Contemplando esta foto -de Reuters y publicada hoy por El País– de la reunión montada por Obama en Nueva York con el jefe del Gobierno israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, ¿cómo diría usted que ha ido la cosa?
a) De puta madre, nada más terminar se fueron a tomar unos falafels y unas Taibes y acabaron de fiesta en un garito de Williamsburg, que había una batalla de gallos entre b-boys hasidim y mc’s cisjordanos.
b) En tablas. Estaban jugando a eso de aguantar la mirada. Llevaban 12 horas sin moverse y Obama decidió que ya estaba bien, que él tenía Cumbres del Clima a las que asistir y cartas al COI que escribir.
El barrio entero es un burdel y el Ayuntamiento nuestro proxeneta».
Lo escribe Javier Calvo en El País, en un estupendo artículo llamado El Raval, un barrio prostituido, que cuenta de primera mano (él vive allí) cómo los intentos del Ayuntamiento de Barcelona por (re)convertir aquello en otra atracción para turistas se han encontrado con la realidad. Que a veces es muy puta.
Ya sé que eres periodista pero no tienes que creerte lo que dice la prensa».
Se lo dice Oliver Stone a Toni García, periodista de El País, en Venecia durante la presentación de South Of The Border. Se refiere al tratamiento que el periódico da a Hugo Chávez. Al tratamiento de choque, en concreto.
Cualquiera que frecuente los canales History y National Geographic puede considerarse experto en nazis y tiburones. A veces emiten documentales sobre otras cosas, pero intentan incluir en ellos algún nazi o algún tiburón. Si algún día se descubre que los tiburones simpatizan con el nazismo, o que Hitler adoraba secretamente a los tiburones, ambos canales habrán resuelto su programación para siempre».
Otra columna con puntería de Enric González sobre la serie Apocalipsis, de National Geographic. Acaba analizando las causas originales de la Segunda Guerra Mundial y haciendo con ellas una analogía preocupante: «Cinismo, resentimiento y buenismo: suena actual, ¿no?».
De vuelta al tajo, nos damos de golpe con la ficción. Zapatero que sube unos impuestos y otros no, los del PP que no trajeron trajes, la familia real que se deja barba, los ayuntamientos que siguen despilfarrando nuestro dinero, el padre de la Campanario que dice que la Esteban tiene la nariz comida por la farlopa, la Liga Galáctica que estrena segunda parte (y gol de Toquero), la gripe A que nos devuelve a los tiempos de contar con los dedos, las bolsas que suben porque Francia y Alemania salen de la recesión… Mientras, la realidad sigue agazapada esperando a que nos la comamos con patatas. Que nos aproveche.
Suena el Dúo Dinámico y El Final del Verano… azul. (Ay madre, ¿qué había entre Pancho y Julia?).
He estado algunos días fuera y creo que me he perdido algunas cosas. A ver. Creo que se ha celebrado el día del orgullo tomasista y que han sacado en carroza al torero, con Sabina, Dragó, Vicente Amigo y demás orgullosos bailando a pecho descubierto ante el clamor de la afición. Me parece que he oído algo también sobre la presentación de Michael Jackson como nuevo jugador del Real Madrid, ante 75.000 fans enfervorizados y con la presencia de Florentino Pérez, Stevie Wonder y otras estrellas del soul. Pero creo que ha habido otro acto masivo pero luctuoso y es que parece que se ha celebrado el funeral de Cristiano Ronaldo en Los Ángeles, con palabras de dolor por parte de Paris Hilton y David Beckham.
Claro que es posible que no haya sido así. Puede que se haya celebrado el día del orgullo Cristiano y que todo el Bernabéu se haya depilado las cejas y el pechito y haya gozado de música house en shorts para celebrar tal cosa. Y que, como me apunta Juan por otro lado, Michael Jackson se haya encerrado con seis toros en Barcelona, toreando a base de moonwalkinas y volviendo loco a la concurrencia, que ha pedido las orejas agitando el típico guante blanco. Lamentablemente, en esta versión de los hechos, me he enterado del funeral por la defunción del tomasismo, muerto por sobredosis de olés, conocido anestésico para aficionados.
Claro que es posible que nada sea lo que me parece a mí. Que hayan ido 75.000 humanos al Bernabéu para ver a Cristiano Ronaldo, José Tomás se haya llevado cinco orejas de esa exaltación de la amistad barcelonesa y que Madrid se haya convertido, como cada año, en un San Fermín gay por eso del orgullo de tal. Cualquiera sabe, yo no.
