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«Madrid:frontera»
David Llorente
Alrevés, 2016.

David Llorente escribe, teatro y novela, y escribe muy bien. Escribe y describe Madrid desde Praga, donde vive, y le sale clavado el retrato aunque tenga pinta de ser una foto deformante de una ciudad negrísima y dividida entre quienes viven en la calle y los que hacen que los otros vivan en la calle. La vida misma, pues.

La novela es este Madrid negro, rodeado por el mar y cubierto por una lluvia permanente, con sirenas, comebasuras y un palacio de El Pardo reocupado pero, también, la novela es una narración que dialoga constantemente con el protagonista y una acción que va devorando a sus propios personajes en forma de capítulos. Muchos hallazgos en la forma, un navajazo en el fondo.

Madrid:frontera es novela social, es ciencia ficción de la posible, es un relato distópico, es realismo mágico y oscuro pero no es novela negra, más allá del color de la ciudad  que pinta. Algún día, por cierto, alguien tendrá que escribir un texto rollo distopía contando cómo en España todas las novelas son calificadas de negras, aunque sean rosas, a ver si así cuela y se meten en las listas. O quizá ésta sea una realidad ya escrita y coleando.

El libro produce malestar, duele, molesta y avisa desde el primer párrafo: «La pérdida de la identidad (no saber quiénes somos) es la madre de todas las desgracias. ¿Entiendes?».

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El jueves pasado estuve en la Bicicrítica. Por fin. Como he dicho antes por aquí, he ido bastante en bici por Madrí toda la vida y desde hace más de un año no me bajo. Pero, por lo que sea, no había montado nunca en estas quedadas de último jueves de mes. La cosa, para el que no lo sepa, es juntar una masa crítica de ciclistas para reivindicar su uso en la ciudad, caiga quien caiga y se pare el tráfico que se pare. El caso es que estuve el jueves pasado, con Manu y David Dale Pedales. Y me pareció bien y, también, me pareció mal. Estupendo lo de que el grupo acoja a gente a la que de otro modo le daría miedo ir en bici, fenomenal lo de reivindicar la lógica de la movilidad a pedales frente a la sinrazón del automóvil, genial lo del rollo festivo, la música y las pistolas de agua, muy colorido el tema con los mensajeros llegados de toda Europa para el campeonato EMC2011 del pasado finde…

Pero un poco de mal rollo la actitud beligerante de bastante ciclista ante el conductor y el peatón. Creo yo que de lo que se trata aquí es de que aprendamos a convivir unos con otros, que compartamos ese espacio que es de todos y que llamamos ciudad. Y espero que ese mal rollo no lo paguemos otro día cualquiera de los que vamos sobre sillín, a ver si se va a crear lo contrario que se busca y vamos a terminar de caer fatal a todo quisque los de las bicis. Algo así cuenta esta entrada de Muévete en bici por Madrid que me ha pasado por Twitter Lucía. Dicho lo cual, me acabo de dar cuenta de que me estoy convirtiendo en un moderado. Con lo que yo he sido.

Suena La cumbia de la bicicleta, de David Aguilar.

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Vuelve la serie Zona Prohibida a este blog porque ha vuelto a las páginas de la revista GQ. Y vuelve con este texto sobre una visita a un cuarto oscuro, al cuarto oscuro del Strong, en concreto. Podría ser una celebración anticipada del orgullo pero lo que es, lo que quiero que sea ahora mismo, es un homenaje a Javier Angulo, director hasta hace unos días de GQ España y el hombre que apostó por un servidor, esta sección y esta forma de hacerla en su revista. Por eso y porque es un tío de puta madre, larga vida, también profesional, a Javier.

“¿Sabes lo que he pensado?, que vas a entrar tu solo”. Mi amigo me dice esto justo cuando estoy traspasando el umbral, me lo dice mientras me da una  palmada en la espalda y me hace sentir como un astronauta al que empujan fuera de la nave para un paseo espacial en la entrada de un agujero negro. Peor y sin metáfora: como a un periodista hetero que se mete por primera vez y sin carabina en un cuarto oscuro. En el cuarto oscuro más grande de Europa, en concreto. En el cuarto oscuro del Strong, en Madrid.

