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Posts Tagged ‘Inundaciones’

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Ninguna de las diez noticias más leídas en ElMundo.es y ElPais.es tiene que ver con Pakistán. Tampoco se han inundado los informativos con ríos de vídeos solidarios y emotivos. Ni han surgido por generación espontánea acciones de todo tipo y condición destinadas a recaudar dinero para el país. Esta vez no es culpa de los medios sino de todos, del desinterés general ante la noticia. La ONU no sabe qué hacer para conseguir pasta y nadie, ni gobiernos, ni instituciones, ni ONG, ni ciudadanos, parece dispuesto a levantarse de la siesta por cuatro gotas.

Bien, pues sentimos interrumpir las vacaciones del personal pero en Pakistán ya han muerto casi 2.000 personas. Ah, que la cifra de muertos no es muy alta. ¿Qué tal dos millones de personas que se han quedado sin hogar? ¿Nada? Bueno, pues probemos con 3,5 millones de niños en peligro de contraer enfermedades mortales. ¿Tampoco? Vaya, pues nada, supongo que 20 millones de afectados por el asunto será moco de pavo.

Hay varios motivos que pueden tener que ver con este pasotismo generalizado ante una catástrofe de las gordas. Los menciona casi todos David Jiménez, ese estupendo corresponsal que tiene El Mundo en Asia en este artículo llamado La tempestad y la indiferencia. Pueden ser las vacaciones, claro. Aquí no hay nadie y en las playas sólo escandalizan los precios de las paellas del chiringuito. También es verdad que una inundación conmueve menos que un terremoto, por poner el buen ejemplo de Haití. Y que 1.600 son pocos muertos comparados con los cientos de miles del tsunami.

Pero es que, además, la solidaridad es un ejercicio muy humano y, como tal, caprichoso de narices. Y resulta que Pakistán es, a nuestro occidental entender, un nido de islamistas radicales, cantera de terroristas, fábrica de armas nucleares, cuna de conflictos con la India por un pedazo de tierra… Tengámoslo claro, nuestro despiste, el pasotismo general y algún que otro quesejodan viene también de todas las cosas malas que pensamos que sabemos de Pakistán. Que no es lo mismo ayudar a un negrito que nunca ha tenido nada y que, quizás por eso, no ha hecho nunca nada malo a nadie (Haití) que dar la mano a un hindú que peleó por dejar de serlo y luego se dedicó a recitar el Corán en una madraza hasta que le salieron coches bomba por las orejas (Pakistán).

Lo de Pakistán, como lo del tsunami, es, a decir de muchos científicos y gentes que saben más que yo, una pequeña muestra de lo que se nos viene encima. Desastres naturales que provocan desplazamientos de millones de personas cambiando para siempre las formas de vida no sólo de los epicentros, sino de los lugares de recepción. Nuestra reacción ante estos sucesos también vale de modelo para lo que pasará después. A veces nos sentiremos solidarios pero cada vez menos y no con todo el mundo. La solidaridad tiene derecho de admisión, como las discotecas. Y eso no ayuda a generar distensión.

Por no hablar de lo que pasará si un día nos pasa algo así a nosotros. Imaginemos que se inunda España y hay 20 millones de desplazados que vamos, es un poner, a Marruecos. Y ahí nos quedamos, con la mano en el aire sin que nadie nos la coja porque somos esos blanquitos que con la Biblia en un sobaco y las obras completas de Friedman en la cartera invadimos Afganistán e Irak, cerramos nuestras fronteras a los trabajadores honrados, nos negamos construir mezqu¡tas en la Zona Cero y sopoticientas barrabasadas más que no me caben en ese texto. Ah, que tú no has hecho nada de eso. Pues tampoco los de la foto y otros millones más. Y ahí están. Esperando a que alguien les eche un mano.

Suena Solidarity, de Angelic Upstarts.

La imagen es de aquí y el texto también se puede leer acá.

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El siguiente texto es un editorial de The Economist titulado Un mar de problemas y trata, claro, de cómo están nuestros océanos. Está completo y traducido, espero que no muy mal. Puedes pasar de leerlo y pensar eso de «ya está otra vez el pesado éste con las malas noticias». O puedes ocupar un rato de su tiempo para ver qué opina sobre el asunto un medio de comunicación tan liberal, conservador y poco sospechoso de ecologista radical como el Economist.

