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Archive for septiembre 2008

Lo leo en Música en la mochila y me quedo pasmado. Cito:

El coreógrafo Bill T. Jones ha estrenado un musical titulado “Fela!”, basado en el libreto que escribieron sobre el mito nigeriano el propio Jones y Bill Lewis. En la obra hay música de Kuti, claro, interpretada en directo por el colectivo de afrobeat neoyorquino Antibalas. La verdad es que ya en la puesta en escena del músico y su banda, Nigeria 70, los bailes jugaban un papel importante; inevitable con ese poderío rítmico.

“Fela!” está en cartel hasta el próximo 21 de septiembre en el teatro 37 Arts. Por si alguien tiene dudas, es tan improbable que alguno de los empresarios que programan musicales en España lo traigan a este lado del charco como que lluevan piedras».

Por si alguien no lo sabe, Fela Anikulapo Kuti es a la música africana lo que James Brown a la música gringa. O algo así. Es el negro que parió el afrobeat y que puso a bailar primero a Nigeria, luego al continente y luego hasta a los blanquitos con criterio del resto del Planeta. Fela Kuti fue un grano en el culo para los que mandaban en su país y un africanista convencido y convincente. Fue también un revolucionario no muy comprensible desde la perspectiva progre occidental: lo mismo se cagaba en el ejército, que hacía apología de la marihuana o que se casaba del tirón con 27 mozas. Fue, en cualquier caso, un tío muy grande. Enorme.

Y ahora iba a recomendar un documental francés sobre el personaje que compré de saldo en una tienda madrileña cerrada por la crisis. Pero ocurren tres cosas: a) no me acuerdo del nombre; b) no lo encuentro por casa; y c) Se llama Music Is The Weapon y alguien lo ha colgado en Youtube. Así que, allá van dos cachos (no sé si está entero).

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Camper Van Beethoven fue un cojogrupo en los 80. Su sonido salía de haber tragado rock, folk, country, ska, punk y, seguramente, demasiados ácidos. Eran jipis y luminosos cuando todo el mundo iba de negro y era postalgo. Eran muy divertidos y muy buenos cuando la mayoría no lo era. Luego, David Lowery montaría otro grupo muy majo, Cracker. El caso es que la canción más famosa de Camper Van Beethoven es Take The Skinheads Bowling, un delirio delicioso que retrata la libertad de acción de este grupo de taradetes y que fue todo un éxito en las radios universitarias gringas de la época (1985). Aquí va:

Bien, pues allá por 1970 un tal Graham Nash compuso una canción que a mí me parece la abuela de la de Camper Van Beethoven. Teach Your Children es una joyita country-rock que se publica casi al mismo tiempo en los primeros discos en solitario de Nash (Song’s For Beginners) y David Crosby (If I Could Only Remember My Name) y en el Déja Vu de Crosby, Stills, Nash and Young. De ese disco de CSNY es de donde yo la oigo habitualmente. Y, cuando lo hice por primera vez, bastante después de haber escuchado la de Camper Van y tal, las emparenté inmediatamente. No sé, igual es sólo cosa mía… Pero de eso trata todo esto, ¿no?

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Último texto sobre profesiones, mmm, distintas para Interviú. Éste fue publicado el lunes 1 de septiembre. Si alguien tiene un asuntillo con la ley, aquí puede contactar con Helena, la prota de estas líneas. De mi parte.

Sorprende escuchar a una mujer lamentarse de que muchas denuncias de malos tratos son falsas y de que, por eso, muchos hombres acaban condenados injustamente. Es aún más extraño oírselo a una mujer que que es abogada. Es más raro pero muy creíble. Helena Echeverri Aznar lo es desde hace 15 años. No hay tradición en su familia pero ella decidió matricularse en Derecho y no estudiar Antropología porque le pareció que era una buena manera de juntar sus dos vocaciones: tratar de defender la Justicia y conocer de cerca el comportamiento de la gente. Helena, que también hizo cuatro años de Criminología, ha visto mucho. Y mucho malo.

