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Archive for the ‘Reportajes’ Category

Me encantan este tipo de experiencias. Dar cámaras a la gente para que retrate su realidad. Es ver las cosas con sus ojos, con su encuadre, con su alma. En este caso, es parte de un taller en la prisión femenina de Trigsor, Rumanía. Les dieron 14 cámaras y cinco días para disparar. Salieron más de mil fotos y fueron seleccionadas casi 400. No he visto todas, pero sí muchas. Y son una maravilla. Digamos que nunca hubiera pensado que sería capaz de entrar en una cárcel de mujeres rumana. Digamos que ya he estado dentro. Y me ha encantado el viaje. Las fotos son buenas por lo que cuentan pero, también, por cómo lo cuentan. Que me perdonen mis amigos foteros, pero no hace falta ser un profesional para tener una visión artística y diferente. Sobre todo cuando tienes una buena historia delante. Sobre todo cuando esa historia es la tuya. Pasa lo mismo con la escritura y con casi todo (vale, quizás la cirugía y la arquitectura sean tareas que no puede hacer cualquiera sin formación, aunque algunos con formación hacen cagadas de las gordas; y pregunten a los dos cirujanos que hurgaron en mi rodilla, que callarán y otorgarán). Una vez cerrado el paréntesis, otra reflexión de andar por casa. Me parece también muy interesante la sensación de buen rollo que respiran las fotos. Los personajes no tienen aspecto de seres con vidas fáciles y, sin embargo, a uno le asoma una sonrisa muy vital al ver las fotos, una sonrisa que surge de la sensación de estar compartiendo buenos momentos. No lo son. Pero una cosa es cómo son las cosas y otra es cómo se viven.  En fin, que me perdonen también los herederos de Drácula si hay algún error en la información, pero no he encontrado referencias en español así que he tenido que usar un traductor web. El que quiera saber más, rumano incluido, aquí tiene el link.

Visto en el Twitter de la one and only Alia.

Suena Edie Brickell and the New Bohemians, What I Am.

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Reportaje de la serie Zona Prohibida para la revista GQ. El pasado verano se celebró en Sitges la primera Cumbre Europea de Exopolítica y ahí estuve yo, rodeado de seres humanos venidos de otro planeta mental. Mira que he hecho cosas raritas para Zona Prohibida, pues ninguna tan bizarra y acojonante como ésta.

Estamos en el principio de un cambio que hará de la Tierra un lugar de paz, abundancia y espiritualidad y, lo mismo que hay seres de otros planetas ayudándonos, nuestros descendientes serán embajadores del cambio en otros mundos. De hecho, ya hay terrícolas que han estado de visita en Marte. Claro que también hay un poder que se opone a esa transformación, reptilianos como los Rockefeller o los Bush, descendientes de los reyes de Sumeria y, en realidad, reptiles humanoides y extraterrestres. Sé que es una información que puede convulsionar la mente y el alma del lector. También sé que podrían matarme por revelarla. Da igual. Alguien tiene que hacerlo.

Yo asistí a la Cumbre Europea de Exopolítica y sé que es momento para la verdad. Pero, antes, a definir exopolítica: “Una nueva disciplina científica que estudia las relaciones entre las civilizaciones extraterrestres y la humana”, o sea, la política extraterrestre. La reunión de Sitges fue una de las más grandes a nivel (inter)planetario. Los mayores expertos de todo este mundo y puede que de otros, mil asistentes cada uno de los dos días, 70 medios acreditados. Es un tema que no conviene tomarse a broma… A ver si lo consigo.

Siesta en Sitges. El público es variopinto pero no pintoresco. No hay ni doctores Spock ni soldados del Imperio. Hay chicas modernas y señoras que parecen venir del bingo. Hay tipos con aspecto de gurú new age y otros con pinta de funcionarios de Correos. En las primeras charlas, un australiano cataloga de forma académica las fuentes de información extraterrestre, un inglés que ha currado 25 años en su Ministerio de Defensa habla de la desclasificación de archivos OVNI y yo aprovecho para echar unas cabezadas.

Despertar en Sirio. Susi, una asistente, me cuenta que es canalizadora: “Soy como una radio, transmito mensajes desde Sirio”. Sirio es una estrella y por eso me extraño de que nadie pueda transmitir nada desde allí, con el calor que debe hacer en verano. “Es que son seres espirituales, están en otro nivel de evolución”. Aha, ¿y qué se cuentan? “La humanidad tiene que despertar, tenemos una parte divina y ellos nos pueden ayudar a desarrollarla”.

Empanada cósmica. Salgo al hall a digerir lo que acabo de aprender y encuentro un mercadillo. Puedo comprar libros, todos de no ficción: Durmiendo con extraterrestres, Teología cuántica: el retorno de Cristo, El terrorismo internacional: nada es lo que parece, 11M: los perros del infierno… También hay una piedra, Orgonita, que convierte la energía negativa en positiva, minerales variados y nutrialimentos. Uno que dice que ha llegado tarde porque “estaba en clase de meditación” y otra que pregunta si “has tenido contacto con otros seres”. Es la hora del aperitivo y aquí se cuece un guiso que mezcla ciencia ficción, new age, esoterismo, conspiranoia y ecologismo mal entendido. Lo que viene a ser una empanada mental… y espiritual.

Energía libre, criterio volátil. En una de las charlas más esperadas, Brian O’Leary, científico y ex astronauta, habla de la “revolución de la solución energética”, o sea, de fuentes de energía limpias, baratas y descentralizadas que acaben con la tiranía del petróleo. En realidad, habla de asesinatos de investigadores, dice que los ecologistas se oponen a las energías limpias (palabrita) y nos invita a visitarlo en su casa de Ecuador. La gente aplaude sin parar; y no por la invitación, sino por frases como: “La agenda de los Illuminati no muestra el camino que queremos seguir”. Pregunto a dos del público al azar, Gustavo y Antonio. Contestan: “Hemos venido para verle a él y ha estado muy bien”. No me corto, les digo que no ha dicho nada sobre energía libre, que nadie puede saber más de lo que sabía antes. Respuesta: “Tienes razón, nos ha defraudado”. Conclusión: el planeta Criterio aún sigue deshabitado.

Crónica marciana. Robert Dean, Sargento Mayor del ejército gringo durante 27 años, enseña fotos que rescatadas del primer viaje a la Luna en las que se ven claramente (ojo: sarcasmo) tres naves espaciales. También muestra imágenes de ciudades en Marte “del tamaño de Chicago”. Y avisa: “La Tierra ha estado bajo vigilancia durante miles de años pero, tranquilos, no son hostiles”. Arranca ovaciones que ni José Tomás en la Monumental de Ganímedes. De repente, sube un espontáneo. Hecho un flan, se presenta: Henry Deacon. Logra armar una frase: “Bob, gracias, cuando has mostrado las fotos de Marte me he emocionado porque… ¡yo he estado allí!”.

