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Posts Tagged ‘P2P’

Por cierto, y sigo con la excusa de lo de Megaupload para hablar de cosas que van más allá, después de ver todo lo que se está escribiendo por ahí y lo que se ha escrito en los comentarios de por aquí, echo algo de menos en casi todos los casos. Muchos siguen en lo de siempre, defendiendo el blanco o el negro y atacando la opinión contraria, hablando sin escuchar. Tratando de resolver un problema sólo a base de llevar razón.

Pero no sólo. Mi entrada del viernes, por ejemplo, ha dado lugar a un debate bastante majo en el que incluso hay quien ha querido subirse a una silla para proclamar discursos como «somos una generación que aún no ha luchado por nada, con el cuello dolorido de mirar al suelo. Ésta debe ser nuestra lucha, nuestro legado a generaciones venideras». En cualquier caso, después de tragar saliva y ponerme la mano en el pecho al leer esta arenga en favor de la cultura libre y de una revolución tecnológica en la que en el fondo estoy de acuerdo, creo que quizá a veces se confunda cultura con entretenimiento y, como Iago, que puede que también haya un lío entre el significado de «libre» y de «gratis»; pero, sobre todo, creo que para que esta revolución sea efectivamente revolucionaria y pueda triunfar hace falta conocer la visión sobre ella de alguien. Incluir a los otros que, en realidad, somos todos.

Pues sí, los creadores pero también los curritos de las industrias correspondientes deberían tener el derecho a decidir si la cultura/entretenimiento que ellos producen quieren que sea difundida gratuitamente. Cierto, el modelo de las industrias culturales y del entretenimiento está viejuno y hay que cambiarlo aunque esas industrias no quieran. Ese modelo, además, está basado en gran parte en explotar tanto a autores como a trabajadores y, cómo no, a consumidores por medio de royalties y salarios escasos para unos y precios abusivos para otros. Los primeros interesados en el cambio de modelo deberían ser esos creadores y trabajadores, aunque muchas veces no lo sean. Son muy pocos los escritores que viven de sus libros, la mayoría de los músicos sobreviven, la gente del cine, en fin… Seguramente, una nueva forma más justa y moderna de distribuir su trabajo no les cambiaría la vida económica pero quizás les diese algo más de dignidad al recuperar el control sobre su propio trabajo. Eso no es moco de pavo y debería ser el camino a seguir. Pero, ¿tienen que ir obligados? ¿El gratis total por imperativo social afecta sólo a la industria o ataca, también, a sus currantes? ¿Puede una revolución popular prescindir del pueblo? (ejem, la última pregunta tiene respuestas varias, unas enterradas en Moscú, otras en Pyongyang…). Porque, y esto es lo paradójico del caso, todos somos creadores. Parte de todo este cambio es que todos aportamos contenidos propios. Todos podemos acabar haciendo algo que genere interés y que se transmita por la Red, por las redes. Y, digo yo, todos deberíamos tener el derecho a decidir cómo queremos que se transmita, gratis, barato, caro, aunque nos podamos equivocar.

Viva la cultura libre y tal. Pero viva también la libertad de cada uno de decidir sobre su obra. No se pueden poner puertas al campo, no, pero sí se puede intentar respetar las lindes de los campos de los vecinos. De eso se trata, como casi siempre, de respeto. O eso creo yo.

Suena Libertad, Kase O Jazz Magnetism.

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La frase que da título a esto no es mía, es del Dr. Manhattan, el nudista azul nuclear de Watchmen. Y viene al caso porque:

· Zapatero ha nombrado a una Ministra de Cultura cuya última línea del curriculum es haber participado en el guión de Mentiras y gordas. Nos reiremos hasta que en España saquen esa ley francesa contra las descargas. Poca risa nos queda.

· Resulta que la policía inglesa mostró el camino del suelo al manifestante muerto por «causas naturales». También entorpeció la llegada de la asistencia médica pero ese cargo lo echó en el debe de los «anarquistas», como de costumbre.

· Guti desmiente categóricamente: «No he matado a nadie».

Suena a todo trapo Fear Factory, Replica.

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Manrique lee un libro y reconoce errores en la industria discográfica. Lo escribo en presente histórico por la importancia del momento y porque queda más chulo. Pero ocurrió ayer en El País y se puede leer pinchando aquí. Debemos estar en la semana de la contradicción.

B.S.O. El cuarteto de nos, Ya no sé qué hacer conmigo.