«Una mujer me planteó que qué me parecía poner una denuncia por abusos sexuales a su hijo por parte de su ex marido. Era mentira pero ella quería hacerlo para quedarse con la custodia. El problema en asuntos de malos tratos es que el uso del derecho se ha convertido en un abuso. Hay infinidad de denuncias falsas y lo peor es que los medios no hablan de ello». Ojo, que nadie vaya al Ministerio de Igualdad a señalarla con el dedo. Helena defiende también a muchas mujeres maltratadas. Lo único que trata de explicar es que no todo es lo que parece. «A veces los jueces son ingenuos y piensan que lo que cuenta la policía es verdad y que lo que dice la persona que va esposada es mentira y no hay que darle credibilidad».

Pone un ejemplo. Un caso de una mujer rusa acusada de tráfico de cocaína. Ella rogó al juez que la tomara delcaración de nuevo, aseguraba ser inocente y avisaba de que su abogado, su suegro, no era de fiar. Nadie la prestó atención hasta que unos policías de la Audiencia Nacional le dijeron al juez que tenían unas escuchas que demostraban que todo era un complot entre el abogado y unos policías para que él se pudiese quedar con la custodia de sus nietos».

Sus clientes hablan a Helena de policías que golpean a detenidos sin motivo y que roban drogas. De abogados que aceptan pagos en especias (cocaína) o que colaboran con delincuentes convirtiéndose en cómplices y contraviniendo su código deontológico. Luego están los medios. «Es lamentable que se hagan series de casos famosos antes de que tenga lugar el juicio. Es una forma de predisponer a la sociedad contra una persona y de quitarle la posibilidad de tener un juicio justo». A Helena disfruta de su trabajo, pero no acepta todo lo que hay alrededor. Y no se calla. «A mí el jurado me parece lamentable. La Justicia se tiene que impartir por profesionales. Igual que yo no corto chuletas de vaca, entiendo que los ciudadanos no pueden decidir si una persona es culpable o inocente en función de la bonita retórica de un abogado».

Helena es apasionada al hablar y parece llena de energía. También es muy lista. Nada más licenciarse, entró a trabajar en un hospital en el departamento de Recursos Humanos. Allí se enteró de que habían ingresado a un abogado muy conocido. Quizás, algún cliente insatisfecho le había pagado con cinco puñaladas. Helena, en cualquier caso, le mandó una tarjeta deseándole una pronta recuperación. El hombre se lo agradeció ofreciéndole trabajo. En año y medio con ese abogado de cuyo nombre prefiere no acordarse vivió muy de cerca casos tan famosos como el del mendigo asesino o el de la Dulce Neus.

Cuando se sintió preparada, abrió despacho propio donde defiende temas de familia y a cultivadores de marihuana. Helena es abogada de la AMEC (Asociación Madrileña de Estudios sobre el Cannabis), por compromiso, por convicción: «Me quedaría sin trabajo, pero se deberían legalizar las drogas. Por lo menos el hachís y la marihuana. Lo otro no lo tengo tan claro, pero sé que la legalización evitaría mucha delincuencia; aunque también quebrarían más inmobiliarias de las que están quebrando y mucha gente que blanquea en restaurantes y tiendas se quedaría sin actividad».

Pero Helena no se limita a eso. Además de ser profesora de Derecho Penal, es abogada del turno de oficio. En el turno es donde de verdad puede observar esos comportamientos humanos que tanto le interesan. En el turno ha defendido a acusados de pertenecer a Al Qaeda o a un camionero rumano que atropelló a ocho guardias civiles y mató a seis. Y, también, al asesino de la baraja. Vuelve a hablar claro: «Tengo grandes dudas de que Alfredo Galán fuera el asesino de todos los crímenes que le imputaron. Estoy convencida de que en al menos dos no era él».

Escuchando a Helena, puede dar la sensación de que se acaba generando una empatía entre el acusado y su abogado y de que por eso no sólo los defiende en un juzgado sino ante una grabadora y una Coca Cola. Ella lo admite, pero con alegaciones: «Muchas veces sí me implico personalmente. Incluso sabiendo que son culpables. Pero con muchos otros, no. Sabes que son unos cabrones y que tú tienes que hacer tu trabajo pero que no le vas a invitar ni a un cigarro». También admite divertida ciertos momentos peliculeros, de ésos en los que el recluso y su abogada pueden acabar en un doble final feliz de libertad y matrimonio, valga el oxímoron. «Si estás solo en la cárcel y la única persona que va a verte es una chica, pues puede pasar que algún cliente se enamore de ti. Yo alguna vez me he fijado en alguno, pero más que con sentimientos amorosos, con ganas de salvarlo, de llevarlo por el buen camino».

