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Posts Tagged ‘Consumo’

Una empresa que, según hemos podido leer hace unos días, trata a sus empleados chinos como esclavos, que paga los impuestos que le da la gana y no los que debería y que, entre otras cosas por esto mismo, tiene beneficios record es, también y recurrentemente, una de las empresas con mayor reputación del mundo, con un fundador recién muerto y ya santificado y unos productos que generan tanta expectación que hasta los mismos esclavos chinos se pegan por ellos. Esta empresa es Apple, claro. Y todo lo que acabo de contar, más que retratar a la marca en cuestión (que cosas así les pasan a casi todas), nos retrata a nosotros como consumidores, como personas. Porque puede que nos conmueva cinco minutos enterarnos de cómo viven los curritos de la fábrica, incluso puede que nos indignemos un rato con lo de los impuestos, pero la satisfacción que nos da la pantalla táctil de nuestro iPhone o la rapidez de nuestro Mac hacen que nos olvidemos de esos pequeños detalles sin importancia en nuestra vida mecánica. Y es que, en el fondo, que no en la forma, somos unos auténticos hijos de la reputa.

Suena New Noise, de Refused, porque ya son Primavera (Sound).

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La economía nipona vive estancada desde hace casi 20 años, con el riesgo de caer en deflación (caída generalizada de precios). Se han llevado a cabo todas las medidas posibles: rescates bancarios, tipos de interés prácticamente planos, emisiones de cantidades ingentes de deuda pública… Nada funciona. La economía no crece.

Para combatir este riesgo, diversos economistas abogan por elevar el consumo y generar inflación a través de la imposición de tipos de interés negativos. A la gente se la penalizaría por depositar sus ahorros en una entidad financiera, por lo que solo les quedarían dos opciones. Consumir desaforadamente o acumular efectivo. Y para evitar esta segunda se optaría por suprimir el metálico y así operar únicamente con dinero electrónico».

Copiado y pegado de El País, de un reportaje llamado El dinero, de plástico, por favor. Pues nada, que espero que sea verdad que ya nadie lee periódicos, no vaya a ser que a alguien se sienta inspirado.

Suena Agradable sobremesa con una japonesa, de KGB.

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Si uno quiere poner a prueba su fe en la transformación necesaria no hay nada como darse una vuelta por los Estados Unidos. Yo me he pasado por el estado 50 de la Unión, Hawai, que lo será hasta que Michael (del que escribiré algo en breve) y los suyos no demuestren lo contrario. El lugar es bonito de cojones pero a veces da la sensación de estar en un McDonalds instalado en el paraíso. Eso es Honolulu, eso es Waikiki. Un asentamiento urbano tan excitante y exótico como pueda ser Jersey City pero con mejor clima. Por eso, el censo de pobres y homeless es aún más alto de lo normal en cualquier ciudad gringa. Y, como todo el que haya pasado por alguna debe saber, lo normal en cuanto a número de pobres y homeless en las ciudades yanquis es una cifra muy alta. ¿Paradojas de la economía más potente del mundo? No.

Lo dicho. Hawai está petada de gente que arrastra su casa en un carrito de la compra. Hay gente como Mark, al que conocí en la puerta de una tienda y al que le tuve que comprar una birra para que no le zurrase el guardia jurado del lugar, que viene de mainland (el continente). Yo supongo que por el calorcito pero él, que estaba bastante chalado, todo hay que decirlo, me dijo que para rezar al señor. Por otra parte, están los pobres locales, los hawaianos que llenan los beach parks de la costa Oeste de la isla de Oahu con tiendas de campaña. Un espectáculo que el sistema no puede soportar y que, por eso, hace todo lo posible por evitar. Estando yo por allí, los asentamientos playeros fueron tema de portada del diario local, Honolulu Advertiser, y de una carta al director del mismo medio tan delirante como acojonante. La tipa que la firmaba pedía a sus gobernantes que le impusieran (a ella y a todos sus compañeros pagadores de impuestos) una tarifa por ir a la playa. Así, con su aplastante lógica de consumidora fiel, se daría el resultado deseado: los pobres no podrían pagar por ir o estar en la playa y el resto de los ciudadanos y turistas se quitarían de la retina esa horrorosa visión a cambio, eso sí, de rascarse el bolsillo por disfrutar un bien común. Otra vez.

