Ayer bebí demasiado, hoy tengo resaca. Lo que hago tiene consecuencias. Ellos, los líderes del grupo de los 20, se reunieron este fin de semana para no decidir nada. Nosotros, los liderados, contemplamos bostezando semejante desperdicio de tiempo y de sonrisas. Ellos, los líderes que nosotros pusimos ahí, han pensado que la solución para que cambie la cosa es que todo tiene que seguir parecido. Nosotros, que una vez los pusimos de líderes nos olvidamos de exigirles, no hemos dicho ni mú. Ellos, los líderes, conducen un autobús que va a toda leche a estrellarse contra un muro y lo hacen convencidos de que van por el buen camino. Nosotros, los conducidos, tenemos tres opciones: seguir con ellos pensando que parará el golpe un air bag lleno de agujeros, tirarnos en marcha en plan sálvese quien pueda o quitarles del mando y dar un volantazo. «El Capitalismo hace a la gente incapaz de imaginar el futuro», decía en este blog Wu Ming 1. Nuestro problema es que no nos damos cuenta de que lo que hacemos tiene consecuencias. Buscamos, porque así nos han enseñado, la satisfacción inmediata, el placer artificial, la diversión forzada, y nos olvidamos de que la vida es una cosa muy seria. Tenemos otro problema, y es que tampoco somos conscientes de que lo que no hacemos también tiene consecuencias. Yo ayer me dediqué a beber demasiado cuando debería haber ido a ir a tirar piedras a la Moncloa. Mi resaca habría sido más satisfactoria. Ellos, los líderes. Nosotros, el rebaño.
Y, derepente, me acuerdo de… Decibelios: Oi! Oi! Oi!.
Otro reportaje para la Zona Prohibida de la revista GQ. La serie se pone seria. Me meto en una sesión de BDSM (sadomasoquismo, para entendernos). Ésta vez, servidor cobra por cobrar. Por recibir pisotones y latigazos. Y por contarlo. Los periodistas especializados en sexo suelen hablar de oídas (o de leídas). Yo no. Claro que yo no soy un periodista especializado en sexo. Por cierto, ¿yo qué diablos soy?
«Límpiame los zapatos. La suela. Con la lengua». Mistress Luna ordena. Yo obedezco. «¿Está limpia?», pregunta. «Sí, mi ama», contesto. Como ella me ha enseñado. La he besado los pies. La he lamido las piernas. He chupado el afilado tacón de sus zapatos de cuero. Mistress Luna me lo ha agradecido azotándome el culo con una pala de cuero. Estoy de rodillas. Sometido. Estoy acostumbrado. De pequeño decidí apoyar siempre a futbolistas vestidos de rojiblanco. Me identifiqué con el Coyote y no con el Correcaminos. Incluso, ya crecidito, me hice periodista. Vaya, creo que estoy hecho para el sufrimiento.
A Luna también le gusta el fútbol. Luna tampoco soporta al Real Madrid ni al Barça. Apoya al Atleti y al Zaragoza. Es el único punto masoquista de su dominante personalidad. Luna tiene 33 años, la piel clara y el pelo castaño y liso. Es elegante. Viste un corsé negro, falda del mismo color por debajo de las rodillas y esos zapatos, también negros, que funcionan como armas blancas. Su voz es suave. Sus modales, dulces. Es una chica guapa y de aspecto delicado. Sólo hay algo en sus intensos ojos verdes que revela la mirada de la perversión. La mirada de una mujer que lleva dos años sometiendo a hombres por dinero y por placer. La mirada de una ama. «Antes yo era escort y tenía mal rollo con los hombres. Ellos querían que hiciese cosas que yo no quería hacer, pero no podía decir que no, porque estaban pagando». Un día, conoció a través de una amiga el mundo del BDSM (acrónimo de bondage, disciplina, dominación y sumisión y sadomasoquismo) y le gustó. Luego, un cliente le propuso una sesión, ella aceptó, compró un montón de material y el tipo la dejó tirada. Decidió seguir. Luna se convirtió en Mistress Luna un poco por casualidad y un mucho por venganza. «Las experiencias que he tenido con los hombres me han hecho ser lo que soy. Veo al hombre como un capullo. Por eso me encanta torturarle, humillarle y sacarle el dinero». Luna cobra 150 euros por sesión. Hace un mínimo de dos al día. Confiesa que gana entre 8.000 y 10.000 euros al mes. Aunque invierte mucho en publicidad.