En la vida, de todos modos, no abundan los finales felices. Sí hay, en cambio, situaciones que superan el esperpento. Sobre todo cuando está de por medio la burocracia. «Recuerdo a un hombre al que acababan de notificar un auto de alejamiento los juzgados y le dio un ataque al corazón. Cuando llegó la ambulancia para llevárselo, el secretario del juzgado se plantó diciendo que no se podía ir hasta que no hubiera firmado la notificación del auto… ¡Y el tío se estaba muriendo!».

Helena se acaba la Coca Cola y se dispone a marcharse a los juzgados de Plaza de Castilla. Tiene que defender a un rumano acusado de apuñalar a otro. Parece que él sólo intentaba ayudar y que los que lo acusaron son cómplices del agresor. Pero no hay testigos y el caso parece complicado. «El último caso siempre es el más difícil». Helena, por lo menos, ya va aprendiendo a separarse un poco de todo eso malo que ve y que vive. «Ahora intento que me afecte lo menos posible, pero no sé si es bueno. Cuando te dedicas al derecho penal social, hay que poner algo de corazón en lo que haces». Como decían aquéllos, es rock and roll, pero le gusta. No se ve haciendo otra cosa. «De alguna manera, pienso que ayudo a la sociedad sacando libre a un inocente o logrando la condena para un maltratador».

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Pez

Un hombre. Un gorro de natación. Unas gafas de buceo. Una braga náutica. Nada más. Ni aletas. Ni plomos. Ni neopreno. Ni, por supuesto, botellas con aire. Y el tío da una calada de aire y se baja los 55 metros de profundidad que hay hasta la entrada del arco en el Blue Hole, en Dahab, Egipto. Recorre con parsimonia los 30 metros de arco. Y vuelve a subir. El pez se llama William Trubridge, es de Nueva Zelanda y batió en abril de este año en Bahamas el récord de apnea en peso constante sin aletas dejándolo en 86 metros.

He estado buceando este agosto en ese Blue Hole con todo lo que le faltaba a William: traje, plomos, aletas, botella. Es espectacular. Pero no he llegado al arco. Cada año hay unos cuantos que lo intentan, buceadores técnicos bien equipados, con dos botellas y mezclas especiales. Y muchos se quedan en el fondo. He aquí algunas lápidas en recuerdo de los caídos. Glubs.

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Hace muchos muchos años en una tienda muy muy lejana (la ya finiquitada Del Sur) encontré de chiripa un disco de unos tipos llamados Hayseed Dixie. La cosa se llamaba A Hillibilly Tribute to AC/DC y venía a ser exactamente eso. Un tributo hillibilly a AC/DC. Contaba en el libreto del cacharro cómo una banda de músicos y gañanes residentes en el valle Deer Lick Holler, en el corazón de Appalachia, andaban acariciando sus banjos y sus violines en modo bluegrass cuando pasó un forastero en su carro y se estampó contra un árbol. El tipo murió pero en su maletero permaneció con vida una colección de vinilos que los muchachos pusieron a rodar en su tocata a 78 R.P.M. Los discos en cuestión, claro, eran la discografía de AC/DC hasta el For Those About To Rock y los redenecks no tuvieron más remedio que sufrir una iluminación que transformó sus vidas y su música. Detrás de toda esta coña pantanosa había y hay un disco cojonudo. La broma es buena, el repertorio, insuperable y la aproximación por la vía del country más paleto, de nivel. Luego, han alargado el asunto con versiones de Kiss, Aerosmith, Black Sabbath y otros y hasta con un disco de canciones propias. Bien, pues resulta que estos cabrones están de gira por Europa y tocan en Iberia sólo hoy en el Azkena Rock Festival (junto a otros favoritos como Ray Davies, The Sonics, Los Lobos, Jayhawks, Danko Jones…). Y yo me los voy a perder porque la gente no sólo insiste en casarse sino que se empeña en invitarme. Así que me consuelo colgando unos vídeos. Con todos ustedes, Hayseed Dixie:

El me pones toda la noche, seguramente la mejor versión, sobre el vídeo original…

