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Posts Tagged ‘Toros’

Mucha gente me dice que es contradictorio ese rollo ecologista que me traigo con mi afición a los toros. Yo, obviamente, no lo creo. No soy animalista. No pretendo ni soy capaz de imaginar la total liberación animal, la convivencia de seismil y pico millones de personas con el censo al completo de bichos vivientes sin que haya un mordisco o un yugo de por medio. Soy consciente de que el hombre ha hecho su camino, entre otras cosas, a base de someter y utilizar a los animales y no concibo que ahora pueda ser de otra manera. Otra cosa es que ese sometimiento y esa utilización se deba hacer de una forma sostenible y responsable. Somos parte de un ecosistema que contempla nuestro carácter omnívoro pero al que le afectan cada vez más nuestras ansias de consumo desatado. Así pues, creo que el sufrimiento animal, como el humano, es parte de este juego que llamamos vida. Dentro de un orden.

Como trato de ser consecuente, cada vez como menos carne y casi nada de pescado. Tiendo hacia lo vegetal pero sigo siendo aficionado a los toros. No soy el único. Tengo una buena amiga que es prácticamente crudívora y sigue yendo a la plaza. ¿Y qué eso de la afición? Pues, como pasa muchos otros mejores y más sabios aficionados, no lo sé explicar muy bien. La mía, como ya he contado por aquí alguna vez, surge sin antecedentes familiares. Supongo que atraído por ese encontronazo con la vida que es una corrida de toros. Un encuentro a través de la muerte. La segura del toro y la posible del hombre que se enfrenta a él de una forma que, a veces, muy pocas, consigue una plasticidad y una emoción que no encuentro en ningún otro espectáculo. Y mira que voy a espectáculos de todo tipo.

¿Que está mal hacer de la muerte un espectáculo? Puede ser. A mí, en cualquier caso, me parece mucho peor hacer una virtud del ocultamiento de esa muerte. Sometemos a los animales, los hacemos sufrir y los matamos pero, como con casi todo lo feo, está bien mientras no lo veamos. En mi humilde opinión, comerse un huevo frito es una atrocidad kármica mucho más chunga que ir a los toros. Hay mucho más negativo en ese pollo criado y cebado en una jaula que en un toro que vive libremente cuatro o cinco años en el campo para luego pelear durante quince minutos en frente de una cuadrilla y un montón de gente en el tendido. Pero, ¿a que no hay huevos a prohibir los huevos?

Dicho lo cual, a mí en realidad me la trae al pairo, aunque me molesta un poco que haya sido como ha sido, lo que ha pasado en Barcelona. Ya está muy dicho, pero lo cierto es que Cataluña ya no era tierra de toros -la Cataluña de este lado de los Pirineos, que en la otra la afición no para de crecer-. Y también es verdad que en el resto de España, con perdón, la cosa tiene pinta de ir por el mismo camino. Ya sea por la vía legal o por desidia, la Fiesta es algo en peligro de extinción. De hecho, merece extinguirse por cómo se gestiona y por el estado deplorable en que se encuentra. Acabará, como sea, y no pasará nada. La vida seguirá. Eso sí, cada vez más alejada de la muerte y del sufrimiento. Para que sigamos todos encantados de habernos conocido, tan buenos, tan sensibles, tan respetuosos con esos animales a los que seguiremos haciendo sufrir y matando para nuestro propio beneficio y, también, por puro placer. ¿O es que el sashimi de toro es un artículo de primera necesidad? Y un cuerno.

Por supuesto, no he escrito todo este chorizo para convencer a nadie. Lo he hecho porque tenía tiempo libre y me apetecía expresarme. Que para eso tengo blog.

Suena Porom pom pero, de Toreros After Olé (ya no hay antitaurinos como los de antes).

La foto es de Juan Pelegrín, de su libro Un día en Las Ventas. Editado por una editorial catalana, por cierto.

