Hoy hace una semana que se anunció que el planeta entraba en déficit de recursos, o sea, que nos hemos pulido los recursos de 2011 en nueve meses y el resto, desde lo que gasto de luz para escribir esto hasta todo el papel que se desperdiciará en la campaña para el 20N, es fiado. La noticia, que salió en todas partes para que todos nos la pasásemos convenientemente por el forro, contenía detalles de interés. Por ejemplo, que España consume 3,35 veces por encima de su capacidad y que, a nuestro ritmo y con nuestros recursos, habríamos terminado con la despensa el 19 de abril. Un poquito después de Estados Unidos y al mismo ritmo que todos los países de este lado del desarrollo.
O sea, que los que nos declaramos como civilizados nos estamos comiendo la tarta de todos los demás. Y, sin embargo, no les dejamos participar de nuestra fiesta. Vivimos como vivimos porque gastamos sin freno los recursos de gente que no tiene para vivir porque hemos frenado su desarrollo. Y cuando esa gente viene a vivir para currar aquí, no les dejamos. Leyes de inmigración, detenciones, deportaciones, discriminación…. Todo eso que parece que sólo hacen los demás, los poderes, los políticos, las empresas. Todo eso que hacemos todos. Nos cruzamos con un nigeriano, un paki o un bolita y pensamos cualquier estupidez, desde que vienen a quitarnos el trabajo hasta que deberían vestir como nosotros, cuando lo único cierto es que nos estamos tragando su parte del mundo. Vamos, como si el vecino viene cada día a saquearnos la nevera y vamos nosotros a ver si nos da de comer algo a cambio de poner la mesa, hacer la comida o fregar los platos y nos echa diciendo que necesitamos un visado y que nos afeitemos el bigote. Vamos, que seguimos somos una gente muy maja. Hala, a seguir bien.
La respuesta a esta pregunta puede ser la solución a nuestros problemas. Al menos, una de las soluciones. Creo que la mayoría tenemos muy clara la opción. La opción b, ¿no? Pero hay una minoría que prefiere mantener el sistema financiero como se ha quedado después de mil y una desregulaciones, que elige la acumulación de riqueza a través de la especulación, que pretende aumentar sus beneficios a costa del futuro de los demás. No hace falta preguntar. Es esa minoría que se hace cada vez más rica mientras los demás nos hacemos cada vez más pobres, como señala el cuadro del New York Times (haz click si quieres verlo más grande) que ilustra esta entrada y que también muestra cómo el currito medio ha aumentado su esfuerzo una barbaridad mientras su renta se ha quedado igual, peor puesto que el coste de la vida ha subido otra burrada. Y todo desde que, en los 80, Reagan y Thatcher decidieran dar toda la libertad de acción a esa minoría. Es la minoría que controla las primas de riesgo, los mercados y todo ese berenjenal obsesionado con la codicia imparable y el crecimiento imposible del que hablaba ayer. Es la minoría que gobierna y no son políticos. Son los que mandan. Hasta que ellos no se decidan por la vida, el futuro es una mierda pinchada en un palo. Que alguien se lo explique, por favor.
Pueden reformar la Constitución y limitar el techo del déficit, recortar el gasto público, hacer reformas laborales, bajar el IVA de los pisos y hasta, como dice Obama que va a hacer, poner en un brete a los bancos. Nos va a dar igual. Todas estas decisiones, en España y en el resto del mundo antes conocido como civilizado, están encaminadas a seguir a lo que vamos, que es el crecimiento. A lo que vamos pero no llegamos. El otro día Lagarde, la del FMI, decía que había que ir pensando en volver a inyectar pasta a las entidades bancarias porque volvíamos a corer peligro de recesión. Acabo de leer en Time que en EE UU no se ha creado nada de empleo en agosto y que la recesión está al caer. Pues claro.
Es que el estado natural de este mundo es la recesión. No el de ahora, el de hace bastantes años. Pensemos en el crecimiento reciente. En el español, por ejemplo. España iba muy bien, como decía aquél, de cine. Efectivamente, pura ficción. Nuestro milagro económico estaba basado en una burbuja inmobiliaria que construía pisos para que los comprara gente que no iba a habitar en ellos sino tratar de venderlos a otra gente que no los iba a comprar porque no existía. La compra se hacía, además, con un dinero también ficticio, el mismo que servía para comprar los terrenos y el ladrillo y para pagar la construcción de tales casas. Lo mismo en Irlanda o en Islandia o, no nos creamos muy especiales los pequeños, Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos. Pero lo de la inmobiliaria es sólo una pequeña parte de la ficción. Una parte muy relacionada con el argumento principal, que eso que se llama tan feamente la «financiarización de la economía».
