«Ahora quieren rebajarnos el sueldo por la ludopatía de los ejecutivos en bolsa».
Si alguien echó de menos ayer la columna de Enric González en El País (hoy tampoco aparece), esta frase puede tener parte de culpa. Aunque no deberíamos culpar nunca a las palabras. ¿No dice su Libro de Estilo que El País «rechazará cualquier presión de personas, partidos políticos, grupos económicos, religiosos o ideológicos que traten de poner la información al servicio de sus intereses»? Y, ¿no añade que «esta independencia y la no manipulación de las noticias son una garantía para los derechos de los lectores, cuya salvaguardia constituye la razón última del trabajo profesional»? Pues eso.
Como saben, la prensa escrita se ha venido financiando hasta ahora a través de dos fuentes principales, la publicidad y la venta en el quiosco. En ausencia de crisis, la publicidad aporta en torno a la mitad de los ingresos. El resto procede de esos 1,20 euros que cada lector paga cada día por su ejemplar, es decir, menos de lo que cuesta un cruasán. Si este equilibrio entre ingresos directos e ingresos por publicidad se altera, no será sin consecuencias.
En el actual modelo, una caída de la publicidad puede afectar a la viabilidad económica de los medios. Luego la publicidad sigue siendo muy importante. Pero el principal capital de un periódico serán siempre sus lectores. Y no sólo en términos metafóricos. Primero, porque sin lectores no hay publicidad. Y segundo, porque el hecho de que haya lectores que pagan por la información es lo que permite al periódico ser independiente, no sólo frente a los poderes, sino también frente a los anunciantes.
La crisis económica ha provocado una caída de las inversiones en publicidad que está afectando a los contenidos, como ha ocurrido con el Pequeño País. Y eso ocurre al tiempo que la cultura de la gratuidad se extiende de la mano de Internet, lo que puede acabar afectando también a la calidad. ¿De verdad puede alguien creer que una información fiable, independiente y veraz no tiene coste? El periodismo de calidad es cada vez más caro, porque exige escribir desde el lugar de los hechos, investigar y no conformarse con las versiones de parte; exige más tiempo, más recursos y mayor cualificación profesional. Si el lector no paga por la información, ¿quién lo hará?, ¿a cambio de qué?
Un modelo de información totalmente gratuita por Internet supondría un cambio de modelo. El periodismo pasaría a depender totalmente de los anunciantes. El actual equilibrio se invertiría. Si la publicidad se convierte en el principal o el único sostén de la información, los medios pueden perder su independencia. Ahora EL PAÍS puede preservar la suya porque hay suficientes lectores dispuestos a pagar por el diario en el quiosco. No defraudarles es, pues, un imperativo de supervivencia del actual modelo».
Leyéndolo, se me han ocurrido unas cuantas cuestiones:
¿Debe ser un medio independiente sólo porque tiene lectores que paguen por acceder a su información o debe serlo (o tratar de parecerlo, no seamos ilusos) por definción?
Si, como se interpreta en el texto, los anunciantes pueden influir en las noticias y El País ha tenido anuncios desde el principio de sus tiempos, ¿cuántas noticias hemos leído teñidas del color del que paga y cuántas hemos dejado de leer?
¿Alguien ha dicho que la información de calidad no tenga coste? (Otra cosa es que ese coste lo paguen otros, no el lector; eso es cuestión de cada modelo de negocio).
Partamos de la base que plantea la defensora: el periodismo de calidad es cada vez más caro. Entiendo que eso significa que El País tiene cada vez mayor calidad y que, por eso, ha subido un 20% de precio en menos de un año. Si es así, ¿por qué en el mismo texto se admite que están bajando la paginación y los recursos?
La defensora menciona, por cierto, el nuevo precio del periódico pero no le da importancia. No sé si espera hacerlo en el futuro o si prefiere pasar, pero es un hecho que han subido 20 céntimos en menos de un año. Cierto es que, como dice, sigue siendo más barato que un cruasán. Pero es que el cruasán no lleva publicidad.
Las crisis sistémicas se caracterizan porque al estallar afectan al propio funcionamiento del sistema y a fin de salir de ellas es preciso sustituir o modificar en profundidad algunos elementos constitutivos del mismo, de forma que se introduzca en él una nueva forma de operar. La crisis de 1929, que condujo a la Gran Depresión, fue de estas características. La crisis ante la que ahora nos hallamos también lo es.
(…) no es posible que se continúen despilfarrando recursos tal como se han estado despilfarrando hasta ahora. Y no es posible, no sólo desde el punto de vista de la ecología, sino por mera eficiencia del propio sistema.
