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laespanavacia

La España vacía
Sergio del Molino
Turner, 2016.

Es para muchos el ensayo en español del año (pasado). No sé yo—no he leído todos—, pero sí me atrevo a decir que es brillante, original y convincente en su tesis. Sergio del Molino, el que lo escribe, ha publicado varios libros, novelas pero también reportajes largos y un ejercicio mucho más allá de la autoficción (La hora violeta). De lo que habla aquí es de uno de los rasgos que según él definen a España: el inmenso vacío que es la meseta, ese enorme espacio tan cerca de la nada absoluta y tan lejos de las ciudades vecinas que se llevan toda la vida y la actividad. Todo el mundo parece haberse dado cuenta ahora de que hay una falta de entendimiento entre el campo y la ciudad y de que eso es preocupante pero, para Sergio del Molino, lo de España es único y nos hace ser como somos.

Como digo arriba, la tesis y la forma de exponerla convence desde las primeras páginas. Sin embargo, llega un momento de lectura en que da la sensación de que el texto es como un juego de boliche, de ésos con una bola atada a una cuerda, una bola que hay que colar en el mismo tallo que sirve de mando al jugador. Del Molino saca de sus lecturas, documentación y experiencias un montón de asuntos, desde lo erudito a lo más popular, que intenta relacionar con el punto de partida. No siempre, creo yo, cuela la bola en el palito pero no por eso deja de ser un placer leerlo.

Mola lo que cuenta sobre cómo el Quijote no sólo refleja sino que ha influido en nuestra cosmovisión o, más bien, reinovisión. Es un gustazo conocer personajes olvidados como Ciro Bayo. Y es divertido leer referencias más actuales como Joaquín Luqui, aunque aquí para mí que la bola no toca el palo. El libro es erudito pero muy cercano, un torrente de referencias literarias, históricas y hasta musicales y televisivas, un ensayo algo pop aunque sea sobre un tema con tan poco colorín como la España vacía a la que, por cierto y si no me lo he saltado, consigue no llamar nunca profunda.

En realidad, es un libro de viajes estupendo, de viajes interiores al ser español, ibérico, estatal o como coño haya que decirlo. A qué somos y por qué lo somos, desde los procesos políticos a los literarios y culturales, desde la geografía a la historia. Pero faltan cosas, esenciales quizás, para apuntalarlo. Seguramente con algo más de acento en lo económico (la propiedad de la tierra, por ejemplo) el juego no fallaría nunca, aunque puede que fuese más aburrido.

Es un extraño ensayo de éxito porque habla de algo sobre lo que no queremos hablar ni pensar  y lo hace sin acritud, cosa bien rarita aquí y ahora. Es, en cualquier caso, una estupenda receta contra la idealización de lo rural pero también de lo urbano. En el fondo, o no tanto, de esto trata: de la relación irresisitible y llena de resistencias entre la ciudad y el campo. Un temazo.

 

 

 

sapiens

Sapiens (De animales a dioses)
Yuval Noah Harari
Debate, 2015.

El libro está publicado aquí hace un año, mucho tiempo tal y como está el negocio editorial para que se siga hablando tantísimo de él, nada si lo medimos con la perspectiva temporal con la que mira Yuval Noah Harari, historiador israelí, nuestra evolución. Lo que aquí cuenta el autor son las respuestas al de dónde venimos, al quiénes somos y, sobre todo, al cómo somos. El a dónde vamos lo deja para el ensayo que acaba de editar también Debate, Homo Deus, aunque lo esboza un pelín ya en éste.

Es importante lo del cómo porque leer Sapiens es algo así como una terapia gestalt a escala humana y macrohistórica. La sensación que tiene uno mientras va trotando sobre sus párrafos es la de ir conociéndose mejor. Darse cuenta de cómo somos es aceptarse, aceptarnos, aunque seamos una especie un tanto contradictoria y cabrona.

Hay un montón de bofetones reveladores en torno a nosotros y nuestras cosas evolutivas pero a mí el que me ha dejado más colgado es el que cuenta, bastante al principio del libraco, cómo es el relato (él lo llama ficción) lo que nos diferencia de otras especies homo y del resto de mamíferos y animales y nos hace pegar el estirón evolutivo para llegar tan a toda leche a donde estamos.

