Queremos cambiar el mundo pero,
¿estamos dispuestos y somos capaces de cambiar nosotros?
A propósito de Somalia, Londres, el #15M, el neoliberalismo, la corrupción, la codicia, la tolerancia, la Naturaleza, los accidentes, la salud, la alimentación, las drogas, la familia, la pareja, los errores… Exigimos responsabilidades, y está muy bien, pero ¿somos conscientes de lo que somos responsables y capaces de aprender de ello? No me contesten ahora, háganlo… después de la visita del Papa.
Reconozco que no me importa mucho todo el jardín que está floreciendo dentro del PP pero creo que con todo el ruido de las podadoras mediáticas nos estamos perdiendo algo muy bonito. La belleza de las flores y el dolor de las espinas. El amor y el desamor. La vida misma. Poesía popular eres tú, partido:
Cuando yo estaba mal y sufría, pensaba en ti y me animaba, Mariano, eres mi ejemplo, mi escudo». Francisco Camps.
«La lealtad es la distancia más corta entre dos corazones. Cobo es leal a ti y al partido, Mariano». Alberto Ruiz Gallardón.
«Haced conmigo lo que queráis (…) No soy ningún valiente. Me da miedo lo que hacen, tengo miedo por mí y por mis hijos y por vuestros hijos». Manuel Cobo.
Cada vez que hay unas elecciones me suele tocar responder a la misma pregunta. Éstas ya han pasado y ya tuve mi ración de razones que dar a los que me preguntaron por qué no fui a votar. Una pena que haya descubierto tarde estas líneas de Vicente Verdú en su blog (va el texto entero, tal cual):
Si la opinión que tienen los europeos de los políticos (sondeo de mayo de 2009) es la de considerarlos el grupo social más corrupto ¿cómo escandalizarse que en las elecciones europeas de unos días después no acuda ni la mitad a votar? ¿Votar al corrupto, apoyar su previsible corrupción?
Votar, votar, votar a todo trance, dice la moral democrática, directamente vertida de la religión esquinada en el siglo de las Luces. Pero la religión, bajo otro aspecto, vuelve al mundo del poder. El voto es sagrado, el comicio es la comunión, la urna nuestra voluntad ciudadana, la papeleta nuestra legitimación individual.
Toda esta secuencia, heredada de los tiempos en que se debatía entre democracia y absolutismo, entre salvación y muerte, entre progreso y esclavitud, hace tiempo que funciona como un artefacto mostrenco.
La creciente mala calidad de los políticos se corresponde con la mala calidad de la democracia que ellos manipulan y deterioran. A la mala calidad de esos políticos no puede ofrecérseles nuestra cándida adhesión. Ni tampoco a la baja calidad de la democracia se le debe el culto a toda costa. Votar sin rechistar, votar religiosamente, es igual a aceptar ofuscadamente un sistema que ya ha demostrado de sobra su anacronismo, su ineficacia y su mofa de la población. Votar como se votaba en el siglo XIX cuando la mayor parte de la población era analfabeta y casi todos siervos coincidía con un progresivo ejercicio de afirmación de los derechos del nuevo ciudadano. Hoy, alfabetizados todos, liberados de oscurantismos, capaces de crítica y con más que justificadas aspiraciones a algo mejor, (auténtico y no simulado, eficaz y no ritual) votar y votar, sin más, es apoyar la reiteración del crimen, contribuir a la perdurabilidad de la justicia injusta, el abuso municipal, la demagogia electoralista, la incuria, la crónica endogamia de los equipos políticos que sin sorpresa volverán a mentir y a defraudar. Votar ¿otra vez a esta caterva?
¿No votar sería incumplir un deber ciudadano? ¿Cómo no advertir que ahora, cuando depositamos otra vez la papeleta (con tanta mansedumbre con tanta candidez, con tanta inercia irresponsable) volvemos a dar nuestro respaldo a esta degradada especie política, el grupo considerado popularmente, «electoralmente», como el más corrupto de la organización social?
Leo hoy en El País un artículo de Jorge M. Reverte y Agapito Ramos titulado Transparencia contra la corrupción. El texto contiene un análisis bastante certero de lo que pasa en la política (en España, pero no sólo) y, también, algunas propuestas tan de cajón que su ausencia en el debate supone otro descrédito para nuestra presunta democracia. Recomiendo su lectura completa pero dejo aquí un par de párrafos para hacer saliva.
Las listas electorales las hacen los partidos eligiendo, según el criterio del aparato, quiénes las componen. Los argumentos por los que se elige a unos y no a otros no suelen tener nada que ver ni con la representatividad social, ni con la formación, sino con el dedo de quien manda. Vemos de candidatos a alcaldes, diputados autonómicos, nacionales, a personas que es dudoso que pudiesen serlo si hubiesen tenido que ser elegidas democráticamente con criterios de mérito y capacidad. Porque se ha ido cambiando poco a poco el criterio racional y jurídico impuesto en casi toda la Europa democrática por el cual la legitimidad del elegido la da el electorado, y se va imponiendo el de que la legitimidad la da el partido que lo designa. Por lo que tanto la discusión interna como las diferencias ideológicas tienden a desaparecer. Todos acabamos diciendo amén a quien nos paga. O no diciendo nada durante años y apretando el botón del voto en el Parlamento cuando lo ordena el jefe del grupo.