El actual modo de funcionamiento del sistema productivo, desde su mismo origen, fue altamente despilfarrador. Partía de una base errónea, ya que suponía que la cantidad de recursos de los que podía disponer era ilimitada. De todos los recursos, desde el petróleo hasta el uranio, desde el cobre hasta el agua. Por consiguiente, el modo de producción puesto en funcionamiento por nuestro sistema no se paraba a pensar en la eficiencia en el uso de tales recursos. En todo caso, la preocupación era, tan solo, cómo obtener los recursos precisos al más bajo precio posible. Y debido a que durante muchos años el precio de las commodities fue muy reducido, la eficiencia en el uso de los recursos continuó brillando por su ausencia.
(…) El cambio sistémico que traerá la crisis que estamos comenzando a padecer y que se pondrá de manifiesto de forma especialmente dramática a mediados de 2010 nos hará desembocar en una situación en la que, tarde o temprano, el propio sistema comprenderá que los remedios que se han ido estableciendo desde el año 2007 no sirven de nada.
Y cuando por fin llegue ese momento, la salida de la gravísima y terrible situación a la que el mundo se enfrenta tendrá que consistir en la toma de conciencia de algo que deberíamos haber comprendido hace tiempo. A saber: que la eficiencia en el uso de los recursos debe regir de forma prioritaria la toma de decisiones, y que es a través de la mejora continuada de la productividad como se pueden conseguir los cambios necesarios para ver la salida de la crisis.
Dicho así no suena mal: hay que acabar con el despilfarro, tenemos que ser más ecológicos, debemos utilizar los recursos de forma muy productiva. No suena mal, pero todos, Gobiernos, empresas y ciudadanos, debemos comprender y aceptar que para funcionar de ese modo tenemos que aplicar cambios drásticos y profundos, que afectarán muy notablemente a nuestro modo de vida. Y son unos cambios que tendrán que ser, además, permanentes. Introducir esos cambios, teniendo en cuenta que son de gran calibre, no es sencillo para nadie. Ni sencillo ni agradable, sobre todo al principio».
Sonaba en Spotify mientras leía esto Dr. Dog, 100 Years. Una preciosidad.
La foto, de la Wikimedia, es del mirador Collado del Pilón, en Murcia.
¿Por qué un periódico como El País llama una y otra vez «Gobierno» al sistema que somete a China y «presidente» y «primer ministro» a sus líderes impuestos? ¿Porqué no dice hasta el antepenúltimo párrafo de su reportaje China reclama su papel de potencia algo como «Pekín sigue reprimiendo cualquier asomo de disidencia y encarcelando a activistas y opositores»? ¿Por qué en el mismo número, el de ayer domingo, insiste en su editorial (la opinión oficial del medio) en llamar «régimen» al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela? ¿Acaso no sabe El País que su periódico no podría publicarse en China y, en cambio, sí se podría (y se puede) leer en Venezuela? ¿Estamos confundiendo el dinero con la libertad o, más bien y peor, está tapando el dinero a la libertad?
Hoy escribe Nicolás Sartorius en El País un certero artículo títulado Un Estado de bienestar global en el que habla de lo que estamos hablando todos todo el rato. Para el que no haya tenido tiempo de leerlo, para el que sea lector de otro periódico o para todo aquél al que le haya parecido una ordinariez empresarial otra subida de 10 céntimos en el precio de dicho medio -lo han subido un 20% en un año, por no hablar del redondeo de las 100 pelas al euro que hicieron todos en su momento; no sé yo si es la mejor manera de atraer a un lector que huye del quiosco-, dejo un par de párrafos.
«Me preocupa cuando oigo hablar solamente de crisis financiera o de crisis económica. Por supuesto que estas crisis existen. Las manifestaciones son obvias y dolorosas. Pero lo que tenemos delante es el hundimiento de un modelo de capitalismo que no ha estado gobernado por la política, sino que ha estado en manos de una élite mundial, sobre todo financiera, descontrolada, que ha buscado su único beneficio».
«De esta crisis se puede salir con más de lo mismo o con otro modelo, más democrático, más social y, desde luego, sostenible. Creo que la época en que EE UU y Europa hacían y deshacían está superada. Hay que democratizar todas las instituciones internacionales; fomentar los procesos de integración regional que vaya creando una red de gobernanza coordinada global; apostar por un nuevo paradigma energético basado en las energías limpias; establecer nuevas reglas en el comercio mundial que incluya cláusulas de cohesión social; acabar con los paraísos fiscales, que son un auténtico robo a los fiscos, ¡y la gente se sigue preguntando dónde está el dinero! En una palabra, ir creando, paulatinamente, un Estado del bienestar global, única manera, en mi opinión, de mantener a la larga el que disfrutamos en Occidente».