Pobres cocineros de postín. Nadie se ocupa de ellos, no salen en las noticias, tienen los restaurantes vacíos, deben bajar el precio de sus menús, no les editan libros, ni ponen su cara y su marca para gazpacho en brick. No, en serio. Es una jodienda. Los tíos sólo pueden comprarse un par de relojes de medio kilo al año y ni siquiera tienen para un Aston Martin. Su profesión está devaluada, dejada de la mano de Dios. Jo. Tú. Qué pena.
Dan ganas de darles algo a Adriá, Arzak y, sobre todo, a Arola, que es el que ha hablado con El País. Dan ganas de darle un abrazo por hacérnoslo pasar tan bien con su entrevista. O el tío es un cachondo mental o se tomó una copita de champán de más. Dice Sergi: «Los chefs no tenemos ministerio». Y dice más: «Podríamos estar viviendo un momento de desamortización gastronómica». Y añade: «Es duro decirle a tu hija que no puedes ir a verla bailar en la fiesta de fin de curso del colegio porque tengo que visitar los restaurantes que abro, como éste en Portugal». Y no se calla: «Somos un sector en el que todo el mundo se apoya, pero al que nadie ayuda».
Y digo yo: que es verdad que la gastronomía española representa por ahí fuera al país pero que es mentira que no reciba ayudas. Que el ICEX y otras instituciones se encargan de promover y ayudar a cocineros, denominaciones de origen y marcas españolas por el mundo. Y que, además, no parece muy lógico que haya que contibuir, con dinero de todos, a los negocios que cada uno se monta en el extranjero. Claro que molaría que cada profesión tuviese su Ministerio, más que nada por conocer al ministro de chistes de Lepe. Pero nada. Se ve que en esta vida no se puede tener todo. Y es que no es tendencia.
Puede que en algún lugar del discurso de Arola haya una razón. Yo no la he encontrado pero, en cualquier caso, ni ha sabido expresarla ni lo ha hecho en el mejor momento. Ni siquiera en el mejor lugar: el tío habla ante el campo de golf del lujoso Hotel Penha Longa, en Sintra, Portugal, donde inaugura plaza. Mal sitio para quejarse y peor tiempo con el panorama que tenemos, que parece que el tío no ha leído los periódicos los últimos meses y no sabe lo de los millones de parados y tal. O es que igual el Gobierno, después de dar pasta a bancos y fabricantes de coches, tiene que ocuparse de los restaurantes. Que todo puede ser.
A mí me gusta comer y beber bien. Y mucho. Una vez estuve en la mesa de la cocina de La Broche (gracias, padres) y hablé con Arola. Me dijo que él, con el restaurante, no hacía dinero, que si quisiese hacerse rico montaría un asador. Me pareció lógico. Casi había más gente currando en la cocina que comiendo en sala. Por eso Arola, en vez de dedicarse a asar corderos, ha montado nosecuántas paninotecas y sopotocientos restaurantes que llevan su nombre. Los cocineros se han convertido en algo más que empresarios, se han hecho marcas. Y están en su derecho. Pero, y esto no es una opinión sólo mía porque hay cada vez más gente que la comparte, están saturando al personal con su presencia y con manifestaciones como éstas. Y lo peor es que a Arola no le caerán muchas bofetadas por lo que ha dicho, que sólo hay hostias para el que se sale del rebaño corporativo, como Santi Santamaría.
Acabo, que me está entrando hambre y voy a ver si encuentro una tasca abierta. El pobre Arola se queja de que no puede ver bailar a su hija pero no le importó sacarla en un anuncio de hornos. Es muy libre de hacerlo, claro. Como de salir haciendo el gamba en un horrible reality llamado Esta cocina es un infierno. También es libre de lamentarse en la entrevista de que no puede comprarse un Aston Martin: «Yo siempre digo que hay restaurantes asequibles y otros que no lo son. Por ejemplo, a mí me encantaría conducir un Aston Martin, pero no puedo comprarme uno porque no es asequible». Pero, él que sabe de cocina, debería entender que las palabras hay que medirlas como los ingredientes de las recetas. Que si uno se pasa acaba haciendo un discurso intragable que puede sentar malamente a la gente que tiene problemas serios. Claro que siempre podemos acudir al ministerio de ciudadanos hartos de entrevistas chorras para que nos ayude.
