Ayer bebí demasiado, hoy tengo resaca. Lo que hago tiene consecuencias. Ellos, los líderes del grupo de los 20, se reunieron este fin de semana para no decidir nada. Nosotros, los liderados, contemplamos bostezando semejante desperdicio de tiempo y de sonrisas. Ellos, los líderes que nosotros pusimos ahí, han pensado que la solución para que cambie la cosa es que todo tiene que seguir parecido. Nosotros, que una vez los pusimos de líderes nos olvidamos de exigirles, no hemos dicho ni mú. Ellos, los líderes, conducen un autobús que va a toda leche a estrellarse contra un muro y lo hacen convencidos de que van por el buen camino. Nosotros, los conducidos, tenemos tres opciones: seguir con ellos pensando que parará el golpe un air bag lleno de agujeros, tirarnos en marcha en plan sálvese quien pueda o quitarles del mando y dar un volantazo. «El Capitalismo hace a la gente incapaz de imaginar el futuro», decía en este blog Wu Ming 1. Nuestro problema es que no nos damos cuenta de que lo que hacemos tiene consecuencias. Buscamos, porque así nos han enseñado, la satisfacción inmediata, el placer artificial, la diversión forzada, y nos olvidamos de que la vida es una cosa muy seria. Tenemos otro problema, y es que tampoco somos conscientes de que lo que no hacemos también tiene consecuencias. Yo ayer me dediqué a beber demasiado cuando debería haber ido a ir a tirar piedras a la Moncloa. Mi resaca habría sido más satisfactoria. Ellos, los líderes. Nosotros, el rebaño.
Y, derepente, me acuerdo de… Decibelios: Oi! Oi! Oi!.
El suplemento Natura de El Mundo dedicaba su portada el sábado pasado a la teoría del decrecimiento. La cosa plantea la cuestión de si es posible mantener eso que se conoce como desarrollo (o sea, el crecimiento económico, el del PIB) y al tiempo seguir teniendo lo que llamamos vida humana (al menos en su versión más decente). No se trata de una apología de la recesión ni de una lanza rota a destiempo por el Comunismo, sino que se refiere, y cito a Tana Oshima, autora del texto, «a una ausencia de crecimiento económico en favor de un aumento del bienestar, acompañado de una reducción demográfica. El lema es ‘vivir mejor con menos'». Obviamente, es una patada en la boca no sólo del Capitalismo, tal y como se entiende ahora, sino de eso tan gracioso del desarrollo sostenible. El reportaje recoge una especie de mandamientos del asunto establecidos por uno de sus grandes teóricos, el economista francés Serge Latouche. Éstas son sus 8 erres:
– Reevaluar: plantearse los valores vigentes en el modelo actual, como la competitividad.
– Recontextualizar: revisar el concepto de la realidad económica e incluirla en la biosfera.
– Reestructurar: modificar las estructuras y adaptarlas al nuevo modelo de decrecimiento.
– Relocalizar: favorecer la pequeña escala y lo local, tanto en producción como en consumo.
– Redistribuir: hacer más equitativo el acceso a los recursos naturales.
– Reducir: consumir menos y adaptarlo a la capacidad limitada del planeta.
– Reutilizar: aumentar el ciclo de vida útil de los productos, prescindir de la novedad constante.
– Reciclar: no sólo los residuos, sino también las actividades y las ideas».
El reportaje, que en vez de estar en el (pionero y buen) suplemento de ecología de El Mundo debería haber aparecido en sus páginas de economía, es la mar de interesante y se puede leer aquíy aquí. Los hay que pedirán soluciones y propuestas más concretas, pero recoge una muy clara por la que se puede ir empezando: «adoptar voluntariamente un estilo de vida más sencillo». Parece un reto jodido para una civilización (¿?) que ha llegado a un punto en el que términos como «renuncia», «contención», «moderación» o «austeridad» son equivalentes a «tontería». Y no. Tontería es lo que estamos haciendo con la Tierra, con los recursos y con nosotros mismos. Porque el problema va mucho más allá de la ecología. Es un asunto económico, social, político. De todos. Muchos ya lo sabemos. Ahora hay que ver si somos capaces de renunciar a nuestra tele de plasma, nuestro viaje a Perú y nuestro sashimi de atún.
Para el que le interese el asunto, aquí van unos links más:
Televisa ha encontrado la solución a la crisis… Al menos en México.
Cuando escuches a alguien decir que esta crisis económica es muy grande, contéstale que más grande es el amor a nuestro país, más grandes son las ganas de que nuestros hijos tengan un futuro mejor del que nosotros jamás tuvimos. Muchísimo más grande es nuestro esfuerzo. Y gigantesco es nuestro corazón».
