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Apegos feroces
Vivian Gornick
Sexto Piso (2017)

He conocido a Vivian Gornick tarde y de rebote: por su paso por Barcelona y Madrid como parte del festival Primera Persona. Otra vez, son sus respuestas a una entrevista las que me me provocan el impulso de comprar sus libros. Voy a dejar de quejarme de las redes sociales, los medios y tal. Un rato sólo.

Apegos feroces no es un libro de autoficción porque se publicó (en inglés) en 1986, cuando no se hablaba de tal cosa. Es, quizá, un libro de memorias a trozos y es, seguro, un ejercicio de exploración interior compartido con el lector de una forma maravillosa. Vivian Gornick rebaña en su vida y sus sentimientos con una cuchara; raspa hasta hacerse daño pero luego es capaz de untar todo eso de una manera delicada, como si estuviera poniendo mermelada casera en una sabrosa pieza de pan de centeno. Está bien escrito, es inteligente, es emocional y al mismo tiempo calmado. Cautiva.

Los apegos feroces del título son los que se tienen su madre y ella, que se odian, que se quieren, que no se pueden separar. Es también el apego de su madre al amor a la antigua y el apego de la autora a rechazar ese apego. Son los apegos a tener relaciones que no funcionan, a estar en soledad, a desear ser deseada. Son apegos que se leen como propios  pero que duelen menos por esa forma de contarlo tan madura, tan poco histriónica.

Además de la foto interior de la relación con su madre, es un retrato de contextos sociales varios. Por ejemplo, de una forma de entender la ciudad que se desvanece por el progreso, de un barrio —el Bronx, pero podría ser cualquiera, también de los nuestros— en el que Vivian creció rodeada de relaciones vecinales de apoyo y de comunidad que hoy, porque cerramos con llave las puertas de nuestras casas cuando estamos dentro, se han quedado atrás.

No me va a quedar más remedio que leer La mujer singular y la ciudad.

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laespanavacia

La España vacía
Sergio del Molino
Turner, 2016.

Es para muchos el ensayo en español del año (pasado). No sé yo—no he leído todos—, pero sí me atrevo a decir que es brillante, original y convincente en su tesis. Sergio del Molino, el que lo escribe, ha publicado varios libros, novelas pero también reportajes largos y un ejercicio mucho más allá de la autoficción (La hora violeta). De lo que habla aquí es de uno de los rasgos que según él definen a España: el inmenso vacío que es la meseta, ese enorme espacio tan cerca de la nada absoluta y tan lejos de las ciudades vecinas que se llevan toda la vida y la actividad. Todo el mundo parece haberse dado cuenta ahora de que hay una falta de entendimiento entre el campo y la ciudad y de que eso es preocupante pero, para Sergio del Molino, lo de España es único y nos hace ser como somos.

Como digo arriba, la tesis y la forma de exponerla convence desde las primeras páginas. Sin embargo, llega un momento de lectura en que da la sensación de que el texto es como un juego de boliche, de ésos con una bola atada a una cuerda, una bola que hay que colar en el mismo tallo que sirve de mando al jugador. Del Molino saca de sus lecturas, documentación y experiencias un montón de asuntos, desde lo erudito a lo más popular, que intenta relacionar con el punto de partida. No siempre, creo yo, cuela la bola en el palito pero no por eso deja de ser un placer leerlo.

Mola lo que cuenta sobre cómo el Quijote no sólo refleja sino que ha influido en nuestra cosmovisión o, más bien, reinovisión. Es un gustazo conocer personajes olvidados como Ciro Bayo. Y es divertido leer referencias más actuales como Joaquín Luqui, aunque aquí para mí que la bola no toca el palo. El libro es erudito pero muy cercano, un torrente de referencias literarias, históricas y hasta musicales y televisivas, un ensayo algo pop aunque sea sobre un tema con tan poco colorín como la España vacía a la que, por cierto y si no me lo he saltado, consigue no llamar nunca profunda.

En realidad, es un libro de viajes estupendo, de viajes interiores al ser español, ibérico, estatal o como coño haya que decirlo. A qué somos y por qué lo somos, desde los procesos políticos a los literarios y culturales, desde la geografía a la historia. Pero faltan cosas, esenciales quizás, para apuntalarlo. Seguramente con algo más de acento en lo económico (la propiedad de la tierra, por ejemplo) el juego no fallaría nunca, aunque puede que fuese más aburrido.

Es un extraño ensayo de éxito porque habla de algo sobre lo que no queremos hablar ni pensar  y lo hace sin acritud, cosa bien rarita aquí y ahora. Es, en cualquier caso, una estupenda receta contra la idealización de lo rural pero también de lo urbano. En el fondo, o no tanto, de esto trata: de la relación irresisitible y llena de resistencias entre la ciudad y el campo. Un temazo.

 

 

 

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