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Posts Tagged ‘Independencia’

La frase del título es una de las que forman Comida de pájaros, segundo libro de Curro Rubira. La frase va acompañada de una ilustración, como se ve en la doble página de arriba, y de muchas otras frases y muchas otras ilustraciones en una obra que, dice Curro, se inspira en Hansel y Gretel. No he visto mucho rastro de ellos pero quizás es que no estaba mirando al suelo, entretenido por los dibujos y textos, por esta especie de evolución ilustrada de los micropoemas de Ajo que es Comida de pájaros.

Puede que un servidor eche de menos un hilo narrativo en todo el asunto (aunque sea fino) y que la cosa no sea brillante siempre (aunque hay quien ha escrito novelas con muchas menos frases atinadas), pero hay dos motivos por los que quería hablar de esto aquí y ahora. El primero es el clásico medalagana. El otro es que Curro ha decidido editarse el librito él mismo y hacerlo de una forma lujosa y nada barata, tener el libro que quería sin esperar decisiones editoriales y «que me quiten lo bailao». Un cuento que aplicarse.

Ah, otra cosa: aprovecho para recomendar el blog de Curro y sus compañeros de JWT Delvico.

Suena el Surfin’ Bird de los Trashmen.

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columpios2ch

Hoy en El País, la defensora del lector, Milagros Pérez Oliva, da la cara ante las cartas de aquéllos a los que ha fastidiado la desaparición del Pequeño País. Y, sin mucha necesidad, aprovecha para meterse en un jardín (de infancia, supongo).

Como saben, la prensa escrita se ha venido financiando hasta ahora a través de dos fuentes principales, la publicidad y la venta en el quiosco. En ausencia de crisis, la publicidad aporta en torno a la mitad de los ingresos. El resto procede de esos 1,20 euros que cada lector paga cada día por su ejemplar, es decir, menos de lo que cuesta un cruasán. Si este equilibrio entre ingresos directos e ingresos por publicidad se altera, no será sin consecuencias.

En el actual modelo, una caída de la publicidad puede afectar a la viabilidad económica de los medios. Luego la publicidad sigue siendo muy importante. Pero el principal capital de un periódico serán siempre sus lectores. Y no sólo en términos metafóricos. Primero, porque sin lectores no hay publicidad. Y segundo, porque el hecho de que haya lectores que pagan por la información es lo que permite al periódico ser independiente, no sólo frente a los poderes, sino también frente a los anunciantes.

La crisis económica ha provocado una caída de las inversiones en publicidad que está afectando a los contenidos, como ha ocurrido con el Pequeño País. Y eso ocurre al tiempo que la cultura de la gratuidad se extiende de la mano de Internet, lo que puede acabar afectando también a la calidad. ¿De verdad puede alguien creer que una información fiable, independiente y veraz no tiene coste? El periodismo de calidad es cada vez más caro, porque exige escribir desde el lugar de los hechos, investigar y no conformarse con las versiones de parte; exige más tiempo, más recursos y mayor cualificación profesional. Si el lector no paga por la información, ¿quién lo hará?, ¿a cambio de qué?

Un modelo de información totalmente gratuita por Internet supondría un cambio de modelo. El periodismo pasaría a depender totalmente de los anunciantes. El actual equilibrio se invertiría. Si la publicidad se convierte en el principal o el único sostén de la información, los medios pueden perder su independencia. Ahora EL PAÍS puede preservar la suya porque hay suficientes lectores dispuestos a pagar por el diario en el quiosco. No defraudarles es, pues, un imperativo de supervivencia del actual modelo».

Leyéndolo, se me han ocurrido unas cuantas cuestiones:

¿Debe ser un medio independiente sólo porque tiene lectores que paguen por acceder a su información o debe serlo (o tratar de parecerlo, no seamos ilusos) por definción?

Si, como se interpreta en el texto, los anunciantes pueden influir en las noticias y El País ha tenido anuncios desde el principio de sus tiempos, ¿cuántas noticias hemos leído teñidas del color del que paga y cuántas hemos dejado de leer?

¿Alguien ha dicho que la información de calidad no tenga coste? (Otra cosa es que ese coste lo paguen otros, no el lector; eso es cuestión de cada modelo de negocio).