Sacó el Economist hace un par de días un informe sobre la cosa económica en España, el crecimiento exitoso de las últimas décadas, el parón de ahora, los méritos de Zapatero, sus deméritos, sus retos y su mala política (y diplomacia) exterior. El texto se llama After the fiesta, es bastante certero y equilibrado y se puede leer pinchando aquí. Está en inglés, eso sí, por esa manía que tienen allí de escribir en su idioma. Yo, de todo el parrafeo, me quedo con esto:
La clave estará en si el presidente da los pasos necesarios para hacer la recesión tan corta y suave como sea posible. Esto incluye reformas estructurales, especialmente en el mercado de trabajo, para arreglar la creciente pérdida de competitividad española. El país ya no es un lugar barato para hacer negocio y sus trabajadores no son especialmente productivos».
Coño, los del Economist se han dado cuenta de que los trabajadores españoles no somos especialmente productivos. Me pregunto por qué será. A ver si alguien que pase por aquí me puede ayudar.
Uf. Menos mal. La ruleta se paró en negro e impar. Con la que está cayendo, habría sido un desastre lo de McCain. El clima apocalíptico se habría hecho insoportable y la reacción, imposible. Ha ganado Obama y todo el mundo, de Chamberí a Brooklyn, está contento. Yo también me alegro. No sé si el tío podrá hacer todo lo que quiere hacer o querrá hacer todo lo que dice que va a hacer. Tampoco sé si su llegada al trono del Imperio es la confirmación de una oscura profecia que anticipa el fin del mundo. Y qué. La gente está ilusionada. Mi amigo Chicho, que ahora vive en Virginia, me escribe contando que estuvo con 80.000 personas y el mismísimo Barack en Manassas. Y da las gracias a su mujer, Kristen, «por llevarnos a participar de la historia, del futuro y del cambio que ya ha empezado por aqui y que hace que me alegre de tener niños». Y me parece muy bonito.
Pero cuidado con los mesías. Nadie debería apostar sus ilusiones a un hombre dedicado a la política. Que la gente se ilusione al comprobar su capacidad de transformar la realidad. Obama no es el cambio. El cambio es la gente. El cambio lo han provocado ésos que nunca votan y esta vez se han animado. El cambio lo han hecho los que han difundido el mensaje por la Red. El cambio lo han generado los que ya no podían más y se han hecho oír. Igual, salvando muchas distancias, que pasó en España un 14 de marzo de hace cuatro años. Lo malo es que luego nos olvidamos. Lo dejamos todo en manos del líder y sólo nos dedicamos a la queja. Como mucho. Y no.
Dicen que estamos en un momento histórico. Pero no creo que sea porque haya un presidente negro en Estados Unidos. Estamos en un momento histórico porque la civilización que conocemos y hemos creado está bailando en el alambre. Puede caer de un lado y hacerse una pupita irreparable o puede caer del otro, transformarse y sobrevivir de una manera más o menos decente. Y no deberíamos sentarnos a esperar a que un líder, por muy carismático que sea, decida para dónde dar el empujón. Debemos empujar nosotros. Si lo vemos todo negro, empecemos a pintarlo de azul. Si queremos cambiar, cambiemos. Y Obama y todos los demás que están a nuestro servicio, que nos sigan.
Está Al Gore de gira ibérica. Ayer pasó por Bilbao a cobrar una conferencia y hoy llega a Sevilla a repartir doctrina a lo que alguien ha tenido la mala idea de llamar «su ejército verde». No pienso contaminar aquí el mérito del marido de la censora Tipper Gore. Ni tampoco meterme en si se ha forrado o no con su discurso ecologista. Estoy convencido de que el que fue el próximo presidente de los Estados Unidos ha hecho un curro la mar de valioso poniendo en primera plana el asunto del cambio climático. Los gringos (y muchos otros) parecen necesitar de prescriptores no sólo para el consumo, sino también para el pensamiento. Tienen el síndrome Troy McClure. Necesitan que entre un tío en plano y les diga eso de «hola, soy Troy McClure, me conocerán de documentales sobre lo chungo que lo tenemos como…». Lo que hace en dibujos animados ese secundario de Los Simpson lo hace en serio gente como Michael Moore. Y Al Gore. Y si el tío gana pasta con ello, pues muy bien. Mejor que se forre así que fabricando minas. No me voy a meter con él por eso.
Lo que trae a Al Gore a estos párrafos son los Reyes Magos. Sí. Este hombre es como un padre que sostiene la existencia de Melchor y compañía ante un chaval con pelos en el bigote. Desde Una verdad incómoda, Al Gore no se cansa de repetir que es posible frenar el cambio climático sin frenar el desarrollo. Es decir, que los países de chaqueta y corbata pueden seguir teniendo sus crecimientos de entre el 3 y el 5% sin afectar al medio ambiente. Venga ya. Sería preocupante que Al Gore aún creyese en los Reyes Magos. Pero sería peor que no creyese y que pensase que nos puede convencer a los demás de su existencia. Lo mismo con su tesis de sostenibilidad y desarrollo. Si Al Gore piensa de verdad que el Capitalismo es sostenible, malo. Y si no lo piensa pero lo dice y cree que nos vamos a comer la tostada, pues malo también.