Al cierre de este jet lag, aún no se ha tomado la medida propuesta por la ciudadana en cuestión pero poco debe quedar. Vuelvo a Madrid y me encuentro (creo que en un link del Facebook de Bárbara, pero la cortesía de cita me la he debido dejar en algún cambio horario) con un artículo de opinión en el New York Times sobre el asunto de la pobreza en los Estados Unidos. Firmado por Barbara Ehrenreich y titulado ¿Es un crimen ser pobre?, cuenta cómo, precisamente ahora que el colapso de la economía está dejando a más gente en la calle, las cosas se están poniendo chungas para la gente que vive en la calle. Los ayuntamientos norteamericanos compiten por sacar la ley más absurda y asquerosa y ponen multas por estar tirado en la acera, prohíben la mendicidad y hasta se atreven a sancionar la indigencia (ay, modelos de pasarela). Y, por cierto, en esa carrera por ser la ciudad más cabrona para con los que no tienen nada, Honolulu está en el octavo puesto, según el informe citado en el artículo, el muy recomendable Home Not Handcuffs. O sea, que la misma estructura económica que deja al personal en la miseria criminaliza a los miserables. ¿Paradoja del sistema? Ni de coña.

En ese país en el que aún se discute la necesidad de una sanidad para todos, en ese lugar en el que el ocio se desperdicia en ir a pasear (y comprar) a un mall, en esa tierra en la que una ciudadana prefiere pedir que le cobren por ir a la playa por no ver a los homeless que habitan en ella en vez de preocuparse por la situación de esos homeless, en los Estados Unidos de América es donde mejor se puede apreciar de qué calaña está hecho esta mierda de sistema en el que vivimos. Nacemos, crecemos y vivimos para alimentar el sistema. Trabajamos para consumir y porque consumimos somos ciudadanos con derechos. Si no consumimos, no contamos. Si no trabajamos, ya sea por enfermedad, porque nos han echado o porque no nos sale de los huevos, lo llevamos claro. El que se sale de la rueda es un proscrito, un delincuente. Lo único que es paradójico en todo esto es que observemos el percal y no encendamos un cóctel molotov.

Suena la banda sonora hawaiana, Somewhere Over de Rainbow, de Israel Kamakawiwo’ole, más conocido como Iz, algo así como el Bob Marley de allá.

La imagen corresponde a la campaña Kick It Over de Adbusters.

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Entrevista en El País Negocios de ayer de Borja Vilaseca a Santiago Niño Becerra, Catedrático de Estructura Económica de la Universitat Ramon Llull, al que ya se ha citado aquí antes. Dejo las dos últimas respuestas, pero merece la pena leerla entera.

Ha llegado el momento de responsabilizarnos de nuestra propia vida. Mi recomendación es que cada persona se dedique a trabajar en algo que le apasione, que realmente tenga sentido y que sea verdaderamente útil y necesario para la sociedad. Lo digo porque sólo quienes sean los mejores en su campo de especialización y aporten verdadero valor añadido a sus organizaciones tendrán garantizado un empleo a tiempo completo. Esta nueva filosofía tendrá su eje en el concepto de responsabilidad personal, que comienza con el autoconocimiento y el desarrollo personal y tiene consecuencias sobre la elección de nuestra profesión, nuestro estilo de vida y nuestro consumo.

¿Algún consejo más?

Quien tenga deudas, que las cancele cuanto antes o que las reduzca cuanto pueda, y que no se endeude más. Y antes de comprar cualquier cosa, que cada cuál se pregunte si verdaderamente lo necesita. La crisis de 2010 va a obligarnos a vivir de acuerdo con nuestras necesidades y no nuestros deseos. Dado que vamos a dejar de ir a más para empezar a ir a menos, lo necesario va a volver a ser lo único importante. Conceptos como «utilidad», «eficiencia» y «aprovechamiento» van a ser protagonistas, así como «colectivo», «coordinación», y «colaboración». No va a quedar más remedio que abandonar el individualismo y trabajar conjuntamente para lograr una mayor optimización en la gestión y el uso de los recursos. Como ha ocurrido siempre, este tipo de cambios se producen debido a una necesidad económica».

Suena Tudo Bem, del Trio Mocotó.

La imagen está sacada de aquí.

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Hay dos maneras, o eso parece, de ver lo que ha sucedido estos días con Facebook. Resumen (para los que hayan sufrido una desconexión): la red social de más éxito en el mundo cambia sus condiciones de registro y decide quedarse con todo el material que cada usuario sube, incluso después de que éste se haya dado de baja, y también se queda con el derecho a usarlo como le venga en gana. Se crea, entonces, un movimiento en contra de tal decisión en la Red y Facebook recula y decide decir digo donde dijo Diego. Para unos (El País) es el triunfo de los usuarios sobre la empresa. Para otros (233grados.com), es la lección de una empresa grande que sabe escuchar a sus clientes. Para mí es algo más. Es un ejemplo de lo que debería ser normal y, por desgracia, aún no lo es. No es raro que una empresa se equivoque y haga algo que perjudique a sus clientes. Lo que es menos habitual es que éstos reaccionen y ejerciten su responsabilidad como consumidores protestando. Y aún menos habitual es que la empresa escuche esas protestas y se mueva con presteza para recapacitar. Es el triunfo de la razón. De momento ha sido sólo en las redes sociales. Espero que pronto sea en el resto.

