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Archive for the ‘Política’ Category

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En los debates sobre energía se suele hablar mucho de costes. Los de la esquina de lo nuclear y los combustibles fósiles se escudan detrás de un argumento que era imbatible en los tiempos que acaban de cambiar pero que ya no cuela: son más baratos. Se olvidan de mencionar los costes medioambientales y sociales y lo hacen porque, de momento, ningún Gobierno se los ha añadido (los impuestos son otra cosa). Los de la esquina renovable, quizás un poco acomplejados por su color verde, también se olvidan muchas veces de esos costes que la eólica y la solar no tienen y sólo se defienden de las acusaciones de ser unas energías subvencionadas y, por eso, de coste irreal. Más allá de señalar que lo que sí es irreal es el precio del petróleo (lo es porque responde a un mercado que ahora lo tiene bajo porque no hay más cojones pero que ya está pensando en cuando esté tres veces más caro) y de las centrales (¿quién asume los costes de mantenimiento de la mierda nuclear generada?), hay que decir que la cosa limpia también tiene beneficios económicos.

Leo en Soitu.es un estupendo artículo sobre el impacto de las renovables en la economía. Escrito a partir de un informe de la Comisión Europea, The impact of renewable energy policy on economic growth and employment, y con el objetivo de la Unión de tener el 20% de renovables para 2020 como punto de partida argumental, la cosa explica cómo la inversión en renovables puede aumentar la creación de empleo y activar la economía. No voy a copiar lo que dice el texto porque lo dice muy bien, así que lo linkeo de nuevo: se lee todo aquí. Supongo que Zapatero, Merkel, Brown, Sarkozy, todos lectores habituales de este blog, me harán caso (se harán caso a sí mismos, puesto que es un documento europeo), lo leerán y darán un volantazo a sus políticas económicas y energéticas.

De todos modos, el debate está mal enfocado. Hay que dejar de hablar de lo que cuesta hacer las cosas que hay que hacer y empezar a tener claro que hay que hacer las cosas que hay que hacer cueste lo que cueste.

Ojo: este texto y otros del estilo se pueden leer en ¿Y por qué no…?

Suena Como el agua, de Camarón.

La foto ha sido encontrada en la Wikimedia.

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No tengo ni idea de lo que pasa realmente en Irán. No me fío un pelo de la imagen que se ofrece de ese país por parte de los medios de comunicación del lado del mundo sin turbante, éste. Me pasa lo mismo con Venezuela, donde sí he estado y sé que lo que pasa no es lo mismo que lo que nos dicen que pasa. Volviendo a Persia, hoy he leído un par de cosas que enfocan algo mejor, pero, ya digo, sigo sin enterarme del todo. Lo que sí veo clarinete es la actitud con la que observamos aquello desde nuestro sofá occidental. Orgullosos de estar en un grado evolutivo superior, con la condescendencia del que piensa «venga, muchachos, un par de manifestaciones más y llegaréis a tener nuestra preciosa libertad y nuestro bonito comportamiento democrático».

Y aquí es donde flipo en colorines. Yo vivía en Miami cuando Bush hijo ganó de forma bastante chunga las elecciones a Al Gore y no recuerdo manifestaciones multitudinarias para protestar por semejante tongo. También vivía en Madrid cuando Tamayo y Sáez se escondieron nosecuántos días en un picadero para robar unas elecciones que, al repetirse, pusieron a Esperanza Aguirre en la poltrona en la que sigue plantando su ilustre culo. Tampoco recuerdo manifestaciones masivas en aquéllos tiempos no tan lejanos.

Ojalá se arregle lo de Irán. Ojalá salgan de la cárcel los disidentes, dejen de disparar los basiyís y se repitan las elecciones si es que se tienen que repetir. Pero ojalá, también, nosotros aprendamos de ellos a salir a la calle para protestar por todas las tropelías que se cometen (nos cometen) al ámparo de la presunta democracia. Joder, que los de la cinta y las pulseras verdes se están enfrentando a una autoridad divina y por aquí el único ser superior que se ha visto últimamente es Florentino Pérez.