Resulta que el capitalismo ha dado la vuelta a su calcetín. Si antes las bolsas servían a las empresas para llevar adelante sus proyectos a través de la captación de inversores e inversiones, ahora son las empresas las que están al servicio de las bolsas, las que tienen que cumplir esas falsas espectativas de crecimiento cada trimestre, las que tienen que aumentar la ficción. Luego está todo el rollo de los derivados, la ingeniería financiera, la especulación y la ludopatía, pero eso es complejo de cojones y yo ya voy teniendo ganas de comer algo. Ah, hablando de comida, esta toda esa especulación con alimentos, gente que hace dinero con el hambre de otra gente. Muy mal rollo.
Si todo esto es así, como cree gente con criterio y como creo yo mismo, que si no no me habría tirado todo este ratazo escribiéndolo, ¿qué coño estamos haciendo? Pues vayamos por partes. Los poderes financieros están exprimiendo la esponja hasta sacarle la última gota, quizá sin darse cuenta de que en algún momento ellos también se pueden morir de sed. Todo esto de los mercados, las agencias de calificación y tal sigue en la línea del crecimiento, que viene a significar el enriquecimiento de unos pocos, cada vez menos con cada vez más, y el empobrecimiento de todos los demás. Los poderes políticos, los españoles y el resto, están haciendo el ridículo, ni más ni menos. Demostrando con cada decisión improvisada que obedecen al mandato financiero y haciéndolo de forma torpe y bastante soez, como ha sido todo el temita de la Constitución. Luego está la gente, entendida como la mayoría, que no está haciendo nada. Está contemplando el espectáculo con el rabillo del ojo mientras mantiene su atención en Mourinho o la Esteban, pensando que esto escampará y dejando que las cosas sucedan o las hagan suceder otros, aunque las cosas que suceden tengan pinta de afectarles mucho antes o después. Finalmente está la minoría, los que protestan, hacen ruido, ocupan los espacios públicos y tal. Eso que los medios llaman «los indignados» para reducir, caricaturizar y simplificar. Muchos dicen que esa protesta no es otra cosa que una molestia. Puede, pero es mucho mayor lo que molestan los poderes financieros y políticos, incluso los medios de comunicación. Y, además, hay una diferencia de partida: la protesta es molesta pero busca el bien común, lo que se cree mejor, más justo y necesario, para todos. No creo que financieros, políticos y medios puedan decir lo mismo sin mentir.
El viernes tenía una conversación familar sobre esto y alguien me decía que así no se iba a conseguir nada. No sé. Lo que es seguro es que haciendo nada no se consigue nada. Uno, como individuo y como parte de un colectivo, tiene que hacer lo que cree que tiene que hacer. En este caso, además, lo que se está haciendo es, me parece a mí, tomar el único camino posible. El del cambio. Pongamos que estamos todo el planeta metidos en el mismo autobús, pongamos que vamos directos a darnos una hostia contra un muro. ¿Que posibilidades hay? Seguir acelerando, frenar o dar un volantazo. Está claro quiénes están acelerando y yo no veo a nadie frenando. Pero sí creo que toda la agitación que se está dando en España y por ahí fuera es ese volantazo, ese giro que no evita la hostia pero que la suaviza, dejando el autobús dirigido hacia su camino.
El capitalismo, con la evolución que ha tenido desde los 80, ha llegado a su fin. No puede crecer más del mismo modo que una persona de 90 años tampoco puede hacerlo. Puede tratar de aliviar sus achaques pero está en fase de decrepitud y condenado a un cercano fin. Y, por favor, cuando digo esto no estoy hablando en ningún momento de volver al comunismo. El capitalismo tal y como lo conocemos está finiquitado porque, entre otras cosas, su propia condición pasa por quitarnos el poder adquisitivo y, por tanto, la capacidad de consumir y de seguir engrasando la máquina. Tampoco van a engrasarla los curritos de los países llamados emergentes, sin derechos, sin sueldos dignos, sin, muchas veces, mínimas libertades individuales. La máquina se está parando. Y hay que cambiarla.
Hay que ponerse a pensar qué nueva máquina queremos, diseñarla y construirla entre todos. Pero, primero, hay que asumir, todos tenemos que asumir, que hasta aquí hemos llegado. Esto se ha acabado. No hay burbujas económicas sino que nuestra forma de economía es una burbuja. No estamos viviendo una crisis, estamos viviendo la realidad. No pasa nada o no pasa mucho. Como dice Porky, pronto volveremos con más diversión.