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El Parlament ha votado prohibición. La cosa es como argumentar que se está contra la pena de muerte y prohibirla sólo en lugares públicos. El sufrimiento animal seguirá produciéndose en correbous, granjas, laboratorios, mataderos, casas, calles, zoos, marisquerías, acuarios, pesca… A escondidas, si es posible, que no moleste. Se veía venir aunque a muchos les parezca absurdo (a mí, por ejemplo). Pero el pueblo es soberano. Como el brandy.

Suena Bulls On Parade, Rage Against The Machine.

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Curioso e interesante documento. Un medio que se supone es el Granma de la modernidad entrevista a un hombre que representa una tradición presuntamente rancia y sanguinolenta. Rubén Lardín, en nombre de la revista Vice, se topa con el sastre de toreros Antonio López Fuentes, al mando de la sastrería Fermín, y el resultado es una pieza llamada Vistiéndolos para matar, que incluye fotos de Luis Díaz Díaz al matador de reciente alternativa Javier Cortés. La cosa resulta curiosa porque ocupa espacio en el especial de moda de la revista y demuestra que Vice es moderna de verdad (y en el buen sentido) y por eso no sigue la corriente y hace lo que le pone y se la pone dura. Y resulta interesante porque el periodista, que reconoce haber tenido prejuicios taurinos (que se le quitaron viendo el retorno de José Tomás en Barcelona), no es un aficionado y, por tanto, su aproximación al personaje y a su mundo es muy rica.

Yo copiopego algunos lances de la entrevista y si alguien quiere leerla entera, que haga click aquí con su ratón.

Y se visten con mimo, como se visten las novias en su día.
Claro. Vestir a un hombre de torero puede ser relativamente fácil pero lleva su tiempo y va desgranando un vocabulario específico. Sentirse “bien apretado”, por ejemplo, hay que sentirse muy ajustado, cuando te vas vistiendo. Hay detalles muy hermosos en la operación, como atar los machos, que son esas borlas que cuelgan de la taleguilla o de las hombreras y que el público le arrancará al matador si este sale a hombros. Se atan ayudándose con saliva o mojándose los dedos en agua. Todo eso es la trastienda, que sólo puedes ver si tienes amistad con algún torero y le vas a vestir a la habitación de su hotel. Se trata de un ritual sagrado y muy serio. El torero siempre se viste delante de un espejo y ahí ya empieza a crecerse, va dándose ánimos. Los mismos que luego le faltarán en la arena, cuando se ponga delante del toro. Vistiéndose hace todo el acopio que puede.

Sin embargo el traje de luces tiene algo de femenino.
Todo. Todo en él es femenino. Por eso se llama vestido antes que traje. Antes no había escuelas de toreros, el torero se hacía en el campo, ya fuera el hijo de un mayoral o un mozo de una de aquellas fincas inmensas que antes había. Los chicos toreaban allí con catorce o quince años, con medio cuerpo desnudo y bronceado. Los hacendados estaban por ahí ganando dinero en sus negocios, porque las haciendas nunca han dado dinero, pero sus mujeres se quedaban en la hacienda. Y, claro, esas mujeres le echaban un novillo a los muchachos, para verlos funcionar.

O sea, que todo parte de un impulso erótico de las señoras, como cualquier cosa de importancia…
Totalmente. Esas señoras acabaron vistiéndoles, haciéndoles ropita. Hoy en día todos los colores están asimilados, cualquier hombre puede vestir de rosa si le apetece, pero en otros tiempos esas mujeres vistieron a los chicos de colores insólitos para un varón. Los vistieron de mujer pero logrando que se vieran machos. Hoy le pones un vestido de luces a una mujer y la ves masculina. Al margen de que sea o no “más culona”. (…)

Estoy siendo morboso; es que no sé cuánto de traje de superhéroe hay en el vestido y cuánto de mortaja.
Nunca se plantea como mortaja. Nunca. El torero es un hombre antes de la corrida y otro muy distinto después, eso lo percibes hablando con ellos y es impresionante. En cuestión de minutos pueden ocurrir muchas cosas. Basta con una pequeña ráfaga de viento que mueva los machos de la taleguilla para que el toro los vea y corrija su embestida. Y en ese instante puede ocurrir lo peor. Pero no, yo no contemplo la mortaja, no quiero hacerlo. Aunque se te pase por la cabeza cualquier posibilidad, no puedes pensar en estar vistiendo un cadáver. (…)