Por cierto, que la forma de relatar de Harari es un gustazo. Sapiens es un ensayo lleno de conocimiento pero que no atiborra al lector de datos ni citas, escrito con un lenguaje que fluye fácil y un tono cercano, desde una posición equidistante que lo explica todo con mucha calma, sin caer en la exaltación de la humanidad ni en la culpa (tan sólo se le nota el gustito por cosas del budismo y la defensa de los animales, pero sin trincheras).

Por todo esto, el texto no sólo entra bien, sino que deja huella. Mientras lo lees, te hace pensar, te inspira. Probablemente, te pueda hasta hacer evolucionar.

madrid

«Madrid:frontera»
David Llorente
Alrevés, 2016.

David Llorente escribe, teatro y novela, y escribe muy bien. Escribe y describe Madrid desde Praga, donde vive, y le sale clavado el retrato aunque tenga pinta de ser una foto deformante de una ciudad negrísima y dividida entre quienes viven en la calle y los que hacen que los otros vivan en la calle. La vida misma, pues.

La novela es este Madrid negro, rodeado por el mar y cubierto por una lluvia permanente, con sirenas, comebasuras y un palacio de El Pardo reocupado pero, también, la novela es una narración que dialoga constantemente con el protagonista y una acción que va devorando a sus propios personajes en forma de capítulos. Muchos hallazgos en la forma, un navajazo en el fondo.

Madrid:frontera es novela social, es ciencia ficción de la posible, es un relato distópico, es realismo mágico y oscuro pero no es novela negra, más allá del color de la ciudad  que pinta. Algún día, por cierto, alguien tendrá que escribir un texto rollo distopía contando cómo en España todas las novelas son calificadas de negras, aunque sean rosas, a ver si así cuela y se meten en las listas. O quizá ésta sea una realidad ya escrita y coleando.

El libro produce malestar, duele, molesta y avisa desde el primer párrafo: «La pérdida de la identidad (no saber quiénes somos) es la madre de todas las desgracias. ¿Entiendes?».

Resumen del año: sorpresas

Este año hemos descubierto que la gente tiene costumbres raras. Por ejemplo, tiene la extraña costumbre de morirse, lo hace incluso la gente que se dedica a la música. También hemos descubierto que la gente tiene por costumbre votar lo que le sale de las narices y no lo que pensamos que debe votar. O incluso no votar en absoluto.

Suena Time After Time en esta maravillosa versión de The Bad Plus.

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«Por último, el corazón»
Margaret Atwood
Salamandra, 2016

Dice Margaret Atwood que no le gusta que le digan que hace ciencia ficción porque no escribe sobre naves espaciales y tiene razón. Prefiere llamarlo «ficción especulativa». La canadiense, comprometida y consciente, acostumbra a hacer relatos distópicos que son además denuncias que calan hasta los huesos. Algo le ha debido pasar durante la escritura de este libro, como si la hubiera poseído el espíritu de Homer Simpson.

Con la realidad tan chunga y por eso inspiradora que tenemos, Atwood ha elegido un punto de partida argumental un poco pse: en un contexto de crisis morrocotuda muy parecido a éste, una empresa privada ofrece a la pobre gente una estancia en una ciudad modelo que combina vivir un mes en una casa y un mes en la cárcel. Uno tiene la sensación todo el rato de que con esto Philip K. Dick casi ni se se hacía uno de sus relatos del montón.

De hecho, me quedo con ganas de leer más sobre ese país en crisis por el que pasa a toda leche sin dejar un retrato ni esbozado para entrar en seguida en ese Proyecto Positrón que también se explica regular. En realidad, todo sucede a toda leche, es una de esas novelas en la que pasan muchas cosas pero no pasa gran cosa.

Todo, los personajes, los conflictos, las situaciones, es muy ligerito, como si la autora hubiese dado por buena cada primera ocurrencia sin analizar bien si de verdad valía o no.

He leído por ahí que es «una comedia de enredos con un humor disparatado». Pues yo no la he pillado. Sí me ha parecido una comedia romántica, pero de un romanticismo un poco visto, con unos personajes femeninos sorprendentemente difuminados y que se comportan como si el libro lo hubiese escrito un hombre con un palillo en la boca.

 

 

 

cocaina

«Cocaína»
Daniel Jiménez
Galaxia Gutenberg, 2016
Premio Dos Passos a la Primera Novela

 

No va tanto sobre la adicción a la cocaína como sobre la adicción a la escritura, creo. No retrata el bajón eterno del que no puede parar de subir sino la frustración del que sabe que no puede llegar tan arriba como los que escribieron antes. Habla sobre literatura, ilusión, miedo y frustraciones. Y lo hace sin ser pretencioso.