Javi, ese amigo, me había contado que este darkroom es bastante más amplio de lo habitual, con diversas zonas, distintos ambientes, sitios donde sentarse y hasta una sala de cine. Yo, al oír eso, me había imaginado una especie de centro comercial, un lugar al que la gente va a pasar la tarde, ver una peli o en busca de algo de comida rápida. Supongo que imaginar tal cosa era una forma de quitarme el canguelo. Un alivio. Una paja mental.

Para un hombre heterosexual, un cuarto oscuro es un lugar con luces y sombras. Explico la paradoja: las luces, esa forma de practicar sexo sin compromiso, porque sí, tan supuestamente masculina. Las sombras, que ese sexo es, precisamente, entre humanos masculinos y plurales y, además, obligatorio una vez se está dentro. Vamos, que uno entra Pérez Reverte y sale Oscar Wilde tal que en una edición para adultos del programa Lluvia de estrellas. O eso suponemos desde fuera.

Yo ya estoy dentro. Y lo primero que percibo es que todo eso que me había imaginado era sólo eso, imaginación. Fin de la paja mental. ¿Un centro comercial? Una leche. Esto parece una película. Una de zombis, en concreto. Un pasillo en penumbra lleno de puertas a los lados y de tíos junto a esas puertas, esperando a algo, mirando, casi olisqueando a todos los que pasamos por allí. Porque yo paso por allí. Con bastante sustito, tratando de fijarme en todo pero sin fijar mucho la mirada en nadie no vaya a ser que se interprete como una invitación y no como un ejercicio periodístico. Me siento como en un capítulo de The Walking Dead y me hago gracia a mí mismo pensando en ello. Pero no me río. Nadie se ríe. Ni siquiera sonríen, aunque esto no lo puedo jurar por eso de que está oscureciendo y yo, como ya he dicho, me hago el despistado. Pero llego a percibir que todo el mundo está muy serio, como concentrado en algo.

Quizás sea en el ruido de mis pisadas. A cada paso que doy se me queda pegada media suela de zapatilla y se oye como si un grillo agonizase. Por alguna razón, recuerdo otro aviso de Javi: “Hay una mezcla de olores, a mierda, a Popper, a saliva, a semen”. Yo no huelo nada, me concentro en no caer al suelo.

Sigo adelante. Sigo esquivando sombras. No es literatura, es que estoy acojonado. El sitio impresiona y uno, además, no conoce las costumbres locales. No sé si en cualquier momento alguien se me va a tirar al cuello y me va a meter en una de las cabinas. Por suerte, me he traído un talismán, una botella de cerveza a la que voy dando tragos y con la que pienso que paso por uno que paseaba por aquí. En el fondo, mi susto no es sólo por lo sórdido del lugar ni porque alguien pueda meterme mano sino porque descubran que soy un turista que viene a hacer un reportaje. Pero muy en el fondo.

Atravieso la zona de cabinas siguiendo a tíos que van como yo pero no a lo que yo. Paso una salita con la misma luz casi inexistente y llego al cine. La pantalla es chiquitita pero juguetona. La emisión, porno gay muy hardcore. Hay tres hileras de sofás tapizados en plata y un pelín más de luz que en el resto de las estancias. Sólo un espectador. Se ve que aquí también afecta el tema de las descargas.

Sigo. Bajo la pantalla hay una puerta abierta a la oscuridad absoluta. He llegado al cuarto más oscuro del cuarto oscuro más grande de Europa. No veo un carajo pero percibo movimiento a mi alrededor. De repente, una luz que se enciende un instante, como un flash. Y otra. Y otra más. Esto también me lo habían contado, la gente prende mecheros para ver lo que hay, algunos también usan móviles, incluso creo ver a uno que lleva una linternita, un profesional. Cada flashazo me provoca sensaciones encontradas: por un lado me da un susto de narices; por otro, me permite ver. Me hago el experto y uso el móvil en el modo antorcha. Veo que hay una última estancia. Entro. Negro sobre negro. En realidad, creo que es blanco sobre blanco y otros dos de parecido color que se tocan y tocan a los otros. Hay una melé a mi izquierda. Intento asomarme por encima de los hombros de los contendientes. No sólo por curiosidad sino por dar información a mis lectores. No soy el único. Las otras sombras que merodean en la sala hacen lo propio. Nada, es un lío y no se ve un carajo con la luz de pantallita del móvil. Querido lector, por resumir, son cuatro tíos follando.

