Desayuno con una mala noticia. Ha muerto Francisco Casavella. Ha muerto más que un Premio Nadal, como dicen los obituarios de turno. Ha muerto uno de los pocos de por aquí que escribía algo que me interesaba. No puedo tirarme el rollo: yo no conocía a Casavella. Pero, durante un tiempo, estuve cerca de él. Fue hace muchos años en una galaxia muy lejana. Fue en La Luna de El Mundo que llevaba Bellver. Francisco Casavella tenía una columna al final de la revistilla y yo me dedicaba a mis reportajes sobre música y alrededores. Y la verdad es que me hacía ilusión pensar que compartíamos papel y que igual un viernes cualquiera el tío se había leído alguno de mis textos lo mismo que yo me tragaba sin masticar todas sus columnas. Sigo sin poder tirarme el rollo: no me he leído todos sus libros. Pero recuerdo que me leí de una sentada Los juegos feroces, la primera parte de la trilogía El día del Watusi y, de hecho, fue el primer libro que regalé a mi hermana Paloma. Ella es la que lee de verdad en la familia y yo tardé ventimuchos años en encontrar un tío distinto y bueno que le pudiese descubrir. Fue Casavella. Luego, seguí leyéndole en tabloide y en tapa dura, aunque confieso que últimamente me aburría más lo que escribía en El País. Me parecía más divertido cuando se dedicaba a hacer de cronista de las culturas juveniles que cuando se metió en el rollo cultureta de los suplementos literarios. En cualquier caso, le voy a echar de menos.
Ah, para el que le interese, sus columnas para la Luna se pueden encontrar pinchando por aquí (mis textos creo que no, porque yo pise la luna casi cuando Al Gore estaba inventando Internet).
B.S.O. Joe Bataan, Rap-O, Clap-O.
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