¿Qué me dices de las incursiones de los grandes modistos? Hace poco Armani le hizo un goyesco a Cayetano, Picasso había hecho lo propio con su tío-abuelo, Luis Miguel Dominguín…
Todos los modistos quieren tocar este palo alguna vez porque es muy goloso, y en este negocio no te puedes distraer, hay que estar al tanto de cualquier noticia de “innovación”. Pero esto no es el mundo de la moda, esto es algo que no tiene nada que ver con Gaultier ni con Chanel. Ellos no saben darle el esplendor a los pechos y les es imposible entrar en los bordados. Las bordadoras existen gracias al mundo del toreo, porque los militares ya no bordan y los sacerdotes llevan por casulla un trapito, un mantel. El mundo del toreo está conservando oficios que fuera de él están obsoletos, por tanto es lógico que esas incursiones de altos modistos no hayan funcionado jamás. Este mundo es secreto, hay que estar aquí todo el día. (…)

Yo estuve viendo a José Tomás sin saberlo, sin haber oído hablar de ese tío jamás. Fui a la plaza por primera vez hace un par de años, en Barcelona, un poco por despecho. No tengo ningún referente familiar y antes me asqueaba todo este asunto de los toros, pero me empezó a asquear más que pensasen por mí y que hablasen de “prohibir”. Al principio, cuando picaron el primer toro, me fue muy crudo, pero de pronto entré en aquello y ya no puedo salir. Sin embargo, en Cataluña es horrible desarrollar la afición porque el pensar general es el “esto no va con nosotros”.
¿Pero tú crees que realmente es así? ¿No será porque los toros significan “España”, una cuestión política?

Algo de eso hay, claro, pero los antitaurinos insisten en lo de que es una tradición obsoleta y primitiva.
¿Y por qué no critican las pirámides de Egipto? O la dama de Elche. Lo antiguo tiene un valor, no se puede construir nada de la nada, hay que preservarlo. En el toreo, es cierto, hay un montón de arcaísmos que se han quedado fijados, pero para mí eso es valioso.

A mí me gustaría compartir este descubrimiento, pero cuando lo intento me llueven reproches de todos los frentes. No escuchan.
¡Y con lo que era Barcelona! Barcelona ha sido una de las ciudades con mayor afición de España, hasta que empezaron a languidecer los carteles, se fue bajando el listón. Yo creo que toda esa movilización parlamentaria se quedará en nada.

Es que la fiesta es algo “natural” y como tal no puede morir jamás, o al menos prohibirse. Tendría los efectos de una ley seca.
Efectivamente. Que se pueda llegar a la prohibición de las costumbres es peligroso. Si las corridas no tienen que existir, se extinguirán por sí solas. El único problema es que de la fiesta desapareció esa figura que podía condensar toda su fuerza de cara al pueblo.

Suena Massive Attack, Splitting The Atom.

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Antes, la afición hablaba bien de los toros cuando los toros eran bravos. Ayer, en el tendido alto del cuatro, el personal aplaudió y elogió a un toro porque era «noble». No sé. Yo es que, cuando pienso en algo noble, pienso en Marichalar o en la Duquesa de Alba…

Suena The Dukes of Stratosphear (o XTC de tripi), What In The World.

La foto es de Juan Pelegrín, de su libro «Un día en Las Ventas», que está hace ya días a la venta (jo, qué juegazo de palabras).

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Juan Pelegrín cumple la norma bressoniana. Captura el instante decisivo y nos lo pone ante los ojos. Pero Juan hace algo más. Consigue lo que temían los indios, o casi. No llega a robar el alma de aquéllos a los que apunta con su objetivo pero sí la toma prestada. Agarra sus almas, sus historias, y nos las pone más allá de los ojos, allí donde nuestra mirada se sienta a entender la vida. Lo acojonante es que el muy cabrón -y aquí ya me dejo de mariconadas líricas, que luego se ríe de mí-, lo hace con personas, animales o cosas. Juan Pelegrín hace una foto a la cara de un toro y es como si escribiese un relato. Es más, es capaz de dibujar un relato encuadrando un dedo y un colgante.