«¿Has sido malo?», me pregunta Mistress Luna. Estoy tumbado sobre su regazo tratando de pensar en algún pecado reciente. Nada. Mi expediente está inmaculado. Se me ocurre, eso sí, que han cambiado muchos los métodos de confesión desde que no practico el sacramento. Me río por eso y por la situación en la que me encuentro. «No te rías», dice ella con voz firme pero sin gritar. Y me da mi merecido castigo. Más azotes en el culo. La gente viene a una sesión de BDSM profesional a ser sometida, humillada y golpeada. A disfrutar sufriendo. El límite lo pone cada uno. Yo he venido para contarlo. Estoy haciendo una iniciación. Por eso, cuando Mistress Luna me pregunta si quiero que me mee, le digo que no. Pongo mis límites. Puede que el periodismo sea un sacerdocio, pero yo siempre he sido bastante ateo. Mi ama me pellizca los pezones, me pega con una fusta, me pisa el cuerpo con sus zapatos asesinos. Otra vez me río. Esta vez del aumento de sueldo que voy a pedir al director de GQ cuando le enseñe las marcas. Otra vez soy castigado.
Luna lleva casi un año trabajando en Madrid, pero dice que «aquí no hay esclavos de verdad». Luna vino a la capital hace unos meses desde Barcelona y lo tiene claro. «El sumiso de allí es mejor… No sé, igual los catalanes son así, no digo que más sumisos en su vida real, pero sí más entregados en el mundo del BDSM». Para Luna, esto no es un trabajo, es una forma de vida. «Ya no tengo relaciones normales. Tengo un chico en Londres, pero es esclavo. Mantengo relaciones sexuales pero siempre él como esclavo». Por cierto, en el BDSM de pago no hay relación sexual. Si acaso, la sesión acaba con masturbación, ya sea a manos de la profesional o del propio interesado. Luna, además de ese «chico» en Londres», tiene más esclavos en Madrid y en Barcelona. Hombres que no pagan por sus servicios pero que se someten igual a sus deseos. Uno que le va a buscar al aeropuerto siempre que viaja. Otro que va a verla sólo para que ella le ordene que limpie la casa y le despida después de dos miserables azotes. También tiene esclavos financieros. Gente que le ingresa dinero en su cuenta cuando ella se lo ordena sin recibir más que desprecio a cambio. Y sumisos que disfrutan comprándole los caprichos que ella misma cuelga en su página web. Pero Luna, aunque me reconoce riéndose que su posición dominante es muy cómoda, se sigue quejando de que no le compran lo que realmente desea. «Ya te digo, no hay sumisos de verdad».
«Mmmff», trato de contestar. Ahora estoy probando el facesitting. Estoy tumbado boca arriba y Mistress Luna se sienta, ya sin la falda, sobre mi cara. Se trata de acercarme a la asfixia. Se trata de seguir recibiendo golpes de su fusta en las partes más sensibles de mi cuerpo. Cuando se cansa, llega el momento del bondage. De rodillas, me ata el tronco con los brazos a la espalda. Me tumba, y con otra soga se ocupa de mis piernas. Estoy a su merced. Mistress Luna me dice que me ponga de rodillas. Me gustaría ver al gran Houdini superando esta prueba. Diez minutos y muchos estúpidos intentos después, consigo obedecer su orden. Me pone una máscara de gas. Más asfixia. Más dolor. ¿Más placer?
Mi sesión ha sido moco de pavo. Nada que ver con el día a día de Luna. La tortura genital es normal. Lo mismo que la penetración anal, el fist fucking y la lluvia dorada. «Lo único que no hago es sado medical, agujas, sangre y esas cosas. Tampoco meto catéteres en el pene». Suerte la mía. Luna me ha tratado bien. Yo diría que hasta me ha cogido cariño. Le pregunto si llega al orgasmo en el trabajo. «Depende. Puede que tenga feeling contigo y hacerte cosas me ponga cachonda. O puede que me des repulsión y te meta un castigo bien duro. Disfruto. Sin orgasmo, pero disfruto». Luego me cuenta lo más bestia que ha hecho. «Una vez vino un chico que quería que le diera patadas en los testículos con unos zapatos de punta. Lo hice y acabó sangrando. Y en cuanto a humillación, no sé, hacerle caca en la boca a uno y dejarle media hora con eso ahí mientras yo veía la tele». Por su casa pasa todo tipo de gente, desde mileuristas hasta directivos. La mayoría en torno a los treintaytantos. Todos hombres que reciben su merecido. Lo que ellos desean. Lo único que Luna sabe dar. «Yo nunca he sido sumisa ni voy a serlo jamás. La mayoría de las mujeres son sumisas, yo no». Sólo me queda una duda. ¿No echa de menos el cariño? «No. Me gustaría tener el cariño de un hombre, pero eso significa que tendría que dar un montón. Y yo no quiero dar. Quiero me den. Y eso cuesta encontrarlo».