ET soy yo. El mejor gag del día no arranca ni una risa pero sí un montón de aplausos. Bob el Sargento Mayor se anima y entra al quite. “No tengáis miedo, todo va a salir bien. De hecho, en cumbres de este tipo, he comprobado que siempre hay uno o dos de ‘los otros’ entre el público”. Con naturalidad, y sin descojonarse ni un poco, el respetable se mira a ver si cala al visitante. En ese momento descubro la verdad: el extraterrestre soy yo.

La estrella que habla. Steven Greer es director del Disclosure Project, organización cuyo objetivo es, cito a Wikipedia, “desvelar una supuesta conspiración por la que gobierno de los Estados Unidos habría ocultado datos relacionados con la existencia de OVNI”. El ponente postinero presume de contactos habituales no sólo con seres de otras galaxias, sino con algunos de ésta: Clinton y Obama, por ejemplo. Dice: “Los guardianes no van a dejar que esta generación destruya la Biosfera porque este Planeta está destinado a crear una nueva evolución. En 50.000 años -hay que reconocer que el hombre tiene visión de futuro-, nuestros descendientes serán visitantes extraterrestres en otros planetas”. Tras mostrar fotos de naves a las que convoca mediante triángulos de luces, explica sin miedo a la contradicción que los alienígenas no viajan en naves como las imaginamos, que viven muy lejos (por fin un dato fiable) y que por eso usan tecnologías transdimensionales y nos visitan a través de la consciencia. Y pregunta: “De los presentes que han tenido contacto con extraterrestres, ¿cuántos han sido a través de la mente?”. Levantan la mano 30. Flipo. Y entiendo que hay muchas manos bajadas porque sus contactos fueron por otras vías, ya sean tecnológicas, respiratorias o rectales.

La guerra de los mundos. Sin embargo, no hay consenso. Es lo que tiene la (exo)política. En la jornada del sábado, en el turno de debate, interrumpen unos exaltados. Acusan a Steven Greer de haber amenazado de muerte a cinco personas. El líder del lío es Rafa Pal, un sujeto que edita un periódico llamado El Jaque Mate en el que se dicen “verdades” como que lo de los seis millones de judíos asesinados por Hitler es propaganda. La organización manda un email unos días después del follón para aclarar que las amenazas no fueron más que una frase de coña de Mr. Greer. Rafa Pal contesta en su blog acusando a Greer de ser un reptiliano. Exacto, uno de esos reptiles disfrazados de humanos que lo controlan todo desde las sombras. Ay, madre.

En efecto, no es para tomárselo a broma. No es el estilo de esta sección chotearse de las cosas y gentes que retrata. Cierto es que en este texto hay choteos varios. También es verdad que podían haber sido más. El planeta está hecho cisco y hay que hacer algo para cambiarlo, estamos de acuerdo, pero quejarse de que los reptilianos lo tienen todo bajo control o confiar en la ayuda de los sirianos es tan productivo como rezar a San Pancracio. Los exopolíticos presumen de ciencia pero se muestran como una religión. O peor. Ni un solo dato, ni una sola explicación, ni una sola razón. Tienen complejo de chalados, creen que los medios les tratan como chalados. No sé, ¿será porque dicen chaladuras? Es probable que haya vida extraterrestre en el Universo. Incluso que sea inteligente y avanzada. Hasta me puedo llegar a creer que los alien quieran ayudarnos a evolucionar. Lo que no me trago ni harto de pacharán es que se comuniquen con esta gente. Antes se quedan en casa de Carlos Jesús.

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Hoy se presenta en Madrí ‘Peajes’, el libro con el que Joséphine Douet ha retratado el camino hacia el ruedo de José Mari Manzanares y su cuadrilla. Este mes se puede leer en la revista GQ el texto que he hecho sobre la cosa. Aquí cuelgo la versión larga y sin ediciones. Y aclaro que Joséphine es mi amiga pero que, sobre todo, es una fotera de raza. Una muy buena fotera de raza brava, claro.

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El toreo es soledad, como recuerda el maestro Joaquín Vidal en su pequeña pero enorme escapada de la crónica taurina a la literatura pura. “Ningún diestro ha sabido definir qué le pasa por la cabeza y el corazón cuando presenta el engaño en el centro geométrico del redondel para iniciar la creación artística de un lance y el murmullo del graderío se viene abajo para convertirse en un expectante silencio”. En la plaza se encuentran la vida y la muerte, la gloria y la tragedia. Allí está el destino del viaje de unos hombres corrientes que eligieron un camino excepcional. En El toreo es grandeza, el maestro Vidal retrata en prosa ese camino, escribe sobre lo que sucede alrededor de una corrida cualquiera en una ciudad cualquiera. Lo mismo ha hecho Joséphine Douet en su libro Peajes. La fotógrafa francesa se ha embarcado con la cuadrilla de José Mari Manzanares y ha retratado lo que ocurre en ese entorno tan desconocido como el de las más profundas fosas marinas. No importa que el libro de Vidal hable de un modesto novillero y que Manzanares sea una de las figuras más esperadas del escalafón ni que hayan pasado 15 años entre una y otra obra. La vida, esta vida, sigue igual.

Porque la soledad de los toreros no es únicamente la que viven en el ruedo. El mismo viaje del matador y su cuadrilla a cada una de las plazas es un trayecto solitario, alejado de la realidad. De hecho, más que un viaje en el espacio, es un viaje en el tiempo. “El mundo de los toros es el mundo más real que existe –explica Joséphine– y, sin embargo, es un anacronismo. Si hubiese hecho el mismo trabajo en los 40, dentro de la cuadrilla de Manolete, estoy segura de que no cambiarían muchas cosas más allá de las que demuestran el progreso del país. Bueno, y que entonces no habrían dejado a una mujer hacer esto”.

Tampoco es algo fácil de conseguir en estos tiempos, da igual que seas hombre que mujer. Joséphine, nacida normanda y decidida madrileña, publica reportajes, retratos y editoriales de moda en medios de postín como Libération, Paris Match, GQ, ELLE, Vanity Fair o Rolling Stone. Joséphine, aficionada cabal gracias a la pasión de su abuela por Curro Romero, comparte meriendas en la grada del 5 de Las Ventas, donde tiene su abono, y recorre habitualmente España para ver toros. Joséphine, que tiene la costumbre de realizar sus sueños, quería formar parte del viaje de este torero alicantino al que ha retratado varias veces y con el que mantiene una relación de confianza. “Creo que su concepto del toro está muy cercano al que yo tengo de la fotografía. Le gustan la sencillez, va al grano, sin florituras, pero con todo el arte que sea posible”. Quizás por esa conexión, Manzanares dijo sí a la primera y la fotógrafa ha entrado a formar parte del equipo del torero. “He sido una más de la cuadrilla. Uno más, en realidad”.

