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SWITZERLAND/

Rajendra Pachauri, economista y premio Nobel indio, es uno de los defensores del oxímoron AlGorero: el desarrollo sotenible. Y hoy publica El País una entrevista la mar de interesante con él en la que la primera pregunta es, justo, «¿qué significa para usted desarrollo sostenible?». La verdad es que el hombre no acierta a definirlo y se va por los cerros de Puna pero dice cosas que merecen ser reproducidas.

No se puede mantener un sistema que sólo piensa en los ricos. Finalmente, es necesario volver a las esencias de India, donde todo se reutilizaba, y crear una nueva filosofía que ponga fin al derroche, tanto de los recursos naturales como de la energía».

El reto es usar la tecnología y los precios, al tiempo que modificamos el estilo de vida. Ya hemos abusado demasiado de la naturaleza».

No a las duchas de media hora; no a los desorbitados aires acondicionados y calefacción; no a desaprovechar la luz solar; no al uso continuo del coche. Éstas son acciones individuales o en familia. A nivel industrial, también existe un gran derroche que hay que cortar. No es cuestión de renunciar a la buena vida sino de valorar y respetar la naturaleza y de compartir con otros seres humanos los recursos más básicos».

No es tarde para evitar la hecatombe. Soy optimista, pero tenemos muy poco tiempo para actuar».

Si no hacemos nada para frenar el cambio climático, los más pobres, que serán los más damnificados, no perdonarán a los países ricos. Habrá convulsiones y guerras porque se agravará la lucha por los recursos naturales, incluidos los del Ártico».

Los escépticos del cambio climático deberían mudarse a otro planeta».

No sé. A mí me da la sensación de que tipos como éste dicen las verdades a medias, precisamente para que no resulten muy incómodas. Y el tío es posible que defienda de boquilla lo del desarrollo sostenible pero lo que yo leo entre líneas en sus palabras es que hay que parar ya. Claro que, seguramente, si dijera eso no le invitaban a dar conferencias ni le hacían entrevistas en El País. Pero una cosa es lo que Pachauri diga y otra lo que el mundo necesite oír, ¿verdad tío Neil?

B.S.O. Neil Young, The Restless Consumer.

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· El arte todavía respira en algún lado. En Rusia han dado 40.000 euros y un premio (Kandinsky) a un tal Alexéi Beláyev-Gintov y se ha armado una gorda porque parece que el tío y su obra defienden ideas patrióticas y tradicionalistas. La cosa ha provocado manifestaciones, críticas furiosas y erupciones volcánicas. Al leer la noticia el sábado en El País, pensé en la posibilidad de una situación así por aquí y en seguida pensé en otra cosa.

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· Los gringos (algunos)son más tolerantes de lo que pensamos (y de lo que pensamos de nosotros mismos). Viendo por fin ese inmenso documental de 2005, The Devil and Daniel Johnston, asistí a una escena que también se me antojó imposible por aquí. El cantautor tarado y genial, ya presa de sus delirios psicóticos, viaja a Nueva York invitado por los reyes del indie, Sonic Youth, y da unos recitales pequeños ante lo muy muy y lo más más de la escena alternativa de la ciudad. Y el tío se dedica, además de a tocar sus imposibles canciones, a pontificar sobre satán y dar fe de su religiosidad. Y los asistentes, poco probablemente religiosos, no silban ni tosen ni se cabrean. Se limitan a callar y a escuchar. Seguro que sería lo mismo en Madrid. Sí. Sí.

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· Cada vez estamos más cerca de que las pescaderías tengan sólo medusa, pero lo que nos alegramos. Así se entiende al leer las noticias, pocas y pequeñitas, por cierto, sobre el reparto de cuotas de pesca decidido en Bruselas. «España podrá pescar 2.000 toneladas más en 2009», es el titular de El País. Yuhu. Al verlo me acuerdo de que a Daniel Johnston le detuvieron e Nueva York después del recital mencionado antes por pintar pececitos cristianos en la Estatua de la Libertad. Igual no tiene nada que ver o lo mismo es una metáfora que te cagas.