Este sistema voraz en el que vivimos, éste que nos empuja a comer sin apetito, comprar sin necesidad y gastar lo que no tenemos, es insostenible por definición. El Capitalismo necesita de consumidores que sigan moviendo los billetes. El consumo se genera a partir de materias primas. Y como las materias primas están en peligro de extinción, la Tierra necesita que le den un descanso para regenerarse un poquito. Pero ese descanso es imposible si se pretende seguir creciendo. Ya somos más de 6.000 millones pisoteando el planeta. Cada vez más hay más gente con cierta capacidad de consumo. Y cada vez habrá menos que consumir. Malas noticias para la Tierra. Malas noticias para el aire. El Capitalismo va a morir de éxito.
Repito: olé los cojones de Al Gore por dedicarse a lo que se dedica. Pero ya va siendo hora de que alguien nos cuente la verdad incómoda de verdad. Así no. Así no llegamos a viejos. Así se acaba la historia. El problema es que eso no lo va a hacer un tío tan metido en el sistema como Gore. Ni ningún otro político de los que dan dinero a los bancos. Ni ningún medio de comunicación de los que viven de la publicidad. Ni ninguna empresa, claro. Eso lo deberíamos decir nosotros pero tampoco. De momento, vivimos demasiado cómodos para verdades incómodas. Y por eso preferimos creer en los Reyes Magos.
En 1977, Gran Bretaña puso en el mercado el punk. Una música estrepitosa y una estética afilada más que inspiradas en las salvajadas que cometieron a finales de los 70 grupos como MC5 e Iggy Pop y sus Stooges desde Detroit y, más tarde, los New York Dolls y los Ramones en Nueva York. El punk, ese punk, convirtió el desparrame en una forma de vida y hasta en una manera de hacer política y sacudió los cimientos de la cosa musical para luego dejarla más o menos como estaba.
En 1979, un adolescente volvió de California a su ciudad, Washington DC. Trastocado por el rabioso sonido que carcomía el planeta, montó su primer grupo, The Teen Idles, y, un año después, se juntó con otros amigos bajo el nombre de Minor Threat. Ian MacKaye inició de esa forma una carrera que igual no ha cambiado el curso de la música pero que seguro ha transformado las vidas de muchos músicos y, lo que es más importante, de numerosas personas. Ian se hizo punk pero decidió hacerlo a su manera. Frente al abuso politoxicómano y la revolución de barra de bar, MacKaye fundó sin querer un movimiento poco conocido pero muy influyente. El straight edge proponía olvidarse del alcohol y las drogas y centrar toda la energía en la acción: música, movimiento asociativo, revolución. Por eso, quizás, Ian MacKaye ha tenido tiempo para tener su propio sello, Dischord, aún hoy activo y con una coherencia a prueba de súper ventas, y de militar en bandas como Embrace, Pailhead y, sobre todo, Fugazi. Este último nombre es el que ha hecho famoso a Ian en todo el mundo. Un nombre y un grupo asociados a música intensa pero abstracta, a ruido furioso pero intelectual, a éxito de ventas pero manteniendo los principios: discos a diez dólares, conciertos a cinco y entrevistas sólo para fanzines.
En 2005, en la sala Moby Dick de Madrid, Ian MacKaye presenta Mt. Pleasant Isn’t, la siguiente canción del concierto de su nuevo proyecto, The Evens. «Para mí punk es que estemos todos aquí juntos, punk es poder hacer música y venir a España a compartirla, punk es estar en comunidad». Y, efectivamente, fue punk haber estado allí, aunque pudiera no parecerlo. The Evens son un grupo de dos, Ian tocando una guitarra barítono, de sonido más grave que una semiacústica normal, y Amy Farina, que estuvo en un grupo llamado The Warmers, a las baquetas de una batería casi sin elementos de la que saca ritmos primitivos pero capaces de llenar un anfiteatro romano. Suenan sin pasar por la mesa de mezclas, sólo el ruido que sale del ampli de Ian y de la batería de Amy. Por eso piden a la gente silencio. Y en silencio disfrutamos de un concierto único: punk acústico, canciones que recuerdan a las últimas de Minor Threat y a las primeras de Fugazi, simples y a la vez muy complejas. Intensas. Al acabar, ellos mismos recogen sus cosas, venden discos a pie de escenario y se van. Nosotros también. Salimos de un concierto punk, pero no tenemos ganas de destrozar papeleras, sino de reciclar papel. Ya ves.