La autopista al infierno…

El as de espadas de Motörhead…

El anda por este trecho de Aerosmith…

Las vacaciones al sol de los Sex Pistolas…

Y hasta las rosas de Outkast…

Para acabar, la historia del grupo contada en imágenes y sonido…

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Hace ya 20 días, de paseo por Tel Aviv, me metí en un garito de aires malasañeros llamado Bloom. Y me encontré con que había un grupo local tocando. Bueno, no exactamente un grupo. Hank and Cupcakes es una pareja, Sagit y Ariel, con una formación curiosa. Batería y bajo. Ella, Sagit, canta y toca la batería de pie. Y él, Ariel, se lo curra con un bajo lleno de efectos. La cosa sonaba bien. Distinta pero no mucho; reconocible pero no demasiado. Según me contó Ariel luego, se van a vivir a Nueva York a buscarse la vida, un poco hartos de la, dicen ellos, escasa monótona musical de Israel. Suerte.

El caso es que viéndoles me acordé de otra pareja con la misma formación. Bajo y batería. Death From Above 1979 es un grupo canadiense de Toronto. O era, que lo dejaron en 2006. Me compré su único largo, You’re a Woman, I’m a Machine, hace tres años en Nueva York. No los conocía de nada, pero me moló la portada. Acerté. Death From Above 1979 son (o eran) la polla. Qué manera de liarla sólo con esos dos instrumentos: música de baile, industrial, funk, punk y lo que sea. Qué temazos. Qué pena no haberlos visto nunca en directo. Uno de ellos tenía y sigue teniendo un proyecto más electrónico, MSTRKRFT, que también chana. Y hay un disco de remezclas también muy recomendable: Romance Bloody Romance. Hala, aquí van:

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Pasar el último fin de semana de agosto en el campo y leyendo La venganza de la Tierra, de James Lovelock, es una muy mala idea. Le entran a uno ganas de pedir la baja (permanente) por depresión. Lovelock es el creador de la teoría de Gaia, ésa que viene a decir que la atomósfera y la parte superficial de la Tierra forman una especie de organismo que se autorregula para mantenerse con vida y que la intervención del hombre abusando de los recursos y desparramando emisiones de todo tipo provocará una reacción de Gaia (la Tierra) que acabará con la civilización para que el plaenta pueda seguir existiendo tranquilamente.

Lovelock no es pesimista, es lo siguiente. Dice que ya hemos pasado el punto de no retorno, que más nos vale esperar subidas del nivel del mar de más de diez metros y desplazamientos de población del carajo de la vela. Lovelock, además, es un ecologista a su bola. Apoya con todas sus fuerzas de casinonagenario (que son muchas) la energía nuclear como solución inmediata para la reducción de emisiones, pasa de la eólica y la solar y despotrica contra la moda de los alimentos orgánicos. Por ejemplo.

Yo no sé si Lovelock lleva razón, ni si sus teorías y propuestas son verdad de la buena. Yo soy de letras. Desgraciadamente, cada vez estamos más lejos de una verdad absoluta en todos los campos y la ciencia tiene teorías para todos los gustos. Y digo desgraciadamente porque parece que en este asunto haría falta una certeza que nos llevase a la acción inmediata. Siendo un patán como yo, en este libro hay cosas que tal y otras que más bien cual.

En cualquier caso, cito un par de parrafillos que sí que creo son certeros:

Tanto los combustibles fósiles como los biocombustibles son cuantitativamente no renovables cuando se consumen al ritmo excesivo que requiere nuestra civilización hipertrofiada y adicta a la energía. Como siempre, regresamos a la inevitable cuestión de que, para vivir como vivimos, somos demasiados».

Como en todas las crisis, regreso a mi amigo y mentor Crispin Tickell, y encuentro respuesta en forma de un discurso titulado «La Tierra, nuestro destino» […]: «La ideología de la sociedad industrial, basada en el crecimiento económico, niveles de vida cada vez más altos y la fe en que la tecnología lo arreglará todo, es insostenible a largo plazo. Para cambiar nuestras ideas tenemos que trabajar hacia el objetivo de una sociedad humana en la que la población, el uso de los recursos y el medioambiente muestren en términos generales un saneado balance. Sobre todo, tenemos que contemplar la vida con respeto y asombro. Necesitamos un sistema ético en el cual el mundo natural tenga valor no sólo en cuanto útil para el bienestar humano, sino por sí mismo. El universo es algo interno además de externo'».

Vamos, que lo llevamos clarinete.

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