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Desayuno con una mala noticia. Ha muerto Francisco Casavella. Ha muerto más que un Premio Nadal, como dicen los obituarios de turno. Ha muerto uno de los pocos de por aquí que escribía algo que me interesaba. No puedo tirarme el rollo: yo no conocía a Casavella. Pero, durante un tiempo, estuve cerca de él. Fue hace muchos años en una galaxia muy lejana. Fue en La Luna de El Mundo que llevaba Bellver. Francisco Casavella tenía una columna al final de la revistilla y yo me dedicaba a mis reportajes sobre música y alrededores. Y la verdad es que me hacía ilusión pensar que compartíamos papel y que igual un viernes cualquiera el tío se había leído alguno de mis textos lo mismo que yo me tragaba sin masticar todas sus columnas. Sigo sin poder tirarme el rollo: no me he leído todos sus libros. Pero recuerdo que me leí de una sentada Los juegos feroces, la primera parte de la trilogía El día del Watusi y, de hecho, fue el primer libro que regalé a mi hermana Paloma. Ella es la que lee de verdad en la familia y yo tardé ventimuchos años en encontrar un tío distinto y bueno que le pudiese descubrir. Fue Casavella. Luego, seguí leyéndole en tabloide y en tapa dura, aunque confieso que últimamente me aburría más lo que escribía en El País. Me parecía más divertido cuando se dedicaba a hacer de cronista de las culturas juveniles que cuando se metió en el rollo cultureta de los suplementos literarios. En cualquier caso, le voy a echar de menos.

Ah, para el que le interese, sus columnas para la Luna se pueden encontrar pinchando por aquí (mis textos creo que no, porque yo pise la luna casi cuando Al Gore estaba inventando Internet).

B.S.O. Joe Bataan, Rap-O, Clap-O.

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Eduardo Medina Mora es el Procurador General de la República Mexicana. El hombre del que depende la lucha contra el narco, «una especie de fiscal general del Estado pero con mando en la policía federal», como escribía el otro día Pablo Ordaz en El País. El reciente corresponsal en la patria del Chapulín Colorado del periódico en cuestión entrevistaba al señor Medina Mora. Y el señor Medina Mora respondía algunas cosas la mar de curiosas. Por ejemplo, le preguntaba el periodista cómo pretendía hacer la Operación Limpieza de los mandos policiales corruptos y el blindaje de las instituciones. Ojo a la respuesta:

Los computadores no deben tener USB o grabadores de discos compactos. No puede haber impresoras en papel y además hay que establecer alarmas de tal suerte que esta información no se disemine con la facilidad que nos hemos dado cuenta ahora que se hacía».

También podría imponer un canon por si los aparatos se usan para fines chungos, un poco al estilo de lo que se hace aquí gracias a la SGAE. O incomunicar a los currantes de la policía y los ministerios y montar un reality para pillar fondos que sirvan para luchar contra los carteles. En fin.

No es lo único poco comprensible que contestaba el procurador. Decía que «los niveles de violencia en el país comparado con otros países no son tan desfavorables». Y un punto y seguido después, añadía: «Hemos tenido este año un incremento muy significativo de los homicidios dolosos atribuibles a la delincuencia organizada, y que se potencia por la cobertura que los medios hacen». Medina Mora está convencido de que buena parte de culpa de la sensación de narcoguerra la tiene la prensa. Puede ser. Lo mismo que en España nos aburrimos de escuchar noticias de política, en México se estila la nota roja, los sucesos. Pero los que están siendo detenidos son los mandos policiales infiltrados, no los periodistas. Para esto también tenía respuesta Medina Mora: «El hecho de poder eliminar a estas personas no destruye a la institución. Son infiltrados, pero no hay colapso institucional en absoluto (…) Cuando los ciudadanos miran que se afronta el problema, lo aplauden».

