose como fans adolescentes e histéricos.

\La infanta Elena pidiendo fervorosamente la segunda oreja.\

La cosa tendría muchísima gracia si no fuera porque lo que les volvía tan locos, lo que jaleaban, lo que fomentaban, lo que disfrutaban, era esto:

Parando, templando y mandando

A mí eso no me parece torear, a mí eso no me parece parar, templar y mandar, a mí eso no me parece poder a un toro, a mí eso no me produce satisfacción, a mí eso no me emociona. A mí eso me parece tremendismo, a mí eso me parece una locura, a mí eso me parece tirarse a los pitones de un toro, a mí eso me produce desazón, a mí eso me conmociona. A mí no me gusta. Es mi opinión y vale lo mismo que la de cualquiera. Poco.

P.S.: Normalmente, este post se tendría que titular «Observaciones taurómacas (6)» pero, como he dicho, ayer, por mucho que observé, no encontre tauromaquia por ningún lado.

P.S. 2: De todo lo que he visto por la Red, suscribo letra por letra lo que explica Manon (la foto del gladiador que cuelgo, y que cuelga, es suya, claro). También me parece interesante lo que dice Ramón Muñoz. Y, del otro lado, está muy bien escrito lo de Israel Cuchillo.

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– Papá, papá, ¡llévame al circo!

– No, hijo. Si quieren verte, que vengan a casa…

Aspiradoras

Esta foto la he pillado del New York Times de hoy. Un medio serio. De ésos que critican desde sus altas estaturas morales la información y el tratamiento de otros menos serios. De los que despreciaron en su día la idea del formato «Gran hermano» sin asumir que todos participamos, de uno u otro lado, en el concurso y que ellos son los emisores. Sin reconocer que, a estas alturas, la sociedad de la información es un zoo en el que nos asomamos (o nos asoman) a las jaulas de los personajes para ver con quién follan, cuántas rayas se meten y de qué humor están cuando bajan de un avión. La única diferencia es que, en este zoo, los animalitos pueden sacar rentabilidad de sus monerías.

La verdad es que me la sopla que el NYT se dedique a publicar el trabajo de foteros y plumillas que se meten bajo las alfombras de la gente. Si me pilla en el día superficial, me puedo reír con la imagen y pensar un montón de juegos de palabras drogotas relacionados con aspiradoras. O recordar esa historieta de los Freak Brothers de Gilbert Shelton en la que se dan cuenta de que tienen vacía la despensa de drogas y se les ocurre pasar el aspirador por la casa y, luego, esnifarse el contenido. Si me pilla en el día radical, reniego de la profesión y tal. Y si me pilla en el día tonto, le dedico una pajilla mental como ésta.

También soy consciente de que, si a mi me la sopla lo que haga el NYT, al NYT se la sopla mucho más lo que diga yo aquí. Y sé, desde hace mucho tiempo, que los medios no existen para contar la verdad, ni siquiera para dar información. Los medios existen para vender periódicos, acumular visitas, pillar audiencia, captar publicidad y, en resumen, llenar los bolsillos de sus dueños. Eso sí, quizás esperaba más ingenio que el que demuestra la tal Elizabeth Spiridakis que firma la columna donde aparece la foto: «¿Qué hay en la colmena? ¿De dónde la saca? ¿Hay un agujero? ¿Es realmente calva?». En fin…

Lo que de verdad me jode es que el NYT y el resto de los medios se hayan apropiado de uno de mis chistes preferidos. Y, aún peor, que se lo hayan tomado en serio.

(La foto la firma Bauer-Griffin. Ése es el tipo, o los tipos, cuyo curro consiste en esperar a la puerta de casa de esta moza a ver si pasa el aspirador o lo tira porque está roto, que parece que es la auténtica noticia… Con perdón).

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Buscando beneficios desesperadamente

Sobre Google y el Príncipe de Asturias, hoy escribe Enric González en El País:

Google es una empresa privada y tiene todo el derecho a pactar con las autoridades chinas. Sus dirigentes no sólo han puesto a disposición del usuario (fuera de China) una portentosa tecnología: además, han sabido explotarla comercialmente. Googleando un poco, encuentro que Google ganó el año pasado 4.203 millones de dólares. ¿No basta con ese premio? ¿Necesitan también un reconocimiento a su labor humanística?»

Y no puedo evitar citar otro párrafo de su columna:

Soy uno de esos rojos trasnochados que no acaban de entusiasmarse con la jornada laboral de 65 horas. Tampoco me parece que deban socializarse las pérdidas de los empresarios, si no se socializan sus beneficios. Estoy fuera de onda, claramente».

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