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Ha cruzado con ellos España y Francia, ha compartido la tensión y el cansancio y ha formado parte de las bromas y las conversaciones sobre coches, mujeres y toros, siempre toros. Trece personas viajando en tres vehículos: la furgoneta de la cuadrilla, el coche del apoderado y otro para el torero, el jefe de prensa y Joséphine. José Mari era el único que dormía tumbado, tratando de trazar el sueño a través de las curvas hasta la próxima parada. La vida de los toreros en temporada es dura. Casi cada día, una corrida en una plaza sin que la gira esté definida por la lógica del mapa sino por la de los contratos y las ferias. Habitaciones de hoteles de todo tipo a las que se llega tarde, después de torear, atender a la prensa y cenar, y de las que se sale pronto para volver a empezar sin haber descansado casi nada por eso de la adrenalina. Concentración absoluta y aislamiento de esos alrededores taurinos que fuman puro, beben whisky y escupen alabanzas a cambio de otra ronda.

Al terminar la corrida, el matador y su cuadrilla comentan lo sucedido. A veces, Manzanares felicita a los suyos por el trabajo bien hecho. A veces, ellos opinan sobre la condición del toro y algunos lances. Siempre, se pasa página en seguida. Como dice Jacques Durand, crítico taurino de Libération, en el texto que acompaña las fotos de Peajes, “cada toro es un palimpsesto”.

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José Mari Manzanares es uno de ésos toreros en busca de la faena perfecta. Un hombre de 27 años que, según la fotógrafa, no piensa en su carrera sino en cada toro. “Es muy torero, tiene una educación exquisita, siempre está pendiente de su cuadrilla y siempre con una sonrisa”. También es una persona seria y discreta, que habla poco en general y menos ante una grabadora (por eso su ausencia en este texto). Cuando logra una faena que considera cercana a esa perfección, “se le ve feliz, como si hubiese encontrado su sitio”.

Joséphine, como cualquier fotógrafo desde Cartier-Bresson, también persigue el instante decisivo y, en este caso, no lo buscaba dentro de la plaza, sino fuera. No es la primera vez que Douet se empotra en una gira para retratarla; ya estuvo, por ejemplo, de tour con Rufus Wainwright. “Me gustan las giras por la libertad y el mundo paralelo que se crea”. Pero nada tienen que ver unas con otras. En los toros no está sólo en juego en éxito o el fracaso, aquí se juega algo mucho más importante: la vida. “Es algo que ronda todo el rato; lo sientes en el ritmo, no hay momentos de verdadera relajación. O es tensión o es nada”. Y esa nada, explica Joséphine, es lo peor. Es la nada que se crea tras la frugal comida, la del silencio de la siesta, la de la furgoneta de camino a la plaza. La nada que atrona hasta que suenan clarines y timbales.

Acabo con la frase que cierra el librito del maestro Joaquín Vidal: “La corrida es sólo la parte visible, mínima parte, del mundo exclusivo e irrepetible de la tauromaquia”. Joséphine Douet ha conseguido retratar algunas de esas otras partes. Gracias a ella, los aficionados, y los que no lo son tanto, seguiremos teniendo al menos una cosa clara en esta vida: el toreo es grandeza.

Las fotos que aparecen aquí son del libro y tienen su copyright, así que a ver lo que haces con ellas. Que pillas.

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La fotografía estereoscópica (stereoviews, en bárbaro) fue una cosa de finales del XIX y principios del XX que ahora se recupera un poco. Dos fotos casi idénticas que formaban una imagen como en 3D al ser vistas en un estereoscopio y que también se ven así gracias a GIF animados como éste. La imagen -unos luchadores de sumo anteriores a las nuevas exigencias estéticas- es una de las muchas capturadas por el fotógrafo T. Enami y recuperadas para el mundo de Internet por Okinawa Soba. Más allá del efectito, la colección es bastante potente como retrato de un país exótico en un momento aún más exótico. Por eso recomiendo leer tanto los textos de la web del fotero como del Flickr de Soba. Eso, para el que tenga tiempo; el que no, ya tiene suficiente para quedar como un tío listo en la barra de cualquier bar.

Suena Turning Japanese, de The Vapors.

Y, como vamos de estéreo, suenan también los chalados The Boredoms y parte de su concierto 77 Boadrum (vaya dos conciertos de estos tíos que he vivido, por cierto, en momentos tan distintos de mi vida… y de la suya).

Vía un soplo de mi hermano Carlos (el link ha desaparecido misteriosamente). Gracias, pues.

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Otro reportaje de la serie Zona Prohibida, para la revista GQ. En esta ocasión, se trataba de viajar a París a un encuentro entre clientes del servicio Meetic Affinity pensado para fomentar el ligoteo y tal. Un servidor fue en plan periodista encubierto pero no logró cubrirse de gloria. Ni de ninguna otra cosa.

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Amor. La empresa de citas online Meetic tiene 54 millones de usuarios en Europa (6,3 millones en España). Una barbaridad. Era ya líder en el sector celestino online pero con la reciente compra de su rival, Match, se ha convertido en una suerte de monopolio del amor (al menos en Internet). Cupido tendrá que recurrir al Tribunal de Defensa de la Competencia

Boda. “Enamórate o te devolvemos el dinero”. Hasta hace poco, Meetic mantenía esta apuesta. Por si la crisis animaba al onanismo, ha preferido retirarla pero ha añadido un servicio, MeeticAffinity, que une a solteros que comparten personalidades similares. Sus psicólogos van para padrinos de boda aunque aquí también se viene a pecar, ojo.

Concurso. Algunos usuarios de ese servicio han ganado un concurso. Un viaje a París. Cuatro solteros de ocho países de Europa, 32 hombres y mujeres buscando lío. Entre ellos hay un periodista infiltrado. Mi menda.

Detalles. Los usuarios no han sido escogidos por su afinidad sino por un notario. Eso convierte la cosa del ligue en una lotería. Y, ya se sabe, afortunado en el juego… Otro detalle: cada ganador viene con un acompañante de su mismo sexo. Con carabina, o sea.

Estrategia. La recepción en lujoso y añejo hotel Lutetia es como una partida de póquer en la que las miradas se cruzan intentando adivinar las cartas de cada uno. Veo a una guapa rubia con pinta de alemana que me mira. Mantengo la mirada. Voy de farol. De repente, observo que entra mi reina de corazones. Una dama inglesa, morena y de sonrisa radiante. Ya me estoy imaginado la pareja cuando ella descubre sus cartas. Detrás viene su madre. ¿Trío? Uf.

