¿Quién dijo que la tecnología iba a acabar con la prensa? ¿Alguien se imagina un futuro sin Sports Ilustrated? ¿Tendremos que usar papel higiénico para pasar las páginas del Marca cuando lo leamos en el baño en el 2020? ¿El uso continuado de tablet PC nos ayudará a esculpir la tableta de chocolate o sólo a consumirla?
James Hansen es un científico a sueldo de la NASA, investigador en climatología y activista sobre el asunto cambiocmiático desde hace más de 20 años. Hoy lo entrevista The Guardian y lo presenta como «el ciéntifico que convenció al mundo del inminente peligro del calentamiento global». Bien, pues este hombre dice en dicha entrevista una serie de cosas la mar de interesantes. Digamos que da un punto de vista de la Cumbre de Copenague bastante alejado de talantes, diálogos y consensos y tendente hacia el golpe en la mesa. A saber:
· «Preferiría que no hubiera un acuerdo porque eso significaría que la gente lo aceptaría como el buen camino cuando es el camino del desastre». Hansen dice que es mejor que la Cumbre fracase para que se puedan tomar medidas realmente eficaces y urgentes. «La aproximación al tema es tan errónea que es mejor parar y replantear la situación. Si la cosa va a ser como Kioto, nos vamos a tirar años tratando de averiguar qué ha significado».
· «Esto se parece al asunto de la esclavitud al que se enfrentó Abraham Lincoln o el del nazismo al que se enfrentó Winston Churchill. Es el típico asunto que no se soluciona adquiriendo compromisos. No puedes decir ‘vamos a reducir la esclavitud, vamos a buscar un compromiso y reducirla un 40%’. No tenemos un líder capaz de agarrar el asunto por los cuernos y decir lo que es necesario decir y, así, seguimos como si nada».
· Sobre el mercado de CO2, la compra-venta de emisiones y tal, Hansen dice que «es como la venta de indulgencias de la Iglesia Católica en la Edad Media. Los obispos ingresaban dinero y los pecadores obtenían el perdón, todo el mundo quedadba contento a pesar de lo absurdo del acuerdo. Lo mismo pasa ahora. Tenemos los países desarrollados que quieren seguir más o menos como están y tenemos los países en vías de desarrollo, que quieren dinero y lo consiguen mediante las compensaciones».
· Dicho todo esto, Hansen no se declara pesimismta: «Puede que hayamos conseguido un aumento del nivel del mar de un metro pero eso no significa que haya que rendirse. Porque si nos rendimos el aumento puede ser de dos metros. Por eso no me gusta cuando la gente habla de que es demasiado tarde. En ese caso, ¿qué hacemos, abandonamos el planeta? Hay que minimizar el daño».
Tiene su chiste ver a los cantantes y cantantas manifestarse a la puerta de un ministerio exigiendo dignidad y derechos. Tiene su chiste, digo, no porque yo considere que no merecen esa dignidad y esos derechos sino porque creo que se están manifestando en el lugar incorrecto y en el momento inapropiado. No me voy a poner a analizar en profundidad el asunto porque el ordenador se está quedando sin batería y no me apetece enchufarlo. Sólo diré que es el modelo de distribución ha cambiado y que no estaría mal que todos tratásemos de adaptarnos a ello de forma moderadamente beneficiosa para todos y lo menos perjudicial para nadie: autores, músicos, sellos, editoriales, consumidores…
El caso es que los músicos han elegido un momento muy poco oportuno para dar la cara. Con el globo sonda de la ley de economía sostenible recién hinchado y el previsible anuncio de la futura persecución a las descargas, los ánimos internáuticos están calentitos, muy calentitos, y lo de dar la cara se puede convertir en ponerla. Porque, y aquí voy a lo del lugar, por supuesto que los músicos tienen que tener derechos y dignidad pero igual no deberían ir a un ministerio a buscarlos sino a las empresas con las que han firmado sus contratos. Vale, no todas las discográficas son malas, ya lo sé. Pero tampoco son los consumidores los que han estado sisando sistemáticamente royalties a los creadores. Ni los que lo siguen haciendo. Y es que, albricias, las cuatro grandes discográficas se están modernizando y ya se han metido en el accionariado de Spotify. Se llevan un 18% de un pastel que de momento no es rentable pero que promete y los artistas se quedan lo de siempre: las migajas. Hay una noticia reciente que decía que Lady Gaga había cobrado sólo 112 euros por 1 millón de escuchas de una de sus canciones. Uno puede creérselo o no. Pero hay literatura suficiente sobre el asunto como para pensar que si las grandes disqueras consiguen adaptarse al cambio de modelo no van a cambiar su costumbre de dejar muy poquito para ésos que les aportan la materia prima.
Así que cuando ayer se manifestaban Rosario, Chenoa, Aute, Loquillo, el de Mago de Oz y otros, no estaban más que trabajando para las empresas para las que trabajan habitualmente. O, para que lo entiendan más fácilmente, la canción protesta que estuvieron cantando estaba compuesta por EMI, Sony, Warner y Universal. Aunque ellos la interpretasen con mucho sentimiento, que para eso son unos pedazo de artistas.
En fin, no sé por qué todo esto me recuerda al nombre de una marca que primero estuvo relacionada con la producción discográfica, luego con la venta y que hace poco se metió a los directos.
Suena Master Of Puppets pero en versión de Apocalyptica, no vaya ser que Lars me mande a sus abogados.
* La imagen que ilustra todo esto lo ilustra del todo. Me explico. Francis Barraud pintó a su fallecido perro Nipper recordando lo flipado que se quedaba el can con el sonido del fonógrafo. El cuadro gustó al dueño de la Gramophone Company, que le pidió que pintara gramófono en vez de un fonógrafo. Lo hizo y le vendió el cuadro por 100 libras. Derechos de autor incluidos. O sea, que ha sido imagen y nombre de esa poderosísima marca durante más de un siglo por ese precio. Derechos, dignidad…
Según cuenta el reportaje publicado por El País Semanal, el Reino de Bután es el octavo país más feliz de 178 estudiados en el Mapamundi de la Felicidad, sólo un 3% de los butaneneses (que no de los butaneros) dice no sentirse feliz y la Felicidad Interior Bruta (FIB) es la guía de la política local. Y eso a pesar de que los butanenses están obligados a vestir el traje tradicional por ley en según qué sitios. Curiosamente, esos mismos felices habitantes de Bután estaban, dice el reportaje, fuertemente en contra de ser gobernados por una sistema democrático, con su constitución y tal. ¿Será porque, como también apunta el texto, la marihuana «crece libre en las cunetas» o será más bien que los butanenses han visto lo que hay por el mundo y han decidido que para qué?
Suenan, directamente llegadas del Brill Building, The Shangri-Las y Leader Of The Pack. Más que suficiente excusa para una cosa así.
… lleva toda una vida entre nosotros. Se llama periódico.
O eso creen quienes han hecho la publi a The Sun por su 40 aniversario. O, más bien, eso quieren hacernos creer. A todo esto, se me ocurre una pregunta: ¿se puede hacer buena publicidad de un producto discutible? Y otras dos: ¿es esto buena publicidad? ¿Es The Sun un producto discutible o tan sólo un buen producto (para su público) discutido (por los que no son su público)? Y otra más: ¿por qué me hago tantas preguntas?