“Hay quien viene con su pareja, es un buen sitio para hacerse un trío”. Palabra de Javi. “También hay gente que ha encontrado aquí a su novio”. Uf, eso me sorprende más. No sé, a primera visita parece más romántico un Carrefour en fin de semana. Antes he escrito la palabra sórdido y he hecho la comparación con los vampiros. Son las impresiones de un cuartooscurista virginal y entiendo que no son más que vestigios de cuando este tipo de lugares eran necesarios. Nacidos en los 60 en Estados Unidos, la idea de los darkrooms era facilitar encuentros (homo)sexuales a gente a la que la sociedad impedía manifestar en cualquier otro lugar más luminoso su (homo)sexualidad. Eran las profundidades del armario.

En el Strong, fuera de la zona oscura, el ambiente es el de una discoteca gay normal. Bueno, en realidad la música, techno, es un poco mejor y las tribus se mezclan más que en otro sitios. Pero se ven grupos de amigos que vienen a bailar y tomarse algo y, calentón mediante, a meterse un rato en el agujero negro. Es sábado, son las tres e la mañana y el Strong se empieza a llenar. Su cuarto oscuro también.

Después de la elipsis, sigo en lo más oscuro del cuarto oscuro con cuatro tíos dándose duro a mi izquierda. El silencio es ensordecedor. Una de las cosas que más impresionan de la visita es la ausencia de ruido. Más allá del graznido de las zapatillos al pisar ese suelo pringoso, no se oye nada, ni gemidos, ni toses, ni saludos. Así que, callado como la perra en prácticas que soy, empiezo a desandar mi camino en este laberinto. Quizás sea por la hora o quizás porque ya le voy cogiendo el truco, pero veo más acción. Dos que se besan y se tocan en un plan adolescente que chirría, un par que descansan en unos asientos como quien lo hace en un museo, varios que se meten la mano en la entrepierna a mi paso por el pasillo de las cabinas, algunos que se meten con las entrepiernas de otros dentro de esas cabinas…

Estoy fuera. Superado el mito de la caverna, confirmo el supuesto: aquí, efectivamente, se viene a fornicar y alrededores. Hasta ahora, todo según lo previsto. Pero he aprendido cosas que no sabía y que quiero compartir con el lector: el sexo, en cualquier de sus variantes, no se produce de forma aleatoria entre los asistentes. Como dice mi amigo Javi, homosexual pero no practicante de este juego de las tinieblas, es como un mercado de ganado. La diferencia es que aquí el género se elige a la luz de un mechero. Sé que al lector, llegado a este punto, le surgen un par de preguntas. ¿Me metí en todo lo negro y me fui sin que me entrara ni el Tato? ¿O acaso caí en las garras de un chulazo que me dio lo mío y lo del inglés entre las sombras? Sólo puedo decir una cosa: estuve en un cuarto oscuro y no vi la luz.

Las fotos son de un reciente viaje a Toronto y la saco por aquí porque están fresquitas y porque algo hay que sacar y no hay manera de hacer fotos dentro de un cuarto oscuro.

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Es curioso, se dice que Madrid es una de las ciudades más perras para ir en bici. Te dicen, cuando dices que vas en bici por Madrid, que es muy peligroso, que los conductores no respetan a los ciclistas, que no hay carriles bicis… Y seguramente tengan razón. Pero el caso es que te vas a otro lugar, mucho más preparado para la cosa del pedal, y te sientes tan torpe como la primera vez que lo hiciste sin ruedines. Toronto es una ciudad muy maja. Con gente de todos los colores, bastante buen rollo en el ambiente y perritos calientes bien ricos. Toronto es, además, una ciudad bien acogedora para el ciclista. Carriles bici en buena parte de las calles, respeto de los coches al pedaleador, un servicio de alquiler de bicis y mogollón de gente subida al sillín todo el rato. Vale. Pues yo también me he tirado todo el día subido al sillín y, aunque he sobrevivido sin mayores problemas, he estado torpón e inseguro.