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No se conoce mucho acerca del mar; la superficie de Marte está incluso mejor explorada, se suele decir. Pero ya se han hecho 2.000 agujeros en el lecho marino, se han tomado 100.000 fotografías, los satélites tienen monitorizados los cinco océanos y en todos hay boyas llenas de instrumentos subiendo y bajando como yoyós perpetuos. Mucho se sabe y muy poco es tranquilizador.

La preocupación empieza en la superficie, donde  una atmósfera cargada con dióxido de carbono producido por el hombre interactúa con la mar salada. El agua se ha hecho así más ácida, haciendo la vida difícil, si no imposible, para organismos marinos con conchas o esqueletos de carbonato-cálcico. No son bichos tan familiares como langostinos o langostas, sino especies como el krill, criaturas que son como gambas minúsculas y que juegan un papel crucial en la cadena alimenticia: acaba con ellas y acabarás con sus depredadores, cuyos depredadores pueden ser los que te gusta comer fritos, a la parrilla o con salsa verde. Y lo que es peor, desestabilizarás el ecosistema entero.

Eso es lo que también hace la acidificación a los arrecifes de coral, especialmente si ya están sufriendo sobrepesca, subidas de temperatura y polución. La mayoría padecen todo eso y por ello están seriamente dañados. Algunos científicos creen que los arrecifes de coral, hogar de un cuarto de todas las especies marinas, desaparecerán por completo en unas pocas décadas. Eso será como el fin de las selvas y bosques pero en el mar.

El dióxido de carbono afecta al mar de otras maneras, sobre todo por el cambio climático. Los océanos se expanden al calentarse. También suben por el efecto de los glaciares y capas de hielo que se derriten: el hielo de Groenlandie está en vías de derretirse por completo, lo que puede elevar el nivel del mar cerca de siete metros. Para el fin de este siglo, el nivel puede haber subido 80 cm, incluso más. Para los 630 millones de personas que viven a una distancia de 10 km de la costa, eso es cosa seria. Países como Bangladesh, con 150 millones de habitantes, estarán inundados. Incluso la gente que vive en el interior se verá afectada: las sequías del Oeste de los Estados Unidos parecen estar causadas por el cambio de las temperaturas de superficie de Pacífico tropical.

Y luego están las mareas rojas de algas, las plagas de medusas y las zonas muertas donde sólo sobreviven los organismos simples. Todo ello crece en intensidad, frecuencia y extensión. Todo ello, también, parece estar asociado con varios traumas que el hombre inflige a los ecosistemas marinos: sobrepesca, calentamiento global, los fertlizantes que van de la tierra a los ríos y estuarios y, a menudo, todo el lote en cadena.

Algunos de los cambios pueden no ser obra del hombre en su totalidad. Pero uno del que no cabe duda es la muerte de los peces: la mayoría de los grandes han sido atrapados por las redes de pesca. Y el resto lo será en poco tiempo si el pillaje continúa a los niveles actuales. De hecho, cerca de tres cuartas partes de todas las especies de animales marinos están por debajo, o a punto de estar por debajo, de sus niveles de sostenibilidad. Otro cambio es la aparición de una masa de desperdicios plásticos que se arremolinan en dos enormes coágulos en el Pacífico, cada uno tan grande como los Estados Unidos. Y el mar tiene otro montón de males, que se señalan aquí.

Neptuno lloraría

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Cada una de esas transformaciones es una catástrofe. Juntas son algo mucho peor. Además, están sucediendo alarmantemente rápido, en décadas y no en los eones necesarios para que peces y las plantas se adapten. Y muchas son irreversibles. Harían falta miles de años de reacciones químicas en los océanos para volver a una condición similar a su estado preindustrial de hace 200 años, según la Royal Society, el grupo de científicos más prestigioso de Gran Bretaña. Muchos incluso temen que algunos cambios están alcanzando los umbrales en los que los siguientes cambios pueden acelerarse sin control. Nadie llega a entender, por ejemplo, por qué el bacalao no ha vuelto a los Grandes Bancos de Canadá incluso después de 16 años de paro en la pesca. Nadie sabe muy bien por qué los glaciares y las capas de hielo se derriten tan rápido o por qué el lago de hielo derretido que cubre 6 km² en Groenlandia se puede secar en 24 horas, como pasó en 2006. Esos sucesos inesperados ponen nerviosos a los científicos.

¿Y qué se puede hacer para poner las cosas en su sitio? El mar, la última parte del mundo en la que el hombre actúa como cazador-recolector -y como bañista, minero, basurero y polucionador en general- necesita ser administrado, del mismo modo que la tierra. La economía exige, tanto como la ecología, que se dejen de despilfarrar recursos de los océanos. La mala administración y la sobrepesca desperdician 50.000 millones de dólares al año, según el Banco Mundial.