Es la hora de la comida cuando salgo del piso de Luna. Estoy en una conocida zona de oficinas de Madrid. La gente sale y entra de los restaurantes de menú. Va y viene de sus trabajos. Como yo. Sólo que a mí me duele el cuerpo como si me hubieran pegado una paliza. Claro, como que me han dado una paliza. En fin, supongo que cada uno tiene el trabajo que se merece.
Todo esto puede sonar a broma pero no lo es. Si el lector tiene curiosidad, puede visitar la página de Mistress Luna, www.universebdsm.com, y concertar una cita con ella (aunque ahora se ha mudado a Londres). Si quiere ampliar información, puede empezar con la entrada de la Wikipedia, bastante extensa y detallada. También puede pasarse por Alt.com, una web al estilo de Meetic pero centrada en el BDSM. Allí hay amos y amas que buscan sumisos y sumisas y viceversa. Y gente que quiere conocer gente con sus mismas aficiones: asfixiafilia, confinamiento, coprofilia, fist fucking, infantilismo, instrumentos de castidad, juegos con agujas, perforaciones… Ancha es Castilla y lo que te dilataré morena.
Añado a todo esto un excelente reportaje sobre el asunto del programa «Vidas anónimas», de La Sexta. Está hecho por Noemí Redondo, una tía estupenda que es una estupenda periodista.
El suplemento Natura de El Mundo dedicaba su portada el sábado pasado a la teoría del decrecimiento. La cosa plantea la cuestión de si es posible mantener eso que se conoce como desarrollo (o sea, el crecimiento económico, el del PIB) y al tiempo seguir teniendo lo que llamamos vida humana (al menos en su versión más decente). No se trata de una apología de la recesión ni de una lanza rota a destiempo por el Comunismo, sino que se refiere, y cito a Tana Oshima, autora del texto, «a una ausencia de crecimiento económico en favor de un aumento del bienestar, acompañado de una reducción demográfica. El lema es ‘vivir mejor con menos'». Obviamente, es una patada en la boca no sólo del Capitalismo, tal y como se entiende ahora, sino de eso tan gracioso del desarrollo sostenible. El reportaje recoge una especie de mandamientos del asunto establecidos por uno de sus grandes teóricos, el economista francés Serge Latouche. Éstas son sus 8 erres:
– Reevaluar: plantearse los valores vigentes en el modelo actual, como la competitividad.
– Recontextualizar: revisar el concepto de la realidad económica e incluirla en la biosfera.
– Reestructurar: modificar las estructuras y adaptarlas al nuevo modelo de decrecimiento.
– Relocalizar: favorecer la pequeña escala y lo local, tanto en producción como en consumo.
– Redistribuir: hacer más equitativo el acceso a los recursos naturales.
– Reducir: consumir menos y adaptarlo a la capacidad limitada del planeta.
– Reutilizar: aumentar el ciclo de vida útil de los productos, prescindir de la novedad constante.
– Reciclar: no sólo los residuos, sino también las actividades y las ideas».
El reportaje, que en vez de estar en el (pionero y buen) suplemento de ecología de El Mundo debería haber aparecido en sus páginas de economía, es la mar de interesante y se puede leer aquíy aquí. Los hay que pedirán soluciones y propuestas más concretas, pero recoge una muy clara por la que se puede ir empezando: «adoptar voluntariamente un estilo de vida más sencillo». Parece un reto jodido para una civilización (¿?) que ha llegado a un punto en el que términos como «renuncia», «contención», «moderación» o «austeridad» son equivalentes a «tontería». Y no. Tontería es lo que estamos haciendo con la Tierra, con los recursos y con nosotros mismos. Porque el problema va mucho más allá de la ecología. Es un asunto económico, social, político. De todos. Muchos ya lo sabemos. Ahora hay que ver si somos capaces de renunciar a nuestra tele de plasma, nuestro viaje a Perú y nuestro sashimi de atún.
Para el que le interese el asunto, aquí van unos links más:
Televisa ha encontrado la solución a la crisis… Al menos en México.
Cuando escuches a alguien decir que esta crisis económica es muy grande, contéstale que más grande es el amor a nuestro país, más grandes son las ganas de que nuestros hijos tengan un futuro mejor del que nosotros jamás tuvimos. Muchísimo más grande es nuestro esfuerzo. Y gigantesco es nuestro corazón».
El diario El Mundo en su edición de papel viene publicando desde nosecuándo esta columnita con la lista de fallecidos cada día en Madrí, un código y un número al que enviar el correspondiente mensaje. Al estilo de lo de «envíe FOLLAR al 5555» de las teles locales pero un poco menos festivo. Hace tiempo que los periódicos han descubierto que la muerte puede ser rentable y por eso dedican más espacio a unos obituarios que a veces, ante la falta de fiambres de postín, se tienen que ocupar de futbolistas que no subieron de Segunda B o trombonistas del grupo de acompañamiento de Los Sírex. A mí plin. Me parece tan bien que los medios ingresen pasta por esquelas como por módulos de «conocida TV demostrable». Yo sólo me imagino a la familia del pobre Glicerio Moreno Menor recibiendo un mensaje detrás de otro en pleno tanatorio y me da cosa. Así no hay forma de descansar en paz.