Y me he puesto a pensar en los motivos y he sacado algunos. Que no iba en mi montura habitual, que no conocía las costumbres de los conductores, que en el fondo me gusta que me lo pongan difícil… Y la verdad es que ahora que lo pienso sin dar pedales a la vez, no lo tengo tan claro. He usado dos bicis. Una híbrida con millones de marchas, amortiguador delantero y, oh, frenos y uno de los armatostes que te alquilan en la calle bajo el nombre de Bixi, con cestita de palo, tres posibilidades de cambio y una postura como de ciclomotor. Cualquiera de las dos sería elegida por cualquier otro ser humano mil veces antes que mi Raleigh, un hierro a piñón fijo, sin posibilidad de cambiar de desarrollo ni de frenar con otra cosa que no sea el contrapedal. Lo de los conductores ya lo he dicho, son muy civilizados, aunque la costumbre obliga a ir a un lado de la calzada y no por el centro, como suelo hacer en Madrid. En cuanto a lo de que me lo pongan difícil, pues es una mentira como un templo, que soy el pequeño de la familia.

Así que este texto tiene toda la pinta de ir a la deriva, sin conclusión a la vista. Vaya decepción para el que haya llegado hasta aquí, con lo largo que me está quedando. Pero no, que viene el giro de última hora. Todo esto me vale para hacer una declaración de amor. Echo de menos a mi chica. Con mi bici, Toronto sería otra cosa. Una pista. Nena, sé que me estás leyendo, vente para acá y vamos a cabalgarnos esta ciudad de arriba a abajo, por delante y por detrás.

Suena, ya que me he vuelto completamente loco, un descubrimiento reciente cortesía de otra locura maravillosa (a la que aplico, por cierto, la metáfora), The Wave Pictures, I Love You Like a Madman.

La foto de arriba es de mi primer polvo de hoy, una Diamond Back (como mi otra chavala pero mucho más fea) de paseíllo que posa en una de las playas de las guapísimas Toronto Islands. La otra es la imagen de las bicis de Bixi, ciclomotores sin motor poco más o menos.

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Se ve que a la gente le parece que la boina está pasada de moda salvo la que está causada por la contaminación. Se ve que la culpa es siempre del gobierno y que la responsabilidad es algo que exigimos a nuestros hijos pero no a nosotros mismos. Se ve que es más limpio cagarse en un alcalde que cagarse encima. Se ve que las señales de la gastroenteritis y las gripes, los vómitos, diarreas, mocos y esputos, son combustible para los vehículos ahora que la gasolina está cara. Se ve que nos molesta el humo en los bares pero no en la calle. Se ve que coger el coche es una necesidad de esas primarias, como mear o follar, que hay que hacer todos los días y de forma casi inconsciente. Se ve que ir en bici por la ciudad es muy peligroso porque la ciudad está llena de coches conducidos por gente que piensa que ir en bici es muy peligroso. Se ve que correr fuera del gimnasio es de cobardes y andar, de pobres. Se ve que si los españoles tienen que elegir entre respirar y conducir, lo tienen claro. ¿Se ve? Yo no veo nada más que gente que se queja. Y eso también contamina.

Suena, en bici, Goat Hurt, de No Age.

La imagen es de aquí.