Entrevista a Cookin’ Soul publicada ayer en El País. Como se puede leer, son tres productores valencianos de hip hop que se están colando en el mercado gringo a base de trabajo y sentido de la oportunidad. Los tíos, además, son bastante graciosos. Aquí está lo que salió en ElPaís.com.
Mientras la industria musical sigue intentando poner puertas al campo abierto por la tecnología, la música y los que la hacen aprovechan los nuevos espacios para extenderse y cruzar fronteras que antes parecían insalvables. Así, tres chicos de Valencia están fabricando bases para estrellas del rap americano como The Game. Cuando Zock se unió a Big Time y Milton en 2005 y se cerró la firma Cookin’ Soul, el objetivo ya estaba claro. «Desde el principio, íbamos a por todas, a por Estados Unidos».
Los chicos tenían ambición. Pero sólo con eso no se encuentra el billete para sonar en Queens y Compton. También hace falta talento. Además, es necesario saber manejar los recursos de los nuevos tiempos. Y algo de suerte. «Montamos una web y cuando aún estaba en construcción, sólo con un ritmo de fondo, nos llamo Nach para decirnos: ‘Ese beat es para mí'». Nach, uno de los raperos punteros de aquí, fue el primero en poner voz a la música de Cookin’ Soul. Luego lo han hecho otros como Tote King y Flavio Rodríguez. Pero Cookin’ Soul no son de los que se conforman.
«Al que se queda parado se le lleva la corriente. Nosotros llevamos un rollo a la americana, de sacar mixtapes a punta pala». Un momento. Paramos el relato para hacer hueco a la Wikipedia. Mixtape es, además de la clásica cinta de cassette que todos hemos grabado alguna vez, «un formato cada vez más popular debido a su capacidad de promoción para los artistas de hip hop». Los raperos y productores americanos, tanto famosos como desconocidos, graban y ponen en un mercado alternativo al discográfico -la industria, cómo no, está en contra- sus mixtapes. Antes se vendían a un dólar; ahora se descargan, gratis, por Internet. Los artistas dan a conocer así nuevas bases, cantan rimas dirigidas a otros o, simplemente, publican temas que, por problemas de licencias de los sampleos, no podrían salir de forma oficial. Es una manera de demostrar calidad pero también reflejos, ideas y sentido del humor.
De todo ello andan sobrados estos tres valencianos. A los dos días de la muerte de Isaac Hayes, Cookin’ Soul colgaron de su página (www.cookinsoul.com) su tributo llamado Cookin’ Hot Buttered Soul. Cuando Jay Z alcanzó a Elvis con diez discos en lo alto de la lista de Billboard, ellos mezclaron la voz de uno con la música de otro (a esto también se le llama mashup) para hacer Billboard Gangsters. Y un día después de que Oasis se quejara de la presencia del mismo Jay Z en el festival Glastonbury, desde Valencia salió la mezcla de los de Manchester con el de Brooklyn llamada Ojayzis. «Esa misma noche nos llamó el jefe de de MTV News, revistas mexicanas, hasta el propio Noel Gallagher habló en una entrevista del tema…».
Así funcionan hoy las cosas. «Tienes que ser tu propio camello. Creas tu material pero también lo tienes que mover. No nos limitamos a colgar cosas en la web, nos lo trabajamos, madamos emails, hacemos contactos». De esta forma, Cookin’ Soul han entrado con fuerza en el circuito norteamericano de las mixtapes, algo así como la liga universitaria de baloncesto, la que lleva a la NBA. Han creado temas para mixtapes del multimillonario The Game («uno iba a ser para el disco y ya estábamos mirando el catálogo de Mercedes para elegir uno», dicen entre risas), el jamaicano Sean Paul y muchos otros como Soulja Boy, Swizz Beatz o CL Smooth. También han producido para discos oficiales para Rob O o 40 Cal. Los DJ y los sellos ya cuentan con ellos, les mandan material, les hacen encargos desde las compañías de Kanye West y Justin Timberlake… Quizás entren definitivamente en la gran liga después de la mixtape que han colgado por San Valentín mezclando la voz de 50 Cent con clásicos de R&B de los 90 con la excusa de una frase que soltó el rapero canalla contra el último disco de Kanye West. Seguiremos informando.
¿Quiénes son? Big Size, Milton y Zock, tres chicos de Valencia que producen música para estrellas del rap en Estados Unidos.
¿De dónde vienen? «En esto del hip hop uno empieza tocando todos los palos, pintarrajeando por aquí, rapeando por allá… y luego te vas decantando por una vertiente. A nosotros nos ha dado por la música».
¿A dónde van? Preparan una mixtape para el aniversario de la muerte de Notorious BIG, planean algo junto a Tote King, rumian su directo… «Queremos pasar de esta sección de El País a la portada, al lado de Zapatero».