Feos. Es lo que tienen los notarios, que sólo se fijan en la hermosura de su firma. Hay mucha belleza interior pero destaca por inusual la de los dos machos italianos. Uno bajito y sin cuello y el otro grande y con todos los extras. Alguien les acaba llamando Astérix y Obélix. Alguien generoso, sin duda.

Guapos. Las dos periodistas españolas invitadas al evento como espectadoras confiesan que mi compatriota David y yo somos los más guapos de la reunión. ¿Quién dice que no se hace información veraz en España?

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Hijos. Empieza la primera actividad, una clase cocina, y se me arriman las dos italianas, Bárbara y Francesca. Quizás porque coinciden con las periodistas. Quizás sólo por esconderse de Astérix y Obélix. Cortar la berenjena y mancharse las manos de tomate seco juntos, une mucho. Ver las fotos de la casa de Bárbara a las afueras de Roma, no tanto. Su hijo sale en casi todas.

Italia. País en forma de bota con un presidente de vodevil, al menos dos hombres poco atractivos y Bárbara y Francesca, que son amigas a pesar de que el padre del hijo de una fue antes el novio de la otra y fue “malo”. Mira que hablan los italianos… Pues deberían comunicarse más.

Juegos. Después de la cocina, toca hacerse fotos disfrazado de bohemio parisino o algo peor. Me escondo pero no lo suficiente como para dejar de ver que mi compañero David consigue dos éxitos: un disfraz no demasiado ridículo y una pareja de foto estelar. Vestido de cocinero, con cacerola y cuchillo, posa junto a la inglesa. Posa con ella y posa sus labios sobre los de ella en un beso robado que logra un tercer triunfo. La madre de la niña y yo estamos de acuerdo en algo: queremos clavar el cuchillo en el corazón de David para volver a sentir el nuestro.

Kilos. 133,70 millones de euros ingresó el Grupo Meetic en 2008, el doble que el anterior. De los otros kilos no voy a hablar que bastante mal karma me he ganado por lo de Astérix y Obélix… Sí, fui yo.

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Listo. Marc Simoncini es el fundador de semejante negocio. El tío tiene 46 años y hace ocho que fundó la empresa. Desconozco su estado civil.

Millonario. Marc Simoncini

No. Respuesta que flota en el ambiente

Ñ. Ah, también hay en la expedición dos españolas. Ana y Patricia son la demostración de que no es lo mismo opinión pública que opinión publicada. Pasan olímpicamente de David y de mí. No más de lo que pasan de todos los demás, eso sí.

Otros. En cambio, se fijan en los demás: el camarero del restaurante, uno que se toma un martini en el bar… No es que no hayan venido a ligar, es que igual les falta ganado en esta granja.

Preservativos. Esas cosas de látex que tengo en la habitación y que otra vez han venido de turismo.

Qué. Eso me pregunto yo: qué y, sobre todo, con quién.

Roxanne. Así se llama la guapa rubia con pinta de alemana que me miraba por la mañana. Resulta que es holandesa. Como Bridget y Sabrina, dos bombones de chocolate negro. David y yo nos unimos a ellas en un equipo impar para la prueba de cata de vinos. Tenemos que adivinar olores, acertar uvas y hacer esas cosas que hace un hombre cada vez que se lleva a cenar a una mujer. Sólo que esta vez ellas conocerán la verdad.

Segundos. Pues sí, a pesar de que sabemos tanto de vino como el Gobierno de economía, quedamos segundos en la prueba y, lo que es mejor, se han reído con nosotros. ¿O era de?

Timidez. Rasgo de buena parte de los participantes en el evento. Como si ser soltero fuese una cruz y no una cara. No es lo que piensan mis amigos casados.

Ulcera. Enfermedad generada por una bacteria que ataca de repente el estómago de Bridget. Más o menos en el momento que me siento a su mesa durante la cena y le propongo que compartamos el premio que hemos ganado.

Vino. El premio en cuestión. Una botella de vino dulce con 15 grados que pensábamos beber David y yo con nuestras tres chicas. Lo que viene a ser una paja mental.

X. Ojalá el hotel tenga canal porno.

Ya. Suficiente. Me he bebido el vino del premio y unos cuantos más de consolación. Si sigo trasegando alcohol puede que vea todo distinto, pero no creo que todo me vea distinto a mí.

Zzzz. Duermo. Solo. Agitado por el etanol, me revuelvo pensando en combinaciones míticas de verdad: Astérix con la madre de la inglesa; las dos hermanas holandesas entre ellas; yo con la fortuna de Mark Simoncini. Una pesadilla y dos sueños húmedos. Que no se diga que mi trabajo no da satisfacciones.

 

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Nuevo capítulo de la serie Zona Prohibida para la revista GQ. Siguiendo con el exhibicionismo genital por motivos laborales, me planto en una clínica para hacer una consulta sobre alargamiento de pene. Como se refleja en el texto, la cosa no es idea mía, sino que parte de la redacción. Quiero decir con esto que si alguien ve un paquete sospechoso igual no debería mirarme a mí…

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Empiezo a pensar que la dirección de esta revista tiene cierta obsesión con mis genitales. O, cuando menos, con la exhibición escrita de mis genitales. Primero me llevaron a que me los pinchara un médico de Boston Medical. Luego quisieron que me los pisoteara una domina. Ahora pretenden que me los intervenga un cirujano plástico. ¿Un reportaje sobre alargamiento de pene? Mmm, curiosa la obsesión de los miembros de la revista por mi ídem. Seguro que a Freud le pondría tratar el asunto.

Mi asunto, en cualquier caso, lo va a tratar el doctor Ali. Él no sabe nada de obsesiones redaccionales. Para él soy sólo un paciente que ha acudido a consulta a la clínica Menorca. La clínica ofrece operaciones plásticas de todo tipo pero las de cirugía íntima masculina no deben estar en el hit parade. Hay que llamar y esperar a que localicen y convoquen al doctor. A mí me ha tocado aguardar una semana y cuarenta minutos. El doctor Ali no tiene mucho tajo, con perdón. Pronto sabré por qué.

Entro en una habitación llena de cajas y me siento frente a un hombre con los ojos vidriosos, una tos preocupante y una chaqueta de cuero marrón con aspecto de haber celebrado la victoria de Massiel en Eurovisión. “Bueno, ¿qué le sucede?”. De repente, recuerdo lo que ha pasado cuarenta minutos antes. Me he equivocado de entrada y, en otro edificio de la misma clínica, he preguntado por el doctor Ali. La recepcionista me ha mirado como si me acabase de subir a un guindo con muletas y me ha dicho que hace años que el doctor ya no pasa consulta allí, que si no me habré equivocado de… ¡dentista! En fin, con un par: “Quería información sobre alargamiento de pene”.