Partamos de la base que plantea la defensora: el periodismo de calidad es cada vez más caro. Entiendo que eso significa que El País tiene cada vez mayor calidad y que, por eso, ha subido un 20% de precio en menos de un año. Si es así, ¿por qué en el mismo texto se admite que están bajando la paginación y los recursos?

La defensora menciona, por cierto, el nuevo precio del periódico pero no le da importancia. No sé si espera hacerlo en el futuro o si prefiere pasar, pero es un hecho que han subido 20 céntimos en menos de un año. Cierto es que, como dice, sigue siendo más barato que un cruasán. Pero es que el cruasán no lleva publicidad.

Suena esa cojoversión de Marianne Faithfull del Salvation de Black Rebel Motorcycle Club.

La foto es de aquí, creo.

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El siguiente texto apareció en el número de junio de la revista Calle 20. Cuenta la peripecia de Daniel Lavin, un madrileño con ganas de hacer cine que se ha pagado y dirigido su primer largo. Hay un pequeño detalle que lo hace todo más… acrobático: el tío lo ha hecho en la ciudad en la que vive. Tokio. El reportaje, convenientemente maquetado y eso, se puede ver dándole al siguiente link: acrobats.

Un madrileño de 28 años decide ir a Tokio a pasar unos meses. Le gustan el manga y el cine japonés, le atrae la cultura de allí, siente que el viaje puede ser una experiencia decisiva en su vida. En Tokio, una ciudad en continuo movimiento que captura almas inquietas, conoce a una japonesa. Ikuko es amiga de una compañera de hostal. Quedan a tomar unas copas y pasa lo que tiene que pasar. Tres meses después, Daniel vuelve a Madrid con una experiencia decisiva y una futura esposa.

Ikuko y Daniel piensan dónde vivir juntos. Ella tiene trabajo estable en Tokio. Él ha estudiado cine y anda buscándose la vida en el audiovisual español sin mucha suerte. Deciden que será él quien se embarque en la aventura. Decide Daniel que va a aprovechar el impulso para cumplir un sueño. Se planta en Tokio con una cámara de vídeo, un ordenador, poco dinero, ningún conocido en el sector y un objetivo: rodar un largo.

Esta historia no es el argumento de una película. Es la historia del rodaje de una película. Es el relato de una acrobacia. La que ha hecho falta para finalizar Acrobats. «El mayor miedo no era realizar la película en un país y en una lengua diferentes, sino el no realizarla en absoluto». Daniel Lavin habla con Calle 20 desde Tokio y por Skype. Lo hace despacio y con una seguridad en sí mismo que se antoja necesaria para meterse en semejante jaleo. «Si me hubiera quedado en Madrid, a lo mejor habría entrado en el rollo burocrático eterno de buscar una subvención. Preferí hacerlo por mi cuenta, sin medios pero con ilusión».

Calcula que la peli ha costado 12.000 euros, incluyendo la cámara y los micrófonos. Nadie ha cobrado un yen. Se ha rodado en plan guerrillero. Sin permisos. Casi siempre en fin de semana, por eso de que hay que currar para comer. Acrobats es producto de la fe ciega de su director pero también de la del resto de los participantes. De los técnicos, coreanos, americanos, ingleses, un neocelandés y un chino, y de los seis actores, todos japoneses. Por cierto, ¿fe ciega o inconsciencia? «Las dos cosas».

El resultado es sorprendente. Acrobats es un film de autor. Hiperrealismo crudo y minimalismo expresivo rodado cámara al hombro. El retrato de un momento de las vidas de tres funambulistas sin futuro ni presente que hacen equilibrios sin avanzar y sin red. Tres historias que se cruzan, pero poco, de tres personas solas en una ciudad de trece millones de habitantes. «El hecho de que haya muchos exteriores -explica Daniel- acrecienta esa sensación de soledad. En un interior siempre tienes más impresión de estar atrapado, pero en una ciudad como Tokio, un tanto claustrofóbica, se produce el mismo efecto».

Que nadie espere un Lost In Translation o un tercio de Babel. Daniel no ha visto Tokio con los ojos de un gaijin, como se les llama allí a los guiris. «No quería ser el típico occidental, quedarme con los tópicos, sino ser fiel a la historia. Imagínate que yo fuera japonés y rodase en España: huiría de toros y flamenco».

(Sigue leyendo, no seas así, pincha aquí. También puedes leer el blog de Daniel).

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