Juan Pelegrín, más conocido en la Red como Manon, es fotógrafo de Las Ventas desde hace once años y por eso hay quien puede pensar que lo suyo es la fotografía taurina. Yo, que voy de disidente, estoy de acuerdo en algo: Juan hace las mejores fotos de toros (y alrededores) que he conocido. Pero no creo que sea un fotógrafo taurino. Juan es fotógrafo. Un fotógrafo cojonudo. Un fotoperiodista, en el mejor sentido de la palabra periodista. El que le dan tipos como Ryszard Kapuscinski o Enric González, excelentes relatores de las pequeñas historias de cada uno que conforman la gran historia de todos, tipos cuyo textos me recuerdan a las fotos de Juan por muchos motivos. Por lo que he explicado ya y por esa actitud relajada y un tanto irónica que no significa distancia ni desapasionamiento sino que demuestra inteligencia y coherencia.

Viene todo este rollo a cuento de que se presenta el día 4 su libro, «Un día en Las Ventas». Las fotos son suyas, nos ha jodido mayo; los textos, de Luis Francisco Esplá, por cierto, una de las muchas cosas buenas de la vida en las que coincidimos. Pude ver el libraco antes de ayer y, aparte de llevarme una alegría por la alegría de Juan, me pareció estupendo. Por las fotos, claro, y por cómo estaban elegidas, editadas y compuestas en las páginas, con guiños juanpelegrinescos, fina ironía y coña marinera. Así que ya tengo claro un par de cosas para el martes que viene: que me voy a emborrachar a costa de Juan (y su editorial) y que me voy a dejar 50 euros en este libro del que, ay que joderse, me siento orgulloso.

Todas las fotos son de Juan Pelegrín, claro, salvo que haya birlado las imágenes de alguien y las haya firmado con su nombre, en cuyo caso el lector debería poner en este texto el nombre de ese alguien en lugar del de Juan y a mí me daría un poco igual porque, más allá de ser un buen fotógrafo, a mí lo que me parece es que Juan es un tío muy majo (en realidad todo esto lo digo por el balón de basket que le tengo secuestrado). Una última cosa: si alguien no puede ir al sarao, puede dejarse los euros comprando el libro online.

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En Maputo no se hablaba de otra cosa. Los ecos del debate en el Parlament llegaban convertidos en puro ruido a los alrededores de la Monumental. Ahí se ve, en la foto, al Platanito de Mozambique ir corriendo a dar su opinión para la tertulia del Waniku tras haber descargado su lotería y sus cargas móviles. Yo, de corto, salgo toreando mosquitos, que es lo que de verdad embiste por semejante sitio. Por cierto, que esos mosquitos siguen siendo de pura raza anofeles, de los que te pican y te llevan a la enfermería con la malaria puesta; no como los toros de aquí, que no dan sabor ni al caldo. Más por cierto, hay un plan para recuperar la Monumental de Maputo y convertirla en un centro comercial con hotel y tal (sí, como Las Arenas de Barcelona). Mientras, la plaza sigue en estado de ruina, rodeada de chabolas, de charcos y de malaria. Lo digo por si a alguien no le apetece imaginarse el futuro de las plazas de toda España como la cosa de los toros siga así.

Más sobre la Monumental de Maputo aquí y aquí. No mucho, habrá que investigar. Lo que no hay que investigar es por qué ahora mismo están jugando los galácticos en Málaga, Madrid y Sevilla y a mí me la trae al pairo su minuto y resultado.

Suena Negazione, Qualcosa scompare… Sí, tradicional mozambiqueña.

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Hoy, al cabo de miles de años, todos nos comemos al toro. La bestia está dominada y vencida. Y, naturalmente, el toro está en franca decadencia. Se ha logrado todo lo que se podía lograr. El torno no tiene hoy ningún interés. Es una pobre bestia vencida.

