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Posts Tagged ‘Cartier-Bresson’

Juan Pelegrín cumple la norma bressoniana. Captura el instante decisivo y nos lo pone ante los ojos. Pero Juan hace algo más. Consigue lo que temían los indios, o casi. No llega a robar el alma de aquéllos a los que apunta con su objetivo pero sí la toma prestada. Agarra sus almas, sus historias, y nos las pone más allá de los ojos, allí donde nuestra mirada se sienta a entender la vida. Lo acojonante es que el muy cabrón -y aquí ya me dejo de mariconadas líricas, que luego se ríe de mí-, lo hace con personas, animales o cosas. Juan Pelegrín hace una foto a la cara de un toro y es como si escribiese un relato. Es más, es capaz de dibujar un relato encuadrando un dedo y un colgante.

Juan Pelegrín, más conocido en la Red como Manon, es fotógrafo de Las Ventas desde hace once años y por eso hay quien puede pensar que lo suyo es la fotografía taurina. Yo, que voy de disidente, estoy de acuerdo en algo: Juan hace las mejores fotos de toros (y alrededores) que he conocido. Pero no creo que sea un fotógrafo taurino. Juan es fotógrafo. Un fotógrafo cojonudo. Un fotoperiodista, en el mejor sentido de la palabra periodista. El que le dan tipos como Ryszard Kapuscinski o Enric González, excelentes relatores de las pequeñas historias de cada uno que conforman la gran historia de todos, tipos cuyo textos me recuerdan a las fotos de Juan por muchos motivos. Por lo que he explicado ya y por esa actitud relajada y un tanto irónica que no significa distancia ni desapasionamiento sino que demuestra inteligencia y coherencia.

Viene todo este rollo a cuento de que se presenta el día 4 su libro, «Un día en Las Ventas». Las fotos son suyas, nos ha jodido mayo; los textos, de Luis Francisco Esplá, por cierto, una de las muchas cosas buenas de la vida en las que coincidimos. Pude ver el libraco antes de ayer y, aparte de llevarme una alegría por la alegría de Juan, me pareció estupendo. Por las fotos, claro, y por cómo estaban elegidas, editadas y compuestas en las páginas, con guiños juanpelegrinescos, fina ironía y coña marinera. Así que ya tengo claro un par de cosas para el martes que viene: que me voy a emborrachar a costa de Juan (y su editorial) y que me voy a dejar 50 euros en este libro del que, ay que joderse, me siento orgulloso.

Todas las fotos son de Juan Pelegrín, claro, salvo que haya birlado las imágenes de alguien y las haya firmado con su nombre, en cuyo caso el lector debería poner en este texto el nombre de ese alguien en lugar del de Juan y a mí me daría un poco igual porque, más allá de ser un buen fotógrafo, a mí lo que me parece es que Juan es un tío muy majo (en realidad todo esto lo digo por el balón de basket que le tengo secuestrado). Una última cosa: si alguien no puede ir al sarao, puede dejarse los euros comprando el libro online.

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Hoy se presenta en Madrí ‘Peajes’, el libro con el que Joséphine Douet ha retratado el camino hacia el ruedo de José Mari Manzanares y su cuadrilla. Este mes se puede leer en la revista GQ el texto que he hecho sobre la cosa. Aquí cuelgo la versión larga y sin ediciones. Y aclaro que Joséphine es mi amiga pero que, sobre todo, es una fotera de raza. Una muy buena fotera de raza brava, claro.

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El toreo es soledad, como recuerda el maestro Joaquín Vidal en su pequeña pero enorme escapada de la crónica taurina a la literatura pura. “Ningún diestro ha sabido definir qué le pasa por la cabeza y el corazón cuando presenta el engaño en el centro geométrico del redondel para iniciar la creación artística de un lance y el murmullo del graderío se viene abajo para convertirse en un expectante silencio”. En la plaza se encuentran la vida y la muerte, la gloria y la tragedia. Allí está el destino del viaje de unos hombres corrientes que eligieron un camino excepcional. En El toreo es grandeza, el maestro Vidal retrata en prosa ese camino, escribe sobre lo que sucede alrededor de una corrida cualquiera en una ciudad cualquiera. Lo mismo ha hecho Joséphine Douet en su libro Peajes. La fotógrafa francesa se ha embarcado con la cuadrilla de José Mari Manzanares y ha retratado lo que ocurre en ese entorno tan desconocido como el de las más profundas fosas marinas. No importa que el libro de Vidal hable de un modesto novillero y que Manzanares sea una de las figuras más esperadas del escalafón ni que hayan pasado 15 años entre una y otra obra. La vida, esta vida, sigue igual.