Puede que todas estas letras no fueran más que una excusa para poner la banda sonora de estos días, así que suena otra vez Siniestro Total y su Ayatolah (más una entrevista risible).

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Al Gobierno de Zapatero le han puesto las notas de fin de curso y ha vuelto a suspender. Esta vez no han sido las organizaciones ecologistas, que ya se sabe que son examinadores exigentes. No. Esta vez ha sido el Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE) el que, después de ver hacia dónde vamos en este tema, ha dicho que si es que vamos a algún sitio, vamos muy despacio. Demasiado. Copiopego el artículo de El Mundo: «Ni en consumo energético, ni en transporte ni en residuos ni en preservación de los espacios naturales nuestro país alcanza la media comunitaria, según el IV informe del Observatorio de la Sostenibilidad de España (OSE)». Más: «Así es cuando analiza el uso del agua y su regeneración. España sólo se consigue depurar el 78% de sus aguas residuales, aunque hay proyectos para llegar a una cifra de hasta el 93%, más en consonancia con los datos de los países vecinos. En energía seguimos siendo un país altamente dependiente. Importamos un 81% de la energía que consumimos. «Tenemos un consumo energético insostenible», señaló Luis Jiménez. Según los datos aportados, se sigue incrementando el consumo, pese a los avances realizados en eficiencia energética». Por resumir, que la cosa está toda mal salvo en renovables, por eso de la eólica.

Curiosamente, hace unos días mi padre me sopló  otra noticia que dice: El Gobierno impulsa un código de buenas prácticas en la publicidad ecológica. Se trata de un código de autorregulación de buenas prácticas en eso de la propaganda con motivos medioambientales. Es un trabajo del Ministerio de Medio Ambiente con la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Comercial (Autocontrol) y ya hay empresas como Cepsa, Repsol, Acciona,  Endesa, Kia, Chrysler, Citroën, Peugeot y Renault que se han apuntado al asunto. La cuestión es: ¿se apuntará el propio Gobierno al código en cuestión? ¿Dejará de vendernos la burra de su preocupación por la sostenibilidad medioambiental mientras la preocupación no sea real o, por fin, se preocupará de la cosa?

Preguntas que de momento son retóricas. Digo de momento porque en el pasado festival Emisión Cero, Fernando Moraleda dijo en un aparte que Zapatero y sus muchachos preparaban un plan de economía sostenible. Fumando espero.

Ojo: este texto y otros del estilo se pueden leer también en ¿Y por qué no…?

Suena Public Enemy, Don’t Beleive The Hype.

La foto ha sido encontrada en la Wikimedia.

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ObamaSuperman

Salir del armario es difícil. La verdad es que yo aún no lo he hecho, así que esta vez no puedo hablar en primera persona. Pero sí por lo que veo por ahí. Barack Obama, por ejemplo. Dicen que el tío acaba de emprender la mayor reforma financiera desde la Gran Depresión. Uh. O sea, que se ha dado cuenta de lo que ha pasado con esto que llaman crisis cuando deberían decir realidad y ha decidido crear consejos reguladores por doquier, dar más poder a la Reserva Federal, fundar una cosa llamada Supervisor Bancario, meter nuevas reglas para las agencias de rating y hasta proteger a los consumidores. Pues muy bien. Lo curioso es que el bueno de Barack se sigue declarando «un firme creyente en el poder del libre mercado como motor de la prosperidad». Ya.

Quiere esto decir que a Obama le siguen gustando las tías pero se ha puesto a vigilar el culito de los mozos, incluso a regularlo. A mí me parece muy bien lo que cada uno haga con su identidad sexual, incluso con la económica. No voy a ser yo el que se dedique al outing financiero. Pero tengo la sensación de que Obama se ha quedado a medio camino de lo que le pedía el cuerpo hacer con la economía por eso del qué dirán. Y eso es una pena, hombre.