La historia se sabe. Sudáfrica era un país dividido en el que la división la había hecho la minoría blanca. Un anacronismo vergonzoso que pudo ser porque el mundo andaba preocupado por telones de acero, guerras frías y esas cosas que nos entretuvieron la (larga) posguerra. La historia cambió, también se sabe, gracias a un hombre que supo transformar su rencor en visión de futuro y optó por la reconciliación frente a la venganza. Ese hombre es Nelson Mandela, claro.
Lo que no se conocía tanto es la importancia que tuvo, porque el propio Mandela se la quiso dar, el rugby en todo eso. Lo explica muy bien John Carlin en su libro, El factor humano, que cuenta desde la estancia de Mandela en Robben Island y sus posteriores traslados a otras prisiones hasta su salida, su llegada a la presidencia y la final del Campeonato del Mundo de rugby de 1995 en Johanesburgo. Pero el libro no se titula como se titula por capricho.
Todo este relato real está lleno de ejemplos para guardar. Y todos están protagonizados por el factor humano, por el hombre (y la mujer, aunque aquí hay pocas). Mandela es el principal. El líder inteligente, visionario y tranquilo que guió la evolución. Pero también hay muchos otros. De Botha, el presidente racista que no pudo negarse a aceptar lo inevitable y supo admitir la mejor manera de hacerlo, a Costand Viljoen, estandarte de los afrikaner radicales que reconoció que la paz era mejor para los suyos que la guerra, pasando por Justice Bekebeke, el negro que mató a un policía (negro) pero que acabó libre y celebrando, para su propio asombro, la victoria de sus odiados Springboks ante los All Blacks.
Ahi está. Un hombre que sabe cómo cambiar las cosas y que impulsa a otros a hacerlo. Y esos otros, que son capaces de rectificar y ponerse manos a la obra. Un montón de pequeños cambios individuales que se convierten en un enorme cambio común y que terminan por transformar un país entero de forma pacífica y admirable. No sé, llevo unos meses escuchando a todo tipo de gente que dice que no se puede hacer nada, que no podemos transformar las cosas, que la batalla está perdida. Igual deberían hacer este libro (y otros que cuenten historias similares) obligatorio en las escuelas. O igual sólo haya que esperar a que Clint Eastwood estrene Invictus, la película sobre el libro de Carlin, para que la gente se entere. Se puede.
La imagen es la usada en la portada del libro, en la que Mandela felicita al capitán springbok, Francois Pienaar, ante un Ellis Park lleno con miles de blancos que una hora antes eran tan racistas como un batallón de las Waffen SS y que en ese momento estaban gritando «¡Nelson! ¡Nelson!». Gracias, Paloma.
Ayer no pude estar allí. Tenía un compromiso ineludible que debería haber eludido. Ayer no pude estar allí y, sin embargo, estuve porque Íñigo me iba contando por sms lo que pasaba. Lo que pasó, ya se sabe, es que Eolo y Beato permitieron que Esplá tuviera la despedida de Madrid que se merecía. La que tenía que ser. Aunque al principio estaba más jodido que otra cosa por habérmelo perdido, pronto mi sensación fue otra. Me alegraba por Íñigo, que sí estuvo. Por Tom y por Lourdes, buenos amigos de Bambino. Me alegraba por Juan, que tanto le admira. Me alegraba por todos los amigos que tenía en los tendidos, me alegraba por la afición pero, sobre todo, me alegraba por Esplá.
Buena parte de la culpa de que yo sea aficionado la tiene Luis Francisco Esplá. En mi casa no hay ninguna tradición taurómaca. Por ningún lado. A mí me empezaron a gustar los toros de verlos por la tele y de leérselos a Joaquín Vidal. Y me empezaron a llevar a las plazas de pequeño, a veces acompañando a un amigo de mi padre aficionado, la mayoría solo, las corridas de banderilleros. Víctor Mendes, El Soro, Morenito de Maracay. Siempre Esplá. Sin tener ni idea de todo esto, había algo que me decía que Esplá era el modelo. Alguien en quien fijarse. Un hombre al que admirar. Un torero al que ser fiel. Eso he hecho desde entonces.