No se trata, claro es, de apoderarse del toro para comérselo, sino de apoderarse de él para jugar graciosamente con sus ciegos instintos, produciendo un espectáculo de emoción y belleza. Pero hasta eso se ha conseguido ya de manera tan perfecta que las corridas interesan cada vez menos. (…) En la actualidad, el torero hace lo que le da la gana con el toro. Cada día se ha avanzado un paso. Si un torero, después de unos lances, agarra al toro por el pitón, otro torero viene tras él y lo agarra sin haberlo toreado, cuando el animal, al salir del chiquero, tiene todo su brío. Más tarde viene otro y coge al toro por una oreja y, finalmente, aparece uno que lo sujeta por el morrillo. Ya no falta más que emprenderla a mordiscos con la pobre bestia y comérsela viva. Por este camino, la lidia se convertirá fatalmente en un espectáculo de circo al modo moderno, es decir, desustanciado. Subsiste la belleza de la fiesta; pero el elemento dramático, la emoción, la angustia sublime de la lucha salvaje se ha perdido. Y la fiesta está en decadencia.

(…) El toro es hoy un ser tan cultivado, tan culto en la especialidad a que le consagra el Destino como un profesor de Filosofía en la suya, y se diferencia tanto de la originaria bestia de las marismas del Guadalquivir o de la desaparecida Atlántida como el torero se diferencia del hombre que salía desnudo e inerme a cazar a la fiera para comérsela.

Ésta es la verdad. Los toros de lidia son hoy un producto de la civilización, una elaboración industrial estandarizada como los perfumes Coty o los automóviles Ford. Se fabrica el toro tal y como los públicos lo quieren. Merced a una lenta y penosa labor selectiva, los ganaderos han conseguido satisfacer los gustos del público soltando en los ruedos unos toros que son perfectos instrumentos para la lidia. Creo que en la fabricación del toro se ha llegado ya al stradivarius».

* Todo esto y mucho más escribe Manuel Chaves Nogales en boca de Belmonte en la (auto)biografía ‘Juan Belmonte, matador de toros‘, cuya única pega es que se acaba. Todo esto pensaba Belmonte al principio de los 30 del pasado siglo y las cosas, habiendo evolucionado, no han cambiado. Todo esto tiene que ver con la sensación percibida en las entradas de algunos tíos que saben, como éste o aquél, ante toda la cháchara vertida por taurinos y anti y por opinadores que no son ni una cosa ni la otra pero que se se atreven con todo.

Suena un temaco que va siempre en la maleta, Evolution, de Magnum.

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Sobre lo de los toros y el Parlament. Poco que añadir a lo expresado por Martín o Antonio Lorca. Si acaso, preguntarme por qué cuestiona la prensa sobre el tema a Cayetano o a Choperita, que ni se dicen aficionados ni son catalanes ni, que se sepa, se han declarado antitaurinos. También, señalar el renuncio en el que un lector avisado ha pillado a Gómez Pin. Aunque nadie se libra de la paradoja, que en todo esto hay contradicciones a cascoporro. Como ésa de querer prohibir las corridas de toros y no los correbous, como si la pupa a los animales la hiciesen las lenguas que definen las costumbres y no las propias costumbres.

Y recordar una comida que tuve el martes con un amigo y aficionado de los buenos. Luismi y yo sorbíamos una sopa castellana hablando de otra cosa quizás más importante cuando una noticia en una tele nos devolvió a nuestra condición de aficionados. Aficionados pero a qué. Vimos lo del Parlament y nos lo tomamos con indiferencia, sin sentirnos atacados y tratando de repescar las motivaciones que nos llevaban a la plaza. Pocas y relacionadas con la actitud, el recuerdo y la insistencia. Luismi y yo nos sentimos aficionados pero a otra cosa y coincidimos en el diagnóstico: la Fiesta tiene cáncer.