Suenan Porky y compañía despidiendo el festival de hoy.
La imagen de arriba y el vídeo de abajo corresponden a una marcianada realizada por el tatuador gringo Scott Campbell que he encontrado en Booooooom.
Queremos cambiar el mundo pero,
¿estamos dispuestos y somos capaces de cambiar nosotros?
A propósito de Somalia, Londres, el #15M, el neoliberalismo, la corrupción, la codicia, la tolerancia, la Naturaleza, los accidentes, la salud, la alimentación, las drogas, la familia, la pareja, los errores… Exigimos responsabilidades, y está muy bien, pero ¿somos conscientes de lo que somos responsables y capaces de aprender de ello? No me contesten ahora, háganlo… después de la visita del Papa.
Ayer estuve en Castellana y no vi a nadie intentando asaltar el Ministerio del Interior. Ayer estuve en Castellana y no vi a nadie quitarle el tricornio a un guardia civil. Ayer estuve en Castellana y no vi ni oí ninguna provocación más allá de las pancartas y cánticos que se vienen viendo y oyendo desde el 15M. Ayer estuve en Castellana y vi a miles de personas (no cientos) de todo tipo y condición protestando -y no tratando de acampar en Sol- pacífica y alegremente contra la ruina ética, económica, política y social que estamos viviendo. Ayer estuve en Castellana y vi llegar decenas de furgonetas policiales. Ayer estuve en Castellana y vi como funcionarios del Estado al servicio del ciudadano golpeaban a los ciudadanos. Ayer estuve en Castellana y vi cómo los antidisturbios, entrenados y equipados para responder contundentemente a actos de violencia, ejercían la violencia sobre personas que ni siquiera les plantaban cara. Ayer estuve en Castellana y vi a grupos de hombres uniformados, jóvenes y fuertes, pegar porrazos a señoras de 58 años (Ángela, por ejemplo). Ayer estuve en Castellana y vi a los mandos de la operación impedir la entrada de equipos de emergencia (SAMUR) al lugar de los hechos, dejando a los heridos que ellos mismos habían apaleado, tirados sin asistencia. Ayer estuve en Castellana y sentí miedo, asco y odio no sólo hacia los policías, sino hacia los verdaderos responsables.
Hoy sé que ayer no me han hecho daño ni a mí ni a las personas que apalearon. Hoy sé que ayer sólo han hecho daño a eso que llaman democracia.
Se trata de ocupar el 17 de septiembre Wall Street, uno de los epicentros del problema o «la Gomorra financiera de América», según dice el newsletter de Adbusters por el que me entero. Una mezcla, también según ese comunicado, de lo sucedido en la plaza Tahrir y de las acampadas de aquí. «La belleza de esta nueva fórmula -sigue diciendo el escrito- es su sencillez pragmática: hablamos unos con otros en distintas asambleas físicas y online, apuntamos hacia lo que será nuestra demanda, demanda que despertará nuestra imaginación y que, si se consigue, nos propulsará hacia la democracia radical del futuro… Y entonces salimos a la calle, nos hacemos con una plaza cargada de simbolismo y sentamos nuestros culos hasta que ocurra». Y añade, además, una cita de Raimundo Viejo, profesor de la universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Ésta:
El movimiento antiglobalización fue el primer paso. Entonces, nuestro modelo era atacar al sistema como una manada de lobos. Había un macho alfa, un lobo que lideraba la manada, y otros que lo seguían por detrás. Ahora el modelo ha evolucionado. Hoy somos un gran enjambre de gente».
Parece difícil sacar sólo una demanda con la de cosas que hay que exigir (y exigirnos a nosotros mismos también) y quizá el orden de los factores no sea como imagina Adbusters. Incluso puede que Adbusters solo no sea quién para hacer tal movilización. Pero la idea es estupenda. Porque Wall Street es, efectivamente, la madre de todos los comportamientos inmorales de este maravilloso sistema de mierda. Y mola que se extienda todo esto.
Comparto aquí la vuelta a la acción de una parte de nuestro pasado. Side Effects fue una aventura cojonuda que vivimos Luky, Berni, Nacho, Chiri, Manolo junto con colegas como Fernando, Paco, Gonzalo y muchos otros. Llevábamos tiempo rumiando volver a juntarnos algunos para hacer algo y hace un par de semanas empezamos. Todo lo que está pasando en España ha acabado de cerrar el círculo. Os dejo la canción y un mensajito que hemos escrito para acompañarla.
