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madrid

«Madrid:frontera»
David Llorente
Alrevés, 2016.

David Llorente escribe, teatro y novela, y escribe muy bien. Escribe y describe Madrid desde Praga, donde vive, y le sale clavado el retrato aunque tenga pinta de ser una foto deformante de una ciudad negrísima y dividida entre quienes viven en la calle y los que hacen que los otros vivan en la calle. La vida misma, pues.

La novela es este Madrid negro, rodeado por el mar y cubierto por una lluvia permanente, con sirenas, comebasuras y un palacio de El Pardo reocupado pero, también, la novela es una narración que dialoga constantemente con el protagonista y una acción que va devorando a sus propios personajes en forma de capítulos. Muchos hallazgos en la forma, un navajazo en el fondo.

Madrid:frontera es novela social, es ciencia ficción de la posible, es un relato distópico, es realismo mágico y oscuro pero no es novela negra, más allá del color de la ciudad  que pinta. Algún día, por cierto, alguien tendrá que escribir un texto rollo distopía contando cómo en España todas las novelas son calificadas de negras, aunque sean rosas, a ver si así cuela y se meten en las listas. O quizá ésta sea una realidad ya escrita y coleando.

El libro produce malestar, duele, molesta y avisa desde el primer párrafo: «La pérdida de la identidad (no saber quiénes somos) es la madre de todas las desgracias. ¿Entiendes?».

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cocaina

«Cocaína»
Daniel Jiménez
Galaxia Gutenberg, 2016
Premio Dos Passos a la Primera Novela

 

No va tanto sobre la adicción a la cocaína como sobre la adicción a la escritura, creo. No retrata el bajón eterno del que no puede parar de subir sino la frustración del que sabe que no puede llegar tan arriba como los que escribieron antes. Habla sobre literatura, ilusión, miedo y frustraciones. Y lo hace sin ser pretencioso.

Tampoco me parece, como he leído por algún lado, un retrato de una sociedad que se desmorona. Sí retrata a un tipo que se desmorona dentro de una familia que se tambalea pero lo colectivo pasa de puntillas por el relato. Hay ahora muchas ganas de que cualquier historia sea reflejo de lo que nos está pasando pero, por mucho que nos empeñemos, los libros suelen ser reflejo de lo que le pasa a la persona que los escribe.

Hay un momento en que te das cuenta de que el nihilismo y el tormento del protagonista no pinchan tanto como deberían, como si fuese más un ejercicio de estilo que un vómito emocional. Y es que quizá lo sea. El estilo está trabajado con una precisión quirúrgica y eso puede que le reste algo de sudor al texto.

Muy bien trasladado ese proceso que va del cinismo a la introspección y vuelta, el que lleva a tipos que se creen muy listos a hundirse en una mierda de la que no saben salir y que les va apartando de todo y acaba haciéndoles espectadores de las vidas de los demás y de la suya propia, ésa que se hunde en la mierda en un presente continuo —sí, este párrafo lo he escrito en tercera persona pero podría haberlo hecho en primera, igual que Daniel eligió la segunda para su libro—.

Qué difícil es poner fin a una novela tan intensa (y no está mal finiquitada, ojo).

Está de puta madre.

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Portada_El_Proposito

Teclear a navajazos, ajustar cuentas con cada frase, escupir con moco en un párrafo, devolver el sufrimiento y el asco nuestro de cada día en unas líneas, vomitar en forma de libro el vómito que nos hacen tragar con cada titular…

Inspirar, escribir, vivir.

Tengo un colega al que algunos llamamos Chon y me acabo de leer su novela. Una novela buena y honesta que la industria editorial, con perdón, ha dejado pasar mientras se preocupaba de copiar a sus dichosas sombras. Peor para la industria editorial, si es que eso es posible.

El propósito está de puta madre si eres de los que consideras que es mejor estar cabreado y odiar que estar triste y padecer. El propósito es cojonuda si te parece que casi todo es una puta mierda pero te lo tomas con humor y un DYC cola. El propósito está indicada si quieres viajar por Colombia y México sin salir de esta visita guiada a los intestinos de la putrefacción que llamamos vivir en España.

Pero qué coño hago yo hablando de esto si lo explica él mismo dentro de la cosa:

El propósito de El propósito -sin pretensiones, de verdad, el Nobel ya caerá- es llegar a ser para España lo que Roberto Saviano, el autor de Gomorra, es ahora para la Mafia, o lo que Salman Rushdie, el escritor de Los versos satánicos, llegó a ser para los radicales islámicos. El propósito de esta obra es convertirme en el español non grato del año, un ser en busca y captura, un apestado, para no poder volver jamás a poner un pie en esta tierra de miserables y miserias.

Se puede comprar El propósito, de José Luis Corral Moirón por 2,99 euros de nada pinchando aquí.

No seas bobo, dispárate este libro en el paladar.

Suena La broma de Ssatán, Ahógate en el WC.

