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Archive for the ‘GQ’ Category

Visita guiada a un local de «ambiente liberal». Reportaje publicado en el número 130 de la revista GQ, dentro de la sección Zona Prohibida. Viva el periodismo gonzo.

Ayer tuve un sueño. Un sueño de integración y liberación. Como el de Martin Luther King pero en versión calentorra. Sí. Soñé que iba al Encuentros, el más famoso pub de ambiente liberal de la capital desde que el hijo jinete de la Duquesa de Alba fuese retratado en la puerta. Cayetano no galopaba en mi sueño, pero sí había hombres solos que, como él, habían ido a tomar una copa. Ojo: en Encuentros, cinco días a la semana, pueden entrar varones solitarios y merodear por la zona de la barra que te topas nada más dejar los abrigos y pagar la entrada (50 euros por pareja, con cuatro copas). Ojo bis: esos individuos pretenden algo más que saciar su sed y miran a las parejas con cara de deseo entre cómica y acojonante para que éstas les inviten a pasar a la zona reservada para ellas y montárselo entre los tres. A nosotros nos miraron, claro. Pero ni a mi pareja ni a mí logró convencernos para dejar de ser pares la lascivia landista de, por ejemplo, ese señor calvo, bajito y con fino bigote. Ni en sueños.

Dejamos a los solitarios y preguntamos por una relaciones públicas para que nos enseñase el local. Y apareció María. Y María, muy simpática y atenta, nos hizo la visita guiada por la parte de Encuentros reservada para las parejas. Nos enseñó la primera zona, donde tomar algo sentados para conocerse. Pasamos por los camarotes privados donde las parejas se encierran solas o en compañía de otras. La seguimos hasta el jacuzzi, por las duchas y las taquillas. Vimos el cuarto oscuro y otra habitación sin luz y con una celosía por pared. El sueño tenía un intenso olor a desinfectante. Era, pues, un sueño limpio en el que se amontonaban imágenes guarras, en el mejor sentido de la palabra. Dos parejas que humedecían aún más el ambiente del jacuzzi sin intercambiarse, de momento. Otras que retozaban desnudas en los sofás. Hombres que metían su mirada a través de los agujeritos de la celosía y sus órganos sexuales por otros agujeros más grandes hechos más abajo para disfrute de algunas valientes usuarias de ese casi bucólico glory hole.

Mi pareja y yo observábamos. Era nuestra primera visita a Encuentros y estábamos en modo se-mira-pero-no-se-toca . «Nosotros la primera vez tampoco nos atrevimos, pero luego en casa fue espectacular». Nos lo dijo otro par que conocimos tomando algo en la zona menos fogosa del local. Es curioso, nadie nos entró. Y eso que bajábamos la media de asistentes al sueño (por encima de los 45). Nada. Tuvimos que ser nosotros los que iniciásemos las conversaciones. Igual, pensamos por un momento, aquí hablar está de más. «Qué va -nos contó otra pareja-, aquí se habla, y mucho. Nosotros, por ejemplo, estuvimos el otro día en el entierro de la madre de una mujer que conocimos aquí. Te acabas haciendo amigos». Amigos con derecho a roce, claro, pero que no rozan sin permiso. Nos explicaron, y comprobamos, que el respeto es absoluto. «Aquí se viene a lo que se viene pero si a alguien no le apetece hacer algo, lo dice o aparta la mano y no se hace». Y otra cosa: «No tiene porqué ocurrir el aquí-te-pillo-aquí-te-mato». Por lo que se ve, el ambiente liberal tiene sus códigos y a las parejas les gusta observar el comportamiento de las otras antes de lanzarse. Los expertos recomiendan dejarse caer una, dos, tres veces por el local. A ser posible los mismos días. Cruzar miradas. Currárselo.

Aunque puede pasar de todo. «Nosotros hemos venido ya un par de veces y, bueno, hasta ahora sólo hemos practicado sexo oral con otras parejas». Ese «sólo» nos sonó en ese momento más que suficiente a mi pareja y a mí, pero el matrimonio joven que lo pronunció lo hizo con toda naturalidad. Otra pareja más en el tipo de la noche, mayor y de mucha belleza interior, nos explicó que, aunque el uso del preservativo es casi exigido por todos, alguna vez se habían dejado llevar por la pasión.

De alguna manera, nosotros también estábamos teniendo nuestra ración de sexo oral gracias a lo que estábamos oyendo. Nadie se cortó a la hora de contarnos sus experiencias. Sospecho que el morbo no es completo si se hace y luego no se cuenta. Aunque morbo, para quien lo encuentre en todo esto, hay en todas partes: en ver a otros follar, en follar y que te vean otros, en meterte en un cuarto oscuro y tocar y que te toquen sin tener muy claro qué o quién, en hacer tríos, cuartetos y todo tipo de combinaciones matemáticas en las que, eso sí, parecen vetados los choques hombre contra hombre. Incluso puede que a alguien le ponga ver a parejas pasear tapadas por toallas blancas y calzadas con chanclas de plástico como si viniesen de nadar en la piscina municipal y no de un fornicio público y salvaje. A mí, la verdad, esa visión no me puso nada. Por eso decidí dar por concluido mi sueño y despertar. Por eso y porque había soñado que soñaba un sueño con cuerpos como los que veía Tom Cruise en su paseo por la casa de Eyes Wide Shut y parece que no había encontrado al mismo director de casting. Otra vez será.