Todo lo que he aprendido después, mucho o poco, ha tenido a Esplá como una de las referencias esenciales. Otra fue, y sigue siendo, Joaquín Vidal. Son dos nombres para hablar del mismo asunto. Los toros entendidos como historia, tradición, sentimiento, pureza, sentido, gusto, respeto, valor, honradez, hondura, sabiduría, humildad, arte. Ayer no pude estar en Las Ventas pero estuve en los ojos de Íñigo, los aplausos de Lourdes, los olés de Tom y el visor de Juan. Ellos y muchos otros aficionados pueden discutir de unos y otros pero siempre coinciden en el mismo. En Esplá. Porque Esplá representa todo lo que nos gusta. Porque Esplá es la Fiesta.
Ayer, cuando Íñigo me narraba la salida a hombros del maestro, me alegré por Esplá y por los aficionados. Hoy sigo contento pero también un poco triste. Porque igual que el día que murió Joaquín Vidal supe que moría algo de la afición que me lleva a las plazas, hoy hay otro motivo menos para seguir insistiendo en este maravilloso anacronismo. Y en estos tiempos no sobran los motivos. Pero eso es otro asunto. Lo que importa es que ayer Esplá se fue de Madrid como debía. A hombros. Por la Puerta Grande. Porque la vida es justa con quien es justo con la vida. Porque la Fiesta honra a quien honra a la Fiesta. Viva la Fiesta. Viva Esplá.
Ayer fue investido Florentino Pérez faraón del Madrí. No es que importe ni medio carajo lo que suceda en semejante organización pero sí me preocupa bastante la actitud de los medios hacia el personaje, su vuelta, su proyecto, su trayectoria anterior. Ya, todos sabemos cómo se las gasta la prensa deportiva, su (ausencia absoluta de) credibilidad y todas sus carencias. Pero es que resulta que la prensa deportiva es propiedad de empresas periodísticas que cuentan con medios presuntamente serios y que presumen de credibilidad e independencia y que, además, esos otros medios «serios» también han usado azúcar y jabón para elaborar la información florentiniana.
La cosa ha sido un asco. Desde las informaciones filtradas por el ratoncito Pérez para derrocar al desastroso Calderón hasta los ataques furibundos a las risibles candidaturas contrarias pasando por lo peor, el alzheimer interesado. La ciencia debería estudiar esta modalidad de desmemoria que afecta a los periodistas deportivos y a sus jefes. A pesar de todo lo que bebo y fumo y de lo poco que duermo, incluso a pesar que no me importa ni un carajo lo que suceda en el Madrí (no sé si esto lo he dicho ya, es que tengo mala memoria), me acuerdo de que Florentino Pérez es el tío que echó a Del Bosque después de ganar nosecuántos titulacos, que contrató a ilustres del banquillo como Queiroz, que dio los mandos del futbolín a los jugadores y no al entrenador de turno, que por eso forzó la dimisión de Camacho, que él mismo, un ser superior, dimitió a mitad de temporada… Vamos, que es el causante de lo que pasa ahora en el equipo de sus amores. Y todo eso lo leí yo en los medios que hoy se han olvidado de ello. Ahora podría hablar de lo que no leí. De las cosas que se saben pero no se publican, de los chanchullos de la ciudad deportiva, de los que se benefició ACS durante su anterior reinado o de que, hablando de reyes, qué coño hacia Juan Carlos en el palco del Bernabéu en esos cuartos de Champions… Pero mejor me callo que viene el inspector.
Ha habido muy pocas, poquísimas voces disidentes. El que más ha dado la cara ha sido un buen amigo: David Gistau. David ha dicho y ha escrito lo que algunos pensamos al respecto y lo que todos los demás deberían pararse a pensar. Puede parecer una tontería, un asunto menor. No lo es. Decir las verdades del nuevo barquero blanco le puede costar a uno el puesto. Escribir lo que Florentino no quiere leer puede ser más peligroso que cuestionar a la propia empresa. No es coña. Y sí es para echarse a temblar. Sigo usando mi marchita memoria y recuerdo que este tío es capo de una empresa a la que también los medios deberían juzgar como se merece y no como le apetece a él, que es ya presidente de un club deportivo que no es de su propiedad ni de sus medios chupópteros sino de sus socios, incluso recuerdo que hace años estuvo en un proyecto político y pienso en lo que pasaría si se metiera otra vez en algo así. Y, repito, me pongo a temblar.
