Hoy hace un año y un día que nació este blog. Y la verdad es que está encantado de haberse conocido. Yo también estoy encantado de haber conocido al blog, aunque a veces mantenerlo sea un poco condena. Lo normal en estos casos, por lo que he visto por ahí, es dar un montón de datos de visitas y demás y hacer una recopilación de búsquedas bizarras a través de las que ha llegado la gente al lugar. Mis datos no están mal y las búsquedas que acaban aquí son de lo más psicodélicas. Normal, puesto que a veces me dedico a hablar de BDSM, intercambio de parejas, alargamiento de pene y cositas de ésas que no interesan a casi nadie en Internet, qué va. Pero como soy un tío discreto, paso de publicar tales cosas. En cambio, prefiero felicitar al blog y agradecer sus visitas a los lectores. Por cierto, si alguien quiere regalar algo al querubín, que me lo mande a mí y yo se lo hago llegar.
El 20% de los que habitan en España vive por debajo del umbral de la pobreza. El dato es de la Encuesta de Condiciones de Vida y ha caído a mis orejas un par de veces en la última semana. Casi me quedo sordo del susto. No sé si es que yo soy más impresionable que el resto pero no recuerdo haber visto telediarios ni periódicos abrir con esta noticia. Tampoco creo que los políticos hayan debatido sobre el tema en el Congreso ni que las patronales ni los sindicatos hayan dedicado dos minutos de su precioso tiempo a ello. Ah, el dato es de 2007. Seguramente, a estas alturas de 2009 el porcentaje haya aumentado. Quizá ya sea un 25% o casi un 30%. Casi nada.
Por suerte, exisitió Julio Camba para explicarme estas cosas. Decía Camba que «la vida es dura y áspera y, a fin de engrasarla un poco, unos hacen de pobres y otros de ricos». Venía a decir Camba en su texto Sobre los falsos pobres y los falsos ricos que los mendigos no son realmente pobres, sino que viven de serlo y que la miseria viene a ser una industria dentro de la cual hay algunos que son verdaderamente miserables porque «¿en qué ramo de la industria prospera todo el mundo?». Eso sí, también escribía Camba que los ricos son igualmente de pastel. Que son gentes que hacen de ricos porque es la mejor manera de ganarse la confianza de los capitalistas, de los bancos o de las mujeres de buen braguetazo. Y ahí es donde Camba, que era un cachondo y un abonado a la ironía, clava nuestra situación de hoy.
Porque mucho me temo que los pobres de hoy son bastante pobres y más que lo van a ser. Y que si piden no es como forma de vida sino para vivir. Pero sí que se está demostrando que los ricos, o muchos que lo parecían, eran de mentira cochina. De hecho, cada vez está más claro que la riqueza de la que tanto presumíamos tenía los cimientos de barro y la fachada de cartón pluma. Y lo del famoso Estado del Bienestar debía ser una fina ironía, como las de Camba. Porque si ya en 2007, en la cresta de la ola de la bonanza económica, había un 20% de pobres en España, ¿cómo coño podíamos jurar que estábamos bien?
La pregunta es retórica. O quizás no tanto. Este modelo económico ha vivido del cuento y la historia está acabando con un final que no es feliz. Ahora tendríamos que estar empezando otro cuento en el que no hubiese pobres (o hubiese los menos posibles) y los ricos de verdad aceptasen que la generosidad no es sólo una forma de satisfacción personal sino también una manera de crear una sociedad y una economía sostenibles. Este cuento nuevo que tendríamos que empezar a contarnos y a practicar debería estar basado en hechos reales, no en hipotecas de ciencia ficción, previsiones de crecimiento imposibles y premios a la codicia en forma de bonus.
Si lo hiciésemos, si cambiásemos de cuento para crear uno mejor, más decente, no estaríamos haciendo ninguna locura. Tan sólo estaríamos reafirmándonos en nuestra condición de humanos. Ya sabéis, esa especie que presume de inteligencia, de consciencia y de conciencia.
Ojo: esto, y otras cosas como ésta, se pueden leer en ¿Y por qué no…?