La economía también da algunas respuestas. Para empezar, los subsidios de pesca deben ser abolidos en una industria que se caracteriza por su ineficacia y por estar sobredimensionada. Después, los gobiernos necesitan encontrar la manera de dar a los que viven de explotar los recursos del mar un interés por conservarlo. Una forma puede ser el sistema de cuotas de pesca individuales y transferibles que parecen haber funcionado en Islandia, Noruega, Nueva Zelanda y el oeste de Estados Unidos. Los mismos derechos que se han dado a los contaminadores por carbono en Europa se pueden dar a los de nitrógeno y a los mineros de las paltaformas continentales. Un sistema de comercio de opciones y futuros también puede ayudar.

Las cuotas funcionan en aguas nacionales. Pero en alta mar, fuera de los límites territoriales, presentan mayores problemas y muchos temen que los atunes, tiburones y demás grandes animales que nadan en el azul sean exterminados. Los acuerdos internacionales de pesca que regulan partes del Atlántico Norte demuestran que la administración puede funcionar, aunque la comisión del atún del Atlántico muestra que puede ser un desastre. Y donde la pesca no pueda ser regulada, debe ser parada. No hubo nada tan bueno para los peces en Europa en los últimos 150 años que la Segunda Guerra Mundial: dejar los barcos amarrados permite recuperar los bancos. Una solución preferible hoy en día sería crear reservas marinas, cuantas más y más grandes, mejor.

En un mundo cuya demanda de proteína crece día a día, la necesidad de conservar el stock es clara. Los remedios no son difíciles de comprender. Pero los políticos, en cualquier caso, son cobardes. Muy pocos están dispuestos a enfrentarse a los poderosos lobbies, salvo en pequeños países en los que la pesca es tan importante económicamente que el peligro de extinciones masivas no puede ser ignorado.

Ahora coge la ola agitada

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Pero la extinción masiva que debe tenernos preocupados es, aunque remota, la de la humanidad. No es inteligente descartarla cuando se trata de emisiones de CO2, la otra gran maldición para los océanos. A largo plazo, los mares son una gran lavadora para el carbono. Son capaces de ayudar a evitar el calentamiento global, ofreciendo, por ejemplo, almacenamiento de CO2 y energía a través de la fuerza de las olas y las mareas. En cualquier caso, continuarán cambiando y siendo cambiados mientras el hombre siga soltando tanto carbono a la atmósfera.

Hasta ahora, la subida del nivel del mar, los corales muertos y la extensión de las mareas rojas son sólo distracciones menores para la mayoría de la gente. Unos cuantos huracanes más como el Katrina, algunas inundaciones trágicas en las ciudades costeras del primer mundo, puede que el fin de la cinta transportadora oceánica que calienta Europa Occidental, cualquiera de estas cosas atraparía la atención de los políticos. El problema es que, para entonces, puede ser demasiado tarde.

Hoy es el último día del año. Muchos se hacen buenos propósitos de cambio para el año que viene. Apuntarse a un gimnasio, dejar de fumar, tratar mejor a su familia… No estaría mal también proponerse cambiar el entorno, dejar de perjudicarlo, tratarlo mejor. Cuidarlo. Reducir la huella de carbono, ahorrar energía, apagar las luces y esas cositas que ya sabemos todos. Pero hay más: rechazar las bolsas de plástico que ofrecen sin necesidad en todas partes, tratar de no consumir más animales salvajes en peligro de extinción (¿comerías rinoceronte? Entonces, ¿por qué comes atún?) y, sobre todo, exigir a los que deciden por nosotros que protejan los océanos, que no busquen votos a cambio de cuotas de pesca, que respeten los acuerdos de Kyoto o Poznan o, qué coño, que los mejoren, que se preocupen por cuidar lo más posible el lugar en que vivimos y del que vivimos. Es verdad, ninguno de nosotros puede arreglar este problema. Pero sí que cada uno de nosotros puede hacer lo posible por no estropearlo más. No es una postura ideológica. No es, ni siquiera, una postura. Es un asunto de ética. Del mismo modo que te preocupas y luchas por ti mismo y por los que te rodean, te debes preocupar y luchar por lo que te rodea, por tu planeta. O no. Tú mismo.

Hay un mar de problemas, sí. Pero también hay millones de soluciones. Las que podemos aportar cada uno de nosotros.

Feliz año nuevo.

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