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El doctor me pide que me baje los pantalones. Observa el órgano en cuestión. Lo sopesa. Se sienta, tose un par de veces más, toma alguna nota y me hace las preguntas del manual. “¿Problemas de erección? ¿Enfermedades? ¿Alérgico a algún medicamento? ¿Fuma?”. Doy fe de mi buena salud y el doctor, con seriedad, pasa a los detalles. Me dice que antes de la intervención habría que hacerme un estudio psicológico, que después hay que ir con una sonda durante siete días, que cuesta 6.000 euros. Tengo la tripa revuelta y la cartera agitada pero pongo cara de póquer. Quiero más información. El doctor Ali vuelve a toser y pasa a hablarme de los inconvenientes de la operación. La lista es dolorosa. También larga. No tanto como los resultados. La operación consiste en seccionar el ligamento suspensorio. Nunca se consigue un alargamiento mayor de 1,5 centímetro. Y pueden pasar cosas muy malas. El doctor Ali me dice que la operación puede generar problemas de erección. Se da cuenta de que me ha llegado con ese golpe y decide hacer honor a su apellido completando una serie que me deje KO. Coge un papel y un boli y se pone a dibujar. Veo un trazo que parece un pene normal y, al lado, otro que es un enorme muñón. “Se puede producir un linfedema”. El doctor me explica que lleva muchos años viendo y practicando este tipo de operaciones y que ocurre a menudo: una infección y el pene operado se hincha. Hay que volver a intervenir. Una vez. Dos veces. Las que sean necesarias. Si hay suerte, el paciente podrá volver a usar su cosa para hacer pis. De follar, ni hablamos. Creo que estoy llegando a una conclusión: esto es matar moscas a cañonazos. Y sospecho que es justo la conclusión a la que me quería llevar el doctor.

“Mire, la verdad, no se lo recomiendo”. Me habla de otros métodos que no atentan contra la salud: inyecciones cavernosas, bombas de vacío. Son, más bien, procedimientos para mejorar la erección y obtener un tamaño más vistoso durante un tiempo, pero al menos no son peligrosas. El doctor Ali no es ningún charlatán. Sólo es partidario de operar en casos extremos de micropene en los que los daños psicológicos sean mayores que el riesgo. Se despide de mí con un apretón de manos y la cara compungida. Y me dice: “Si va a otros centros, tenga cuidado con lo que le prometen. Créame, usted no necesita operarse”.

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Salgo de la clínica contento con el diagnóstico de mi virtud aristotélica y voy al encuentro de Sonia. Sonia es una mujer que se ha topado con lo excepcional. No ha encontrado un trébol de cuatro hojas en el parque o un billete de 500 euros en el metro, pero ha hallado un micropene en su cama. Ni una broma al respecto, por favor. A Sonia no le hace gracia recordarlo. “Era enano, ni te enterabas que lo tenías dentro. Era como un cacahuete. Sentía vergüenza por él. Y pena. También me sentía frustrada sexualmente. No supe cómo afrontarlo. Lo dejé al mes y medio”. Sonia recuerda que esa persona se comportaba de forma muy chula, como si quisiera demostrar algo. Y que bebía de más. Por lo que me cuenta y por lo que empiezo a imaginarme, no debe ser fácil cargar con un peso tan ligero en la entrepierna.

Dejo a Sonia fijándose en los pies y en las manos de los hombres que se cruzan en su vida (“tengo miedo a encontrarme con otro micropene”) y me dirijo a la consulta de mi urólogo de cabecera. Para hacer esta sección en esta revista hay que tener un buen especialista en urología cerca. El mío vuelve a sorprenderse por mi trabajo y me dice que una operación de alargamiento de pene no es cualquier cosa. “Hay que hacer un estudio psicológico serio. Y también genético. El micropene tiene que ver muchas veces con malformaciones congénitas, está cerca del intersexo”. Me cuenta casos como el de un hombre con micropene y menstruaciones, por ejemplo. Y me dice que son fenómenos difíciles de ver, incluso para los expertos en andrología. “En cualquier otro caso, desaconsejo la operación. Da más quebraderos de cabeza que otra cosa”. Impotencia, incurvaciones, cicatrices, infecciones y otros términos que un hombre nunca quiere asociar a su mejor amigo.

“Eso de la longitud del pene es muy relativo”. Hablamos un rato de las tendencias estéticas, de los medios de moda que han hecho tanto daño a la imagen que la mujer tiene de sí misma como las películas porno han dinamitado la autoestima del hombre. Me despido del médico para que atienda a alguien con problemas de verdad y me voy a casa pensando en los actores favoritos de la dirección de esta revista. ¿Les gustará Rocco? ¿Preferirán a Nacho? ¿O serán más de vérsela a Mandingo? Quizás las respuestas ayuden a su psicólogo a descubrir por qué yo tengo que pasar por todo esto.

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Lo siguiente es un reportaje aparecido en el número de abril de la revista Calle 20. La cosa va sobre editoriales y editores pequeños en un mundo donde el tamaño importa, aunque no se sabe muy para qué. Las fotos que aquí aparecen son de la one and only Belén Cerviño (las de los editores de Barcelona, no las tengo a mano) y el tema se puede ver convenientemente maquetado pinchando en el siguiente link: editores edit.

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“Lo hicimos porque no sabíamos que era imposible”. Este reportaje empieza como un relato de aventuras. Puede que lo sea. La frase entrecomillada es un aforismo sin dueño aparente que pronuncia José Pons, de Melusina, y que él atribuye a unos exploradores de camino a uno de los polos. Así se siente José, y no precisamente por el resfriado que gasta. Así se siente también el resto de los entrevistados. No parece fácil emprender una editorial en un país con índices de lectura tan bajos como altos son los de producción de títulos. No parece fácil y, sin embargo, desde que empezó este siglo han nacido un montón de pequeñas empresas que pelean por su sitio en los estantes de novedades. Es verdad que la aventura está de moda. Es cierto que cada vez hay más bases en la Antártida y un montón de gente haciendo cola para escalar en Everest pero ésos, más que aventureros, son turistas. Lo de estos editores guerrilleros va en serio.

“El mercado está maduro. Las cosas se hacen muy bien y es difícil hacerte sitio. No es como en los 70, cuando surgieron Anagrama y Tusquets”. José Pons empezó con Melusina en septiembre de 2002. Antes, se había licenciado en literatura comparada en la universidad de Berkeley y había trabajado, entre otras cosas, en una pizzería. Disfrutaba con los ensayos que se editaban en Estados Unidos, donde vivió diez años, y pensaba en crear “una editorial en esa línea anglosajona de no ficción”. Su única experiencia habían sido trabajos de lector para Debate y Pretextos. Aún así, se puso la mochila.