Es verdad que declararse en contra del libre mercado está peor visto que decirse heterosexual en el Black&White o gay en la Conferencia Episcopal, pero digo yo que a estas cosas hay que echarles valor; por eso de no engañarse a uno mismo, no confundir a los demás y, sobre todo, cambiar el rumbo de la historia. Que parece que es el momento. Y, por eso, voy y me decido. Salgo del armario. Madre, padre, tío el cura, yo no soy un firme creyente del poder del libre mercado. Creo que el libre mercado se ha confundido con el libertinaje y que, puesto que los que mercadean no han demostrado lo contrario, hay que ponerle puertas y castigar al que las abra sin llave. Nada de comunismo, claro, pero sí bastante de ética, de decencia y de lógica.

Y, ojo, que esto no tiene nada que ver con la libertad. De eso sí que soy un firme creyente, de ese armario sí que no salgo. Pero, puesto que se dice que la libertad de uno termina donde empieza la de los demás, la libertad de los que quieren el libre mercado termina donde empiezan los derechos de los consumidores, de sus trabajadores, de los que pagan impuestos, de los que quieren un medio ambiente entero, de los que exigen no ser pobres a costa de los beneficios de los ricos y muchos etcéteras más. Hala, ya podéis llamarme mariquita.

Suena uno de los clásicos absurdos de Siniestro Total, ¿Qué tal, homosexual?

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Cada vez que hay unas elecciones me suele tocar responder a la misma pregunta. Éstas ya han pasado y ya tuve mi ración de razones que dar a los que me preguntaron por qué no fui a votar. Una pena que haya descubierto tarde estas líneas de Vicente Verdú en su blog (va el texto entero, tal cual):

Si la opinión que tienen los europeos de los políticos (sondeo de mayo de 2009) es la de considerarlos el grupo social más corrupto ¿cómo escandalizarse que en las elecciones europeas de unos días después no acuda ni la mitad a votar? ¿Votar al corrupto, apoyar su previsible corrupción?

Votar, votar, votar a todo trance, dice la moral democrática, directamente vertida de la religión esquinada en el siglo de las Luces. Pero la religión, bajo otro aspecto, vuelve al mundo del poder. El voto es sagrado, el comicio es la comunión, la urna nuestra voluntad ciudadana, la papeleta nuestra legitimación individual.

Toda esta secuencia, heredada de los tiempos en que se debatía entre democracia y absolutismo, entre salvación y muerte, entre progreso y esclavitud, hace tiempo que funciona como un artefacto mostrenco.

La creciente mala calidad de los políticos se corresponde con la mala calidad de la democracia que ellos manipulan y deterioran. A la mala calidad de esos políticos no puede ofrecérseles nuestra cándida adhesión. Ni tampoco a la baja calidad de la democracia se le debe el culto a toda costa. Votar sin rechistar, votar religiosamente, es igual a aceptar ofuscadamente un sistema que ya ha demostrado de sobra su anacronismo, su ineficacia y su mofa de la población. Votar como se votaba en el siglo XIX cuando la mayor parte de la población era analfabeta y casi todos siervos coincidía con un progresivo ejercicio de afirmación de los derechos del nuevo ciudadano. Hoy, alfabetizados todos, liberados de oscurantismos,  capaces de crítica y con más que justificadas aspiraciones a algo mejor, (auténtico y no simulado, eficaz  y no ritual) votar y votar, sin más, es apoyar la reiteración del crimen,  contribuir a la perdurabilidad de la justicia injusta, el abuso municipal, la demagogia electoralista, la incuria, la crónica endogamia  de los equipos políticos que sin sorpresa volverán a mentir y a defraudar. Votar ¿otra vez a esta caterva?

¿No votar sería incumplir un deber ciudadano? ¿Cómo no advertir que ahora, cuando depositamos otra vez la papeleta (con tanta mansedumbre con tanta candidez, con tanta inercia irresponsable) volvemos a dar nuestro respaldo a esta degradada especie política, el grupo considerado popularmente, «electoralmente», como el más corrupto de la organización social?

Suena Revolution, de Dennis Brown junto con Sly & Robbie.

