Lo fuerte no es que hayamos convertido las cosas que se dicen en redes sociales en noticia. Lo flipante no es que 140 caracteres provoquen dimisiones, despidos y reportajes de teles y periódicos. Lo heavy no es que los medios sociales sean como un bar lleno de opinadores en el que uno mete la pata desde Almería y el resto se escandaliza desde cualquier parte del mundo. Lo fuerte no es que se haya convertido la cosa en una especie de tribunal de porteros de lo socialmente correcto en el que si se responde malamente a un chiste de bilbaíno se le tira el personal a la yugular. Lo bizarro no es que Twitter se parezca a un gran hermano (el programa) global en el que los habitantes de la cosa piensan que son más estupendos que los de la casa porque protestaron por el cierre de CNN+. Lo extraño no es que gente que ni se ve ni se conoce se de los buenos días. Lo absurdo no es lo que es capaz de hacer alguno por un par de seguiodres más. Lo triste no es que lo que unos intentan usar para informarse, informar o cambiar las cosas otros lo usen para lo de siempre. No. Lo verdaderamente acojonante es que haya toda esa gente con todo ese tiempo para poder hacer todo esto. No ya por el trabajo y la productividad perdidos, que hay mucho parado y mucha gente capaz de hacer varias cosas a la vez, pero, ¿no ponen nada más interesante en la tele?
Antes a las cosas se las llamaba por su nombre. Que Mateo Morral tiraba a los reyes un ramo de flores bomba, pues a eso se le llamaba atentado terrorista y a otra cosa. Ahora no. Ahora un tío se lía a tiros en Arizona durante un acto político, mata a un juez y a una niña, entre otros daños colaterales, al intentar asesinar a una congresista y se le califica de pistolero, se hacen comparaciones con el caso Columbine y se indaga en sus redes sociales en busca de cualquier rasgo de chaladura. Víctimas del caso son, pues, los muertos y los heridos y las palabras «atentado» y «terrorista», que siguen en paradero desconocido. También antes se asumían más claramente las responsabilidades. Ahora no creo que lo hagan los que difunden los mensajes que animaron al muchacho a apretar el gatillo. Sarah Palin, el Tea Party y toda esa ralea de neoklaneros. Ellos dibujaron la diana y Jared Lee Loughner ha disparado. Trabajo en equipo, aunque nadie pueda demostrarlo. Así funcionan los lobos solitarios (lone wolfes) que crearon los supremacistas blancos gringos en los 90. Eso era Tim McVeigh, que mató a 168 en Oklahoma City. Eso tiene pinta de ser Jared Lee. La cosa es muy sencilla: hay un alimento ideológico que se difunde desde en un concierto de calvos hasta en un noticiero de la Fox. Y luego hay una serie de muchachos dispuestos a hacer lo que hay que hacer. No hay organización, no hay red, no hay nada más que una conexión intangible, la de un odio que se contagia como un virus con las ganas de cambiar el mundo (a peor, en mi opinión) de ciertos individuos. Una fórmula tan perfecta que ha sido adquirida por el enemigo, los teroristas islámicos a los que, vaya, sí se les puede llamar así a la primera.
Antes, por cierto, los que atentaban tenían más fácil apuntar. Los anarquistas tiraban a dar a reyes y banqueros. Los del otro lado, a líderes sindicales. Ahora, el tal Jared Lee ha cometido un atentado terrorista, con perdón, de inspiración ultraderechista dirigido contra una mujer que no es que sea el diablo rojeras. Leo que la congresista era favorable al derecho a portar armas (toma lección de karma) aunque es verdad que estaba en contra de la ley racista de la gobernadora de Arizona, lo cual no es ser de izquierdas sino ser humano. Es miembro, en cualquier caso, de un gobierno que acaba de hacer otra de esas cosas a las que ya no se llama por su nombre. El departamento de Justicia de Estados Unidos ha pedido a Twitter información sobre usuarios de la cosa relacionados con Wikileaks. Julian Assange tiene razón cuando dice que «si el Gobierno iraní tratase de obtener esta información de los periodistas o activistas extranjeros, grupos de derechos humanos de todo el mundo se habrían manifestado». En otros tiempos eso tendría un nombre, a elegir entre fascismo, dictadura, atropello de derechos… Ahora no, ahora a esto se le llama democracia.
Suena Little Man With a Gun in his Hand, de Minutemen.
La imagen recrea el atentado de Mateo Morral y está sacada de aquí.
Antes, mi referencia intelectual durante mis estancias en el baño era el Super Humor. Ahora miro el Twitter. Mi sistema digestivo no se ha visto afectado por el cambio. Yo sí. Echo de menos a Mortadelo.