Otros lo hicieron con aún menos noción. Jesús Llorente, Amador Fernández Savater y Abel Hernández coincidieron en una revista travestida en fanzine, Apuntes del subsuelo, y un buen día se propusieron lo de la editorial. “A Jesús le parecía posible –explica Abel– porque él había montado ya una discográfica independiente, así que nos animamos y nos preparamos para palmar pasta”. Así nació Acuarela Libros. Hoy, diez años después, y con Tomás Cobos y Javier Lucini ya subidos al trineo, cada uno de los cinco sigue con sus cosas. “Ninguno nos ganamos la vida con la editorial”.

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Lo normal, eso sí, suele ser meterse en este jardín con pinta de selva habiendo pisado ya otros. Eso hizo Carola Moreno, 20 años trabajando en editoriales de diseño y arquitectura hasta que, en 2002, empieza la suya propia, Barataria, junto a su familia. O Enrique Redel, que primero fue editor adjunto de Odisea y Ópera Prima, luego fundador de Funambulista y, desde abril de 2007, está detrás de todo lo que pasa en Impedimenta. Incluso hay quien se ha batido el cobre en webs de información cultural para luego pasarse al otro lado, como Javier Baunza, que en 2008 pasó de gestionar hislibris.com y larevelación.com a empezar su aventura librera con Evohé.

Y también existe la predisposición casi genética de Diana Zaforteza. “Mi padre era íntimo de Jorge Herralde y vivió el nacimiento de Anagrama. Yo siempre supe que quería dedicarme a esto”. Por eso, no dudó cuando Carmen Balcells le ofreció un hueco y un porcentaje en Alpha Decay. Allí aprendió hasta que, en septiembre de 2008, se atrevió a entrar en un banco y empeñarse para crear Ediciones Alfabia.

Los orígenes y procedencias de estos editores son diversos. Los problemas a los que se enfrentan, no tanto. “Se publica demasiado –explica Diana– y los libreros tienen miedo de hacer pedidos”. “El tema de las devoluciones –cuenta José Pons– es perverso, nunca sabes lo que volverá a casa, pero también es bueno, porque permite la entrada de nuevos actores”. Imprimir un libro puede costar dos euros por ejemplar. A eso hay que sumar lo que se quiera gastar uno en maquetación, la traducción, si es necesaria, y un 10% del precio de venta sin IVA en concepto de derechos de autor. Las editoriales de las que hablamos sacan al mercado entre siete y veinte títulos al año, según, y con tiradas que van desde mil a tres mil ejemplares. “La primera desilusión–reflexiona Javier Baunza­–­ es cuando te das cuenta de que no trabajas para el lector, sino para el librero”. “Los libreros –opina Enrique, de Impedimenta– son termómetros del mercado. Es difícil llegar al lector sin ganarte su aprecio”.

Por supuesto, ninguno cuenta con dinero para emprender enormes campañas de promoción. No hay pasta para traerse de gira a sus autores, ni para comprar espacios publicitarios, ni para montar saraos postineros. No hay pasta pero existen otros recursos generados por la imaginación y facilitados por las nuevas tecnologías. Aunque están muy agradecidas al trato que reciben de la prensa empapelada, todas las editoriales tienen presencia activa en la Red: webs, blogs, newsletters, vídeos en YouTube, grupos en Facebook… “Antes sólo estaban los suplementos culturales –dice Enrique– pero ahora los nuevos medios están cobrando incluso más importancia. Es el principio de una revolución técnica que nos va a llevar a redefinir lo que es un libro y lo que es un lector”. Ese asunto del futuro del libro sale en todas las conversaciones pero quizás sea materia para otro reportaje, así que volvamos a la guerrilla.

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Porque, más allá de la cibernáutica, hay otras maneras de llegar a la gente. Dos de las editoriales aquí mencionadas, Barataria e Impedimenta, forman parte, junto a otras cinco pequeñas, de la asociación Contexto. Juntos consiguen ir a ferias y sumar todo tipo de esfuerzos y juntos, por eso, han ganado el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial. Acuarela, con el apoyo económico y de distribución de la librería Antonio Machado, montó giras que combinaban la lectura y los conciertos para presentar las biografías de Johnny Cash y Johnny Rotten. “Tratamos de acercarnos a nuestros lectores –cuenta Abel, que fue miembro de Migala y ahora es El Hijo–, no sólo de vender libros. Tenemos una base de lectores fieles que se compran todo lo que sacamos”.

Tal es una de las principales virtudes de este tipo de empresas. La estrecha relación con el lector se consigue también con el extremo cuidado de las ediciones. “Desde el principio tuvimos claro que el aspecto visual era clave –sigue Abel–. Cuidamos las portadas e incluimos ilustraciones pero no como adorno”. “Se trata –apunta Enrique Redel– de rodear los libros de cariño estético, que no pasen desapercibidos”. “Queremos –subraya Javier, de Evohé– alcanzar el libro perfecto, en mayúsculas”. Y es que, aunque resulte obvio señalarlo, estamos hablando de gente que, ante todo, es apasionada de la lectura y de los libros. Hombres y mujeres que, de tanto leer, sólo tenían dos posibilidades en esta vida: escribir libros o producirlos. “El editor es un escritor frustrado –reconoce Diana, de Alfabia–. Cuanto más lees, más respeto tienes por la escritura. Yo tuve vocación de escribir, pero en vista de que no tenía talento, decidí contribuir de esta forma”.

Suena romántico, ¿verdad? Pues no lo es tanto. “No tenemos vacaciones –cuenta Carola, de Barataria­–, estamos metidos en todos los procesos y no podemos faltar”. Las editoriales pequeñas presumen de ser más flexibles que las grandes y de no sufrir presiones a la hora de publicar. Pero esas mismas ventajas se convierten en inconvenientes al meter en la ecuación los medios con que cuentan. Pocos. Los editores están encima de todo y no dan abasto. “Llegan unos siete manuscritos al día y no sé qué hacer –se lamenta Diana Zaforteza–. De hecho, cuando estaba en Alpha Decay nos llegó Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo, y le mandamos una carta agradeciéndole su interés y diciéndole que no nos cuadraba pero… ¡ni lo habíamos leído!”.

Y aquí viene una de las pegas que algunos ponen a estas empresas: la poca atención al producto nacional, a los nuevos valores locales. “Nos encantaría encontrar a alguien –reconoce Abel, de Acuarela– pero estamos algo desconectados de la literatura de aquí”. Y los que no los están sufren las consecuencias de la ausencia de fondos. Las editoriales pequeñas son como el Athletic de Bilbao o el viejo Sporting de Gijón, sirven de cantera para los cimientos de estructuras más grandes. Si descubren una veta, tienen pocas posibilidades de retenerla. Curiosamente, no hay queja al respecto. “Al contrario –aclara Carola, de Barataria-, es un placer”.