La imagen es de un tal Tim Rüth y la he sacado de aquí.

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Porque parece que las opciones se limitan a pacharán Don Zoco y ginebra MG, yo soy abstemio. Porque si uno analiza los ingredientes de esas opciones, y de todas las demás, sólo ve alcohol de garrafa, yo soy abstemio. Porque no nos permiten elegir los componentes de nuestro cóctel, yo soy abstemio. Porque las discusiones de bar están cada vez más lejos de la realidad, yo soy abstemio. Porque hasta los camareros de mayor prestigio se declaran hartos del tema, yo soy abstemio. Porque las resacas duran cuatro años, yo soy abstemio. Porque ni borracho veo que esto sea una democracia real y decente, yo soy abstemio. Por todo ello y algo más, seguiré bebiendo vino y cerveza pero no apareceré el domingo por mi colegio electoral. En eso, de momento, sigo siendo abstemio.

Suena Out Of Step, de Minor Threat.

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Como la influencia del electorado en la selección de sus representantes es manifiestamente escasa, ahora se intenta potenciar la relativa importancia del ya cercano trámite electoral argumentando que de él pueden derivarse trascendentales consecuencias de política interior. Resulta así que lo que debiera ser la elección democrática de unos representantes pierde toda su significación para convertirse en una competición entre dos absorbentes caudillos. Gane quien gane, pierde la democracia.

Habría que promover una gran campaña a favor del voto nulo, para ver si tachando algún que otro nombre se alarman los partidos y se deciden a practicar la democracia interna o a modificar la ley electoral, desbloqueando las listas».

Un par de párrafos del artículo de Fernando Suárez González titulado A vueltas con las listas electorales y publicado hoy en El Mundo. Que quede claro que esto no lo dice un «antisistema» de ninguno de los dos lados, sino un «demócrata» de manual, con capítulo propio en la dichosa Transición, y  miembro, por cierto, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Dos detalles: habla de caudillos, él que conoció bien al último. Y quiere promover el voto nulo, o sea, algo parecido a la acción directa. Toma ya.

Vienen las europeas y análisis y opiniones como ésta van a quedar enterradas bajo toneladas de inservible propaganda electoral pero por aquí siempre habrá tiempo y ganas para buscar en la basura. Aunque sean de gente sin tanto postín. Antisistema que es uno.

Suena Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las elecciones.

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La vida, tal y como la conocemos, se parece bastante al Monopoly. No sólo porque nos hayamos dedicado los últimos años a comprar y vender terrenos y a construir edificios y a meter a promotores (pocos) en la cárcel. Tampoco porque los billetes que nos han prestado sean de palo. Sino porque el dinero que se reparte en el juego es el que hay. Si uno gana es porque los demás pierden. Si uno acapara billetes es porque otro se queda sin ellos. Si todos se repartiesen el dinero más o menos equitativamente y se dedicasen a jugar no por el placer de ganar sino por la satisfacción de entretenerse, el juego podría durar para siempre. Como la vida misma, o sea.

Semejante cosa se me ocurrió el otro día leyendo una noticia que hablaba de los sueldos de los altos ejecutivos del Ibex. Los muchachos cobran una media de 915.000 euros. Sólo un poco por encima del salario mínimo interprofesional. El caso es que recordé los sectores en crisis. Pensé en los medios de comunicación, que reclaman ayudas al Gobierno para sobrevivir. Medité sobre las constructoras, que piden puesto que están a punto de derrumbarse. También en los bancos, que ya han recibido dinero para seguir conduciendo en la misma dirección que nos ha traído hasta aquí. No voy a entrar esta vez en lo extraño que es obligar a la sociedad a pagar dos veces: una por un servicio (periódico, piso, cuenta o hipoteca) y otra por la posibilidad de que ese servicio no se pueda seguir llevando a cabo (quiebra). Pero sí me apetece pararme a pensar sobre qué pasaría si los grandes empresarios y sus directivos repartieran un poco sus billetes del juego.

