Queremos cambiar el mundo pero,
¿estamos dispuestos y somos capaces de cambiar nosotros?
A propósito de Somalia, Londres, el #15M, el neoliberalismo, la corrupción, la codicia, la tolerancia, la Naturaleza, los accidentes, la salud, la alimentación, las drogas, la familia, la pareja, los errores… Exigimos responsabilidades, y está muy bien, pero ¿somos conscientes de lo que somos responsables y capaces de aprender de ello? No me contesten ahora, háganlo… después de la visita del Papa.
Ver la tele para informarse es como tirarse a un charco para lavarse.
Parece que ayer, otra vez, la revolución no fue televisada. Pero fue. Miles de personas tomaron, tomamos, Madrid pacíficamente. No protestábamos por el desalojo del punto informativo de Sol, que también, sino por el desaolojo de la ética y de la humanidad de la vida económica, política y social. Así fue, así es, así será hasta que volvamos a nuestro ser. Cada vez más la realidad de la vida se aleja de la ficción de los medios. Es una opción personal quedarse con una o con otra. La ignorancia, como la inacción, es una posibilidad. Y una responsabilidad.
Hoy, a las 20 h, volvemos a Sol, esté donde esté y aunque nos echen como ayer (en la foto).
Después de semana y pico de hablar del mercurio en atunes y peces espadas, de debates sobre si es conveniente el aviso o no, de escuchar a la industria pesquera y a médicos de la Seguridad Social, de hacer polémica rozando el larguero de las cosas, ¿por qué no ha habido nadie que haya explicado por qué los peces están llenos de mercurio y otros metales pesados? ¿Por qué no en vez de dejar de hablar de las consecuencias de los problemas no hablamos sobre el origen de ellos?
Se ve que a la gente le parece que la boina está pasada de moda salvo la que está causada por la contaminación. Se ve que la culpa es siempre del gobierno y que la responsabilidad es algo que exigimos a nuestros hijos pero no a nosotros mismos. Se ve que es más limpio cagarse en un alcalde que cagarse encima. Se ve que las señales de la gastroenteritis y las gripes, los vómitos, diarreas, mocos y esputos, son combustible para los vehículos ahora que la gasolina está cara. Se ve que nos molesta el humo en los bares pero no en la calle. Se ve que coger el coche es una necesidad de esas primarias, como mear o follar, que hay que hacer todos los días y de forma casi inconsciente. Se ve que ir en bici por la ciudad es muy peligroso porque la ciudad está llena de coches conducidos por gente que piensa que ir en bici es muy peligroso. Se ve que correr fuera del gimnasio es de cobardes y andar, de pobres. Se ve que si los españoles tienen que elegir entre respirar y conducir, lo tienen claro. ¿Se ve? Yo no veo nada más que gente que se queja. Y eso también contamina.
España es un país maldito, porque la gente no tiene ningún sentido cívico, de pertenecer a una colectividad, para intentar lo mejor para todos. Y no es por deformación del franquismo y de tantos años de dictadura: eso lo llevamos en las entrañas los españoles».
Antes, los medios presuntamente progresistas y pacifistas habrían tratado como a un personaje valiente y respetable a un tipo que, también presuntamente, ha tenido los santos cojones de desobedecer toda la cadena de mando del ejército norteamericano para filtrar unos documentos que indican la mierda que se está haciendo en Afganistán no por hacerse famosete sino con un interés bastante razonable: «Espero que haya una gran discusión mundial, debates, reformas. Si no es así, estamos condenados como especie». Ahora lo tratan como a un chalado.
Me cuesta un poco ver la parte positiva de algunos hechos, no soy como Violaine. Incluso me cuesta ver los propios hechos, de tan poco que los tratan los medios de comunicación. Como casi nadie sabe, se está celebrando en Doha, Qatar, la Convención sobre el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestres (CITES). Quizás alguien se haya enterado porque allí se discutía la conveniencia de prohibir el comercio de aún rojo. Finalmente, ganó la conveniencia de países como Japón y España, dos extremos de ese comercio, y perdió la conveniencia de la naturaleza, en general, y de los atunes, en concreto, otra especie que se quedará para los documentales por la gula del personal.
Por eso, uno se acuerda del letrero que daba la malvenida a las puertas del infierno de Dante cuando ve este panorama. Insisto, lo malo no es que los gobiernos del mundo tomen este tipo de decisiones. Lo dramático es que nos la trae flojísima.
Ayer John Carlin hablaba en El País de el miedo que nos venden, y compramos, en una tribuna llamada La edad del miedo. Citaba sin parar Carlin a John Adams, «profesor emérito de University College London, ha dedicado su vida a estudiar el fenómeno del riesgo y a asesorar a Gobiernos y empresas sobre el tema», y sugería, porque lo sugiere Adams, que nuestra propensión a creernos esos miedos que nos meten en el cuerpo se debe a la prosperidad. El artículo de Carlin hablaba de miedos como el de las vacas locas, los cerdos apestados o las aves griposas. Hablaba del miedo al islamismo radical y del miedo a fumar de forma pasiva, del terror al teléfono mócil y sus conscuencias en la salud y del pavor a tener un vecino pedófilo. Comentaba todo eso pero lo que de verdad le ocupaba unos párrafos era el miedo al cambio climático. Decía Carlin que la cosa se ha convertido en una creencia, una opción de fe. Y, por lo que escribía y citaba del tal Adams, él no cree que exista tal cosa ni que sea provocada por el hombre.