Tampoco me parece, como he leído por algún lado, un retrato de una sociedad que se desmorona. Sí retrata a un tipo que se desmorona dentro de una familia que se tambalea pero lo colectivo pasa de puntillas por el relato. Hay ahora muchas ganas de que cualquier historia sea reflejo de lo que nos está pasando pero, por mucho que nos empeñemos, los libros suelen ser reflejo de lo que le pasa a la persona que los escribe.

Hay un momento en que te das cuenta de que el nihilismo y el tormento del protagonista no pinchan tanto como deberían, como si fuese más un ejercicio de estilo que un vómito emocional. Y es que quizá lo sea. El estilo está trabajado con una precisión quirúrgica y eso puede que le reste algo de sudor al texto.

Muy bien trasladado ese proceso que va del cinismo a la introspección y vuelta, el que lleva a tipos que se creen muy listos a hundirse en una mierda de la que no saben salir y que les va apartando de todo y acaba haciéndoles espectadores de las vidas de los demás y de la suya propia, ésa que se hunde en la mierda en un presente continuo —sí, este párrafo lo he escrito en tercera persona pero podría haberlo hecho en primera, igual que Daniel eligió la segunda para su libro—.

Qué difícil es poner fin a una novela tan intensa (y no está mal finiquitada, ojo).

Está de puta madre.

Resumen del año: Nosotros

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No tengo muchas ganas de escribir, la verdad. Es Nochebuena y estoy leyendo con mucha tranquilidad y bastante emoción el  libro de Roberto Bécares, El efecto Carmena, editado por Libros.com. Como lo cuenta él muy bien, no tiene sentido que le dedique yo mucho más tiempo y sí que recomiende su lectura: lo que viene del 15M al 24M, el municipalismo, las ciudades del cambio, Manuela (vibrante el capítulo en el que narra su decisión de presentarse), la campaña ciudadana Madrid con Manuela…

Sólo he vuelto por aquí para recordar(me) que por fin hemos acabado de demostrarnos que la política no es un desastre natural sino la forma de organizar el bien común en la que nosotros es el único sujeto posible. Seguimos.

Suena el Manuela del incomparable Pedro Perles.

 

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El otro día a un DJ lituano le bajaron de un montón de carteles por algo que dijo en su perfil de Facebook, parece que metiéndose contra los homosexuales. Hace un mes, al que canta en Def Con Dos lo enchironaron por decir un par de barbaridades en su cuenta de Twitter, creo que reacionadas con ETA. En estos días, a uno que acaba de prometer el cargo de concejal del Ayuntamiento de Madrid le han lapidado públicamente por un par de tuits con chistes brutos que escribió hace tiempo cuando sólo era un guionista y como parte de un debate sobre otra broma tuitera salida de madre, en este caso a cargo de lo que entonces era un prometedor director de cine. Por esa misma época, por cierto, hubo un movimiento masivo contra un escritor y un centro comercial que vendían un libro en el que se aseguraba que la homosexualidad tiene cura.

Hoy es lunes, dos días después del cambio de rumbo político más importante que ha tenido España en, como mínimo, 30 años y sólo hablamos de cosas de redes sociales. Llegados a este punto, ya no se trata de decidir si tal debe dimitir o cual debe seguir en la cárcel o pascual no volver a poner un disco en su vida. Llegados a este punto, se trata de saber si nos hemos vuelto completamente idiotas o sólo casi.

El poder de la jauría digital lo explica muy bien Javier Salas en este artículo. Pero no sé si es suficiente para explicar en lo que nos estamos quedando. ¿Somos lo que hacemos o somos lo que decimos? ¿Debemos valorar a la gente por sus actos o por sus palabras? ¿Tenemos en cuenta el contexto o descontextualizamos para todo y para siempre? ¿Nos tomamos las cosas con calma y las vemos con perspectiva o vivimos en el escándalo perpetuo?

