El siguiente texto fue publicado el 11 de agosto en Interviú como parte de esa serie de reportajes sobre profesiones con miga que he hecho para su revista de verano. Agradezco a Alberto y Paco su colaboración y a B. sus contactos.

Paco es un profesional que tiene su despacho en la calle. Paco es un tío nervioso que habla con frases cortas y certeras como fotografías mientras mira a todos lados en busca de una exclusiva. Paco es Paco Ginés y es paparazzo. Cada día acude a trabajar a una esquina del Barrio de Salamanca de Madrid a la espera de que algún famoso salga de compras. Entonces, apunta, dispara y se cobra otra pieza. Paco se siente como un cazador. «Lo que me gusta es la adrenalina, si ahora me llaman y me dicen que vaya a tal sitio, ni me lo pienso. Me saco el billete y no duermo por la noche, le doy vueltas a todo: si lo conseguiré, cómo lo haré, si luego lo podré vender bien…».
Lleva 15 años así. Desde que conoció en el hotel en el que trabajaba a un fotógrafo y decidió que quería dedicarse a esto. Hizo un curso, pasó seis meses sin cobrar por El Independiente y entró en Europa Press. Ahora se lo hace por su cuenta, aunque de la venta de las fotos se ocupa una agencia, Teleobjetivo. No es un trabajo fácil. «Es muy duro estar diez o doce horas de guardia en un coche para hacer un reportaje y no venderlo. Es ingrato y quema mucho». Por eso lo dejó durante una época. Muy breve. «No aguanto encerrado en una redacción, tengo que estar en la calle, qué le voy a hacer, a mí me gusta esto, no sé hacer otra cosa».

Ahora Paco tiene 40 años y dos chicos contratados para ayudarle. Ellos tienen la suerte de cobrar un fijo en una profesión en la que no hay nada seguro. A veces leemos en las noticias pagos por exclusivas con cifras cargadas de ceros pero la cosa no es tan jugosa. «El reportaje por el que más se ha pagado en España creo que fueron las famosas fotos de Lady Di: unos 200 millones de pesetas. Para el fotógrafo fueron sólo 25 millones, que está bien, pero es un porcentaje pequeño. Y eso te pasa una vez en la vida. Si te pasa…», aclara Paco.
Los fotógrafos trabajan con agencias que se ocupan de vender sus reportajes. La primera puerta que tocan es la del ¡Hola!, el mejor pagador. De ahí, para abajo. Algunas de esas agencias se llevan hasta un 50% del precio. Paparazzi como Paco logran retener hasta un 70. Pero de la tarifa hay que descontar los gastos: material, viajes y demás. Por un reportaje normal se puede cobrar entre 1.200 y 3.000 euros. Más, de 6.000 a 50.000, si es un tema de portada. Pero es difícil que un profesional responda de forma concreta a una pregunta sobre sus reportajes más rentables. No lo hace Paco. Ni tampoco Alberto, otro de los mejores en lo suyo.

Alberto prefiere no figurar. No da su apellido ni quiere salir en las fotos. Lleva más o menos los mismos años que Paco en la profesión y ahora ha montado su propia agencia, Xanas Comunicación, para gestionar su trabajo y el de otros compañeros. Sobre el dinero, quiere dejar una cosa clara: «No hay ningún paparazzo en España que se haya hecho rico». Él cuenta cómo, por ejemplo, sacó 6.000 euros por unas fotos de Penélope Cruz y Tom Cruise esquiando en Colorado. ¿Mucho dinero? Sí, el que le costó el viaje. Hay que tener en cuenta, además, que los paparazzis siempre trabajan en parejas o incluso en grupo. Para facilitar las cosas (cubrir varias salidas, turnarse en las guardias…) y «porque es muy duro estar solo», como dice Paco. Así que el precio se divide.
Hay otro gasto esencial. En realidad, una inversión. Los contactos. La gente que avisa de que una está cenando con otro en cierto restaurante. «Un paparazzo tiene que tener buenos contactos», repite Paco sin parar sobre la esencia de su profesión. Alberto lo confirma. El informador puede ser cualquiera. El dueño de un restaurante, un escolta, un familiar. Hasta el propio famoso. Unos lo hacen para hacer publicidad de su local; otros, por hacerse publicidad a sí mismo; hasta los hay que lo hacen por pura amistad. En cualquier caso, tanto Paco como Alberto reconocen que guardan parte de su presupuesto para pagar a sus contactos. Y que esos contactos hay que trabajárselos mucho y son personales e intransferibles.
La competencia en el sector es feroz. Por eso, igual que hay que saber sacar secretos a los demás, hay que ser capaz de guardarlos bajo llave. «En esta profesión hay pocos amigos, la información vale mucho». Eso dice Paco. Alberto, por su parte, no lo pone tan negro. «De los compañeros te puedes fiar. De las agencias y las revistas, me quiero fiar. De los famosos, no tanto». Como sea, ambos hablan muy bien el uno del otro aunque sean distintos.
Alberto nos recibe en su casa. Una casa normal en un barrio normal. Sin lujos. Alberto es más tranquilo que Paco pero su tranquilidad se ve molestada a cada rato por llamadas, trabajo, y por la tele, más trabajo. Alberto tiene un par de pantallas encendidas constantemente. Los fotógrafos se han pasado al vídeo por imperativo del mercado y ahora combinan las dos cosas. Las cadenas han multiplicado por mucho la exhibición de contenidos de corazón pero eso no es necesariamente mejor para los profesionales. «La tele ha hecho daño a los fotógrafos porque las noticias salen antes allí que en prensa y se queman». Es decir, que si un tertuliano dice que Lara Dibildos ha ido a cenar con Darek antes de que salga la foto o las imágenes, la exclusiva ya no es tanta y el precio baja. Por cierto, éste puede ser el tema de moda. No cuenta el nombre del fotógrafo. Cada información se cotiza según el personaje, el hecho y el momento, «como en una lonja de pescado», según Alberto. Además de Lara y Darek, ahora está en alza cualquier cosa de El Duque o el romance de Penélope Cruz y Javier Bardem. La pareja es, al mismo tiempo, la más buscada y la que más se esconde y se enfada con los fotógrafos.

Algo parecido pasa con la Familia Real. Cualquier imagen de cualquiera de sus miembros tiene mucho valor pero nunca es fácil conseguirla. Paco vivió el momento más difícil de su carrera el día que consiguió las primeras fotos no oficiales de Felipe y Leticia de compras en un centro comercial. Según cuenta, le pillaron los escoltas y «me llevaron a un sitio apartado, me desnudaron e intentaron quitarme la tarjeta, pero la había escondido. Además, al día siguiente llamaron a sus agencias afines e hicieron unas fotos como las mías para quitarles valor». Alberto coincide con su compañero: la información Real es la más difícil, la seguridad es extrema. Demasiado extrema.
Quizás por encuentros como aquél, ni Paco ni Alberto sienten excesiva compasión por las piezas que enfocan con su objetivos. «Ser famoso tiene sus inconvenientes, pero la gente que está metida hace todos los esfuerzos por seguir siéndolo, porque vive muy bien», dice Alberto. A los paparazzi no les interesan esas vidas que retratan, pero las conocen casi mejor que los que las viven. Es su trabajo y les gusta. «Yo duermo muy tranquilo -dice Paco-. A mí me da igual lo que piensen Penélope o Bardem, pero si les veo aquí y ahora, les machaco como un conejo».
(Las fotos las he birlado de lugares varios de la Red; siento no poder citar las fuentes).
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