El vídeo lo dice todo. Yo sólo añado que estoy detrás de esto pero que la iniciativa es para todos. Y de todos. No se trata de hacer campaña contra nadie sino de reflexionar sobre un asunto importante. Es una oportunidad de dar a una palabra clave el significado que queremos. Y de creérnoslo y asumirlo. Es momento de participar, de colaborar, de aportar. Es hora de cambiar. Es mi opinión pero espero que sea la de muchos.
Las crisis sistémicas se caracterizan porque al estallar afectan al propio funcionamiento del sistema y a fin de salir de ellas es preciso sustituir o modificar en profundidad algunos elementos constitutivos del mismo, de forma que se introduzca en él una nueva forma de operar. La crisis de 1929, que condujo a la Gran Depresión, fue de estas características. La crisis ante la que ahora nos hallamos también lo es.
(…) no es posible que se continúen despilfarrando recursos tal como se han estado despilfarrando hasta ahora. Y no es posible, no sólo desde el punto de vista de la ecología, sino por mera eficiencia del propio sistema.
El actual modo de funcionamiento del sistema productivo, desde su mismo origen, fue altamente despilfarrador. Partía de una base errónea, ya que suponía que la cantidad de recursos de los que podía disponer era ilimitada. De todos los recursos, desde el petróleo hasta el uranio, desde el cobre hasta el agua. Por consiguiente, el modo de producción puesto en funcionamiento por nuestro sistema no se paraba a pensar en la eficiencia en el uso de tales recursos. En todo caso, la preocupación era, tan solo, cómo obtener los recursos precisos al más bajo precio posible. Y debido a que durante muchos años el precio de las commodities fue muy reducido, la eficiencia en el uso de los recursos continuó brillando por su ausencia.
(…) El cambio sistémico que traerá la crisis que estamos comenzando a padecer y que se pondrá de manifiesto de forma especialmente dramática a mediados de 2010 nos hará desembocar en una situación en la que, tarde o temprano, el propio sistema comprenderá que los remedios que se han ido estableciendo desde el año 2007 no sirven de nada.
Y cuando por fin llegue ese momento, la salida de la gravísima y terrible situación a la que el mundo se enfrenta tendrá que consistir en la toma de conciencia de algo que deberíamos haber comprendido hace tiempo. A saber: que la eficiencia en el uso de los recursos debe regir de forma prioritaria la toma de decisiones, y que es a través de la mejora continuada de la productividad como se pueden conseguir los cambios necesarios para ver la salida de la crisis.
Dicho así no suena mal: hay que acabar con el despilfarro, tenemos que ser más ecológicos, debemos utilizar los recursos de forma muy productiva. No suena mal, pero todos, Gobiernos, empresas y ciudadanos, debemos comprender y aceptar que para funcionar de ese modo tenemos que aplicar cambios drásticos y profundos, que afectarán muy notablemente a nuestro modo de vida. Y son unos cambios que tendrán que ser, además, permanentes. Introducir esos cambios, teniendo en cuenta que son de gran calibre, no es sencillo para nadie. Ni sencillo ni agradable, sobre todo al principio».
Sonaba en Spotify mientras leía esto Dr. Dog, 100 Years. Una preciosidad.
La foto, de la Wikimedia, es del mirador Collado del Pilón, en Murcia.
¿Momento de abrocharse los cinturones? En absoluto, responde la ministra. ‘No es hora de pedir sacrificios a los españoles, sino de infundirles entusiasmo. Tenemos que dar confianza a la gente’. Transmitirles la sensación de que la recuperación está cerca. Salgado razona en voz alta sobre el efecto Obama, esa ola de confianza que ha recorrido Estados Unidos, impulsada por el presidente de la nación. ‘Barack Obama ha sabido presentarse ante los norteamericanos como una persona digna de confianza, que además confía en sus compatriotas’, dice. A simple vista, es difícil pensar que el nuevo Gobierno Zapatero pueda generar un efecto Obama a estas alturas. Pero Salgado está dispuesta a dejarse la piel en el intento. Aunque sabe que no lo tendrá fácil».
