… a protestar, a destruir, a construir, a gritar, a pelear, a saltar, a cuestionar, a apoyar, a promover, a proponer, a imaginar, a golpear, a defender, a colaborar, a parar, a iniciar, a disentir… Incluso a escribir.
Uno de los tipos que me enseñó todo esto viene mañana a pasear su palmito por aquí y voy a verlo, por fin. Jello Biafra, el que cantaba en los Dead Kennedys. Y viene con los Hard Ons, otros que tal bailan y a los que sí tengo vistos. Pues nada, que quería compartirlo por aquí, aunque no le importe un carajo a nadie.
El otro día, paseando por la red, me encontré con una bonita lista con los 15 sitios más tóxicos en los que vivir. Son lugares reales donde vive gente de verdad.
Hay un poco de todo. Ríos que se pueden pisar, aire que se puede cortar con un cuchillo, la isla de plástico de la que ya se ha hablado por aquí, Chernobil, bosques de los que ya no queda ni un árbol…
Hay quien sigue sosteniendo eso de que el cambio climático, si es que lo hay, no es cosa del hombre. Pues no sé, no soy científico, pero uno ve estas fotos y se queda con la sensación de que el hombre, entendido como especie, algo está haciendo para ensuciar su casa. Y la de sus descendientes.
Si ejerciésemos el turismo e hiciésemos viajes como se debe, o sea, para descubrir el mundo en que vivimos y las formas de vida que son ajenas a la nuestra, deberíamos incluir cualquiera de estos lugares en nuestras vacaciones de este año.
Desde luego, tendríamos buenas fotos para enseñar a familiares y amigos y, quizás así, nos dejaríamos de coñas a la hora de rechazar esa inofensiva bolsa de plástico o al exigir una política energética seria y responsable a empresas y administraciones.
Aquí sólo he colgado cinco de los 15. Se pueden ver todos en este link. De todos modos, se me ocurren otros sitios tóxicos en los que debe ser difícil respirar sin atragantarse. Por ejemplo, un dos tres responda otra vez: un bono basura, una reunión del G-20, una reunión de consejo de ministros en la que no se aprueba nada sobre las SICAV, el despacho donde se gestiona la solución al vertido de BP, un barco dedicado a cortar aletas de tiburón… ¿Se os ocurre alguno más?
El 20% de los que habitan en España vive por debajo del umbral de la pobreza. El dato es de la Encuesta de Condiciones de Vida y ha caído a mis orejas un par de veces en la última semana. Casi me quedo sordo del susto. No sé si es que yo soy más impresionable que el resto pero no recuerdo haber visto telediarios ni periódicos abrir con esta noticia. Tampoco creo que los políticos hayan debatido sobre el tema en el Congreso ni que las patronales ni los sindicatos hayan dedicado dos minutos de su precioso tiempo a ello. Ah, el dato es de 2007. Seguramente, a estas alturas de 2009 el porcentaje haya aumentado. Quizá ya sea un 25% o casi un 30%. Casi nada.
Por suerte, exisitió Julio Camba para explicarme estas cosas. Decía Camba que «la vida es dura y áspera y, a fin de engrasarla un poco, unos hacen de pobres y otros de ricos». Venía a decir Camba en su texto Sobre los falsos pobres y los falsos ricos que los mendigos no son realmente pobres, sino que viven de serlo y que la miseria viene a ser una industria dentro de la cual hay algunos que son verdaderamente miserables porque «¿en qué ramo de la industria prospera todo el mundo?». Eso sí, también escribía Camba que los ricos son igualmente de pastel. Que son gentes que hacen de ricos porque es la mejor manera de ganarse la confianza de los capitalistas, de los bancos o de las mujeres de buen braguetazo. Y ahí es donde Camba, que era un cachondo y un abonado a la ironía, clava nuestra situación de hoy.
Porque mucho me temo que los pobres de hoy son bastante pobres y más que lo van a ser. Y que si piden no es como forma de vida sino para vivir. Pero sí que se está demostrando que los ricos, o muchos que lo parecían, eran de mentira cochina. De hecho, cada vez está más claro que la riqueza de la que tanto presumíamos tenía los cimientos de barro y la fachada de cartón pluma. Y lo del famoso Estado del Bienestar debía ser una fina ironía, como las de Camba. Porque si ya en 2007, en la cresta de la ola de la bonanza económica, había un 20% de pobres en España, ¿cómo coño podíamos jurar que estábamos bien?
La pregunta es retórica. O quizás no tanto. Este modelo económico ha vivido del cuento y la historia está acabando con un final que no es feliz. Ahora tendríamos que estar empezando otro cuento en el que no hubiese pobres (o hubiese los menos posibles) y los ricos de verdad aceptasen que la generosidad no es sólo una forma de satisfacción personal sino también una manera de crear una sociedad y una economía sostenibles. Este cuento nuevo que tendríamos que empezar a contarnos y a practicar debería estar basado en hechos reales, no en hipotecas de ciencia ficción, previsiones de crecimiento imposibles y premios a la codicia en forma de bonus.
Si lo hiciésemos, si cambiásemos de cuento para crear uno mejor, más decente, no estaríamos haciendo ninguna locura. Tan sólo estaríamos reafirmándonos en nuestra condición de humanos. Ya sabéis, esa especie que presume de inteligencia, de consciencia y de conciencia.
Ojo: esto, y otras cosas como ésta, se pueden leer en ¿Y por qué no…?