No se trata de que se rebajen hasta el salario mínimo interprofesional ni de que dejen de tener la misión de ganarse la vida (y ganar dinero) con su actividad. Nadie pretende devolver a la vida a Stalin. Se trata de alargar el juego. Resulta que la Prensa está en crisis, los medios están cerrando y echando gente pero los directivos siguen llenándose la bolsa como siempre (salvo excepciones). Lo mismo con la construcción o los bancos. Su forma de vida peligra, el juego se acerca a su fin, pero no se les ocurre alargarlo renunciando a algunos ingresos sino pidiendo que les ingrese el Estado (ergo nosotros). No es ya un asunto de justica. El problema es que el Estado también es parte del juego. Tiene el fajo de billetes que se le repartió al principio y, si se queda sin él, la partida se acaba de la peor manera posible.

El cuento se puede aplicar a todos los demás sectores. A la sociedad en general. Al sistema. No hablo del reparto de la riqueza por decreto, sino de su distrubución inteligente por acuerdo. Puesto que vivimos en comunidad y está visto que la avaricia de unos supone la pobreza de otros, convendría poner las herramientas para limitar esa avaricia y, así, paliar la pobreza.  Está claro que la acumulación de riqueza por parte de unos supone el fin de la partida para todos, incluso para los que tienen la pasta. Así que lo suyo sería que tuviesen claro que sólo reinvirtiendo esa riqueza en los demás podrán seguir jugando. Viviendo. Así sería un Monopoly sostenible, una vida sostenible.

Ojo: este texto y otros del estilo se pueden leer también en ¿Y por qué no…?

Suena Cicatriz, Esto saldrá bien.

La imagen retrata a Mr. Monopoly y está sacada de aquí.

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Se ve que los milagros tampoco existen en fútbol. He gastado algunos créditos de fe en creer en la victoria de mi equipo. Pero no. Tampoco pasa nada. Estoy acostumbrado. Ayer, en el descanso, me preguntaba Guille: «Oye, y tú, ¿por qué eres del Athletic?». No supe contestar. Menos mal. No creo que la afición a un equipo de fútbol tenga que estar sujeta a la razón. De hecho, el fútbol en general es un asunto bastante poco razonable. Y el Athletic, en concreto y en estos tiempos, una locura. No sé por qué me hice de este equipo, pero me va al pelo (en singular, en mi caso). La opción b y tal.

De muy pequeño tenía el uniforme completo del Atleti. Con el 9. El de Gárate. Un día me fui a dormir y me desperté siendo del Athletic. Antes de las dos Ligas y la Copa de Clemente, Zubi, los Salinas y Sarabia. Mi tío Pedro siempre fue del Athletic. Por mi casa circula un ascendente vasco de boquilla porque, en realidad, es más bien navarro. Mi madre me trajo un día, ya aficionado león, autógrafos de mi equipo firmados en el hotel Mindanao: Endika, De Andrés, Gallego… Hechos que no son razones suficientes para creer en San Mamés. Porque la fe, para serlo, ha de ser irracional. Algunos me dicen que lo hice por llevar la contraria, por joder. Puede que tengan razón. Llevar la contraria es ser una especie en peligro de extinción y no extinguirse. Llevar la contraria mola.

Esto no va de fútbol. Después del partido nos quedamos hablando cuatro amigos sobre el mundo. Todos estábamos de acuerdo en que, tal como vamos, vamos muy mal. Todos estábamos de acuerdo en que el sistema económico no puede seguir basándose en la codicia y la rapiña y en que el sistema político no debe seguir dirigido por políticos vampiros de votos. Todos estábamos de acuerdo en casi todo pero algunos decían que no se podía hacer nada para remediarlo, ni siquiera poniendo a otros como nosotros de acuerdo. Otra vez me tocó llevar la contraria. Mola ser una especie en peligro de extinción y no extinguirse.

La razón nos dice que este sistema capitalista y esta democracia no se ocupan de nuestro futuro. Lo razonable, por eso, es cambiarlos. Quizás haya que tener un punto irracional para creer que se puede cambiar de dirección. Pero lo que sería una auténtica locura es no intentarlo. ¿Qué es lo peor que podría suceder? ¿Perder? Tampoco pasa nada. De ahí partimos. Desde la derrota… hasta donde haga falta.

