La despedirán. Imagínate todo lo que podrá hacer una vez liberada del periódico. Aunque ella es incapaz de imaginar nada: ha odiado el trabajo durante años y, sin embargo, se queda en blanco cada vez que piensa en su futuro fuera de la redacción».
Para abarcar mejor una de las mejores novelas que se han podido -bueno, que yo he podido- leer últimamente es conveniente haber trabajado al menos unos meses en la redacción de un periódico. A ver, basta con saber leer para disfrutar de Los imperfeccionistas, de Tom Rachman, pero lo suyo es conocer el percal para compartirlo con el escritor. Rachman pasó un tiempo en París currando para el International Herald Tribune, suficiente como para empaparse de ese periodismo en peligro de extinción, de sobra para hacer un libro muy fácil de leer pero muy difícil de escribir. Porque ningún retrato realista sobre el periodismo diario puede ser muy dulce pero casi todos podrían ser demasiado agrios. Y Rachman sabe contenerse sin dejar de transmitir una sensación que un servidor sintió después de casi un año de servir en una redacción de aquéllas: que la vida del periodista de periódico tiene muchas papeletas para terminar por ser una vida miserable. Aunque puede que adictiva.
Se pregunta cuándo puede encontrar tiempo la gente para reflexionar. Pero ella no lo tiene ni para contestar su propia pregunta».
Cada día de un currito de periódico es un sprint. Por eso lo de diarios. Su trabajo se plantea a eso de las once de la mañana y debe estar terminado alrededor de las nueve o doce de la noche, según la edición. Como dice Rachman, no hay tiempo para reflexionar como tampoco lo hay para ir al dentista o acudir a un funeral. Sí hay tiempo para comerse marrones de todos los colores, oxímoron mediante; para pelear, aún sin querer pero siempre con bando asignado, en alguna de las luchas tribales que se dan en toda redacción; para contemplar la decadencia de una profesión que quizá sólo fue ideal en el recuerdo; para hacerlo mal, regular y a veces hasta bien; para admirar cada día el milagro de que todo llegue otra vez listo para el cierre; para hacer los mejores amigos y enemigos; para aprender un huevo de la profesión y otro de la condición humana. Hay tiempo para todo eso y, por eso, no queda tiempo para escapar. Ni para pensar en ello.
Quizás haya acabado como relaciones públicas porque eso es lo que es: carne de relaciones públicas. Una persona afectuosa pero no excepcional. Tal vez haya encontrado el nivel que le corresponde».
Es posible que de ahí venga esa soberbia que ducha cada mañana a muchos de los que cruzan la puerta de una redacción. Cierto es que el periodismo de periódico es el más puro de los periodismos (con permisito de las agencias, que a mí siempre me parecieron otra cosa profesional) pero tampoco es para llevarnos el pedestal a las ruedas de prensa. Pedestal que se eleva según sea la tirada e influencia del medio, llegando a dar vértigo mirar o siquiera llamar a según qué plumillas de según qué diarios. Pero que este periodismo sea sin cortar no debería dar licencia para nada. También la infantería es la forma más pura de hacer la guerra pero supongo que uno tiene que acabar un poco agotado de ser carne de cañón.
Sin embargo, esa combinación de televisión, música y helado es lo mejor que conoce».
He aquí la cuestión. O una de ellas. Las jornadas de más de diez horas, las semanas de diez días de curro, los horarios a contrapelo, las comidas de máquina, esa tensión que da sed de cogorza y demás daños colaterales de la profesión no ayudan a mantener una vida social ni personal de teleserie de las de antes. Así no hay forma cuidar una familia en condiciones. Ni un perro. La soledad del corredor de fondo. Una leche. La soledad del redactor de sucesos. O economía. O espectáculos.
Internet es a las noticias -decía- lo que las bocinas de los coches a la música».
Y luego está la visión del mundo tan fenomenal que se tiene. Se supone que el periodismo es una atalaya desde la que otear y contar todo lo que pasa por ahí debajo, un lugar privilegiado para comprender y digerir los hechos relevantes, un… carajo. Por todo lo anterior y por muchas cosas más que ahora ya no me apetece explicar, en un periódico se está demasiado ocupado para entender otra cosa que no sea el Quark (el programa de maquetación, de física no hablamos) ni para contemplar más que el momento de librar. Los periodistas de periódico ven el mundo pasar a toda hostia delante de sus teletipos y bastante hacen con coger al vuelo unas cuantas noticias para meterlas en la primera edición. Tan ocupados están que no han tenido tiempo, sobre todo los jefes, de preocuparse por lo que se les ha venido encima. Y por eso estos tiempos de rabieta.
Los periodistas eran tan susceptibles como los artistas de cabaret y tan tozudos como los maquinistas de una fábrica».
Y, sin embargo, estoy orgulloso de ser uno de ellos. O de haberlo sido. He tenido un montón de trabajos cojonudos por diversos motivos, he vivido unas pocas redacciones mágicas en prensa y televisión y he participado en la creación de proyectos muy chulos. Pero el tatuaje del periódico no se borra. Tom Rachman ha hecho una novela de diez que retrata algunas virtudes y muchas miseria de la profesión periodística. A mí me ha hecho feliz leerla, entre otras cosas, por recordar la redacción de La Razón, que es la mili que hice yo (como colaborador he pasado por casi todos pero eso es otra cosa). Lo que aprendí sobre el oficio, bueno y malo, pero mucho más. Los maratones de curro mano a mano con Pedro cuando sólo hacíamos números cero. Laura. El buen rollo con maquetación y cierre y las ganas de hacer cosas distintas. Los primeros textos de unas buenas amigas y excelentes periodistas, Itzíar, Raquel y Susana. La bofetada que recibí en la cara y en la redacción cortesía de una rubia. Las bofetadas que dimos, en la cara y en la calle, a un lector moreno de Burke. David. Alguna muerte que me pilló de reenganche y que casi me mata, tipo Kubrick. Las mentiras de algunos. El trabajo en equipo. Las cenas en VIP’s. La borracheras en todas partes. Las resacas de los colaboradores que dolían como propias. La cara que pusieron los jefes cuando dimití. Un montón de gente que ahora no voy a citar porque esto no es la entrega de los Goya… En fin, que Tom Rachman ha escrito el libro que había que escribir sobre todo esto. Yo me voy a tomar algo.
Suena, porque estoy pillado, Eddy Current Supression Ring, Which Way To Go?
La imagen es de aquí.
pues tal y como lo cuentas apetece leerlo, y en mi caso ver «el otro lado»…, que a veces es «el lado oscuro» que cuesta comprender..
Lo voy a leer YA.
Con todos su defectos, carencias etc, etc, etc……y, sin espejismos, un diario me sigue pareciendo un mundo apasionante.
[…] Pretérito imperfecto La opción b […]