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Se está liando en Tenerife. La cosa se llama LuchaLibro y se explica como el «primer campeonato de improvisación literaria». Para participar, hay que enviar un relato a luchalibrotenerife@hotmail.com. Los 16 seleccionados se partirán la madre a letrazos en el Café Atlántico de Santa Cruz de Tenerife. Las peleas, improvisadas, van con máscara y todo y prometen ser cosa fina. En juego está la publicación de un libro. Yo no tengo nada que ver con el asunto. Bueno, ahora sí, lo apoyo a saco. Me contactaron para contármelo y me pareció bien chulo. Me puse en sus manos y, a través de Facebook, me propusieron un reto, construir un relato con tres palabras que me proponían: pastilla, armónica y centro comercial. Como soy un tío obediente, sobre todo si las cosas me las piden gente enmascarada, me puse a ello. Lo que pasa es que lo hice en un día nublado y la cosa salió así:

Suena. Un blues que trota sobre el cuatro por cuatro recordándonos que antes también fuimos esclavos. Sabe. Que el asco no lo quitan ni los antidepresivos ni las pastillas con las que engañan los chavales a la realidad durante el fin de semana. Siente. Pero no hace caso y piensa que todo está mal aunque ella está segura de que jamás fue tan feliz. Sueña. Con un mundo en que el ser humano fuera consciente de que pasar el rato en un centro comercial no es ser humano. Soy. El protagonista de un lamento de Lightin Hopkins y el culpable de todo. Sólo. Tengo aire para respirar una vez más y lo voy a gastar soplando un sol en la armónica para que ella se entere de que hay luz al final del túnel. Sí. Hoy tocaba una canción triste pero mañana será otro día aunque yo me lo vaya a perder. Suerte. La vais a necesitar.

Lo dicho, si alguien está leyendo, vive en Canarias y es de escribir y deivertirse, se puede informar en su Facebook y en su web.

 

 

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O para el que pretenda pasar de la primera página de Nocilla Lab.

Suena Alphabet Aerobics, de Blackalicious.

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Corte del director de la entrevista con David Gistau publicada en el número 133 -mayo 2008- de GQ. O sea, la entrevista completa, sin ediciones. David, aparte de gran amigo, tiene en la calle una muy buena novela de la que hablo un poco más al final.

Cómprala, que es buena

España se divide entre los que están con Rodolfo Chikilicuatre y los que no. Entre los que pillan la broma y los que la reciben indignados y al pie de la letra. Del mismo modo, los hay que se quedan con la labor de columnista a veces airado y siempre sincero y, por eso, molesto, de David Gistau y se pierden al reportero, al cronista, al contador de historias. Después de una primera novela publicada casi en familia, “A que no hay huevos” (Temascinco), se edita ahora “Ruido de fondo” (Ediciones B), la historia de un hombre que se enfrenta a su pasado con el fútbol como escenario. Una buena excusa para poner la grabadora por primera vez entre dos amigos. Por cierto, que quede claro, David está con el Chikilicuatre.

¿Hemos venido a hablar de tu libro o hablamos de fútbol?

Hombre, yo prefiero hablar de fútbol. Sobre todo porque me encantaría que en España se entendiera de una vez que el fútbol, y lo que le rodea, es un gran tema para escribir. El fútbol, como las guerras y las aventuras de antes, es un terreno perfecto para contar historias de hombres. De hombres en primera línea obligados por códigos. Y para un urbanita español del siglo XXI no hay tantas oportunidades de enfrentarse a ese tipo de historias.

Es un buen lugar para acudir a pescar metáforas.

Sí. Es una cursilada recordar eso que dijo Camus, que “todo lo que había aprendido de moral lo había aprendido en un campo de fútbol”, pero es verdad. También es lo que dice un amigo mío que se parece sospechosamente a un personaje del libro, que nació 500 años tarde para vivir ciertas aventuras que eran posibles en la España de antes y que el sucedáneo lo encontró en el fútbol. Y es un poco lo que intento contar en el libro.

Estabas destinado a ser del Atleti pero te hiciste madridista. Me gustaría que contases por qué.

Mi familia era atlética. Cuando yo tenía seis años era del Atleti pero mi padre me llevaba siempre al Bernabéu y no al Calderón. Como en el anuncio, un día le pregunté: “¿Por qué si somos del Atleti sólo venimos al Bernabéu?”. Y él me contestó: “Eres demasiado joven para creer que todo en la vida es sufrimiento”. Mi padre, que ya estaba golpeado, decidió proveerme de un lugar en el que no tuviera que enfrentarme a la dimensión trágica de la vida cuando todo lo demás fallara.

Pero el aficionado del Madrid es un poco como el que se casa con Pamela Anderson y se cabrea cuando se da cuenta de que no siempre está radiante, con las 9 Copas de Europa asomando por el escote.