Hola,
Estamos en #acampadasol, estamos con la #spanishrevolution, gritamos y protestamos como y con todas las personas que están pidiendo y promoviendo un cambio en la Puerta del Sol de Madrid y en el resto de España y el mundo. Y también hacemos música. Hemos hecho esta canción porque nos lo pedía el cuerpo, lo mismo que nos pide estar en las concentraciones. Hemos hecho esta canción porque queremos que las cosas cambien. Hemos hecho esta canción porque nos la ha inspirado el comportamiento de todos los que exigimos una #democraciarealya.
Somos Side Effects, un grupo de música que tuvo su momento a mediados de los 90. Publicamos dos discos, tocamos en salas y festivales por toda España, nos lo pasamos en grande, luego lo dejamos. Después de muchos años sin hacer nada, la semana pasada nos juntamos para hacer un tema. Teníamos un sentimiento de hartazgo, teníamos ganas de hacer ruido, teníamos ganas de protestar. Y dimos con un estribillo. De repente, la vida nos trajo el #15M y todo lo demás: la ilusión, el movimiento, la acción, las pancartas, los carteles, las palabras de Cristina, las fotos de Cristobal… Y la canción.
Por eso, porque esta canción la hemos hecho entre todos, queremos compartirla con todos. No buscamos protagonismo, ni vender discos, ni nada parecido. Sólo queremos contribuir a todo lo que está pasando. Por eso, difundidla y compartidla todo lo que queráis y podáis. Que suene y que se vean las fotos, que quede claro que #nonosvamos.
Jóvenes antisistema, perroflaútas, marginales… como se ve en la foto, eso éramos los miles de indeseables que estábamos ayer en Sol. Punto y aclaro: de la frase anterior, el único calificativo válido es el de indeseables. Como se está comprobando, ningún partido deseaba esto. Ni PP ni PSOE, ni siquiera ilustres perdedores como IU. Qué putada. Ellos celebrando su fiesta de su democracia y viene toda esta gente a hacer ruido. También se está viendo que los medios de comunicación convencionales no deseaban tal cosa. Han tardado en comunicar el asunto y lo han hecho mal y cada uno según su visión del mundo, muy objetivo todo. Los sindicatos tampoco parecen contentos. Ni, obvio, la patronal, la banca y todos aquellos poderes amantes de lo estático. También hay mucho ciudadano que ha expresado su disidencia: que si los cambios se hacen en las urnas, que si los que allí estábamos trabajábamos en empresas con intereses económicos contra los que protestábamos, que si no hay un mensaje claro…
Pues no. Los cambios, históricamente, se provocan en la calle y luego, a veces, suceden en las urnas. Los intereses económicos también pueden cambiar. Y deben, Para hacerse más justos, más responsables, más éticos. Y el mensaje es claro. El cabreo es el mensaje. Todos llevamos años quejándonos. Nos quejamos en el bar, nos quejamos en el curro, nos quejamos en bodas, bautizos y funerales. Nos quejamos con razón pero hasta ahora nos faltaba la oportunidad de pasar a la suiguiente pantalla. De la queja a la protesta. Aquí está esa oportunidad. Ir a Sol o cualquiera de las decenas de acampadas que se están organizando por toda España no es más que manifestar públicamente y en grupo un sentimiento común. No nos gusta el camino que han elegido para llevar la sociedad, no queremos ir por ahí, queremos algo mejor y queremos intervenir para que así sea. Corrupción, recortes sociales, beneficios astronómicos para empresas que despiden a miles, autismo de la clase política, ausencia de una política que fomente de verdad el emprendimiento, salarios miserables, ludopatía de los mercados… ¿Cuántas veces he hablado de todo eso con gente que no es ni marginal, ni perroflaúta, ni necesariamente joven ni presuntamente antisistema? Pues eso. En Sol, como en cualquiera de las acampadas, está el lugar para manifestarse contra todo ello. De eso se trata. Nada más. Nada menos.
Aclaración final: realmente, el caballero de la foto sí es un joven antisistema. Antisistema porque se manifiesta contra un sistema que no considera justo y que no considera suyo, sino cada vez más impuesto. Y joven porque tiene el espíritu de un chaval, paseando por la Puerta del Sol, cantando, gritando y protestando.