Seguramente, muchos de los que están defendiendo hoy a Zapata, atacaron en su momento al escritor y al centro comercial que vendían ese libro que sostenía esa gilipollez. Probablemente, muchos hayan aplaudido también la caída en desgracia del DJ lituano. Qué carajo, el mismo Zapata ha troleado en Twitter lo que ha querido y más a gente que sólo pasaba por ahí para decir alguna chorrada, como todos hacemos. Por descontado, a Zapata y a Ahora Madrid les han estado buscando y les buscarán las cosquillas y los grandes y poderosos medios no se fijarán igual en salidas del tiesto similares de, por ejemplo, miembros del PP. Por supuesto, la defensa de la libertad de expresión de los chistes de Charlie Hebdo se da de bruces con esta otra persecución. ¿Y qué? La jauría no es de un bando u otro, sólo es…

¿De verdad queremos convertir en real el espectáculo de la nada que es la conversación constante y permanente que son las redes sociales? ¿De verdad preferimos perder el tiempo con eso que con las cosas de la vida real? ¿En serio nos vamos a perder en la retórica y no nos vamos a encontrar en los hechos?

Pues vale. La verdad es que a mí me habría gustado juzgar a Zapata por lo que hubiese podido hacer como Concejal de Cultura y no por las chorradas que diga en sus redes sociales. No voy a poder. Bueno, tampoco pasa nada. Entiendo que la dimisión es una decisión estratégica y que se habrá considerado como mal menor. Pero que sepamos que el daño no se lo comen sólo Zapata y Ahora Madrid, que el daño es para todos.

Puede que Vigalondo, ese director al que se la liaron parecida en 2011, lleve razón y tengamos que aprender a ser críticos sin ser sádicos en nuestros muros sociales pero yo creo que, en cualquier caso, se nos ha ido claramente de las manos. La ira colectiva nos está convirtiendo en una sociedad ruidosa, inaguantable, torrencial y pacata. O quizás fuésemos así y sólo ahora lo sepamos porque existen las redes sociales. Qué se yo, qué más da. Sólo espero que mañana dejemos de hablar de ceniceros y podamos seguir hablando de política. De la del bien común. De la de todos.

Suena Destruction Unit, Final Flight.

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El otro día unos amigos que viven fuera de España me contaron que se enteraron de la muerte de un íntimo a través de un grupo de WhatsApp.

Gente, tenemos que hablar.

Suena Saetas en el aire, de Le Parody.

fans en www.laopcionb.com

Hoy, que es la jornada esta tonta de reflexión —como si no reflexionásemos todos los días— me he acordado de un momento muy representativo de todo esto de la fiesta de la democracia. El otro día, hace dos semanas, estaba viendo en la tele el programa Ochéntame otra vez, en el que curra un amigo, Luis Felipe. Aquel día estaba dedicado al fenómeno fan de los 80, sacando míticos momentos de Los Pecos, Pedro Marín, Iván y compañía. El caso es que, en plena exaltación del calentador, el grito romanticón y la canción aguda, TVE interrumpió su programación sin avisar para meter a capón lo que en ese momento consideraro necesario.

El motivo fue el inicio de la campaña electoral —como si no estuviésemos en campaña electoral todos los días— que nos ha traído hoy a reflexionar. Y la cosa empezó a tope con una conexión con el discursito torpe de Arias Cañete, al que además le pilló con el pie cambiado el aviso de la conexión en directo. Pero todo daba igual porque sus fans estaban como locos, aplaudiendo, agitando banderas, gritando su nombre y el de su grupo. Luego pasaron a la Valenciano y la cosa fue más o menos igual, con histeria desatada entre sus seguidores. Y luego IU, y lo mismo. O sea, que interrumpían un programa en el que uno veía con asombro pero cierta simpatía a la adolescencia ochentera perder los papeles antes las aflautadas canciones de Los Pecos o las contorsiones de Pedro Marín para conectar en directo con eventos en los que uno podía ver con aún más asombro y algo de asquete a gente no tan joven perdiendo el norte de manera similar ante los candidatos del régimen a las europeas.

Y el caso es que esto no lo entiendo —como si entendiese algo alguna vez—. Puedo comprender que los fans de los 80 perdiesen la chaveta, puedo llegar a empatizar con un sentimiento amoros al ver la melena del rubio de Los Pecos, puedo sentir algo de cariño hacia las caderas de Pedro Marín y hasta puedo ponerme en el lugar de alguien que disfruta como un orgasmo la melodía de Háblame de ti. Pero no me cabe en la cabezota lo de los fans de los partidos. ¿Cómo coño puedes volverte loco ante el porte de Cañete o Valenciano? ¿Cómo cojones explicas que te llene de histeria y satisfacción el discurso de estos dos o de Rosa Díez o de Mas o de Lara? ¿De qué coño te alegras si gana uno de éstos?

Suena Mal español, de Love of Lesbian (creo que la primera suya que me gusta)

 

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