Ah, y… ¡Aúpa Athletic!

Suena Loser, de Beck.

La imagen de Amorebieta después de tragarse una copa de aguarrás es de Marca.

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Aquí van algunos cortes de un texto publicado ayer en El País y llamado La revuelta de la desigualdad que lo clava. Lo firma Ulrich Beck, sociólogo y profesor de la Universidad de Munich y de la London School of Economics. El tío no lo puede escribir ni más alto ni más claro. Yo sólo copiopego un par de frases de cada párrafo y el alegato final.

La revuelta de la desigualdad sacude al mundo entero: de Moscú a Helsinki, de Londres a Washington y de Berlín a Buenos Aires.

El pequeño secreto, que no hace más que agudizar la amargura, consiste en que este enriquecimiento codicioso se ha realizado de forma absolutamente legal, pero atenta a la vez contra todo principio de legitimidad.

¿Cuál fue la causa de que, en estos últimos 150 años, este orden global de desigualdades mundiales se mostrara a pesar de todo como legítimo y estable? ¿Cómo es posible que las sociedades del bienestar en Europa pudieran organizar costosos sistemas financieros de transferencia en su interior sobre la base de criterios de necesidad y pobreza nacionales mientras que buena parte de la población mundial vive bajo la amenaza de morir de hambre?

¿Quién se preocupa por las condiciones de vida en Bangladesh o en Camboya? La legitimación de las desigualdades globales se basa así en el disimulo del Estado nación. La perspectiva nacional exime de mirar la miseria del mundo.

Las democracias ricas portan la bandera de los derechos humanos hasta el último rincón del planeta sin darse cuenta de que, de ese modo, las fortificaciones fronterizas de las naciones, que pretenden atajar los flujos migratorios, pierden su base legítima.

¿Es ésta una situación (pre)revolucionaria? Absolutamente. Carece, sin embargo, de sujeto revolucionario, por lo menos hasta ahora.

Llevaron las finanzas a la esfera de lo incalculable, que nadie, ni ellos mismos, podía entender. Pero su actuación parecía justificarse en que elevaron a cotas inauditas sus beneficios, su poder y sus ingresos.

El paraíso en la tierra consistía en que el primero podía comprar con dinero prestado y el segundo podía hacerse aún más rico, también con dinero prestado. Ésta era, y sigue siendo ahora, la fórmula de la irresponsabilidad organizada de la economía global.

En realidad, este espíritu ha convertido a muchas y a muy distintas sociedades en dependientes de la droga de vivir con dinero prestado. La rutina diaria de las personas se basaba en la obtención de dinero rápido y barato, así como en la disponibilidad ilimitada de combustible fósil.

En realidad, este espíritu ha convertido a muchas y a muy distintas sociedades en dependientes de la droga de vivir con dinero prestado. La rutina diaria de las personas se basaba en la obtención de dinero rápido y barato, así como en la disponibilidad ilimitada de combustible fósil.

La vida misma ha perdido el control en ese anhelo permanente de obtener cada vez más y más. Ahora cabe preguntarse: ¿dónde están los movimientos sociales que esbozan una modernidad alternativa? De lo que se trata es de cosas tan concretas como de las nuevas formas de energía regenerativa, pero también de fomentar un espíritu cívico que supere las fronteras nacionales. Y de cualidades como la creatividad y la autocrítica, para que temas clave como la pobreza, el cambio climático o civilizar los mercados tengan un lugar central».

A pesar de las burras que nos quieren vender, existe la verdad. A pesar de la multitud de discursos cojos, existe gente que se atreve a contarla. ¿(r)Evolucionamos?

Ojo: esto, y otras cosas como ésta, se pueden leer en ¿Y por qué no…?

Suena Cypress Hill con U-God y RZA, Killa Hill Niggas. Casi nada.

La imagen está sacada de aquí.

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