La política es, dice Wikipedia, «la actividad humana que tiende a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad. Es el proceso orientado ideológicamente hacia la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de un grupo». La política es, según una de las acepciones del Diccionario de la RAE, la «actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o de cualquier otro modo». La política es, pues, cosa de todos. Nosotros somos política, nosotros podemos hacer política. No debemos dejar que la política sea cosa de los políticos porque los políticos han demostrado poco o ningún interés en el «beneficio de la sociedad» o en la «consecución de los objetivos de un grupo». En esta época electoral está más claro que nunca: los partidos nos invitan a participar en la «fiesta de la democracia» con el único interés de ganar las elecciones. No se dan cuenta, o sí pero pasan de todo, de que a nosotros nos da igual quién gane, lo que queremos es ganar todos. Todos juntos, todos a la vez. Que esto no es fútbol, que esto es política.
Lo mismo pasa con la economía. Que es todo aquello que no hacen los economistas ni los accionistas ni todos los que buscan el mayor beneficio en el más corto plazo. El Capital, tal y como está planteado y como bien está quedando demostrado, es un billete de ida a la ruina de casi todos. ¿Y la justicia? Pues no es necesariamente lo que administran los jueces. Y así con todo.
Nosotros somos política, somos economía y somos justicia. Nosotros podemos levantarnos y decir basta. Nosotros podemos ir esta tarde a la Puerto del Sol a mostrar nuestro rechazo a su forma de actuar y a reclamar nuestra política, nuestra economía y nuestra justicia. Nosotros no tenemos por qué ser jóvenes, ni perro flautas, ni punkies, ni altermundistas, ni black blocs ni nada. Nosotros somos todos. Todos los que creemos que nos están llevando por un camino que no es el nuestro, todos los que creemos que se pueden hacer las cosas de otra manera, todos los que pensamos cosas diversas pero estamos de acuerdo en lo esencial.
Ayer pasé por la acampada en Sol. Vi a gente corriente y muy tranquila, bien organizada y con ganas de provocar cambios. Vi algo absolutamente pacífico pero en absoluto inofensivo. Vi algo que podía ser el principio de algo más gordo. Por eso entiendo que haya habido ese desalojo nocturno. Porque los políticos tienen miedo de la política. Por eso creo que hay que seguir insistiendo, porque ese miedo es señal de que vamos por el buen camino. Pero hay que insistir. Hay que hacerse presente. Hay que manifestarse. La redes sociales están muy bien. Yo me enteré ayer por Twitter del asunto. Pero hay que ir, hay que estar, hay que mostrarse. Los políticos tienen miedo de la calle porque la calle es la realidad. La calle es política, la calle somos nosotros.
Por eso, hoy martes 17 de mayo, a las 20 horas, otra concentración el a Puerta del Sol
Porque ellos son culpables de todo lo que han hecho, pero nosotros seremos responsables de todo lo que no hagamos.
La sociedad china actual no tiene moral, juicio propio, y la gente no está acostumbrada a asumir su responsabilidad. No está acostumbrada porque el mayor éxito de las sociedades totalitarias es hacer pensar a la gente que no es nada, que haga lo que haga nada va a cambiar»
Palabras de Ai Weiwei pronunciadas en 2009 y publicadas de nuevo en El País de ayer, en un reportaje sobre su detención por la dictadura china. La frase vale igual para lo que pasa por aquí si al sujeto le cambiamos el adjetivo «china» por «europea». ¿Que no estamos en una sociedad totalitaria? Mmm, hombre, no como la china pero casi. Si China es una dictadura comunista al servicio del Capital, Europa es un reunión de democracias (¿?) viejunas al servicio del Capital… chino. Ejemplo. Leamos parte del párrafo final del mismo reportaje: «El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, eludió el tema en sus encuentros con mandatarios de Pekín durante su reciente viaje a China. Preguntado por qué no había mencionado los derechos humanos o por qué no se había interesado por Ai Weiwei, quien ha expuesto su obra tanto en Madrid como Barcelona, Zapatero se limitó a decir que ese no era el motivo de su visita». Lo que podría traducirse por: «El hombre que dice que preside el Gobierno español silbó La Internacional mientras le hacían preguntas complicadas durante su reciente viaje a China, del cual volvió, por cierto, habiéndose dejado las bragas en alguna parte. Preguntado por qué no había sacado a relucir su famosa postura inflexible sobre las libertades individuales y derechos humanos, se limitó a contestar que él había venido a follar a cambio de dinero, que si sabían los periodistas el chiste ese de «¿estamos a Rolex o a setas?». Y digo yo: ¿este tío no estaba en contra de la prostitución?