Acuarela Libros

Misión: Editar narrativa, ensayo y poesía, siempre con el retrato social en perspectiva.

Su libro: Panegírico, Guy Debord. “Lo sacamos ahora, 30 años después de su primera edición y 10 años después de nuestro nacimiento. Es una edición muy completa que amplía nuestra revisión del 68”.

www.acuarelalibros.com

Impedimenta

Misión: Recuperar títulos que pasaron desapercibidos y fabricar nuevos clásicos.

Su libro: Botchan, Natsume Soseki. “Es un autor que me gusta tanto que a mi primera editorial la llame Kokoro, como su primer libro”.

www.impedimenta.es

Barataria

Misión: Rescatar y encontrar narrativa diferente.

Su libro: Un asunto privado, Beppe Fenoglio. “Es una obra cumbre de la literatura italiana del siglo XX y la primera obra maestra reconocida que publicamos”.

www.barataria-ediciones.com

Melusina

Misión: Aportar sugerentes formas de interpretación de las nuevas realidades.

Su libro: Sexografías, Gabriela Wiener. “Un ejercicio de periodismo singular, vivido en primera persona y contado con autoironía que ha llevado a la autora a fichar por Random House”.

www.melusina.com

Alfabia

Misión: Buscar tesoros y ejercer de agentes culturales.

Su libro: Artemisia, Anna Banti. “Es una joya olvidada de la literatura. El museo Thyssen va a traer el cuadro a partir de su publicación en España”

www.edicionesalfabia.co

Evohé

Misión: Publicar narrativa, ensayo, poesía y obra histórica con una base clásica.

Su libro: Los siete libros del Mediterráneo, Fernando de Villena. “Me gusta la poesía pero odio la mayoría de la que se hace. Ésta es una epopeya de 320 páginas muy legible”.

www.evohe.net

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Hoy hace un año y un día que nació este blog. Y la verdad es que está encantado de haberse conocido. Yo también estoy encantado de haber conocido al blog, aunque a veces mantenerlo sea un poco condena. Lo normal en estos casos, por lo que he visto por ahí, es dar un montón de datos de visitas y demás y hacer una recopilación de búsquedas bizarras a través de las que ha llegado la gente al lugar. Mis datos no están mal y las búsquedas que acaban aquí son de lo más psicodélicas. Normal, puesto que a veces me dedico a hablar de BDSM, intercambio de parejas, alargamiento de pene y cositas de ésas que no interesan a casi nadie en Internet, qué va. Pero como soy un tío discreto, paso de publicar tales cosas. En cambio, prefiero felicitar al blog y agradecer sus visitas a los lectores. Por cierto, si alguien quiere regalar algo al querubín, que me lo mande a mí y yo se lo hago llegar.

Suenan los Ramones cantando el Happy Birthday.

El pastel de cumpleaños, tan bonito, es de aquí.

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Recibo un  mensaje de un trabajador de Boston Medical con respecto al reportaje sobre ese negocio publicado en la sección Zona Prohibida del número 132 revista GQ (y colgado posteriormente en este blog). Por eso del derecho a réplica, lo pego aquí tal cual para que lo lea todo quisque:

Buenos Días, mi nombre es Ramon y trabajo en Boston Medical Group.
Me gustaría aclarar varios conceptos y ofreceros mi ayuda para poder explicar más en detalle algunas cuestiones que creo que no están claras.
Desde Boston Medical Group ofrecemos soluciones médicas personalizadas a problemas de sexualidad masculina. Buscamos la raíz del problema para poder ofrecer una solución individual a cada problema. Es cierto que no podemos curar a todos los pacientes que acuden a nuestras clínicas, existen casos en los que medicamente esto no es inviable, pero sí que podemos garantizar que tendrán relaciones sexuales. Esto lo podemos garantizar casi en el 100% de los casos.
En cuanto al tema del precio, todo es relativo. Ofrecemos un servicio de seguimiento médico, no solo la recomendación de un fármaco u otro. Manejamos todos los tratamientos farmacológicos disponibles para la Disfunción Eréctil y recomendamos el que mejor se adapte a las necesidades de cada paciente. No es lo mismo un diabético, un hipertenso, una persona con una afección cardiaca u otra con disfunción eréctil a los 30 años. Unicamente después de valorar la historia clínica y el resultado de las pruebas hacemos una recomendación de tratamiento.
Espero que haya sido de ayuda.
Un saludo

Y respondo: que a mí SÍ  se me dijo que el tratamiento de inyecciones que ofrece Boston Medical cura la impotencia; que es verdad que el médico que me trató me habló y recetó Cialis aunque las pruebas que me hizo demostraron que yo no tenía problema alguno; que el comercial que me atendió a continuación sólo quiso venderme el tratamiento a base de inyecciones; que tal tratamiento se me ofreció al precio de 1.500 euros; y que el urólogo al que consulté posteriormente me confirmo que tal cosa no cura sino que alivia los síntomas (o sea, que te la pone dura, que no es poco, supongo) y que la Seguridad Social ofrece inyecciones gratis (eso sí, una por consulta).

Pero todo eso quedaba bastante claro en el texto. Así que, por si alguien tiene alguna duda, aquí va otra vez.

Estoy tumbado en una camilla. Los pantalones bajados hasta la rodilla. Los calzoncillos, también. Ante mí, un joven médico con acento latinoamericano que recuerda, por la voz y el currículo que se le intuye, al doctor Nick Riviera de Los Simpson. El galeno me explica las opciones de tratamiento. Pastillas o inyecciones. Ni siquiera me ha dicho que esté enfermo. Aún no me ha hecho la prueba. Da igual. En mi posición, repito, tumbado, con pantalones y calzoncillos por las rodillas, es difícil discutir. Mientras me lo pienso, se anima a hacerme esa prueba. Echa una crema en la base de mi pene y pasea por ahí una especie de rotulador conectado a un aparatejo que suelta un ruido como de interferencia radiofónica. Es un ultrasonido Doppler que mide el flujo sanguíneo de mi órgano sexual. El resultado sale impreso en un papelín de fax. Es el polígrafo de la erección. Es una tabla con sus picos, como la del Ibex 35. Ojo, la mía no anda tan mal como la del Ibex. Estoy dentro de los parámetros normales para mi edad. Estoy bien pero debo elegir. No tengo las opciones de Neo. Nada de pastilla roja o pastilla azul. Debo elegir entre pastilla azul o inyección. Pellizco o pinchito. Susto o muerte. «Si quiere -me dice-, le hago un test de erección, una inyección vasodilatadora como las del tratamiento para ver la respuesta y así calcular la dosis que necesitaría».