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Hace 15 años, el panorama de los festivales en España era un desierto en el que sólo asomaba un espárrago. El Espárrago Rock de Granada. En seguida, florecieron el Festimad de Madrid, el Festival Internacional de Benicàssim (FIB), el Sónar de Barcelona, el desaparecido Doctor Music y algunos otros. Llegaron a coincidir unos seis eventos de nivel por temporada. Aquello, entonces, resultaba una barbaridad de oferta. Hoy, eso suena a broma. Este año hay más de 20 festivales programados. Todos con un cartel atractivo, la mayoría con presencia internacional, bastantes con grandes estrellas del rock o del género que toque. De hecho, tanta es la oferta que los hay que coinciden en fechas y/o en figuras.

Con la entrada en un puñoEs verdad que el negocio ha cambiado y que, ahora que todo es gratis por la red y no se compran discos, el público llena los conciertos y eso da de comer a los grupos y a la industria. Pero, incluso con eso, tanta oferta parece demasiada. Y tanta coincidencia no parece casual. Se habla de guerra de festivales. La cosa semeja también a una burbuja a punto de pincharse, como esa inmobiliaria que nos está estallando en las narices.

Nosotros hemos querido que expliquen la situación los protagonistas. Hemos hablado con representantes de Rock in Río, FIB, Festimad, Primavera Sound y Last Tour Internartional (promotora de Getafe Electric Festival, Bilbao BBK Live y otros, que ha respondido por escrito). Sólo Sinnamon, empresa que promueve hasta seis eventos, entre ellos el Summercase, y una de las principales responsables de dinamizar (o dinamitar, según a quién se pregunte) el mercado, ha rechazado contestar. También hay opiniones de otros implicados, como patrocinadores y ayuntamientos. A ver si así nos enteramos de qué pasa en el mercado del festival ibérico.

Así empieza el reportaje sobre el lío de los festivales aparecido, en versión reducida, en el número 133 de GQ. Ahora viene al pelo porque este fin de semana empieza la guerra. El texto completo se puede leer aquí.

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Corte del director de la entrevista con David Gistau publicada en el número 133 -mayo 2008- de GQ. O sea, la entrevista completa, sin ediciones. David, aparte de gran amigo, tiene en la calle una muy buena novela de la que hablo un poco más al final.

Cómprala, que es buena

España se divide entre los que están con Rodolfo Chikilicuatre y los que no. Entre los que pillan la broma y los que la reciben indignados y al pie de la letra. Del mismo modo, los hay que se quedan con la labor de columnista a veces airado y siempre sincero y, por eso, molesto, de David Gistau y se pierden al reportero, al cronista, al contador de historias. Después de una primera novela publicada casi en familia, “A que no hay huevos” (Temascinco), se edita ahora “Ruido de fondo” (Ediciones B), la historia de un hombre que se enfrenta a su pasado con el fútbol como escenario. Una buena excusa para poner la grabadora por primera vez entre dos amigos. Por cierto, que quede claro, David está con el Chikilicuatre.

¿Hemos venido a hablar de tu libro o hablamos de fútbol?

Hombre, yo prefiero hablar de fútbol. Sobre todo porque me encantaría que en España se entendiera de una vez que el fútbol, y lo que le rodea, es un gran tema para escribir. El fútbol, como las guerras y las aventuras de antes, es un terreno perfecto para contar historias de hombres. De hombres en primera línea obligados por códigos. Y para un urbanita español del siglo XXI no hay tantas oportunidades de enfrentarse a ese tipo de historias.

Es un buen lugar para acudir a pescar metáforas.

Sí. Es una cursilada recordar eso que dijo Camus, que “todo lo que había aprendido de moral lo había aprendido en un campo de fútbol”, pero es verdad. También es lo que dice un amigo mío que se parece sospechosamente a un personaje del libro, que nació 500 años tarde para vivir ciertas aventuras que eran posibles en la España de antes y que el sucedáneo lo encontró en el fútbol. Y es un poco lo que intento contar en el libro.

Estabas destinado a ser del Atleti pero te hiciste madridista. Me gustaría que contases por qué.

Mi familia era atlética. Cuando yo tenía seis años era del Atleti pero mi padre me llevaba siempre al Bernabéu y no al Calderón. Como en el anuncio, un día le pregunté: “¿Por qué si somos del Atleti sólo venimos al Bernabéu?”. Y él me contestó: “Eres demasiado joven para creer que todo en la vida es sufrimiento”. Mi padre, que ya estaba golpeado, decidió proveerme de un lugar en el que no tuviera que enfrentarme a la dimensión trágica de la vida cuando todo lo demás fallara.

Pero el aficionado del Madrid es un poco como el que se casa con Pamela Anderson y se cabrea cuando se da cuenta de que no siempre está radiante, con las 9 Copas de Europa asomando por el escote.