Esto de arriba es sólo un cacho del reportaje de Lola Galán antes de ayer en El País sobre la flamante Vicepresidenta y Ministra de Economía. A mí me importa un carajo si Elena Salgado lleva zapatos de color visón, le gusta el deporte o es más amiguita de Pepín Blanco que de la Álvarez. A mí lo que me preocupa es que siga haciendo lo mismo que hacía Solbes o que lo que lleva haciendo Zapatero desde que se ha enterado que a esto no se le llama desaceleración: nada. Y tiene toda la pinta de que eso va a ser así. Parece que este Gobierno tan progre que tenemos no se entera. No se entera de que el mundo está en un momento como nunca lo ha estado en los últimos cincuenta años. No se entera de que es una oportunidad para demostrar voluntad de hacer cosas, ganas de cambiar, intención de mejorar. No se entera de que con palabras y sonrisas no se construye una nueva sociedad.
A ver, Obama dio confianza e infundió entusiasmo a los norteamericanos para ganar las elecciones. Y las ganó. Pero luego no ha parado de tomar decisiones, de exigir a empresas y organizaciones, de preparar a su país y al mundo para un cambio necesario. Habrá que ver si le sale, pero nadie podrá decir que no lo ha intentado. Por el contrario, éstos que tenemos en la Moncloa no han hecho una mierda. Bueno, sí, dar dinero a los ayuntamientos para que lo derrochen en obras casi siempre innecesarias y siempre insostenibles. Y la chorrada de los 400 euros. Ah, y rogar a los bancos que den créditos a las familias. Nada de crear empleos verdes, de cambiar financiaciones, de anticiparse al futuro…
Hoy toca decir eso de ¡salud y república! Es quedarse corto. Ya no son las únicas cabezas decorativas las del Borbón que soporta la corona y las del resto de su amplia familia. Todo nuestro Gobierno es un enorme florero lleno de plantas más o menos feas que no valen ni para que se las coma una cabra. Dejemos de regarlas de una puta vez. ¡Salud y república! ¡Salud y democracia de verdad! ¡Salud y revolución!
¿Por qué un periódico como El País llama una y otra vez «Gobierno» al sistema que somete a China y «presidente» y «primer ministro» a sus líderes impuestos? ¿Porqué no dice hasta el antepenúltimo párrafo de su reportaje China reclama su papel de potencia algo como «Pekín sigue reprimiendo cualquier asomo de disidencia y encarcelando a activistas y opositores»? ¿Por qué en el mismo número, el de ayer domingo, insiste en su editorial (la opinión oficial del medio) en llamar «régimen» al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela? ¿Acaso no sabe El País que su periódico no podría publicarse en China y, en cambio, sí se podría (y se puede) leer en Venezuela? ¿Estamos confundiendo el dinero con la libertad o, más bien y peor, está tapando el dinero a la libertad?
Como canta Lidia Damunt, «la Verdad es un periódico de Murcia y nada más». Gracias a una entrada del blog de Silvia, acabo de ver el programa de Samanta Villar dedicado a los porros. Uf. Tengo la sensación de que la periodista (los periodistas) que lo han hecho se la han cogido con papel de fumar y, por eso, han editado esa versión desequilibrada y exagerada del asunto. El cannabis es una sustancia la mar de aceptada en España, a pesar de lo que diga la ley. Por eso es absurdo dedicar 60 minutos de televisión en segundo prime time a retratar a exadictos y freaks en vez de salir a la calle y ponerse a grabar la vida normal del fumador normal. Tan absurdo, que dudo de que haya sido por presión de la cadena y, ni siquiera, de la productora. Más bien, tiene toda la pinta de ser cosa de las ganas de agradar de un director pusilánime o, como ya he dicho, de los propios curritos. Peor para ellos. Hacerlo así sólo resta credibilidad a sus hacedores: plumillas, directores, productora y cadena.
