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Madrid, octubre de 2005:

En 1977, Gran Bretaña puso en el mercado el punk. Una música estrepitosa y una estética afilada más que inspiradas en las salvajadas que cometieron a finales de los 70 grupos como MC5 e Iggy Pop y sus Stooges desde Detroit y, más tarde, los New York Dolls y los Ramones en Nueva York. El punk, ese punk, convirtió el desparrame en una forma de vida y hasta en una manera de hacer política y sacudió los cimientos de la cosa musical para luego dejarla más o menos como estaba.

En 1979, un adolescente volvió de California a su ciudad, Washington DC. Trastocado por el rabioso sonido que carcomía el planeta, montó su primer grupo, The Teen Idles, y, un año después, se juntó con otros amigos bajo el nombre de Minor Threat. Ian MacKaye inició de esa forma una carrera que igual no ha cambiado el curso de la música pero que seguro ha transformado las vidas de muchos músicos y, lo que es más importante, de numerosas personas. Ian se hizo punk pero decidió hacerlo a su manera. Frente al abuso politoxicómano y la revolución de barra de bar, MacKaye fundó sin querer un movimiento poco conocido pero muy influyente. El straight edge proponía olvidarse del alcohol y las drogas y centrar toda la energía en la acción: música, movimiento asociativo, revolución. Por eso, quizás, Ian MacKaye ha tenido tiempo para tener su propio sello, Dischord, aún hoy activo y con una coherencia a prueba de súper ventas, y de militar en bandas como Embrace, Pailhead y, sobre todo, Fugazi. Este último nombre es el que ha hecho famoso a Ian en todo el mundo. Un nombre y un grupo asociados a música intensa pero abstracta, a ruido furioso pero intelectual, a éxito de ventas pero manteniendo los principios: discos a diez dólares, conciertos a cinco y entrevistas sólo para fanzines.

En 2005, en la sala Moby Dick de Madrid, Ian MacKaye  presenta Mt. Pleasant Isn’t, la siguiente canción del concierto de su nuevo proyecto, The Evens. «Para mí punk es que estemos todos aquí juntos, punk es poder hacer música y venir a España a compartirla, punk es estar en comunidad». Y, efectivamente, fue punk haber estado allí, aunque pudiera no parecerlo. The Evens son un grupo de dos, Ian tocando una guitarra barítono, de sonido más grave que una semiacústica normal, y Amy Farina, que estuvo en un grupo llamado The Warmers, a las baquetas de una batería casi sin elementos de la que saca ritmos primitivos pero capaces de llenar un anfiteatro romano. Suenan sin pasar por la mesa de mezclas, sólo el ruido que sale del ampli de Ian y de la batería de Amy. Por eso piden a la gente silencio. Y en silencio disfrutamos de un concierto único: punk acústico, canciones que recuerdan a las últimas de Minor Threat y a las primeras de Fugazi, simples y a la vez muy complejas. Intensas. Al acabar, ellos mismos recogen sus cosas, venden discos a pie de escenario y se van. Nosotros también. Salimos de un concierto punk, pero no tenemos ganas de destrozar papeleras, sino de reciclar papel. Ya ves.

El mundo, hoy:

Obviamente, este texto es antiguo. Tiene tres años y pico. Los que hacen del concierto de The Evens en Moby Dick. Fue escrito para una revistita que editaba la librería Mairea. Pero nunca fue publicado. Quizás por eso lo saco del cajón. O, más bien, porque me apetece. Porque creo que es el momento. Porque ayer, hablando con Ángel, un amigo metido en lo más profundo de lo financiero, le escuché decir que era el fin. Que el capitalismo, este capitalismo, se había acabado. Y que ojalá fuese para bien y que hubiese un cambio de valores.

El asunto es serio y da para mucho. No sé si me apetece ponerme a pensar y escribir sobre él un sábado lluvioso como hoy. Sólo diré que siento hace tiempo que la sociedad de consumo es un asco. Que vivimos engañados por el brillo de la satisfacción inmediata. Y que nuestra continua búsqueda del placer (o beneficio) a corto plazo sin mirar al largo o el medio no sólo acelera nuestra muerte, sino que hace nuestra vida más vacía. Yo, que no soy muy viejo, aún recuerdo tiempos en los que no todo estaba en venta, la honradez era una virtud y no una estupidez y a la gente se la valoraba por lo que era y no porque lo que cobraba. O quizás no son recuerdos sino enseñanzas de mis padres. Da igual. El caso es que ojalá lleve Ángel razón y vuelvan esos tiempos. O incluso unos mejores. No sé. No lo creo. No parece que los codiciosos hayan aprendido ninguna lección.

Claro que ésos cabrones nunca han escuchado a Minor Threat, ni a Fugazi, ni a The Evens. Si no, seguramente no harían lo que hacen ni se dedicarían a lo que se dedican. Este verano conocí en Jordania a Angelo, un romano romanista que me contó que la izquierda, la verdadera izquierda italiana, ya pasaba de las elecciones y de la gran política. Que ellos en Italia se dedicaban al trabajo comunitario. A ayudar, proteger y desarrollar sus barrios. Eso es lo que lleva años haciendo y cantando Ian MacKaye. Y eso es lo que deberíamos ponernos a hacer todos si queremos sobrevivir con dignidad.

No soy yo de adorar ídolos ni de pedir autógrafos. Pero hay que reconocer la coherencia y el compromiso cuando se ven. Y, últimamente, no son cosas que hayan asomado mucho. Por eso creo que hay que tragarse el orgullo, dejar de ser los más listos y señalar a tipos como Ian MacKaye (o como Angelo). La que hemos liado sólo se soluciona cambiando. Empezando a construir las cosas para que se sostengan; sin pensar en ventas ni rentabilidades; considerando como único beneficio el que hacemos a la comunidad y, por tanto, a nosotros mismos. Repito, ojalá lleve razón mi amigo Ángel y estemos ante un cambio de valores. Tampoco es tan difícil. Basta con observar lo que lleva tiempo haciendo gente como Ian MacKaye y dejar de tener en portada a Pete Doherty.

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