Sí, en eso se parece también al público de Las Ventas. En el Madrid sólo vale la grandeza. Y, como el público de Las Ventas, el aficionado ha convertido la insatisfacción constante en una forma de pedantería. Sólo te puede satisfacer lo sublime y, por culpa de esa filosofía de fútbol, resulta que no te diviertes nunca. Y es una mala filosofía de vida. Me siento más identificado con la del Atleti, como prefiero ir a una corrida de pueblo que a una en Madrid. Me gustan los pretextos para que todo sea fiesta y en el Bernabéu nada es fiesta.

Por eso te has hecho de Independiente de Avellaneda.

Sí, ja, ja… Gracias a Independiente he recuperado cosas que había perdido en el Bernabéu: la fiesta y los sentimientos intensos. En Argentina, la gente en el fútbol te habla, comparte contigo la comida, es consciente de que estás hermanado en un sentimiento común.

Tu columna sobre sexo en GQ me recuerda a Gago, que, además de ser guapo, pretende que nos creamos que juega bien.

Ja, ja, ya, y yo pretendo que follo bien, ¿no? Es al revés, en la columna yo salgo mal parado. Si hiciéramos un retrato en función de las experiencias sexuales del personaje que lo escribe, el tío es un desgraciado, es un desastre que no comprende a las mujeres. De hecho, mi arma para ligarme a mujeres siempre ha sido… la pena, ja, ja, ja…

De pequeño, ¿qué querías ser? ¿Jugador de fútbol o novelista?

Novelista, nunca. Supongo que por encima de todo quería ser futbolista y, luego, aventurero, como el Corto Maltés.

¿Qué futbolista?

Pues uno de los que está en la cueva metido, un portero de discoteca adaptado al fútbol. Como Rattín, el argentino que daba miedo hasta al árbitro, porque habilidad no he tenido nunca, ja, ja…

¿Cuándo te das cuenta de que sí quieres ser novelista?

Me doy cuenta, leyendo a Graham Greene, de que es un pretexto estupendo para llevar una vida errante y aventurera, siempre que de cada episodio de ella saques un libro. Puedes estar loco, ser inestable, pero si esa patología tiene un pretexto literario, no te van a encerrar en un manicomio. Al contrario, te van a dar la mejor mesa en un restaurante. Al descubrir esa forma de vida, me cuadró todo lo que quería ser. El complejo de Peter Pan justificado por la literatura. Y es también cuando me cuadra el periodismo. No el de columna, obviamente, pero sí el de reportajes.

Claro, porque cuando yo te conocí, hace más de 15 años, lo que no querías ser era columnista.

Pero aún defiendo mi dimensión de cronista y reportero y, por suerte, mi director también apuesta por ello, con lo que ahora soy un poco híbrido. No he dejado ni voy a dejar de hacer crónicas, de viajar, de hacer reportajes, con lo cual siempre voy a estar a salvo del tedio con frac y barriga de ser opinador.

¿Dónde hay más puñaladas? ¿En un fondo sur o en el periodismo?

La diferencia es que en las bandas callejeras todo es muy frontal y obvio, nadie es intrigante ni subterráneo. Y en el periodismo todo se vuelve más cobarde, más mezquino. En estos ambientes, que se pretenden más sofisticados, se considera que cuanto más retorcido y mezquino eres, más listo pareces. Y eso termina haciendo que sea imposible encontrar nada parecido a la nobleza, mientras que en la calle todo es noble, aunque sea primitivo. Nada es retorcido, las cosas terminan sucediendo de una forma hermosamente simple. A mí no me ha pasado nunca en un ambiente de fútbol algo que sí me ha pasado en un ambiente periodístico, que es estar sentado a la mesa con un amigo y no fiarte de él, porque crees que te está escondiendo algo.

¿Sabe el director de GQ que ha inspirado a un personaje de tu novela o se va a enterar por esta entrevista?

(Risas) No, aún no se ha enterado… (Más risas) A ver cómo lo explico, el director de GQ, además de ser un tío que me cae muy bien, inspira remotamente un personaje de la novela porque me servía como contrapunto, como ejemplo de la forma de vida a la que el protagonista quiere llegar pero no sabe cómo. Muestra al protagonista cuál puede ser su futuro. Pero, en cualquier caso, espero que Javier no se lo tome a mal, porque hay mucho sentido del humor y todos los personajes salen muy mal parados.

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De qué va «Ruido de fondo»

Eduardo es un periodista de éxito. Con un presente acomodado y un futuro brillante. Pero también con un pasado de fondo sur con el que se reencuentra de sangrienta casualidad. Con un muerto de por medio, tendrá que decidir qué es traicionarse más a sí mismo: vender a sus camaradas de entonces o negarse a ser la persona que ha hecho de sí mismo tras dejarles atrás. David Gistau retrata de forma certera dos mundos antagónicos pero igual de peligrosos, el de los engolados círculos periodísticos y el de las tardes de fútbol entendidas como desembarcos en Omaha Beach. Y reflexiona, de paso, sobre la imposibilidad de renunciar a lo que uno ha sido para ser lo que uno quiere ser.

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