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La semana pasada leí una noticia que decía: HMV entra en el negocio de la música en vivo. Decían los de Brandlife que la cadena de tiendas de discos se había subido al escenario para capear el temporal de la bajada de ventas de cedeses. Pensé entonces en escribir algo sobre cómo se toman este tipo de noticias en el mundo en general y en Internet en concreto. Con alegría. Como si fuesen victorias en pequeñas batallas de una guerra que está a punto de ganarse. No escribí nada. Se me pasó o no tenía tiempo o ninguna de las dos anteriores. Pero ayer me acordé del asunto al leer lo de Diego A. Manrique en El País. El venerable Manrique habla del cierre de una honorable tienda de discos en Londres: Sister Ray como último ejemplo de otras casi 400 en cinco años. Nada de grandes cadenas. Negocios pequeños e independientes. Y comenta también la suspensión de pagos (perdón, concurso de acreedores) de Discos Castelló con el consiguiente aplauso en foros.

Tiene razón Manrique en muchas cosas: hay «una guerra abierta entre la industria discográfica y la gran masa que ha decidido que la música debe ser gratuita». Hay unos «pirómanos que celebran todo lo que signifique dificultades para el negocio musical». Los pirómanos «se declaran melómanos pero parecen creer que la música brota como las setas, sin necesidad de abono monetario, para ellos, la industria es un dinosaurio que no supo adaptarse a las nuevas tecnologías y se merece todas sus desdichas: que sufra antes de evaporarse. Pueden ir de ácratas pero ejercen de justicieros del mercado libre, corifeos de la Escuela de Chicago». Y, lo peor, «puede que nunca hayan entrado en una tienda de discos ni tengan intención de hacerlo».

Pero concluye Manrique que los pirómanos disfrutan de música subvencionada «por esa minoría que todavía adquiere discos y así mantiene el tembloroso tinglado de empresas que continúan produciendo música, importando, recopilando y promocionando música». No sé. No creo. Por lo menos aquí, en España, siempre hemos sido muy poco los que hemos comprado música. Los grandes éxitos, los discos que justificaban la existencia de las multinacionales, eran los que compraba la gente que no compraba discos. Los que comprábamos (y seguimos comprando, en la medida de nuestras posibilidades) éramos tan pocos y comprábamos tan raro que no dábamos más que para subvencionar alguna juerga indie, de cañas y porros, no de champán y putas.

Además, hay algo de razón en la inquina hacia las disqueras, como le gusta llamarlas al mismo Manrique. Esos precios pactados y descaradamente engordados, el baile de formatos al son que más calentaba a sus matrices productoras de aparatos, el habitual desprecio a su cliente y a muchos de sus artistas y de su catálogo… Pero, sobre todo, su reacción a esto que se veía venir de lejos. La industria ha reaccionado tarde y fatal, denunciando a los fans, subiendo (¡en vez de bajando!) los precios con la excusa de unos extras de mierda, manteniendo planes de negocio y costumbres de cuando Elvis hacía la mili, recurriendo a la (poco popular, claro) vía policial, llorando, conspirando, aburriendo…

(Perdón por la autocita pero…) hace muchos muchos años escribí en una fugaz revista cultural llamada La Modificación que la industria musical era poco industria y menos musical. Que la música contaba poco pero que la parte empresarial se hacía como el culo. Eso debió ser por el 98 o así. La cosa ha empeorado y se ha llegado a esto. Y la industria musical no ha hecho más que cagarla. No hablo de oídas: he trabajado mucho tiempo como periodista de la cosa, he tenido un sello discográfico (también fugaz), he sido manager, he montado saraos, conservo amigos dentro del negocio, voy a conciertos sin parar (pero pagando) y, cuando tengo pasta, compro discos.

Pero, ¿qué es esto? ¿Es una crisis, es un desastre, es un avión? No. Es un cambio al que muchos no han sabido, ni querido, adaptarse. Por mucho que le demos vueltas y nos pongamos nostálgicos, la cosa está clara: la forma de consumir música ha cambiado. Pero el cambio no ha sido peor para la parte musical de eso llamado industria musical. La música está más cerca que nunca de la gente, los músicos se comunican con sus oyentes y con otros músicos sin intermediarios, países musicalmente subdesarrollados como éste han visto crecer la culturilla musical de sus habitantes de forma exponencial, las canciones que se hacen en Murcia se pueden escuchar en Chicago sin esperar a distribuidoras o contratos, el que toca por el placer de hacerlo lo puede hacer (con permiso de los ayuntamientos) más y con más público… O sea, la forma de consumir música ha cmbiado porque ha desaparecido de la frase el significado más chungo de la palabra consumir. (O casi: que ya nos están dando por el ojo con el precio de los conciertos).

Dicho lo cual, estoy de acuerdo con Manrique en una cosa: hay mucho gañán suelto que confunde a Alejandro Sanz con Rojo Omega. Que cree que el diablo viste de Warner tanto como viste de Rock Indiana. Y que se alegra del mal de todo lo que huela a discográfico sin terminar de tener claro si los discos son redondos. Una mierda para ellos.

B.S.O. Biohazard, Business.

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