Porque la soledad de los toreros no es únicamente la que viven en el ruedo. El mismo viaje del matador y su cuadrilla a cada una de las plazas es un trayecto solitario, alejado de la realidad. De hecho, más que un viaje en el espacio, es un viaje en el tiempo. “El mundo de los toros es el mundo más real que existe –explica Joséphine– y, sin embargo, es un anacronismo. Si hubiese hecho el mismo trabajo en los 40, dentro de la cuadrilla de Manolete, estoy segura de que no cambiarían muchas cosas más allá de las que demuestran el progreso del país. Bueno, y que entonces no habrían dejado a una mujer hacer esto”.

Tampoco es algo fácil de conseguir en estos tiempos, da igual que seas hombre que mujer. Joséphine, nacida normanda y decidida madrileña, publica reportajes, retratos y editoriales de moda en medios de postín como Libération, Paris Match, GQ, ELLE, Vanity Fair o Rolling Stone. Joséphine, aficionada cabal gracias a la pasión de su abuela por Curro Romero, comparte meriendas en la grada del 5 de Las Ventas, donde tiene su abono, y recorre habitualmente España para ver toros. Joséphine, que tiene la costumbre de realizar sus sueños, quería formar parte del viaje de este torero alicantino al que ha retratado varias veces y con el que mantiene una relación de confianza. “Creo que su concepto del toro está muy cercano al que yo tengo de la fotografía. Le gustan la sencillez, va al grano, sin florituras, pero con todo el arte que sea posible”. Quizás por esa conexión, Manzanares dijo sí a la primera y la fotógrafa ha entrado a formar parte del equipo del torero. “He sido una más de la cuadrilla. Uno más, en realidad”.

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Ha cruzado con ellos España y Francia, ha compartido la tensión y el cansancio y ha formado parte de las bromas y las conversaciones sobre coches, mujeres y toros, siempre toros. Trece personas viajando en tres vehículos: la furgoneta de la cuadrilla, el coche del apoderado y otro para el torero, el jefe de prensa y Joséphine. José Mari era el único que dormía tumbado, tratando de trazar el sueño a través de las curvas hasta la próxima parada. La vida de los toreros en temporada es dura. Casi cada día, una corrida en una plaza sin que la gira esté definida por la lógica del mapa sino por la de los contratos y las ferias. Habitaciones de hoteles de todo tipo a las que se llega tarde, después de torear, atender a la prensa y cenar, y de las que se sale pronto para volver a empezar sin haber descansado casi nada por eso de la adrenalina. Concentración absoluta y aislamiento de esos alrededores taurinos que fuman puro, beben whisky y escupen alabanzas a cambio de otra ronda.

Al terminar la corrida, el matador y su cuadrilla comentan lo sucedido. A veces, Manzanares felicita a los suyos por el trabajo bien hecho. A veces, ellos opinan sobre la condición del toro y algunos lances. Siempre, se pasa página en seguida. Como dice Jacques Durand, crítico taurino de Libération, en el texto que acompaña las fotos de Peajes, “cada toro es un palimpsesto”.

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José Mari Manzanares es uno de ésos toreros en busca de la faena perfecta. Un hombre de 27 años que, según la fotógrafa, no piensa en su carrera sino en cada toro. “Es muy torero, tiene una educación exquisita, siempre está pendiente de su cuadrilla y siempre con una sonrisa”. También es una persona seria y discreta, que habla poco en general y menos ante una grabadora (por eso su ausencia en este texto). Cuando logra una faena que considera cercana a esa perfección, “se le ve feliz, como si hubiese encontrado su sitio”.

Joséphine, como cualquier fotógrafo desde Cartier-Bresson, también persigue el instante decisivo y, en este caso, no lo buscaba dentro de la plaza, sino fuera. No es la primera vez que Douet se empotra en una gira para retratarla; ya estuvo, por ejemplo, de tour con Rufus Wainwright. “Me gustan las giras por la libertad y el mundo paralelo que se crea”. Pero nada tienen que ver unas con otras. En los toros no está sólo en juego en éxito o el fracaso, aquí se juega algo mucho más importante: la vida. “Es algo que ronda todo el rato; lo sientes en el ritmo, no hay momentos de verdadera relajación. O es tensión o es nada”. Y esa nada, explica Joséphine, es lo peor. Es la nada que se crea tras la frugal comida, la del silencio de la siesta, la de la furgoneta de camino a la plaza. La nada que atrona hasta que suenan clarines y timbales.

Acabo con la frase que cierra el librito del maestro Joaquín Vidal: “La corrida es sólo la parte visible, mínima parte, del mundo exclusivo e irrepetible de la tauromaquia”. Joséphine Douet ha conseguido retratar algunas de esas otras partes. Gracias a ella, los aficionados, y los que no lo son tanto, seguiremos teniendo al menos una cosa clara en esta vida: el toreo es grandeza.

Las fotos que aparecen aquí son del libro y tienen su copyright, así que a ver lo que haces con ellas. Que pillas.

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