Como la influencia del electorado en la selección de sus representantes es manifiestamente escasa, ahora se intenta potenciar la relativa importancia del ya cercano trámite electoral argumentando que de él pueden derivarse trascendentales consecuencias de política interior. Resulta así que lo que debiera ser la elección democrática de unos representantes pierde toda su significación para convertirse en una competición entre dos absorbentes caudillos. Gane quien gane, pierde la democracia.
Habría que promover una gran campaña a favor del voto nulo, para ver si tachando algún que otro nombre se alarman los partidos y se deciden a practicar la democracia interna o a modificar la ley electoral, desbloqueando las listas».
Vienen las europeas y análisis y opiniones como ésta van a quedar enterradas bajo toneladas de inservible propaganda electoral pero por aquí siempre habrá tiempo y ganas para buscar en la basura. Aunque sean de gente sin tanto postín. Antisistema que es uno.
Suena Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las elecciones.
Leo hoy en El País un artículo de Jorge M. Reverte y Agapito Ramos titulado Transparencia contra la corrupción. El texto contiene un análisis bastante certero de lo que pasa en la política (en España, pero no sólo) y, también, algunas propuestas tan de cajón que su ausencia en el debate supone otro descrédito para nuestra presunta democracia. Recomiendo su lectura completa pero dejo aquí un par de párrafos para hacer saliva.
Las listas electorales las hacen los partidos eligiendo, según el criterio del aparato, quiénes las componen. Los argumentos por los que se elige a unos y no a otros no suelen tener nada que ver ni con la representatividad social, ni con la formación, sino con el dedo de quien manda. Vemos de candidatos a alcaldes, diputados autonómicos, nacionales, a personas que es dudoso que pudiesen serlo si hubiesen tenido que ser elegidas democráticamente con criterios de mérito y capacidad. Porque se ha ido cambiando poco a poco el criterio racional y jurídico impuesto en casi toda la Europa democrática por el cual la legitimidad del elegido la da el electorado, y se va imponiendo el de que la legitimidad la da el partido que lo designa. Por lo que tanto la discusión interna como las diferencias ideológicas tienden a desaparecer. Todos acabamos diciendo amén a quien nos paga. O no diciendo nada durante años y apretando el botón del voto en el Parlamento cuando lo ordena el jefe del grupo.
Los partidos se van transformando en grandes empresas, donde conviene entrar y aprender a servir a quien corresponde para prosperar en su momento. Vemos cómo muchos militantes entran en las nóminas de los partidos (Juventudes Socialistas, Nuevas Generaciones, etcétera) desde jovencitos y a partir de ahí van trepando en el peor sentido de la palabra. Sin tener que estudiar ninguna carrera, ni aprender idiomas, ni saber recitar dos líneas sin leer una chuleta. Cuando la política se ha transformado en una profesión facilona, ejercida a través de los partidos, es muy duro marcharse, porque fuera de la política no se tiene oficio ni por tanto beneficio. Cualquiera que esté en esa situación mata por permanecer en el aparato».
A un servidor, al acabar de leer el artículo, se le ha venido a la cabeza una analogía. Y es que me parece que esto de la política es como la religión. Hay mucha gente que se dice creyente pero no practicante. Son muchas las personas que confiesan creer en Dios, el que sea, pero no en la Iglesia que lo administra. Del mismo modo, cada vez son más los que dan testimonio de su fe en la democracia pero que proclaman su absoluta desconfianza en los partidos políticos que se han apropiado de ella. El hecho de que vayan a misa cada cuatro años no significa más que no tienen otra manera de participar en su fe. Además, cada vez son más los que comulgan con la abstención. La democracia está perdiendo fieles y las noticias que leemos cada día sobre las cosas que hacen y no hacen sus apóstoles en estos tiempos de cambio no ayudan a convencer a los creyentes.
Pero hay soluciones para que esa gente recupere su fe. Reverte y Ramos dan tres: listas abiertas, limitación de mandatos, cuentas claras. Otra vez la evidencia de las cosas. Tan evidente, que ningún partido lo propondrá jamás en su programa. ¿Entonces? Entonces tendrá que proponerlo la gente. Tendremos que proponerlo nosotros. A diferencia de la religión, en democracia se supone que dios es el pueblo. Esa fe que nos están robando es la fe en nosotros mismos. Tenemos que recuperarla. Si nuestra fe no cabe en sus urnas, debemos cambiar de urnas.