Mientras seguimos gastando titulares en los coches que se regalan unos a otros, hay noticias que pasan desapercibidas y que deberían estar en primera página. Dicen las estimaciones publicadas ayer que la población mundial crecerá un 50% en la primera mitad de siglo. Éramos pocos y parió la ONU. En 2050 seremos más de 9.000 millones. Teniendo en cuenta que, ahora que somos unos 6.500 millones, ya estamos más que apretados y eso pone en duda nuestra supervivencia, va a estar curioso lo que viene. Nos preocupa el medio ambiente, nos preocupa la energía, nos preocupa el consumo, nos preocupa la economía. Hacemos bien en estar preocupados. Pero, ¿no deberíamos ocuparnos también de este asuntillo? ¿Acaso no tiene que ver con todo lo anterior y con muchas más cosas? ¿Alguien, persona, animal, cosa o líder, ha dicho algo últimamente al respecto? De momento, estas preguntas parecen ser retóricas. No deberían. El tiempo pasa.
La noticia tiene seis días, una eternidad, pero ha pasado un pelín desapercibida: los directivos del diario 20 Minutos se han bajado un 10 % el sueldo. Como ya se ha dicho por aquí, el sector editorial está desmoronándose. Hay E.R.E. en Zeta y en ABC, cierra Metro, El País y El Mundo no están para muchas alegrías, Hachette quería hacer firmar a sus empleados un acuerdo por el que se compromete a no echar a nadie más a cambio de no subir los sueldos (¿?)… La cosa, incluso, se extiende a los digitales, ADN.es in memoriam. La tendencia, dentro de la gran tendencia (la recesión y la crisis del medio como tal), es cerrar. No somos rentables ergo echamos gente. Perdemos mucha pasta ergo cerramos. Estupendo.
Digo yo que uno cuando monta una empresa lo hace porque cree en ello. Porque se compromete a hacerlo. Digo yo que si uno se mete en el lío de contratar a una pila de gente y a sacar adelante una proyecto lo hace con convencimiento y con la idea de seguir adelante a pesar de los pesares. También, sigo diciendo yo, la recesión ésta nos afecta a todos pero se ceba más en los que cobran menos y los periodistas de batalla no solemos estar entre los muy bien asalariados. Y, por último, digo yo que si hay una posibilidad de que esto cambie pasa porque los grandes sueldos y los grandes beneficios se bajen un poquito y no por anular los de los que no cobraban casi (y con esto no digo que los directivos de 20 Minutos ganasen un pastón).
Lo que quiero decir con todo esto que digo es que la bajada de sueldo de los capos de 20 Minutos me parece, si no una buena noticia, una noticia decente. Que no es poco. Demuestra que están dispuestos a luchar por lo que creen, que no se van a rendir ante las circunstancias y que van a asumir su parte para que no la tengan que asumir toda los empleados (que ya la han asumido, ojo: ha habido despidos a cascoporro). Hay que pelear. Hay que lanzar ese mensaje.
Ayer murieron casi doscientas ballenas varadas en una playa de Australia. El domingo hubo elecciones en Galicia y el País Vasco. ¿Qué relación tiene un hecho con otro? Alguna. No se trata de un producto del famoso efecto mariposa ni de que Garzón vaya a imputar a Rajoy por ballenicidio. Parece que las ballenas encontraron su muerte siguiendo a un líder enfermo y desorientado. Votar a un político viene a ser más o menos eso mismo. Seguir a un líder desorientado y enfermo de su propia medicina: la política profesional.
Estamos viviendo uno de los periodos más importantes de la historia reciente del mundo. Un momento en que esta civilización tiene que decidir hacia dónde debe ir sin que haya una amenaza evidente que le empuje hacia algún lado. Es tiempo, pues, para que la gente que va delante se ponga la pila y ejerza un liderazgo. O sea, es hora de que haga su trabajo. Y es obvio que no lo está haciendo. Los presidentes, los ministros, la oposición, los sindicatos, la patronal, los que se supone que mandan están bloqueados por la responsabilidad y la inexperiencia, atontados con su retórica pobre, encallados en discusiones sobre la nada absoluta. Puede que nuestros líderes, además, estén desorientados por el sónar de un gran buque, como esas pobres ballenas muertas al otro lado del globo. Ese enorme carguero llamado Capitalismo.