Por suerte, aún se pueden leer por ahí piezas de periodistas honestos y responsables que tratan de que la Verdad salga de la huerta murciana y llegue, por ejemplo, a la percepción pública sobre las manifestaciones contra el G20 en Londres. Todos hemos visto en los informativos las imágenes de los «anarquistas», los «antisistema» o cualquier otro calificativo de redactor de pacotilla rompiendo cristales, colgando muñecos de banqueros y encendiendo fuegos urbanos. Ya lo anticiparon los medios ingleses: llegaban los hunos para hacer temblar los cimientos del sistema. Por lo que se vio, casi lo consiguen. ¿De verdad? Resulta que The Economist, semanario liberal donde los haya, mandó a un periodista al jaleo. El tío, trabajando para quien trabaja, podía haber hecho una crónica desde las mismas puertas del infierno retratando a un montón de bárbaros devorando oficinistas y descuartizando policías. Pero no. El hombre decidió contar lo que vio y lo que vio fue una manifestación pacífica rodeada por un ejército de policías que no dejaban salir a nadie del cordón y algunos pequeños brotes de violencia. Se puede leer pinchando aquí. Yo dejo aquí el párrafo final, en inglés, que no me apetece traducir:
Back in the office, we watch coverage of the day. From their headlines and descriptions, you would think full-scale riots had broken out. There were certainly altercations between the police and small groups of protesters but on the whole, it was fairly peaceful. There were tense moments. Some damage was done. A few people got hurt, but after all the dire warnings of catastrophic lawlessness and turmoil, everything seemed remarkably calm, at least from what we saw. Maybe we missed the mayhem. Or maybe there was none».
Una pena que The Economist no firme la crónica en la Red para dar crédito a su autor. Una pena que haya que rebuscar entre toda la información sobre el tema para encontrar algo así. Una pena que su aproximación a su oficio (y al mío, coño) sea excepcional. Por cierto, hablando del G20 y de verdades, he aquí el comunicado de ATTAC sobre la cumbre, por si alguien quiere saber.
Suena Gil Scot Heron, The Revolution Will Not be Televised.
En Londres hay un par de decenas de hombres y mujeres haciendo que hacen algo para arreglar el mundo que ellos han ayudado a estropear. En Londres hay unas decenas de miles de gentes haciendo ruido para que esos cabrones hagan algo (o dejen de hacer, mejor). En Londres hay casi diez millones de personas que pasan de todo y lo único que hacen es ir a trabajar para ganar un dinero que no les da para casi nada realmente divertido y enriquecedor. Ay, Londres.
Estuve la semana pasada por allí. Y, como siempre que voy últimamente, me vine con una sensación amarga. Qué bonito está Londres. Y qué limpio. Y qué ordenado. Qué pena que me da. Londres una vez fue capital contracultural, un lugar donde pasaban cosas que se contagiaban al resto del mundo, un epicentro del underground. Ahora Londres es capital económica, un sitio donde sólo pasa dinero, el epicentro del desastre. Un asco. Ya casi no salen nuevos sonidos o nuevas corrientes de esa ciudad. La gente se tira horas en trenes para llegar a trabajos donde se pasan horas para ganar un dinero que se esfuma en minutos. Lo que brilla es el parque temático para ricos en que se ha convertido la ciudad. Cochazos, restaurantes con pretensiones, clubes privados.
Y son los practicantes de esa bisutería inútil los que se siente amenazados por lo que ellos llaman los «anarquistas» con un tono despectivo. Todos los periódicos, de pago y gratuitos, se pasaron la semana que estuve allí alertando a la población del peligro del caos que llegaba. Como si la amenaza estuviera en los que protestan y no en los que merecen las protestas. Lo normal es que el ciudano, adormecido por la rutina, sienta miedo de los manifestantes y cariño por los gobernantes. Así nos va.
Así, nos parece estupendo que haya cámaras en todas las esquinas. Vemos normal que los que proponen alternativas sean dejados al margen como atracciones de feria. Y nos callamos ante lo que está pasando como si la crisis fuese un desastre natural y no algo provocado por la avaricia del ser humano. No sé si otro mundo es posible. Pero, si lo es, el modelo no es Londres.
Vean el vídeo que anuncia el nuevo muñeco que saldrá a la venta el viernes, después de la cumbre del G20. Se llama Optimistín y es más positivo que el control anti doping de Ben Johnson. Todo lo ve de color de rosa. Si le aprietas en el estómago, repite la frase: «Esa nueva etapa que abriremos en Londres será el inicio de la recuperación, el inicio de la confianza y, por tanto, el inicio de un futuro con más seguridad y con más garantías para todos los ciudadanos».
Ah, si alguien encuentra algún contenido en su discurso, se le devuelve el dinero (salvo que lo tuviese en CCM).