El mundo, hoy:
Obviamente, este texto es antiguo. Tiene tres años y pico. Los que hacen del concierto de The Evens en Moby Dick. Fue escrito para una revistita que editaba la librería Mairea. Pero nunca fue publicado. Quizás por eso lo saco del cajón. O, más bien, porque me apetece. Porque creo que es el momento. Porque ayer, hablando con Ángel, un amigo metido en lo más profundo de lo financiero, le escuché decir que era el fin. Que el capitalismo, este capitalismo, se había acabado. Y que ojalá fuese para bien y que hubiese un cambio de valores.
El asunto es serio y da para mucho. No sé si me apetece ponerme a pensar y escribir sobre él un sábado lluvioso como hoy. Sólo diré que siento hace tiempo que la sociedad de consumo es un asco. Que vivimos engañados por el brillo de la satisfacción inmediata. Y que nuestra continua búsqueda del placer (o beneficio) a corto plazo sin mirar al largo o el medio no sólo acelera nuestra muerte, sino que hace nuestra vida más vacía. Yo, que no soy muy viejo, aún recuerdo tiempos en los que no todo estaba en venta, la honradez era una virtud y no una estupidez y a la gente se la valoraba por lo que era y no porque lo que cobraba. O quizás no son recuerdos sino enseñanzas de mis padres. Da igual. El caso es que ojalá lleve Ángel razón y vuelvan esos tiempos. O incluso unos mejores. No sé. No lo creo. No parece que los codiciosos hayan aprendido ninguna lección.
Claro que ésos cabrones nunca han escuchado a Minor Threat, ni a Fugazi, ni a The Evens. Si no, seguramente no harían lo que hacen ni se dedicarían a lo que se dedican. Este verano conocí en Jordania a Angelo, un romano romanista que me contó que la izquierda, la verdadera izquierda italiana, ya pasaba de las elecciones y de la gran política. Que ellos en Italia se dedicaban al trabajo comunitario. A ayudar, proteger y desarrollar sus barrios. Eso es lo que lleva años haciendo y cantando Ian MacKaye. Y eso es lo que deberíamos ponernos a hacer todos si queremos sobrevivir con dignidad.
No soy yo de adorar ídolos ni de pedir autógrafos. Pero hay que reconocer la coherencia y el compromiso cuando se ven. Y, últimamente, no son cosas que hayan asomado mucho. Por eso creo que hay que tragarse el orgullo, dejar de ser los más listos y señalar a tipos como Ian MacKaye (o como Angelo). La que hemos liado sólo se soluciona cambiando. Empezando a construir las cosas para que se sostengan; sin pensar en ventas ni rentabilidades; considerando como único beneficio el que hacemos a la comunidad y, por tanto, a nosotros mismos. Repito, ojalá lleve razón mi amigo Ángel y estemos ante un cambio de valores. Tampoco es tan difícil. Basta con observar lo que lleva tiempo haciendo gente como Ian MacKaye y dejar de tener en portada a Pete Doherty.
La crisis financiera explicada a la manera de John Bird y John Fortune. O sea, con humor y rigor. Sé que lleva tiempo circulando, pero yo lo acabo de ver.
Este cuadro compuesto por tres tablas lo he pillado del NYT. Muestra el efecto del tsunami sobre Las Vegas, la ciudad del juego y la orgía consumista. La primera retrata la caída de visitantes. La segunda, el descenso en la ocupación hotelera. Y la tercera, la hostia en los ingresos por juego en el Strip, la calle que concentra a los casinos más peritas.
Las Vegas representa lo más extremo del Capitalismo: el gasto sin límite, el beneficio a costa del impulso, el mal gusto como forma de vida. Las Vegas es, pues, el modelo de civilización que desean para nosotros los que nos venden las cosas (y el humo). O, al menos, el modelo de civilización en horario no laboral y vacaciones. Dicen que en momentos de crisis aumenta el gasto (o la inversión, si toca) en juegos de azar. No parece que esté ocurriendo así en el estado de Nevada. Esto puede verse como una señal en plan si-cae-Las-Vegas-cae-el-sistema. O se le puede echar la culpa al juego por Internet y punto.
Por cierto, lo he sacado de un reportaje sobre Steve Wynn, el tipo que posee más de media ciudad del pecado, todo un personaje. Sí, el que rompió ese cuadro de Picasso que estaba vendiendo en la que iba a ser la más cara transacción de arte de la Historia. Steve Wynn no atiende a las señales y sigue invirtiendo en Las Vegas. Ojo, Steve Wynn (no confundir con este Steve Wynn) atribuyó a problemas de vista la cagada del Picasso.