“Muy tranquilo”. Las dos palabras escogidas por la mayoría de los habituales para definir Marina D’Or. “Muy tranquilo”. Adverbio y adjetivo que retumban en el oído interno del periodista mientras flota en salmuera en la piscina Mar Muerto del mayor balneario científico de agua marina de Europa. Es sábado por la tarde y, fuera de ese oasis de sosiego y sal, están esos habituales que contestaron “muy tranquilo” a la pregunta “qué tal es Marina D’Or” y un par de centenares que no fueron preguntados. Todos disfrutando a su manera del mayor balneario científico etcétera. No muy tranquilos. Corren, gritan, chapotean, ríen. Entran y salen de las piscinas, los jacuzzis, las saunas, las duchas escocesas, los baños turcos y romanos y demás. Y lo hacen como si entraran y salieran de los toboganes de un parque acuático. Formando una algarabía que, en principio, se contradice con los conceptos tranquilo, balneario y científico. En principio, sí, pero no en Marina D’Or. Aquí la gente se divierte. Y hace bien. Al fin y al cabo, esto no es más que la inevitable democratización del rollito spa que tan de moda se ha puesto últimamente. Un ciudadano, un spa. Tal es la conclusión a la que se llega después de dos días deambulando por Marina D’Or y diez minutos en remojo en su Mar Muerto particular. Ya, no se suelen empezar los reportajes por la conclusión. Pero tampoco es normal que una revista como GQ envíe dos reporteros para interesarse por un lugar que parece en las antípodas de su concepto de destino turístico y lo ha hecho. Por algo será.
Será por las infinitas campañas publicitarias que han metido la sonrisa de Anne Igartiburu en nuestras vidas. Será porque, después de ver todos esos anuncios, España (y buena parte del extranjero) necesita saber qué esconde realmente la famosa ciudad de vacaciones. Será porque el mundo se divide entre los que conocen Marina D’Or y los que no. Por eso, hemos cruzado la frontera. Y nos hemos dado de bruces con tres hoteles de cinco, cuatro y tres estrellas con plazas para alojar a casi 600 personas, 5.000 apartamentos, 140.000 m2 de zonas verdes y jardines, el balneario de récord europeo, un centro médico, sopotocientos restaurantes temáticos y no tanto, un pub, una discoteca, 3 ó 4 pistas de tenis y de pádel y una playa.
El plan urbanístico del lugar –que para su promotor, un tal Jesús Ger, debe ser más bien un planazo– es como una de esas fichas del Tetris en forma de L que caen al fondo de la pantalla en horizontal y con el palito corto para abajo. Fastidiando la partida. Aquí, el fondo de la pantalla es la playa y el fastidio es al paisaje. El palo largo lo forman los edificios de apartamentos. Dos hileras de más de una decena de entre 200 y 300 residencias cada uno. El palo corto es para los hoteles y buena parte de la oferta comercial. En el hueco que queda, están los jardines. Desde luego, Marina D’Or es toda una ciudad, pero… ¿de vacaciones?
“Nadie te quita el sitio en la playa, esto no es como Benidorm, esto es para descansar”. Nuestro primer interlocutor se llama Andrés y es conserje. Un conserje de manual: tiene bigote, habla mucho y está bien informado. Enseña el apartamento en venta de un hombre de Madrid. Un segundo piso de 75 m2 en primera línea de playa, dos habitaciones, dos baños, salón, cocina y muebles igual a 390.000 euros. Andrés es de Cuenca pero lleva cuatro años aquí. No le gusta para vivir, pero sí para trabajar. “Es muy tranquilo”. El conserje ofrece en diez minutos toda una asesoría sobre el panorama inmobiliario de Marina D’Or. Que es mejor invertir en apartamentos en primera línea, que vuelan tanto en venta como en alquiler. Que los de segunda línea son más difíciles de colocar. Que ojo con ir a las agencias oficiales, que los comerciales son muy agresivos. No es al único al que oiremos hablar del tema.
Las conversaciones que se escuchan en los bares y terrazas del lugar son como las que deben repetirse en cada junta directiva del Real Madrid o en las partidas de mus de Paco el Pocero con sus amigos. Se habla de inversión, de compra, de venta, de rentabilidad. De ladrillo. España se ha convertido en un país habitado por 50 millones de promotores inmobiliarios, Marina D’Or es España, luego… que algún juez complete el silogismo.