Días antes, en el mismo periódico, también se hablaba del miedo y se relacionaba tal cosa con la ausencia de democracia en muchos países en desarrollo. Decía un estupendo reportaje de Andrea Rizzi que las clases medias están multiplicándose y que, en cambio, no está sucediendo lo mismo con las democracias; que hay más burgueses que nunca pero que a éstos les importan menos sus libertades que sus comodidades. Una excelente foto de cómo están las cosas hoy en día.
Ambos textos enfocan la misma causa a partir de síntomas muy diferentes y, por eso, sugieren distintos tratamientos del mal en cuestión. Sin entrar a discutir las opiniones de Carlin sobre lo del clima y las cosas que dice de Al Gore -como si fuese Al Gore el que se inventó todo esto-, me tiene un poco perplejo que el mismo tío que ha escrito ese cojonudo libro, El factor humano, cuyo tema es la capacidad del hombre de generar cambios, venga a sostener en su texto de ayer que el escepticismo es la mejor receta para superar el miedo y, por tanto, para desenvolverse en estos tiempos. La duda es necesaria pero la duda como forma de vida lleva a la inacción y la inacción lleva al conformismo. Lo mismo que el miedo. Hay que dudar de todo pero luego hay que informarse, reflexionar y actuar en consecuencia. Eso es ser valiente.
Dicho de otro modo: no creerse nada o, mejor dicho, no hacer esos ejercicios de dudar, reflexionar y actuar, es una forma muy fácil pero también muy peligrosa de gestionar los miedos. De disimularlos. Es creerse intocable y convertirse en irresponsable. Como en esa cita tan socorrida de Martin Niemöller (que no de Brecht): «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, etc». No creerse nada es pensar que las cosas no van con uno, es ponerse las anteojeras. No creerse nada es lo contrario, aunque parezca que no, de dudar de todo.
Seguramente, esas clases medias de las que habla Andrea Rizzi en su reportaje no se quieran creer lo que hacen sus gobiernos dictatoriales, como no se lo quisieron creer las clases medias argentinas o chilenas en su momento. Ésa es su forma de protegerse del miedo a la verdad, que les llevaría a un conflicto ético, porque entonces sí deberían actuar. En nuestro caso, que lo de la democracia lo tenemos más o menos solucionado (muy de aquella manera, pero eso es otro tema), aplicamos esa forma de actuar a otros hechos. Lo del medio ambiente es un ejemplo. Digan lo que digan Carlin, Adams y otros, la forma en que el hombre utiliza los recursos naturales está provocando cambios negativos en el entorno. Podemos hacer que no nos enteramos o creer que porque unos emails dijesen nosequé es todo mentira o media verdad. O podemos actuar al respecto. Y cambiar las cosas.
No es imposible. Nelson Mandela logró un cambio improbable, consiguió reconciliar a un país dividido entre blancos y negros, verdugos y víctimas. Lo hizo sólo una persona, una persona que no tuvo miedo, que dudó, que analizó y que actuó. Lo sé porque se lo he leído a John Carlin.
Suena Tienes miedo, de TDK en versión de Desekilibrio (qué poquito de TDK hay en YouTube, qué pena).
Iba a escribir algo sobre el curioso hecho de que El País haya publicado en dos meses sendos reportajes a doble página y en la misma sección sobre eso que disfruta llamando «climagate» en los que los titulares («Incendio en la causa climática» y «Salvemos la libertad científica») causan demasiada desazón para lo poco que rascan luego los textos. Me iba a preguntar si sería casualidad o quizás un redactor jefe un poco negacionista o puede que despiste o tal vez que después de haber entrevistado en la contra a toda la población reclusa de Greenpeace en Copenhague sin hablar casi nada de cambio climático siga perfilando su innovadora postura sobre el tema. Pero todas esas preguntas sin respuesta se han visto interrumpidas por unas mucho más urgentes. ¿No estaré dando demasiado la lata con El País? ¿Podría alguien pensar que estoy obsesionado? ¿No estaré, también, muy pesado con lo del calentamiento global? ¿Podrá alguno elucubrar que paso calor excesivo? ¿A alguien le importan mis obsesiones calenturientas o las contradicciones del periódico global (con o sin calentamiento) en español? ¿No debería terminar de hacer cajas en vez de preguntarme gilipolleces?
Cuando El País acabe de entrevistar a todos los muchachos de Greenpeace que pasaron por la carcel con ventanas pequeñas en Conpenhague, ¿procederá a invitar a comer en la contra a los presos de conciencia de Estocolmo y luego seguirá con los comunes de Oslo para acabar con los kíes de Helsinki? ¿No sería más responsable con el asunto del cambio climático, y con su propia condición de medio de comunicación, informar diaria y tenazmente sobre amenazas al entorno como la cagada urbanística que se quiere hacer en El Palmar y el ruido contrario que están generando los ciudadanos? (Y esto es sólo un ejemplo, que hay miles más donde elegir).
Suena San Quentin, de Johnny Cash desde San Quintín.
La foto la he sacado de la página de Facebook que está canalizando la reacción al proyecto de hotelaco.