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Hoy he pasado por la Plaza de Castilla, he visto el obelisco que está siendo perpetrado y me ha surgido una duda. He pensado que igual no me tengo que enfadar con el alcalde de mi ciudad sino que debo tratar de comprenderlo. Me explico. Mi ciudad, Madrid, es mi casa. Yo, en mi casa particular, procuro tener un criterio decorativo. Teniendo en cuenta que no me apellido Starck y otros factores como que soy menos ordenado que mi sobrina Sol, puede que ese criterio decorativo no sea el de todo quisque. Pero es el mío y por eso no incluyo, por ejemplo, cosas que me van regalando y considero que no pegan. Así soy yo, que no soy el alcalde. Pero no sé es si es así el alcalde. Igual Gallardón es de ésos a los que les regalan una bailarina de Lladró y la coloca encima de la tele. Quizás el alcalde es de los que cada quince días tienen la manía de cambiar los muebles de sitio. Puede que Gallardón acepte las ideas de cualquiera que pasa por ahí y pone cuadros, chirimbolos y maceteros por las esquinas de su piso. Incluso, es posible, que a Gallardón no le moleste tener albañiles en su hogar y ande de reformas permanentes. Al cabo, todo esto es lo que hace en Madrid, que es su casa tanto como la mía. Si no, no se explica que permita la construcción de esa cosa tan fea diseñada por Calatrava, ni que cambie las estatuas de lugar como quien enroca en el ajedrez, ni que llene las calles de mobiliario urbano sin coherencia, ni que someta a la Villa a un continuo movimiento de tierras, taladros y hormigoneras. Si no, no se entiende que fomente esta vida miserable y este miserable paisaje en Madrid, que es nuestra casa.

Suena Madrid, por Burning.

La foto de eso tan mono de Caltrava es de aquí.

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He estado algunos días fuera y creo que me he perdido algunas cosas. A ver. Creo que se ha celebrado el día del orgullo tomasista y que han sacado en carroza al torero, con Sabina, Dragó, Vicente Amigo y demás orgullosos bailando a pecho descubierto ante el clamor de la afición. Me parece que he oído algo también sobre la presentación de Michael Jackson como nuevo jugador del Real Madrid, ante 75.000 fans enfervorizados y con la presencia de Florentino Pérez, Stevie Wonder y otras estrellas del soul. Pero creo que ha habido otro acto masivo pero luctuoso y es que parece que se ha celebrado el funeral de Cristiano Ronaldo en Los Ángeles, con palabras de dolor por parte de Paris Hilton y David Beckham.

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Claro que es posible que no haya sido así. Puede que se haya celebrado el día del orgullo Cristiano y que todo el Bernabéu se haya depilado las cejas y el pechito y haya gozado de música house en shorts para celebrar tal cosa. Y que, como me apunta Juan por otro lado, Michael Jackson se haya encerrado con seis toros en Barcelona, toreando a base de moonwalkinas y volviendo loco a la concurrencia, que ha pedido las orejas agitando el típico guante blanco. Lamentablemente, en esta versión de los hechos, me he enterado del funeral por la defunción del tomasismo, muerto por sobredosis de olés, conocido anestésico para aficionados.

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Claro que es posible que nada sea lo que me parece a mí. Que hayan ido 75.000 humanos al Bernabéu para ver a Cristiano Ronaldo, José Tomás se haya llevado cinco orejas de esa exaltación de la amistad barcelonesa y que Madrid se haya convertido, como cada año, en un San Fermín gay por eso del orgullo de tal. Cualquiera sabe, yo no.

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Suena Eskizofrenia, de Eskorbuto.

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Ayer no pude estar allí. Tenía un compromiso ineludible que debería haber eludido. Ayer no pude estar allí y, sin embargo, estuve porque Íñigo me iba contando por sms lo que pasaba. Lo que pasó, ya se sabe, es que Eolo y Beato permitieron que Esplá tuviera la despedida de Madrid que se merecía. La que tenía que ser. Aunque al principio estaba más jodido que otra cosa por habérmelo perdido, pronto mi sensación fue otra. Me alegraba por Íñigo, que sí estuvo. Por Tom y por Lourdes, buenos amigos de Bambino. Me alegraba por Juan, que tanto le admira. Me alegraba por todos los amigos que tenía en los tendidos, me alegraba por la afición pero, sobre todo, me alegraba por Esplá.

Buena parte de la culpa de que yo sea aficionado la tiene Luis Francisco Esplá. En mi casa no hay ninguna tradición taurómaca. Por ningún lado. A mí me empezaron a gustar los toros de verlos por la tele y de leérselos a Joaquín Vidal. Y me empezaron a llevar a las plazas de pequeño, a veces acompañando a un amigo de mi padre aficionado, la mayoría solo, las corridas de banderilleros. Víctor Mendes, El Soro, Morenito de Maracay. Siempre Esplá. Sin tener ni idea de todo esto, había algo que me decía que Esplá era el modelo. Alguien en quien fijarse. Un hombre al que admirar. Un torero al que ser fiel. Eso he hecho desde entonces.