Me llamo Pedro y soy impotente. En realidad, me llamo Pedro, soy periodista y desde la dirección de esta revista quieren acabar con mi imagen, pública y privada. O eso, o consideran que si no me he casado después de visitar un puticlub, un local de intercambio de parejas, la casa de una chica que ofrece sexo a través de su webcam y hasta el backstage de un desfile de lencería es porque tengo un problema en los bajos. Se supone que esta sección, Zona Prohibida, consiste en visitar lugares que jamás pisaría un lector de GQ. No me quiero meter en los asuntos urológicos de los lectores, pero si alguno ha pasado por aquí, seguro que no lo ha contado. Yo sí. Para eso me pagan. Así que voy a seguir. Por cierto, no se dice impotencia, se dice disfunción eréctil.

«Si tu vida sexual funciona, lo demás no importa». Antes de llegar al momento de recibir una inyección en la base de mi pene he escuchado muchas veces esta cuña en la radio. Como muchos españoles. Como mi querido director. Por eso, a pesar de que mi vida sexual está en orden, he entrado en Boston Medical Group. Por eso sé que en la recepción hay un hombre con bata blanca y no una enfermera. Un punto para Boston Medical. No debe ser muy terapéutico llegar donde pretendes curar tu eyaculación precoz o tu disfunción eréctil y encontrarte con una moza ante la que sólo puedes hacer el ridículo. El recepcionista me acompaña a la sala de espera donde debo rellenar mi historial médico. Otro punto para ellos. La sala es individual. Se evitan así las conversaciones sobre el tiempo (que tarda cada uno en eyacular o el que hace que no se pone firme).

Una vez rellenado el historial y comprobado que en la sala de espera no hay revistas porno, no vaya ser que se produzca un milagro y se pierda un cliente, me llama el doctor y tiene lugar la escenita que he narrado al principio del texto. Una elipsis después, vuelvo a estar en mi sala de espera. El pinchazo no ha dolido, la inyección se hace con un aplicador al estilo de los de los diabéticos. Se supone que debo esperar media hora a que las sustancias vasodilatadoras hagan efecto y suban el periscopio de mi entrepierna pero sólo han pasado quince minutos y ya tengo el misil preparado. Me entretengo leyendo la documentación que me han dado y pensando que los verdaderos pacientes deben vivir este momento con lagrimas en los ojos, la mano en el pecho y banda sonora orquestal, como cuando se iza la bandera nacional tras ganar una medalla de oro. Por fin, llega el médico para llevarme a su despacho. Vuelvo a bajarme pantalones y calzones y me mide, a mano, la erección. Me explica que estas inyecciones se deben aplicar al menos una vez a la semana, antes de la relación sexual, durante nueve meses y que así se acaba curando, en un alto porcentaje, el problema.

Empiezo a entender de qué va todo esto. Tanto la documentación como el discurso del médico tienen una pendiente que conduce tu pensamiento hacia donde Boston Medical Group quiere. Cosas como que el 90% de los casos de disfunción eréctil son de causa física. Un montón de pegas a los tratamientos habituales (Cialis, Viagra y demás pastilleo). Una luz de esperanza diciendo que todo, incluso la disfunción eréctil, sea física o psicológica, tiene solución. La comprensión se hace completa cuando me llevan a ver a un comercial adornado también con bata blanca. Gracias a él, me entero de que la solución a mi inexistente problema cuesta 1.500 euros. Son 90 inyecciones que puedo pagar a tocateja o en 12 mensualidades sin intereses. Gracias a él, también me entero de que la inyección que me acaban de poner puede provocar priapismo, o sea, seis horas o más de erección continuada, o sea, problemas. Me da un papel con instrucciones en caso de que tal cosa ocurra y dos pastillas para solucionarlo antes de ir al hospital (recomendación número cinco después de «realice una caminata de 10 minutos», «aplíquese agua fría en los genitales 10 minutos», «realice flexiones de piernas durante 10 minutos» y la toma de las pastillas). Le digo que me quedo más tranquilo y que me pensaré lo de los 1.500. Y me despido.

Me doy un largo e incómodo paseo por Madrid. Aprovecho para llamar a un urólogo conocido para que me cuente. Y me cuenta. Que el porcentaje de causas psicológicas de la disfunción eréctil es mayor que el 10%. Que las pastillas de ahora no tienen casi efectos secundarios. Que el tratamiento con inyecciones es más agresivo. Que, por supuesto, no cura. Y que, en cualquier caso, se puede conseguir gratis, con receta, a cargo de la Seguridad Social.

Han pasado dos horas desde que me han aplicado la inyección, sigo con el arma cargada en mi entrepierna y sólo me queda una duda. No sé si llamar a algún teléfono femenino de los de mi agenda para aprovechar la medicina u ofrecer al alcalde el molde para un obelisco en honor al periodismo de investigación.

B.S.O. Dropkick Murphys, I’m Shipping Up To Boston.

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Como si fuese Coco explicando lo de cerca y lejos, este blog hablaba antes de ayer del periodismo malo y hoy hace sitio para el periodismo bueno. El de Jon Sistiaga en su reportaje/documental para Cuatro llamado Narcoméxico, cuya primera parte se emitió el viernes (la segunda es el próximo viernes 2, creo). El título explica muy bien de qué va la cosa. Es un retrato bastante amplio y detallado de la gripa mexicana, con unas cámaras que se meten, sin necesidad de ocultarse, en todas partes y retratan a casi todos los actores. Y con un periodista que hace, a la cara, las preguntas que hay que hacer y que cuenta historias de verdad sin sobredosis de manipulación ni sensacionalismo. Aunque, eso sí, a veces se pasa de moralista y otras confunde, por ejemplo, los gritos y porras de la lucha con actitudes vitales. Como si apoyar a los rudos fuese el primer paso para convertirse en el mochaorejas, no manches. Se puede ver en Youtube (y aquí) por cortesía de Loquetegusta.com.

Que quede claro que no soy ni familiar ni amigo de Sistiaga. Vi el reportaje de casualidad, me gustó y me pareció justo decirlo después de haberme cagado en casi toda mi profesión. Tampoco soy nada amigo ni familiar de Cuatro, pero mola que pongan cosas así en su late night y que tengan 1.341.000 espectadores (8,5% de share); eso sí, 918.000 menos que Dónde estás corazón.

Actualizo: He aquí la segunda parte del reportaje documental Narcoméxico. Chinasky, yo creo que aquí sale lo que echabas de menos en el comentario. Me sigue pareciendo buen periodismo.

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