El cáncer es esa enfermedad que ocurre cuando un organismo produce células malignas cuya condición para ser tal cosa es ser absolutamente inútiles. Células vacías de contenido que se reproducen hasta acabar con las células que valen y terminar, poco a poco pero sin pausa, con el organismo que las ha creado. La Fiesta tiene cáncer pero ese cáncer no es provocado por los nacionalismos más o menos bien entendidos, los ecologismos despistados o la indiferencia general. El cáncer de los toros está provocado por células que no aportan nada como Cayetano y Choperita. La cosa está como está por culpa de toreros que no tienen nada que ofrecer y, si lo tienen, no quieren ofrecerlo. Por culpa de ganaderos que insisten en que la genética les ayude a definir su significado de casta. Por culpa de empresarios convencidos de que sopor y aburrimiento son las figuras que les van a dar de comer. Y, también, por culpa de públicos que se lo tragan todo sin decir nada. Lo del Parlament es sólo un síntoma de una enfermedad cuyas causas son internas y necesitan de quimioterapia urgente.

El diagnóstico, ya sé, no es nuevo. Pero voy a acabar con una cita, a ver si así me las doy de intelectual y me invitan a alguna tertulia radiofónica: entre todos la mataron y ella sola se murió.

Suena Ain’t It Fun, de los Dead Boys.

La foto es de Juan Pelegrín. Claro.

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Hoy se presenta en Madrí ‘Peajes’, el libro con el que Joséphine Douet ha retratado el camino hacia el ruedo de José Mari Manzanares y su cuadrilla. Este mes se puede leer en la revista GQ el texto que he hecho sobre la cosa. Aquí cuelgo la versión larga y sin ediciones. Y aclaro que Joséphine es mi amiga pero que, sobre todo, es una fotera de raza. Una muy buena fotera de raza brava, claro.

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El toreo es soledad, como recuerda el maestro Joaquín Vidal en su pequeña pero enorme escapada de la crónica taurina a la literatura pura. “Ningún diestro ha sabido definir qué le pasa por la cabeza y el corazón cuando presenta el engaño en el centro geométrico del redondel para iniciar la creación artística de un lance y el murmullo del graderío se viene abajo para convertirse en un expectante silencio”. En la plaza se encuentran la vida y la muerte, la gloria y la tragedia. Allí está el destino del viaje de unos hombres corrientes que eligieron un camino excepcional. En El toreo es grandeza, el maestro Vidal retrata en prosa ese camino, escribe sobre lo que sucede alrededor de una corrida cualquiera en una ciudad cualquiera. Lo mismo ha hecho Joséphine Douet en su libro Peajes. La fotógrafa francesa se ha embarcado con la cuadrilla de José Mari Manzanares y ha retratado lo que ocurre en ese entorno tan desconocido como el de las más profundas fosas marinas. No importa que el libro de Vidal hable de un modesto novillero y que Manzanares sea una de las figuras más esperadas del escalafón ni que hayan pasado 15 años entre una y otra obra. La vida, esta vida, sigue igual.

Porque la soledad de los toreros no es únicamente la que viven en el ruedo. El mismo viaje del matador y su cuadrilla a cada una de las plazas es un trayecto solitario, alejado de la realidad. De hecho, más que un viaje en el espacio, es un viaje en el tiempo. “El mundo de los toros es el mundo más real que existe –explica Joséphine– y, sin embargo, es un anacronismo. Si hubiese hecho el mismo trabajo en los 40, dentro de la cuadrilla de Manolete, estoy segura de que no cambiarían muchas cosas más allá de las que demuestran el progreso del país. Bueno, y que entonces no habrían dejado a una mujer hacer esto”.

Tampoco es algo fácil de conseguir en estos tiempos, da igual que seas hombre que mujer. Joséphine, nacida normanda y decidida madrileña, publica reportajes, retratos y editoriales de moda en medios de postín como Libération, Paris Match, GQ, ELLE, Vanity Fair o Rolling Stone. Joséphine, aficionada cabal gracias a la pasión de su abuela por Curro Romero, comparte meriendas en la grada del 5 de Las Ventas, donde tiene su abono, y recorre habitualmente España para ver toros. Joséphine, que tiene la costumbre de realizar sus sueños, quería formar parte del viaje de este torero alicantino al que ha retratado varias veces y con el que mantiene una relación de confianza. “Creo que su concepto del toro está muy cercano al que yo tengo de la fotografía. Le gustan la sencillez, va al grano, sin florituras, pero con todo el arte que sea posible”. Quizás por esa conexión, Manzanares dijo sí a la primera y la fotógrafa ha entrado a formar parte del equipo del torero. “He sido una más de la cuadrilla. Uno más, en realidad”.