B.S.O. 7 Seconds, Walk Together, Rock Together.

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Está Al Gore de gira ibérica. Ayer pasó por Bilbao a cobrar una conferencia y hoy llega a Sevilla a repartir doctrina a lo que alguien ha tenido la mala idea de llamar «su ejército verde». No pienso contaminar aquí el mérito del marido de la censora Tipper Gore. Ni tampoco meterme en si se ha forrado o no con su discurso ecologista. Estoy convencido de que el que fue el próximo presidente de los Estados Unidos ha hecho un curro la mar de valioso poniendo en primera plana el asunto del cambio climático. Los gringos (y muchos otros) parecen necesitar de prescriptores no sólo para el consumo, sino también para el pensamiento. Tienen el síndrome Troy McClure. Necesitan que entre un tío en plano y les diga eso de «hola, soy Troy McClure, me conocerán de documentales sobre lo chungo que lo tenemos como…». Lo que hace en dibujos animados ese secundario de Los Simpson lo hace en serio gente como Michael Moore. Y Al Gore. Y si el tío gana pasta con ello, pues muy bien. Mejor que se forre así que fabricando minas. No me voy a meter con él por eso.

Lo que trae a Al Gore a estos párrafos son los Reyes Magos. Sí. Este hombre es como un padre que sostiene la existencia de Melchor y compañía ante un chaval con pelos en el bigote. Desde Una verdad incómoda, Al Gore no se cansa de repetir que es posible frenar el cambio climático sin frenar el desarrollo. Es decir, que los países de chaqueta y corbata pueden seguir teniendo sus crecimientos de entre el 3 y el 5% sin afectar al medio ambiente. Venga ya. Sería preocupante que Al Gore aún creyese en los Reyes Magos. Pero sería peor que no creyese y que pensase que nos puede convencer a los demás de su existencia. Lo mismo con su tesis de sostenibilidad y desarrollo. Si Al Gore piensa de verdad que el Capitalismo es sostenible, malo. Y si no lo piensa pero lo dice y cree que nos vamos a comer la tostada, pues malo también.

Este sistema voraz en el que vivimos, éste que nos empuja a comer sin apetito, comprar sin necesidad y gastar lo que no tenemos, es insostenible por definición. El Capitalismo necesita de consumidores que sigan moviendo los billetes. El consumo se genera a partir de materias primas. Y como las materias primas están en peligro de extinción, la Tierra necesita que le den un descanso para regenerarse un poquito. Pero ese descanso es imposible si se pretende seguir creciendo. Ya somos más de 6.000 millones pisoteando el planeta. Cada vez más hay más gente con cierta capacidad de consumo. Y cada vez habrá menos que consumir. Malas noticias para la Tierra. Malas noticias para el aire. El Capitalismo va a morir de éxito.

Para colmo, la realidad insiste en chafar el discurso de Al Gore. Ahora estamos en crisis camino de recesión. Por una parte, está bien para el Planeta: el consumo se frenará y el crecimiento será una quimera. Por otra, es una putada. ¿Quién coño va a pensar en el carbono cuando está preocupado por su trabajo y su hipoteca? El Gore ha sido rápido en adaptar su charla a la situación y ayer dijo en Bilbao que ambas crisis, la financiera y la climática, son globales y requieren soluciones globales. Y antes de ayer mismo, la UE le dio una bofetada sin querer diciendo que cada país debe arreglárselas y decidir en su lucha contra el cambio climático. O sea, que pasando del tema climático.

Repito: olé los cojones de Al Gore por dedicarse a lo que se dedica. Pero ya va siendo hora de que alguien nos cuente la verdad incómoda de verdad. Así no. Así no llegamos a viejos. Así se acaba la historia. El problema es que eso no lo va a hacer un tío tan metido en el sistema como Gore. Ni ningún otro político de los que dan dinero a los bancos. Ni ningún medio de comunicación de los que viven de la publicidad. Ni ninguna empresa, claro. Eso lo deberíamos decir nosotros pero tampoco. De momento, vivimos demasiado cómodos para verdades incómodas. Y por eso preferimos creer en los Reyes Magos.

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