De todos modos, la abundancia de carteles de se vende o se alquila es inversamente proporcional a la escasez de gente en la calle. Muy tranquilo, va a ser que sí. Nuestra visita es en un fin de semana entre puentes y, aunque el sábado la cosa gana color, la densidad de población es más bien ligera. Y bastante curiosa. Da la sensación de que no somos los únicos que han venido a catar de primera mano qué narices es lo que hace sonreír tanto a Anne Igartiburu. Hay muchos que están como nosotros. De miranda. Grupos de jubilados que vienen en autobús y con guía, en una visita turística de un día, y entran en la recepción del centro médico para cotillear, arrasar con los caramelos de cortesía y acariciar las zapatillas de felpa obligatorias en los tratamientos como quien toca de extranjis el David de Miguel Ángel en la Galería de la Academia de Florencia. Parejas como Esperanza y Toni, de Xátiva, que acaban de llegar para celebrar el cumpleaños de ella y ya se están haciendo fotos románticas en el jardín. Familias como la de Miguel, de Elche, que se aloja en el hotel de cinco estrellas para cumplir el sueño de su hija de ver con sus propios ojos esto que tanto se anuncia en la tele. O los Viorel, rumanos que llevan cuatro años trabajando en Castellón y que se han venido endomingados y de pícnic a la hierba de Marina D’Or. Todos hablan maravillas del lugar. Los rumanos dicen que les gusta mucho, que en su país hay balnearios naturales pero que éste está muy bien. A Miguel no le parece que se hayan pasado construyendo, es más, opina que “si siguen haciendo las cosas así, que sigan edificando más”. A Esperanza y Toni les parece “precioso”. Y a los jubilados es inútil preguntarles porque tienen la boca llena de caramelos.
Vaya. Vinimos como enviados especiales al reverso tenebroso de los paraísos vacacionales pero empezamos a sentirnos de otra manera. Como conductores suicidas que perciben que igual no son todos los demás los que van en sentido contrario. Raros. Quizás seamos sólo los periodistas los que nos hayamos fijado en esos jardines que separan el ladrillo de la playa y en su impresionante decoración, que mezcla bancos y esculturas estilo Gaudí en su etapa carajillo de ron con bustos de inspiración romana y aspiración de pegamento y canales medio japoneses llenos de carpas con sobrepeso. Puede que hayamos sido los únicos en observar que las rocas de esos canales no son tales sino pegotes de cemento moldeados para que lo parezcan y que las enormes columnas de mármol del balneario son enormes columnas del montón pintadas de amarillo. Incluso es posible que nadie más se haya dado cuenta de que, al contrario de lo que decían los del 68, debajo de la playa están los adoquines, convenientemente tapados con arena de obra, eso sí. O acaso todo esto no sean más que detalles sin importancia que no desvirtúan la esencia del lugar. Cualquiera que sea.
El caso es que es difícil encontrar disidentes de Marina D’Or en Marina D’Or. Claro que, igual que el que escupe trata de no hacerlo hacia el cielo, la gente que paga 390.000 euros por un apartamento no suele disentir de sí misma.
Pero es que tampoco se oye una opinión en contra a los trabajadores. Y mira que hay. De hecho, a veces parece que haya más que visitantes. Los currantes de Marina D’Or se pueden dividir en dos tipos: los españoles y todos los demás. Los primeros acostumbran a ir de raya diplomática y suelen atender los hoteles, los restaurantes más postineros y las agencias inmobiliarias. El resto, se dedica a lo que queda y con el uniforme que toque. Uno de sus centros de reunión es el café Arco Iris, típico bar cañí con servilletas en el suelo y pinchos en la barra que, a cambio, parece la sede de Naciones Unidas en la provincia de Castellón. Magrebíes, rumanos, ucranianos, americanos de Río Bravo para abajo y hasta un chino que no habla ni una de español. Allí atiende Fernando, colombiano de Pereira que, después de trabajar en Ciudad Real y Cuenca, llegó hace un año a Marina D’Or. Vive aquí mismo, en un piso que comparte con un compañero y que les cuesta 400 euros y, aunque reconoce que no compraría si pudiese, que esto no da para más de dos días de visita, asegura que pagan bien y que está contento. “Se ven tetitas y culitos”.