Por suerte, el tal Florentino es el nuevo presidente de un equipo que me la refanfinfla (¿no lo había escrito, verdad?). Por desgracia, la prensa que le baila el agua está últimamente preocupada por su preocupante situación, exigiendo nosequé priviliegios porque se dice garante de la libertad y la independencia y jurando que es imposible la información veraz con otro modelo que no sea el existente. Ya. Pues convendría que predicasen con el ejemplo, que demostrasen el movimiento andando. Vamos, digo yo… Compañeros.
Me gusta la entrevista/almuerzo de la contra de El País de hoy. De Carmen Pérez-Lanzac a Pablo Motos. Sospecho que a Motos igual no le ha gustado tanto. Imagino que habrá alguna llamada de queja. Pero retrata al personaje. No conozco personalmente al presentador pero me ha quedado claro que si eres de los que consideras que un tío es guay porque tiene un programa que gusta a grandes y pequeños, un secreto inconfesable para sustituir la traducción simultánea y una productora para gastarse 150.000 euros en traer de Australia un dinosaurio, Pablo Motos te parecerá un tipo de lo más guay. Y si, en cambio, eres de los que creen que un soplapollas es aquél que separa la grasa del jamón ibérico para no probarla porque estropearía su tableta abdominal, que confiesa que su única excentricidad es hacer colección de relojes de 20.000 euros aunque come a diario en un sitio de 70 euros el cubierto (sin vino) y que va varias veces al día al gimnasio desde hace un par de años por una apuesta con una revista y presume de ello haciendo como que no quiere presumir, pues Pablo Motos te parecerá un soplapollas.
De eso tratan las entrevistas. De acercar al lector no sólo las respuestas del entrevistado, sino la percepción del entrevistador sobre el personaje. Recuerdo que ago así pero más bonito dijo García Márquez sobre el género en alguno de sus cursos de periodismo. El problema es que eso ya es la excepción. La mayoría de las entrevistas son promocionales, citas en las que el periodista es el último eslabón de la campaña de marketing de una editorial, discográfica, distribuidora, cadena, equipo de fútbol o lo que toque. Y ahí todos los entrevistados tiene que ser los más listos, los más guapos y los más simpáticos. Y no.
Servidor ha hecho unas cuantas entrevistas. Cuando escribía sobre música en ABC, tenía tres o cuatro por semana, por ejemplo. Entendía a lo que me dedicaba y no trataba de ganar un Pullitzer en cada charla con un grupo. Y a pesar de eso, tuve algún problemilla. Recuerdo una entrevista con Rosario que acabó siendo portada de Blanco y Negro. La hija de Lola me recibió en su casa, muy amable. Acababa de ser madre y de montarse un pifostio de campeonato por eso y por la exclusiva que había vendido a ¡Hola! después de tirarse meses quejándose (con razón) de la persecución de la canalla del corazón. Además, sacaba disco. Parecía, pues, un personaje la mar de interesante. Y, sin embargo, no lo fue. No hubo manera de sacarle una respuesta reflexiva. Todo su discurso era pequeñito, lleno de tópicos y simplón. Así que eso retraté: su amabilidad, mis esfuerzos por conseguir respuestas decentes y sus respuestas.
Nada más publicarse la cosa recibí una llamada de Olga, de lo que entonces era Epic. «¿Tienes las cintas?». Me contó que Rosario y Rosa Lagarrigue, en aquel tiempo su manager, estaban que trinaban y querían denunciarme. Pues vaya. Yo tenía las cintas y estaban transcritas casi tal cual así que no me preocupé mucho. Mi jefe de entonces, Tomás Cuesta, mucho menos. No hubo denuncia. No tenía por qué haberla. Donde verdaderamente se gana la vida Rosario es sobre un escenario y en un estudio. La promoción es importante pero su trabajo no es ser una tía reflexiva que epate a sus interlocurres. Mi trabajo, por otro lado, era retratarla como la vi en ese momento. Eso hice.
Del mismo modo, Pablo Motos se gana muy bien la vida haciendo un programa de tele. Sea bueno o malo (a mí no me gusta), lo ve un cojón de gente, así que no debería preocuparse por la imagen que haya dado en esta entrevista. Tiene el jamón ibérico asegurado para mucho tiempo. La que debería estar orgullosa por lo que ha hecho es la periodista. Gracias a ella conocemos un poco mejor a Motos. Y, entre nosotros, un poco soplapollas sí parece.