Los partidos se van transformando en grandes empresas, donde conviene entrar y aprender a servir a quien corresponde para prosperar en su momento. Vemos cómo muchos militantes entran en las nóminas de los partidos (Juventudes Socialistas, Nuevas Generaciones, etcétera) desde jovencitos y a partir de ahí van trepando en el peor sentido de la palabra. Sin tener que estudiar ninguna carrera, ni aprender idiomas, ni saber recitar dos líneas sin leer una chuleta. Cuando la política se ha transformado en una profesión facilona, ejercida a través de los partidos, es muy duro marcharse, porque fuera de la política no se tiene oficio ni por tanto beneficio. Cualquiera que esté en esa situación mata por permanecer en el aparato».
A un servidor, al acabar de leer el artículo, se le ha venido a la cabeza una analogía. Y es que me parece que esto de la política es como la religión. Hay mucha gente que se dice creyente pero no practicante. Son muchas las personas que confiesan creer en Dios, el que sea, pero no en la Iglesia que lo administra. Del mismo modo, cada vez son más los que dan testimonio de su fe en la democracia pero que proclaman su absoluta desconfianza en los partidos políticos que se han apropiado de ella. El hecho de que vayan a misa cada cuatro años no significa más que no tienen otra manera de participar en su fe. Además, cada vez son más los que comulgan con la abstención. La democracia está perdiendo fieles y las noticias que leemos cada día sobre las cosas que hacen y no hacen sus apóstoles en estos tiempos de cambio no ayudan a convencer a los creyentes.
Pero hay soluciones para que esa gente recupere su fe. Reverte y Ramos dan tres: listas abiertas, limitación de mandatos, cuentas claras. Otra vez la evidencia de las cosas. Tan evidente, que ningún partido lo propondrá jamás en su programa. ¿Entonces? Entonces tendrá que proponerlo la gente. Tendremos que proponerlo nosotros. A diferencia de la religión, en democracia se supone que dios es el pueblo. Esa fe que nos están robando es la fe en nosotros mismos. Tenemos que recuperarla. Si nuestra fe no cabe en sus urnas, debemos cambiar de urnas.
Eduardo Medina Mora es el Procurador General de la República Mexicana. El hombre del que depende la lucha contra el narco, «una especie de fiscal general del Estado pero con mando en la policía federal», como escribía el otro día Pablo Ordaz en El País. El reciente corresponsal en la patria del Chapulín Colorado del periódico en cuestión entrevistaba al señor Medina Mora. Y el señor Medina Mora respondía algunas cosas la mar de curiosas. Por ejemplo, le preguntaba el periodista cómo pretendía hacer la Operación Limpieza de los mandos policiales corruptos y el blindaje de las instituciones. Ojo a la respuesta:
Los computadores no deben tener USB o grabadores de discos compactos. No puede haber impresoras en papel y además hay que establecer alarmas de tal suerte que esta información no se disemine con la facilidad que nos hemos dado cuenta ahora que se hacía».
También podría imponer un canon por si los aparatos se usan para fines chungos, un poco al estilo de lo que se hace aquí gracias a la SGAE. O incomunicar a los currantes de la policía y los ministerios y montar un reality para pillar fondos que sirvan para luchar contra los carteles. En fin.
No es lo único poco comprensible que contestaba el procurador. Decía que «los niveles de violencia en el país comparado con otros países no son tan desfavorables». Y un punto y seguido después, añadía: «Hemos tenido este año un incremento muy significativo de los homicidios dolosos atribuibles a la delincuencia organizada, y que se potencia por la cobertura que los medios hacen». Medina Mora está convencido de que buena parte de culpa de la sensación de narcoguerra la tiene la prensa. Puede ser. Lo mismo que en España nos aburrimos de escuchar noticias de política, en México se estila la nota roja, los sucesos. Pero los que están siendo detenidos son los mandos policiales infiltrados, no los periodistas. Para esto también tenía respuesta Medina Mora: «El hecho de poder eliminar a estas personas no destruye a la institución. Son infiltrados, pero no hay colapso institucional en absoluto (…) Cuando los ciudadanos miran que se afronta el problema, lo aplauden».
Recuerdo que la primera vez que fui al DF, hace ya la tira de años, venía de Puerto Vallarta de tener una bonita experiencia que mezclaba drogas y mordidas con un par de policías (igual otro día lo cuento). Y nada más aterrizar en la capital, yendo a tomar unos tequilas a Garibaldi en un coche conducido por Aleka, la mejor anfitriona, escuchaba una conversación sobre un conocido secuestrado del que había llegado una oreja por correo. Los mismos que hablaban de eso en el carro me dijeron al pasar delante de un enorme edificio gris: «Pedro, ése es el lugar más peligroso de México». ¿Qué es?, pregunté. «La comisaría de la Policía Judicial». No estoy ahora en México (snif), pero me da la sensación de que su opinión no ha cambiado.