Otra vez esa sensación. Otra vez la impresión de que nos estamos perdiendo algo. Hasta ahora, uno juraría haber visto mayoría de mujeres de 60-90-60. 60 años, 90 kilos, 60 euros de permanente. Nada que objetar al respecto. Sólo que no concuerda con lo que explica Fernando. Quizás el hombre se refiera a las trabajadoras. Él mismo cuenta que hay “líos” y que hace poco se fue de vacaciones a Rumanía con una “amiga” que hizo aquí. Quién sabe, igual su próximo viaje es con Silvia. Ella trabaja desde hace año y medio muy cerca del bar Arco Iris, en otro que se llama El Racó del Mar. Como buena brasileña, tiene un hablar cantarín. Y, como buena habitante de Marina D’Or, sólo necesita dos palabras para definirlo. “Muy tranquilo”. Aunque añade notas a pie de página. “Quizás demasiado, hay poca gente joven, poca, poca”. Silvia, cuando quiere bailar, se va a Oropesa o a Benicassim, y cuando quiere playa, también. Pero no se queja. Venir de Matto Grosso do Sul a Marina D’Or ha sido un “cambio radical, pero merece la pena”.
Cambio radical, por cierto, es lo que promete el centro médico a la vera del balneario y del hotel de cinco estrellas. Su oferta comprende cirugía estética, odontología, podología, análisis, chequeos, cuidados vasculares, una unidad del sueño y otra de estrés y memoria, depilación, fisioterapia, tratamientos holísticos, masajes… Vamos, que uno puede entrar hecho un José Luis Vázquez y salir con la pinta de Marc Ostarcevic. Nuestro viaje a la tierra D’Or es hasta el fondo, nuestro periodismo es comprometido, pero con un límite: no incluye mamoplastias ni nada que pueda nos haga irreconocibles de vuelta a casa. Así que el periodista elige un par de virtuosos y aristotélicos términos medios.
De primero, una envoltura de algas. Buena para quitar la grasa, para relajar los puntos de dolor y para suavizar la piel. Lo explica Jennifer mientras embadurna el cuerpo del delito con un líquido fresco y viscoso que, efectivamente, huele a puré de algas. Muy rubia, muy simpática y con los ojos muy azules, Jennifer es una profesional con ocho años de experiencia que se vino hace cinco meses aquí porque estaba estresada en Barcelona y necesitaba algo que en Marina D’Or parece que se regala. Tranquilidad. Mientras termina el envoltorio, jura que normalmente no está tan vacío, que hay gente todo el año y que, sí, vienen muchos famosetes. Pero antes de confesar ningún nombre, cubre la envoltura con una manta eléctrica, pone música clásica y apaga la luz.
Cuando el periodista despierta, Jennifer ya no está allí. En su lugar hay otro profesional, menos simpático, menos rubio y mucho más masculino, que le despide atentamente hasta el siguiente tratamiento. Ya mismo. Toca masaje japonés anma. Pero para eso hay que moverse. La zona de terapias orientales está decorada como tal. En Marina D’Or todo es conceptual y el concepto de esto es zen. Todo a zen, en concreto. Un poco porque el decorado japo es como de papel maché y otro, porque está al lado de unos garajes y de la recepción donde la gente compra, a voz en grito, por supuesto, sus gorros de baño para proteger sus escrúpulos en el balneario. El encargado de poner las manos encima es Li, un chino reservado como sólo saben serlo los chinos al que únicamente se le saca una información. “En el folleto pone que el masaje es japonés, pero yo uso técnica china”. Bueno, y otra cosa.
“Escoliosis, escoliosis”. Li practica su masaje en la espalda del periodista repitiendo esa palabra como un mantra. “Escoliosis, escoliosis”. Una desviación de la columna que uno creía curada mucho antes de la adolescencia aprovecha para aparecer en un lugar del Levante español apellidado ciudad de vacaciones. Se equivocaban en Expediente X, la verdad no está ahí fuera. La verdad está en Marina D’Or.