Me entero por El Mundo de que el Ayuntamiento de Zaragoza ha decidido «no contratar espectáculos cómicos o cómico-taurinos en los que participen personas con enanismo y en los que ‘se haga mofa’ de esa condición». La verdad es que no he visto nunca, creo, al Bombero Torero ni nada similar. Tampoco me apetece ponerme a pensar si tales espectáculos viven de reírse de los enanos (con perdón) o son sólo un entretenimiento para niños algo pasado de moda. De lo que estoy completamente convencido es de que el Ayuntamiento de Zaragoza, a partir de ya, va colocar a personas con enanismo en su policía municipal, su servicio de limpieza, sus administraciones, sus ingenierías y hasta de concejales. Es más, creo que Juan Alberto Belloch no se presenta a las siguientes y va ir el primero de la lista uno de los toreros que se ha quedado sin curro en la ciudad.
(La foto la he pillado de este blog en el que, por cierto, se habla con cariño y pasión de esos espectáculos. El Ayuntamiento maño, claro, no ha preguntado a gente como él, aunque sea de Estella. Ni, por supuesto, a los enanos que participan en esos espectáculos. Pero los políticos nunca preguntan, ya se sabe).
Sacó el Economist hace un par de días un informe sobre la cosa económica en España, el crecimiento exitoso de las últimas décadas, el parón de ahora, los méritos de Zapatero, sus deméritos, sus retos y su mala política (y diplomacia) exterior. El texto se llama After the fiesta, es bastante certero y equilibrado y se puede leer pinchando aquí. Está en inglés, eso sí, por esa manía que tienen allí de escribir en su idioma. Yo, de todo el parrafeo, me quedo con esto:
La clave estará en si el presidente da los pasos necesarios para hacer la recesión tan corta y suave como sea posible. Esto incluye reformas estructurales, especialmente en el mercado de trabajo, para arreglar la creciente pérdida de competitividad española. El país ya no es un lugar barato para hacer negocio y sus trabajadores no son especialmente productivos».
Coño, los del Economist se han dado cuenta de que los trabajadores españoles no somos especialmente productivos. Me pregunto por qué será. A ver si alguien que pase por aquí me puede ayudar.
Uf. Menos mal. La ruleta se paró en negro e impar. Con la que está cayendo, habría sido un desastre lo de McCain. El clima apocalíptico se habría hecho insoportable y la reacción, imposible. Ha ganado Obama y todo el mundo, de Chamberí a Brooklyn, está contento. Yo también me alegro. No sé si el tío podrá hacer todo lo que quiere hacer o querrá hacer todo lo que dice que va a hacer. Tampoco sé si su llegada al trono del Imperio es la confirmación de una oscura profecia que anticipa el fin del mundo. Y qué. La gente está ilusionada. Mi amigo Chicho, que ahora vive en Virginia, me escribe contando que estuvo con 80.000 personas y el mismísimo Barack en Manassas. Y da las gracias a su mujer, Kristen, «por llevarnos a participar de la historia, del futuro y del cambio que ya ha empezado por aqui y que hace que me alegre de tener niños». Y me parece muy bonito.
Pero cuidado con los mesías. Nadie debería apostar sus ilusiones a un hombre dedicado a la política. Que la gente se ilusione al comprobar su capacidad de transformar la realidad. Obama no es el cambio. El cambio es la gente. El cambio lo han provocado ésos que nunca votan y esta vez se han animado. El cambio lo han hecho los que han difundido el mensaje por la Red. El cambio lo han generado los que ya no podían más y se han hecho oír. Igual, salvando muchas distancias, que pasó en España un 14 de marzo de hace cuatro años. Lo malo es que luego nos olvidamos. Lo dejamos todo en manos del líder y sólo nos dedicamos a la queja. Como mucho. Y no.
Dicen que estamos en un momento histórico. Pero no creo que sea porque haya un presidente negro en Estados Unidos. Estamos en un momento histórico porque la civilización que conocemos y hemos creado está bailando en el alambre. Puede caer de un lado y hacerse una pupita irreparable o puede caer del otro, transformarse y sobrevivir de una manera más o menos decente. Y no deberíamos sentarnos a esperar a que un líder, por muy carismático que sea, decida para dónde dar el empujón. Debemos empujar nosotros. Si lo vemos todo negro, empecemos a pintarlo de azul. Si queremos cambiar, cambiemos. Y Obama y todos los demás que están a nuestro servicio, que nos sigan.