Nadamos hacia una playa llena de arena y barro donde ahogarnos, en cualquier caso. Pongo un ejemplo concreto. Dicen los periódicos que las elecciones en el País Vasco han sido un vuelco a todo lo anterior. Lo dicen porque los partidos no nacionalistas han sacado más votos que los otros y porque Patxi López puede atreverse a formar Gobierno y romper así la hegemonía del PNV. ¿Qué vuelco es ése? Ninguno. El conflicto se alimenta de ese debate político que conduce a la inacción. Son muchos años conviviendo con la misma historia y nada ha cambiado. La solución no la tiene el PSE como tampoco la tiene el PNV porque ambos partidos viven del problema. La solución está en el fin de las palabras vacías y el principio de la acción. Las ballenas deberían desviarse de sus líderes y tomar sus propias decisiones. Los cetáceos tendrían que enfrentarse ellos mismos a los asuntos que los tienen dando vueltas por su pequeño océano. No parece tan difícil. Ya hay uno que lo ha hecho en Lazkao. Se llama Emiliio Gutiérrez y llevaba un mazo. Ojalá sus colegas de cardumen en el País Vasco sigan su ejemplo y se planten a cara descubierta ante su conflicto. Ojalá todos hagamos lo mismo con los nuestro. Hace falta valor, sí. ¿Y?
Ha llegado el momento de que la dirección de empresas también adopte su propio código deontológico (un ‘juramento hipocrático empresarial’) que defina los derechos y responsabilidades del diretivo de cara a la sociedad».
Ayer, Enrique Gil Calvo publicaba en El País un estupendo artículo comparando el destino del capitalismo liberal al de la cultura de los moais en la isla de Pascua. Se puede leer completo pinchando en esta frase pero aquí queda el último párrafo.
Confiemos en que la memoria histórica nos enseñe a evitar lo peor y nos permita aprender a buscar otra salida menos autodestructiva. ¿Cuál podría ser ésta? Queda una cuarta posibilidad, al menos teórica por improbable que sea, y es la de convertir la actual crisis de los mercados en una verdadera crisis del sistema, eventualmente capaz de dar a luz un nuevo modelo de sociedad. Una sociedad sostenible y ya no basada en el depredador capitalismo neoliberal, que de ciclo a ciclo y de burbuja en burbuja está conduciendo al planeta a un inminente colapso como el de la isla de Pascua, ahora masivamente amplificado a escala global».
Porque me parece brillante, porque creo que puede interesar y porque hoy no tengo mucho más que decir, copiopego un comentario de mi amiga Aleka a la entrada de hace unos días llamada Manos a la obra. Así da gusto tener un blog.
Estoy contigo, quizá sería interesante que las personas que no tienen ni idea de la economía ni del dinero se pusieran (o nos pusiéramos, me incluyo, ya que no tengo el don) a pensar y a diseñar nuevos modelos… Porque está claro que los que se supone que saben no saben hacerlo.
¿Por qué no nos preguntan a las mujeres? Ya que nunca en la Historia se nos ha pedido nuestra opinión y, sin embargo, gestionamos las economías domesticas, parece ser que con resultados no tan malos… Eso sí, no a las ministras, ¿eh?, si no a las normalitas. Ya hay ejemplos, como la banca de todos en India y ciertas comunidades de mujeres en África, que pertenecen al womanism. Pero no digo que sólo a nosotras, igual habría que preguntarles tambien a los niños y a los viejitos, que tampoco cuentan, a los inmigrantes y a las putas… En fin, igual nos sorprendemos del sentido común que puede haber detras de aquéllos que que no cuentan.
‘Tú que no cuentas… cuéntanos qué hacer'».