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Ha cruzado con ellos España y Francia, ha compartido la tensión y el cansancio y ha formado parte de las bromas y las conversaciones sobre coches, mujeres y toros, siempre toros. Trece personas viajando en tres vehículos: la furgoneta de la cuadrilla, el coche del apoderado y otro para el torero, el jefe de prensa y Joséphine. José Mari era el único que dormía tumbado, tratando de trazar el sueño a través de las curvas hasta la próxima parada. La vida de los toreros en temporada es dura. Casi cada día, una corrida en una plaza sin que la gira esté definida por la lógica del mapa sino por la de los contratos y las ferias. Habitaciones de hoteles de todo tipo a las que se llega tarde, después de torear, atender a la prensa y cenar, y de las que se sale pronto para volver a empezar sin haber descansado casi nada por eso de la adrenalina. Concentración absoluta y aislamiento de esos alrededores taurinos que fuman puro, beben whisky y escupen alabanzas a cambio de otra ronda.

Al terminar la corrida, el matador y su cuadrilla comentan lo sucedido. A veces, Manzanares felicita a los suyos por el trabajo bien hecho. A veces, ellos opinan sobre la condición del toro y algunos lances. Siempre, se pasa página en seguida. Como dice Jacques Durand, crítico taurino de Libération, en el texto que acompaña las fotos de Peajes, “cada toro es un palimpsesto”.

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José Mari Manzanares es uno de ésos toreros en busca de la faena perfecta. Un hombre de 27 años que, según la fotógrafa, no piensa en su carrera sino en cada toro. “Es muy torero, tiene una educación exquisita, siempre está pendiente de su cuadrilla y siempre con una sonrisa”. También es una persona seria y discreta, que habla poco en general y menos ante una grabadora (por eso su ausencia en este texto). Cuando logra una faena que considera cercana a esa perfección, “se le ve feliz, como si hubiese encontrado su sitio”.

Joséphine, como cualquier fotógrafo desde Cartier-Bresson, también persigue el instante decisivo y, en este caso, no lo buscaba dentro de la plaza, sino fuera. No es la primera vez que Douet se empotra en una gira para retratarla; ya estuvo, por ejemplo, de tour con Rufus Wainwright. “Me gustan las giras por la libertad y el mundo paralelo que se crea”. Pero nada tienen que ver unas con otras. En los toros no está sólo en juego en éxito o el fracaso, aquí se juega algo mucho más importante: la vida. “Es algo que ronda todo el rato; lo sientes en el ritmo, no hay momentos de verdadera relajación. O es tensión o es nada”. Y esa nada, explica Joséphine, es lo peor. Es la nada que se crea tras la frugal comida, la del silencio de la siesta, la de la furgoneta de camino a la plaza. La nada que atrona hasta que suenan clarines y timbales.

Acabo con la frase que cierra el librito del maestro Joaquín Vidal: “La corrida es sólo la parte visible, mínima parte, del mundo exclusivo e irrepetible de la tauromaquia”. Joséphine Douet ha conseguido retratar algunas de esas otras partes. Gracias a ella, los aficionados, y los que no lo son tanto, seguiremos teniendo al menos una cosa clara en esta vida: el toreo es grandeza.

Las fotos que aparecen aquí son del libro y tienen su copyright, así que a ver lo que haces con ellas. Que pillas.