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Recuerdo que la primera vez que fui al DF, hace ya la tira de años, venía de Puerto Vallarta de tener una bonita experiencia que mezclaba drogas y mordidas con un par de policías (igual otro día lo cuento). Y nada más aterrizar en la capital, yendo a tomar unos tequilas a Garibaldi en un coche conducido por Aleka, la mejor anfitriona, escuchaba una conversación sobre un conocido secuestrado del que había llegado una oreja por correo. Los mismos que hablaban de eso en el carro me dijeron al pasar delante de un enorme edificio gris: «Pedro, ése es el lugar más peligroso de México». ¿Qué es?, pregunté. «La comisaría de la Policía Judicial». No estoy ahora en México (snif), pero me da la sensación de que su opinión no ha cambiado.

BSO: Los inquietos del norte, La gripa.

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coelho

Hace poco (re)conocíamos aquí la chanante biografía de Alexis de Vilar, el tío que dice que Woody Allen le ha copiado para hacer Vicky Cristina Barcelona. Sus hechos son como para auparlo a patrón pirulero del buenrollismo. Pero, ojo, que al bueno de Alexis le ha salido un demonio de tamaño XL y procedencia sorpresa. Por lo que dice su biografía recién editada, Paulo Coelho es (vale, ha sido) más malo que Belcebú con almorranas. Paso a citar lo que saca El País sobre el asunto. Y aviso que lo que se puede leer a continuación puede abrirle a uno las puertas del infierno. Vamos, que a Paulo sólo le ha faltado confesar que no reciclaba papel ni vidrio para salir malparado en el libro de la Reina.

La vida de Coelho ha sido un blanco o negro, un yin y yan constante: nació casi muerto por problemas con el líquido amniótico y sus heces; de pequeño organizó sectas secretas; fue un desastre total como estudiante; atropelló casi mortalmente con un coche que llevaba sin carnet a un joven y se dio a la fuga; ese episodio acabó deteriorando aún más las relaciones con sus padres, que le encerraron en un manicomio que visitó tres veces en su juventud y donde fue tratado con electroshock. Antes, había intentado sucidarse con gas. Y para calmar al que llamaba «el ángel de la muerte», por no haber cumplido, degolló una cabra de un vecino en un particular rito.

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El descenso al infierno fue vertiginoso: apagó un cigarrillo en la pierna de una de sus múltiples, simultáneas y bellas novias para comprobar si le quería; a otra, bajo la tesis de «la cura por desesperación», le alentó su intento de suicidarse porque finalmente, dice, sabía que no lo acabaría cumpliendo… Época de teatrero sin fortuna, de hippy, de asiduo a todas las drogas posibles y de practicante homosexual para descartar inclinaciones. Y en su enésima desesperación vital se apuntó a la magia y se convirtió en fiel seguidor de los mandatos de Aleister Crowley y del satanismo, hasta el extremo de tener un joven esclavo».

Uf. Miedomedá.

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Bárbara Celis es neoyorquina de Madrí. Y periodista. Escribe para El País. Y ahora también en un blog muy recomendable, como todo lo que hace. Recomendado queda:

www.cronicasbarbaras.com

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Buscando beneficios desesperadamente

Sobre Google y el Príncipe de Asturias, hoy escribe Enric González en El País:

Google es una empresa privada y tiene todo el derecho a pactar con las autoridades chinas. Sus dirigentes no sólo han puesto a disposición del usuario (fuera de China) una portentosa tecnología: además, han sabido explotarla comercialmente. Googleando un poco, encuentro que Google ganó el año pasado 4.203 millones de dólares. ¿No basta con ese premio? ¿Necesitan también un reconocimiento a su labor humanística?»

Y no puedo evitar citar otro párrafo de su columna:

Soy uno de esos rojos trasnochados que no acaban de entusiasmarse con la jornada laboral de 65 horas. Tampoco me parece que deban socializarse las pérdidas de los empresarios, si no se socializan sus beneficios. Estoy fuera de onda, claramente».