Hay un momento crítico en la vida de una persona. Ése en que te das cuenta por fin de que los padres no siempre tienen razón, de que se equivocan, de que incluso no saben por dónde sopla el aire en según que situaciones. Es un momento importante, digo, pero no necesariamente malo. Es un momento de crecimiento, de asumir responsabilidades, de entender de qué va la cosa de la vida. Bueno, pues hoy, leyendo sobre la dificultad para adaptarse a lo que está llegando de Rupert Murdoch y de la Prensa en general, me ha venido a la mente ese momento. Hasta ahora, daba la sensación de que las empresas, las grandes corporaciones, no se equivocaban nunca, tenían siempre su razón y lograban adaptar la realidad a sus deseos. Pero se está empezando a ver que no es así. Los grandes imperios empresariales parecen pero que muy despistados y no tienen ni remota idea sobre qué hacer para no perder su posición. De hecho, da la sensación de que cada vez tienen menos poder. Quizás ya ni siquiera manden. Así pues, puede que sea momento de que crezcamos, de que asumamos responsabilidades. De que tomemos el mando.
Hay dos maneras, o eso parece, de ver lo que ha sucedido estos días con Facebook. Resumen (para los que hayan sufrido una desconexión): la red social de más éxito en el mundo cambia sus condiciones de registro y decide quedarse con todo el material que cada usuario sube, incluso después de que éste se haya dado de baja, y también se queda con el derecho a usarlo como le venga en gana. Se crea, entonces, un movimiento en contra de tal decisión en la Red y Facebook recula y decide decir digo donde dijo Diego. Para unos (El País) es el triunfo de los usuarios sobre la empresa. Para otros (233grados.com), es la lección de una empresa grande que sabe escuchar a sus clientes. Para mí es algo más. Es un ejemplo de lo que debería ser normal y, por desgracia, aún no lo es. No es raro que una empresa se equivoque y haga algo que perjudique a sus clientes. Lo que es menos habitual es que éstos reaccionen y ejerciten su responsabilidad como consumidores protestando. Y aún menos habitual es que la empresa escuche esas protestas y se mueva con presteza para recapacitar. Es el triunfo de la razón. De momento ha sido sólo en las redes sociales. Espero que pronto sea en el resto.
Hasta ahora era un secreto difundido a voces entre los concienciados y los conectados. Quizás desde que el otro día el semanario The Economist le dedicó unas líneas la cosa empiece a salir a flote como una ballena a la que todos quieren ver. TED, siglas de Tecnología, Entretenimiento, Diseño, nació en 1984 como una conferencia anual sobre esos asuntos. Y eso es lo que sigue siendo. Pero, como la evolución es cosa de inteligentes, se ha implantado en Internet. TED.com cuelga, bajo licencia Creative Commons, las charlas bajo el lema «Ideas que merece la pena difundir». Las ideas en cuestión son las de gente de mucho postín, desde Al Gore hasta Jane Goodall, pasando por J. J. Abrams o Richard Dawkins, y van mucho más allá de las siglas que dan nombre al asunto.
El problema es que a veces las ideas se quedan en sus efectos gaseosos. Mejor dicho, los que deberían encargarse de transmitir las ideas sólo se fijan en lo superficial. Pasa un poco con el artículo de Economist, que le encuentra casi toda la gracia al asunto a que después de la conferencia de Bill Gates sobre la malaria (y la educación) le siguiese una charla de Cindy Gallop sobre el cambio de hábitos sexuales por culpa del (ab)uso del porno por Internet. Pasó parecido, de hecho, en todos los informativos y periódicos, que hablaron de cómo Gates asustó a los asistentes abriendo un bote con mosquitos portadores de la malaria. Lo de Gates fue sólo un fuego de artificio destinado a captar la atención de los asistentes y los internetvidentes, un poco al estilo de los chistes que hacen los conferenciantes americanos para romper el hielo. Lo importante debía ser el discurso que vino detrás de esos mosquitos inexistente. Pero eso no fue noticia.
Puede que las charlas de TED no aporten gran cosa al cambio (necesario) de todo esto. O puede que sí. En cualquier caso, es sólo un ejemplo. Lo que es seguro es que nada va a cambiar mientras nos sigamos fijando en los chistes y en las anécdotas. Lo que está claro es que las ideas están cada vez más lejos de los titulares y, por tanto, del debate. Y un debate sin ideas es como un concierto sin música.
Aprovecho y cuelgo la conferencia de Bill Gates por si alguien está interesado y sabe inglés.
La foto de esos teddy boys ingleses que ilustra todo esto tiene sentido por el titular de The Economist, «The Teddy boys’ picnic», o sea, el pícnic de los Teddy boys.