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El otro día, después de una conversación sobre el toro de Tordesillas, los toros en general y la probable próxima prohibición de la cosa en Cataluña, me vino a la cabeza un pensamiento que se convirtió en reflexión con el paso del fin de semana. Todo un acontecimiento, sí. Y es que se puede encontrar una relación entre lo que la gente piensa sobre las corridas de toros y lo que mucha de esa gente (y la gente, en general) hace con su propia vida. Hay un montón de personas, puede que la mayoría, que sufren (o sufrirían, si fuesen) viendo lo que pasa en una plaza de toros. Les parece que es una forma cruel de matar a un animal y consideran que convertirlo en un espectáculo está muy mal y debería guardarse en el baúl de las costumbres olvidadas. Esas mismas personas, en su mayoría encantadoras y buenas, no sufren ni un poco mientras se comen un filete o apuran un muslo de pollo. A muchas de esas personas que piensan que dar muerte a un animal en una plaza es una barbaridad, les parece el colmo del progreso que la carne y el pescado florezcan en los mercados. Y cuando uno les dice que también es una barbaridad cómo viven los animales de los que vienen esas carnes y esos pescados, se encogen de hombros como admitiendo que tales horrores son efectos secundarios del progreso. Y siguen masticando.

No estoy hablando aquí de toros. A mí me gustan. Y respeto al que no. No quiero convencer a nadie. Pero se me ocurre que esa forma de ver las cosas de los animales es la misma forma que tiene el personal de ver, de vivir, su propia vida. Cada vez nos preocupamos más del dolor, de evitarlo, de alejarlo, de esquivarlo. Cada vez nos acercamos más a la muerte plácida, al colocón final. Hay unidades médicas dedicadas al asunto y un montón de laboratorios haciendo caja. La muerte, además, está escondida, se aleja de las conversaciones, de las noticias, de nosotros. Es obvio que, salvo en las películas y los videojuegos, no hacemos un espectáculo de la muerte sino todo lo contrario. Por centrar la metáfora: nuestra muerte es más la muerte de un pollo frito que la de un toro bravo. Muy bien. No tengo nada que decir al respecto. El problema está en cómo vivimos.

Encerrados en un coche que nos lleva a encerrarnos en un trabajo de ocho horas. Encerrados en una semana laboral por la que cobramos las migajas de la plusvalía que nos sirven para encerrarnos en el consumo inútil. Encerrados en una urna con pocas opciones de voto y ninguna siquiera medio decente. Encerrados en una hipoteca y encerrados en unas letras que no expresan nada que no sean deudas. Encerrados en una forma de vida que confunde cada vez más libertad con libre mercado y encerrados en una forma de pensar que nos impide encontrarnos a nosotros mismos y atrevernos a ser quienes de verdad queremos ser. No, nuestra muerte no es la del toro bravo y eso puede que sea bueno pero nuestra vida es cada vez más como la de las vacas esclavizadas en las granjas y eso es terrible. Tememos el dolor a la hora de morir y lo evitamos. Pero, ¿por qué tenemos miedo a vivir? ¿Por qué no hacemos lo que de verdad nos apetece y nos llena? ¿Por qué no aprovechamos el viaje? ¿Por qué, ya que nos da miedo morir, no somos valientes para vivir?

Suena, por segunda vez y qué, Cerebros destruidos, de Eskorbuto.

Apostillo: Los demenciales chicos acelerados de Eskorbuto cantaban en esta canción: «prefiero morir como un cobarde a vivir cobardemente». Procuro recordármelo siempre que debo. Es más, tengo claro que, si fuese de raza bovina y pudiese elegir, me gustaría ser un toro de lidia, vivir la vida que de verdad me corresponde y morir con lo que yo considero es dignidad. Tengo un amigo que seguro está de acuerdo conmigo. Da la casualidad, o no, de que Tom Kallene hoy me ha mencionado en su blog. El sábado tuvimos una de nuestras conversaciones. Hablamos de maneras de vivir. La suya, para mí, es todo un ejemplo. Después de miles de aventuras, ahora se va a meter en otra. Siempre con pasión, siempre con valentía. Siempre admirable.

La foto retrata la muerte de Bastonito a manos de César Rincón. Ese toro de Baltasar Ibán es otro ejemplo. La imagen, por cierto, la he encontrado en Campos y Ruedos.

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