Cerca de un 90% de los grandes peces depredadores -atún, pez espada, bacalao, halibut- ha desaparecido desde mediados del siglo XX. Un estudio publicado hace dos años en Science predice un colapso mundial de los stocks de pescado en 40 años».
Muchos expertos creen que los gobiernos han sido demasiado considerados con la industria de la pesca. La Unión Europea, China, Japón y los Estados Unidos gastan 20 mil millones de dólares anuales en subvencionar una industria de 90 mil millones. El número de barcos pesqueros en el mundo, que Naciones Unidas estima en 1,3 millones, debe reducirse en una tercera parte para llegar a niveles de sostenibilidad (algunas organizaciones elevan la cifra a la mitad)».
Menos del 1% de los océanos tiene una alguna forma de protección mientras que más del 10% de la tierra ha sido apartada del desarrollo. […] Algunos expertos sugieren que hasta el 20% de los océanos necesitará ser protegido de la pesca, un número tan alto que parece políticamente imposible».
Por nuestro papel como consumidores, nosotros no somos menos culpables que los pescadores del estado de los mares. El consumo de pescado se ha doblado desde 1973 y, justo ahora que se conocen mejor sus beneficios para la salud, está claro que tenemos que comer menos pescado y que el pescado que comamos debe ser más pequeño y estar más abajo en la cadena alimenticia, donde los efectos de la pesca son menos negativos. […] Y haríamos bien en en analizar por qué nos parece indignante pensar en un mundo sin lobos o elefantes pero miramos sin hacer nada cómo el atún rojo es pescado hasta casi la extinción».
Éstos son algunos extractos de un reportaje llamado Fin, the last days of fish, escrito por Peter Alsop y publicado en una revista/website/comunidad muy maja llamada Good. Lo que dice no es especialmente derrotista. Es lo que hay. La situación de los mares es alarmante. Alimentarse a base de pescado salvaje a estas alturas de civilización es como si estuviésemos comiendo aún carne sacada de la caza de ciervos, elefantes y, no sé, leones. Aunque los medios no se ocupan mucho del tema y las cuotas de pesca se protegen como si fuesen la reserva de oro de los países, es fácil ver las consecuencias: la sopa de medusas de cada verano, el precio desorbitado del pescado y, si buceas, la ausencia de peces medianos y grandes en mares presuntamente protegido como el Rojo. El problema es que le cuentas todo esto a cualquiera y te escucha con cara de comprenderte mientras piensa en el sashimi de atún rojo que se va a cenar. Que le aproveche. A mí me tira del nabo. Yo no tengo hijos.
La foto de la medusita es mía, pero la cambio por un espeto de sardinas.
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