Lo mismo que uno no debería alimentar a su barriga todo el rato con gominolas, patatas de bolsa, hamburguesas y cocacola, tampoco conviene llenarse la cabeza con una dieta exclusiva de chucherías. El otro día sacaba por aquí el consumo medio de información del personal (gringo) y hoy me encuentro en NextNature con una bonita entrada sobre la obesidad informativa. El autor, Armand van den Heuvel, viene a decir lo siguiente: que seguir a gente (y ser seguido) en redes sociales (él concreta en Twitter) se está convirtiendo en una suerte de adicción para muchos, que nuestros cerebros se acaban de adaptar a radios, televisiones, internetes y demás y ahora, encima, tienen que digerir esto. Esto es, dice el hombre, que la media de followers del personal está en 126 y, por tanto, la media de gente a la que se folla, perdón, se followea es también de 126. Y, si cada uno suelta otra media de 22 twitteos al día, eso consume 2,5 horas por jornada. Sigue el autor citando al número de Dunbar, una teoría de un antropólogo del mismo nombre que jura que el máximo de gente con la que se puede tener una relación plena es de 150 (o algo así). Y acaba recomendando adelgazar seguidores si se pasa de ahí.
Añade también un link a una entrada sobre el tema de la dieta informativa de Knowledge is social en el que se cuenta, entre otras cosas, que es bueno alimentar el cerebro pero que es peligroso darle de comer nada más que vídeos chorras de YouTube y teleseries. Dice este otro autor, Tim Young, CEO de Socialcast, que es estupenda la convergencia de herramientas y vehículos de información de los que disponemos actualmente pero que el empacho de datos puede provocarnos un cólico. Y anhela el momento de que estas herramientas comunicativas vengan con los valores nutricionales incorporados, como en las cajas de galletas, para ayudarle a decidir que se mete entre frente y nuca.
Todos ésos que están ocupando sus Facebooks, sus Twitters, sus blogs o sus comentarios cibernáuticos sugiriendo, primero, que Tertsch venía de un antro gay; luego mofándose de lo que se echa al coleto; y, en cualquier caso, alegrándose un poquito bastante de la patada dada y recibida por otro, ¿cómo se pondrían si la costilla rota fuese de un Gabilondo o una Torres? ¿Cuántos de ellos habrán defendido alguna vez la libertad de expresión en sus Facebooks, sus Twitters, sus blogs o sus comentarios? ¿Cuántos, por cierto, han dado o recibido una patada o un puñetazo en su vida? ¿Cómo podríamos calificarlos: progres de manual, tiranos con piel de cordero, valientes 2.0?
Twitter es la cuestión. El tiempo que dejan libre la gripe porcina y la crisis hay que dedicarlo a hablar (o escribir) de Twitter. El otro día, en una comida, oí que alguien se preguntaba si la marca de microblogging podía llegar a ser «el nuevo Google». Demasiado pacharán. La mayoría de la población sigue llevando una vida más o menos completa sin tener ni idea de qué coño es Twitter. Una noticia reciente decía que el 60% de los que se abren una cuenta la abandonan al rato. No tengo estadísticas pero sospecho que buena parte del 40% que se queda lo hace para preguntarse para qué sirve. Sólo unos pocos adelantados han encontrado alguna utilidad a la cosa. Richie Hawtin es uno de ellos. Cómo no. El DJ y productor canadiense siempre está a la que salta en estos asuntos y ha desarrollado una aplicación que tiwttea los temas que van pasando por su Traktor en sus sesiones. Vamos, que mientras el hombre plástico está poniendo patas arriba un antro en Rotterdam uno puede ir viendo los temas que salen por los altavoces en su pantalla a través de su cuenta de Twitter. No va a acabar con el virus recesivo ni con la economía porcina pero algo es algo.
Aquí dejo el primer cacho de un documental sobre Richie que he encontrado en YouTube. Tiene imágenes y sonidos de los primeros tiempos de Detroit y algunas cosas curiosas más. A mí me ha traído recuerdos divertidos, como cuando coincidí en un hotel de Loja, Granada, con un Hawtin recién llegado, con su pinta de empollón ultratímido. El mismo bandarra que unas horas después reventó a miles de andaluces convocados por Satisfaxion y acostumbrados al breakbeat con una mitiquísima sesión de techno minimal (pero minimal de verdad).
Si alguien pasa por aquí y no sabe para qué sirve Twitter pero sabe inglés, dejo una pieza de Supernews! de CurrentTV (más info). Para el que no tenga tiempo o conocimientos de ese idioma de bárbaros, adelanto algo sobre la utilidad de la cosa: poca.
Visto en el Twitter del bueno de Ian Edgar (paradojas de la vida virtual, ¿que no?).