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Ésta es la entrevista completa con Wu Ming 1 con motivo de la publicación en España de su novela New Thing, de la que ya he hablado aquí. Es, pues, el todo de una parte que escribí para El País del 2 de junio. El colectivo de escritores y activistas italianos Wu Ming ha publicado en español 54 y Q (bueno, ésta bajo el nombre de Luther Blisset). Dos novelas muy majas (ambas en Modadori). Como New Thing (de Acuarela Libros).

Los chicos de Wu Ming no tienen cara, ni dura ni de la otra

Normalmente, el activismo de Wu Ming no se refleja en la forma narrativa de sus libros, pero el tuyo tiene una estructura diferente, más “revolucionaria”. ¿Por qué?

La verdad es que todas nuestras novelas están escritas en una prosa altamente experimental. Las cinco novelas que hemos escrito los miembros individuales son todavía más extremas pero las colectivas, como Q, 54 o Manituana, son el resultado de muchas pequeñas intervenciones para secuestrar el lenguaje y usar todas y cada una de las palabras de una forma poco convencional. Desgraciadamente, mucho de este esfuerzo se pierde en la traducción. 54 estaba muy fraccionada y era muy polisémica, pero la primera traducción al español homogeneizó los estilos e hizo el libro más plano. Creo que esto ocurre cuando nuestros libros se confunden y se entienden como ficción. No lo son. Nuestros libros son parte de un complejo cuerpo de trabajo realizado por varios autores italianos durante los últimos 15 años, algo que hace tiempo propusimos calificar como “nueva épica italiana”. Es un tipo de literatura que quiere ser tan popular como experimental.

New Thing retrata un momento histórico, finales de los 60, en que la música y la cultura juvenil en general todavía resultaban peligrosas para el sistema. ¿Crees que ahora ocurre algo similar?

No, no hay nada como eso hoy en día. La producción de subjetividad rebelde sigue otros caminos completamente diferentes, la contracultura es distinta, Internet ha cambiado la naturaleza del juego. Eso sí, la forma en que la gente escucha y accede a la música puede ser un grano en el culo para las corporaciones, como hemos visto en estos años, ya sabes, las infracciones al copyright y eso.

¿Cómo puede un italiano controlar tanto de cultura negra? ¿No serás un italiano negro?

No, no lo soy. Pero el libro es también una alegoría de la represión de los movimientos sociales en los 70 en Italia. Lo que pasó a los Black Panthers también pasó a miles de militantes radicales italianos. Programas secretos como el Cointelpro del FBI eran el pan de cada día en Italia. Y, desgraciadamente, aún lo son. Lo mismo que en España. Europa no es tan diferente. En el libro, estoy describiendo América, pero estoy hablando de casa.

Quizás todos somos negros, como señalas de alguna manera en tus ensayos sobre la negritud del punk. ¿Es negra la cultura popular, nos guste o no?

La cultura popular de hoy no habría sido posible sin la esclavitud ni la diáspora africana. No hablo sólo de jazz, rock, reggae, ska, blues, samba, salsa y merengue. Hablo de toda la cultura popular: música, cine, literatura. El mundo sería extremamente diferente sin la contribución africana. Nuestra imaginación colectiva debe mucho a esos esclavos negros, lo cual es doloros de pensar. Estamos comerciando sobre un gran cementerio de esqueletos con cadenas atadas a sus tobillos.

La escena del free jazz que retratas en el New Thing es muy diferente del hip hop de hoy, con champán corriendo como si fuese agua. ¿Qué ha pasado?

Si no recuerdo mal, fue un tipo llamado Karl Marx el que dijo que, cuando la revolución se retrasa, toda la mierda empieza de nuevo. A veces, el hip hop comercial puede parecer agresivo y rebelde, pero en realidad es narcótico. Representa el triunfo de esos negros sumisos que Malcolm X llamaba negros domésticos (house negroes).

La entrevista completa se lee dándole aquí. Muy recomendable.

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