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Posts Tagged ‘John Carlin’

Ayer John Carlin hablaba en El País de el miedo que nos venden, y compramos, en una tribuna llamada La edad del miedo. Citaba sin parar Carlin a John Adams, «profesor emérito de University College London, ha dedicado su vida a estudiar el fenómeno del riesgo y a asesorar a Gobiernos y empresas sobre el tema», y sugería, porque lo sugiere Adams, que nuestra propensión a creernos esos miedos que nos meten en el cuerpo se debe a la prosperidad. El artículo de Carlin hablaba de miedos como el de las vacas locas, los cerdos apestados o las aves griposas. Hablaba del miedo al islamismo radical y del miedo a fumar de forma pasiva, del terror al teléfono mócil y sus conscuencias en la salud y del pavor a tener un vecino pedófilo. Comentaba todo eso pero lo que de verdad le ocupaba unos párrafos era el miedo al cambio climático. Decía Carlin que la cosa se ha convertido en una creencia, una opción de fe. Y, por lo que escribía y citaba del tal Adams, él no cree que exista tal cosa ni que sea provocada por el hombre.

Días antes, en el mismo periódico, también se hablaba del miedo y se relacionaba tal cosa con la ausencia de democracia en muchos países en desarrollo. Decía un estupendo reportaje de Andrea Rizzi que las clases medias están multiplicándose y que, en cambio, no está sucediendo lo mismo con las democracias; que hay más burgueses que nunca pero que a éstos les importan menos sus libertades que sus comodidades. Una excelente foto de cómo están las cosas hoy en día.

Ambos textos enfocan la misma causa a partir de síntomas muy diferentes y, por eso, sugieren distintos tratamientos del mal en cuestión. Sin entrar a discutir las opiniones de Carlin sobre lo del clima y las cosas que dice de Al Gore -como si fuese Al Gore el que se inventó todo esto-, me tiene un poco perplejo que el mismo tío que ha escrito ese cojonudo libro, El factor humano, cuyo tema es la capacidad del hombre de generar cambios, venga a sostener en su texto de ayer que el escepticismo es la mejor receta para superar el miedo y, por tanto, para desenvolverse en estos tiempos. La duda es necesaria pero la duda como forma de vida lleva a la inacción y la inacción lleva al conformismo. Lo mismo que el miedo. Hay que dudar de todo pero luego hay que informarse, reflexionar y actuar en consecuencia. Eso es ser valiente.

Dicho de otro modo: no creerse nada o, mejor dicho, no hacer esos ejercicios de dudar, reflexionar y actuar, es una forma muy fácil pero también muy peligrosa de gestionar los miedos. De disimularlos. Es creerse intocable y convertirse en irresponsable. Como en esa cita tan socorrida de Martin Niemöller (que no de Brecht): «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, etc». No creerse nada es pensar que las cosas no van con uno, es ponerse las anteojeras. No creerse nada es lo contrario, aunque parezca que no, de dudar de todo.

Seguramente, esas clases medias de las que habla Andrea Rizzi en su reportaje no se quieran creer lo que hacen sus gobiernos dictatoriales, como no se lo quisieron creer las clases medias argentinas o chilenas en su momento. Ésa es su forma de protegerse del miedo a la verdad, que les llevaría a un conflicto ético, porque entonces sí deberían actuar. En nuestro caso, que lo de la democracia lo tenemos más o menos solucionado (muy de aquella manera, pero eso es otro tema), aplicamos esa forma de actuar a otros hechos. Lo del medio ambiente es un ejemplo. Digan lo que digan Carlin, Adams y otros, la forma en que el hombre utiliza los recursos naturales está provocando cambios negativos en el entorno. Podemos hacer que no nos enteramos o creer que porque unos emails dijesen nosequé es todo mentira o media verdad. O podemos actuar al respecto. Y cambiar las cosas.

No es imposible. Nelson Mandela logró un cambio improbable, consiguió reconciliar a un país dividido entre blancos y negros, verdugos y víctimas. Lo hizo sólo una persona, una persona que no tuvo miedo, que dudó, que analizó y que actuó. Lo sé porque se lo he leído a John Carlin.

Suena Tienes miedo, de TDK en versión de Desekilibrio (qué poquito de TDK hay en YouTube, qué pena).

La foto es de aquí. Este texto y otros, en ¿Y por qué no…?

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mandela

La historia se sabe. Sudáfrica era un país dividido en el que la división la había hecho la minoría blanca. Un anacronismo vergonzoso que pudo ser porque el mundo andaba preocupado por telones de acero, guerras frías y esas cosas que nos entretuvieron la (larga) posguerra. La historia cambió, también se sabe, gracias a un hombre que supo transformar su rencor en visión de futuro y optó por la reconciliación frente a la venganza. Ese hombre es Nelson Mandela, claro.

Lo que no se conocía tanto es la importancia que tuvo, porque el propio Mandela se la quiso dar, el rugby en todo eso. Lo explica muy bien John Carlin en su libro, El factor humano, que cuenta desde la estancia de Mandela en Robben Island y sus posteriores traslados a otras prisiones hasta su salida, su llegada a la presidencia y la final del Campeonato del Mundo de rugby de 1995 en Johanesburgo. Pero el libro no se titula como se titula por capricho.

Todo este relato real está lleno de ejemplos para guardar. Y todos están protagonizados por el factor humano, por el hombre (y la mujer, aunque aquí hay pocas). Mandela es el principal. El líder inteligente, visionario y tranquilo que guió la evolución. Pero también hay muchos otros. De Botha, el presidente racista que no pudo negarse a aceptar lo inevitable y supo admitir la mejor manera de hacerlo, a Costand Viljoen, estandarte de los afrikaner radicales que reconoció que la paz era mejor para los suyos que la guerra, pasando por Justice Bekebeke, el negro que mató a un policía (negro) pero que acabó libre y celebrando, para su propio asombro, la victoria de sus odiados Springboks ante los All Blacks.

Ahi está. Un hombre que sabe cómo cambiar las cosas y que impulsa a otros a hacerlo. Y esos otros, que son capaces de rectificar y ponerse manos a la obra. Un montón de pequeños cambios individuales que se convierten en un enorme cambio común y que terminan por transformar un país entero de forma pacífica y admirable. No sé, llevo unos meses escuchando a todo tipo de gente que dice que no se puede hacer nada, que no podemos transformar las cosas, que la batalla está perdida. Igual deberían hacer este libro (y otros que cuenten historias similares) obligatorio en las escuelas. O igual sólo haya que esperar a que Clint Eastwood estrene Invictus, la película sobre el libro de Carlin, para que la gente se entere. Se puede.

Ojo: este texto también se puede leer en ¿Y por qué no…?

Suena Free Nalson Mandela, de The Special AKA.

La imagen es la usada en la portada del libro, en la que Mandela felicita al capitán springbok, Francois Pienaar, ante un Ellis Park lleno con miles de blancos que una hora antes eran tan racistas como un batallón de las Waffen SS y que en ese momento estaban gritando «¡Nelson! ¡Nelson!». Gracias, Paloma.

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