Todo lo que he aprendido después, mucho o poco, ha tenido a Esplá como una de las referencias esenciales. Otra fue, y sigue siendo, Joaquín Vidal. Son dos nombres para hablar del mismo asunto. Los toros entendidos como historia, tradición, sentimiento, pureza, sentido, gusto, respeto, valor, honradez, hondura, sabiduría, humildad, arte. Ayer no pude estar en Las Ventas pero estuve en los ojos de Íñigo, los aplausos de Lourdes, los olés de Tom y el visor de Juan. Ellos y muchos otros aficionados pueden discutir de unos y otros pero siempre coinciden en el mismo. En Esplá. Porque Esplá representa todo lo que nos gusta. Porque Esplá es la Fiesta.

Ayer, cuando Íñigo me narraba la salida a hombros del maestro, me alegré por Esplá y por los aficionados. Hoy sigo contento pero también un poco triste. Porque igual que el día que murió Joaquín Vidal supe que moría algo de la afición que me lleva a las plazas, hoy hay otro motivo menos para seguir insistiendo en este maravilloso anacronismo. Y en estos tiempos no sobran los motivos. Pero eso es otro asunto. Lo que importa es que ayer Esplá se fue de Madrid como debía. A hombros. Por la Puerta Grande. Porque la vida es justa con quien es justo con la vida. Porque la Fiesta honra a quien honra a la Fiesta. Viva la Fiesta. Viva Esplá.

La foto sólo puede ser de Manon.

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Hace cosa de una semana, el alcalde de aquí de Madrí se sacó una ordenanza de la chistera (que debe venir de chiste) por la que prohibía los hombres anuncio en las calles. Y lo justificaba explicando que tal actividad «ataca la dignidad de la persona». Y un montón de gente se llevó las manos a la cabeza. Le sorprendía a esa gente que Alberto Ruiz Gallardón no preguntase a las personas afectadas si ser un sandwich publicitario les quitaba más dignidad que dinero les aportaba.

Vaya novedad. Que yo sepa, el legislador, Gallardón o no, nunca pregunta al legislado por la ley que le afecta directamente. Simplemente, decide por él. Decide por el hombre anuncio que es más digno quedarse sin curro que llevar dos tablas colgadas de los hombros. Decide por un huevo de gente que fumarse un porro o meterse una raya es tan malo para su salud que merece un arresto y una multa. Decide por todo el mundo el destino de sus impuestos, ya sea para educación, gastos militares o salvar algún banco de la quema. Y últimamente está debatiendo si decidir por un montón de putas que han elegido libremente su actividad que su trabajo es esclavitud, violencia y nosequemás y que por eso hay que perseguirlo.

Así es la democracia. El legislador sólo se interesa por la opinión del legislado una vez cada cuatro años. Y el legislado, entonces, pone la ley en manos y al servicio del legislador. Con dos cojones. No sé, yo creo que así no. Que no cuesta nada intentar hacer las cosas bien: preguntar a los hombres anuncio, a los porreros y a las putas. Informarse y tal. Y creo, además, que a estas alturas tecnológicas se podría lograr fácilmente un sistema en que los ciudadanos pudiésemos participar más en las decisiones. Ser legislados pero un poco legisladores de nosotros mismos (y de los legisladores, tan impunes casi siempre). Pero es que también estoy convencido de que a ellos no les interesa hacer las cosas como es debido ni, desde luego, que participemos más. Los legisladores están bien como están. Y se deben echar una risas muy sonoras cuando oyen ese tópico que dice que «la democracia es el menos malo de los sistemas políticos» (¿Churchill?). La verdad es que yo también me parto. Me río tanto como me reiría, por ejemplo, si alguien dijese que «Operación Triunfo es el menos malo de los programas de búsqueda de talentos». Me descojono y me acuerdo de una canción.

La Polla Records: El congreso de ratones.

(La foto del madelman anuncio la he pillado un curioso blog dedicado a esos muñecos).

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