Sí, en eso se parece también al público de Las Ventas. En el Madrid sólo vale la grandeza. Y, como el público de Las Ventas, el aficionado ha convertido la insatisfacción constante en una forma de pedantería. Sólo te puede satisfacer lo sublime y, por culpa de esa filosofía de fútbol, resulta que no te diviertes nunca. Y es una mala filosofía de vida. Me siento más identificado con la del Atleti, como prefiero ir a una corrida de pueblo que a una en Madrid. Me gustan los pretextos para que todo sea fiesta y en el Bernabéu nada es fiesta.

Por eso te has hecho de Independiente de Avellaneda.

Sí, ja, ja… Gracias a Independiente he recuperado cosas que había perdido en el Bernabéu: la fiesta y los sentimientos intensos. En Argentina, la gente en el fútbol te habla, comparte contigo la comida, es consciente de que estás hermanado en un sentimiento común.

Tu columna sobre sexo en GQ me recuerda a Gago, que, además de ser guapo, pretende que nos creamos que juega bien.

Ja, ja, ya, y yo pretendo que follo bien, ¿no? Es al revés, en la columna yo salgo mal parado. Si hiciéramos un retrato en función de las experiencias sexuales del personaje que lo escribe, el tío es un desgraciado, es un desastre que no comprende a las mujeres. De hecho, mi arma para ligarme a mujeres siempre ha sido… la pena, ja, ja, ja…

De pequeño, ¿qué querías ser? ¿Jugador de fútbol o novelista?

Novelista, nunca. Supongo que por encima de todo quería ser futbolista y, luego, aventurero, como el Corto Maltés.

¿Qué futbolista?

Pues uno de los que está en la cueva metido, un portero de discoteca adaptado al fútbol. Como Rattín, el argentino que daba miedo hasta al árbitro, porque habilidad no he tenido nunca, ja, ja…

¿Cuándo te das cuenta de que sí quieres ser novelista?

Me doy cuenta, leyendo a Graham Greene, de que es un pretexto estupendo para llevar una vida errante y aventurera, siempre que de cada episodio de ella saques un libro. Puedes estar loco, ser inestable, pero si esa patología tiene un pretexto literario, no te van a encerrar en un manicomio. Al contrario, te van a dar la mejor mesa en un restaurante. Al descubrir esa forma de vida, me cuadró todo lo que quería ser. El complejo de Peter Pan justificado por la literatura. Y es también cuando me cuadra el periodismo. No el de columna, obviamente, pero sí el de reportajes.

Claro, porque cuando yo te conocí, hace más de 15 años, lo que no querías ser era columnista.

Pero aún defiendo mi dimensión de cronista y reportero y, por suerte, mi director también apuesta por ello, con lo que ahora soy un poco híbrido. No he dejado ni voy a dejar de hacer crónicas, de viajar, de hacer reportajes, con lo cual siempre voy a estar a salvo del tedio con frac y barriga de ser opinador.

¿Dónde hay más puñaladas? ¿En un fondo sur o en el periodismo?

La diferencia es que en las bandas callejeras todo es muy frontal y obvio, nadie es intrigante ni subterráneo. Y en el periodismo todo se vuelve más cobarde, más mezquino. En estos ambientes, que se pretenden más sofisticados, se considera que cuanto más retorcido y mezquino eres, más listo pareces. Y eso termina haciendo que sea imposible encontrar nada parecido a la nobleza, mientras que en la calle todo es noble, aunque sea primitivo. Nada es retorcido, las cosas terminan sucediendo de una forma hermosamente simple. A mí no me ha pasado nunca en un ambiente de fútbol algo que sí me ha pasado en un ambiente periodístico, que es estar sentado a la mesa con un amigo y no fiarte de él, porque crees que te está escondiendo algo.

¿Sabe el director de GQ que ha inspirado a un personaje de tu novela o se va a enterar por esta entrevista?

(Risas) No, aún no se ha enterado… (Más risas) A ver cómo lo explico, el director de GQ, además de ser un tío que me cae muy bien, inspira remotamente un personaje de la novela porque me servía como contrapunto, como ejemplo de la forma de vida a la que el protagonista quiere llegar pero no sabe cómo. Muestra al protagonista cuál puede ser su futuro. Pero, en cualquier caso, espero que Javier no se lo tome a mal, porque hay mucho sentido del humor y todos los personajes salen muy mal parados.

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De qué va «Ruido de fondo»

Eduardo es un periodista de éxito. Con un presente acomodado y un futuro brillante. Pero también con un pasado de fondo sur con el que se reencuentra de sangrienta casualidad. Con un muerto de por medio, tendrá que decidir qué es traicionarse más a sí mismo: vender a sus camaradas de entonces o negarse a ser la persona que ha hecho de sí mismo tras dejarles atrás. David Gistau retrata de forma certera dos mundos antagónicos pero igual de peligrosos, el de los engolados círculos periodísticos y el de las tardes de fútbol entendidas como desembarcos en Omaha Beach. Y reflexiona, de paso, sobre la imposibilidad de renunciar a lo que uno ha sido para ser lo que uno quiere ser.

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