Terminamos de darnos cuenta de ello en nuestro siguiente paso hacia la integración plena en el lugar. El trenecito turístico. Rodeados por un grupo de jubilados de Sort a los que este año no les ha tocado el gordo pero sí un viaje al mayor balneario científico de agua marina de Europa y sus alrededores, nos embarcamos en un viaje que acaba convirtiéndose en una revelación. El tren va a Oropesa y vuelve en media hora. Suficiente para que nos sintamos transformados. Empezamos a coger cariño a la ciudad de vacaciones. Hasta la echamos de menos. Porque, comparado con las atrocidades que se han construido en el litoral español las últimas cinco décadas, Marina D’Or no es tan feo. Sus edificios recuerdan a los que se construyeron en el Poble Nou barcelonés con la excusa del Fórum o a los que hay sembrados en Las Rozas, Majadahonda y demás ciudades dormitorio de clase media.
Pero justo cuando comenzamos a no sentirnos tan raros, nos topamos con Pere y sus diez amigos. Han venido en coche desde Barcelona para celebrar su cumpleaños. Él no lo sabía, hizo el trayecto con los ojos tapados y sus colegas no le dijeron ni mu. “Cuando me quitaron la venda, casi lloro”. Pere está cumpliendo un sueño. Un sueño cachondo, que no húmedo. “Quería conocer Marina D’Or”. Él y sus amigos también han venido atraídos por la descarga publicitaria capitaneada por Anne Igartiburu. También querían comprobar cómo es esto. También esperan llegar a casa y decir eso de “yo he estado en Marina D’Or”. Pero su plan no es el de los otros. Vienen de coña marinera y se crecen ante la presencia de los periodistas. “Se han quedado cortos con las excavadoras, tienen que construir más”. “La verdad es que viendo la cantidad de agua que consume esto, entendemos lo del trasvase del Ebro, estamos cambiando de opinión”. “Oye, y eso del mayor balneario científico, ¿por qué científico? ¿Hay tíos vestidos de Einstein ahí dentro?”.
No. En el mayor balneario científico etcétera hay eso que ya hemos contado al principio del texto. Vemos a Pere y compañía comprobarlo esa misma tarde. Y disfrutarlo con la misma actitud festiva que el resto de los habituales. Aquí está la conclusión. Todos somos iguales en bañador. Todos gritamos al sentir el cambio de temperatura de la ducha escocesa. Todos los que hemos estado en Marina D’Or somos normales. Los raros son los otros. El resto. Al final, la Historia nos dará la razón y demostrará que esta ciudad de vacaciones es un monumento a la civilización mediterránea. Igualito que la paella. La Paella D’Or, claro.
Amigos, he tenido oportunidad de escucharos esta mañana de lunes 17 de Agosto del 09, en radio nacional, inmediatamente he visitado el blog, «que me parece muy bueno», y dejo aquí mi semblanza sobre la ciudad en cuestión, solamente para
aportar una opinión mas. Soy nacido en Argentina y me ha tocado viajar (soy músico), por algunos sitios, no me pondré a detallar nada, ….pero os digo que he trabajado en Marina d`or como tal (en los jardines) y cuando llegue por primera vez, como cuando pise por primera vez Manhatann o Disneylandia L.A., en USA, me invadió un «deseo» de que esto fuese algo aunque fuese «parecido», …con el correr del tiempo tengo que admitir que estaba muy errado, una cosa es la fachada y otra es el interior, …….ya el que ha escrito este articulo lo ha descrito exactamente tal y como es, y creo que si viviese como yo, en Castellon, descubriría mas cosas negativas que hay coexisten en este complejo engendro de ciudad, como el negocio fraudulento de los apartamentos, y otras yerbas.
De todos modos deseo hacer mi pequeño aporte a esos chicos que están en la escuela de periodismo (Universidad Complutense de Madrid), os animo a que muevan sus neuronas y a que no entren en la falsa creencia de que un «periodista» se hace solamente con las materias que tiene que aprobar, …digo aquí que un periodista es aquel que tiene inquietudes de descubrir/e informar por su propio medio, su verdad a los demás y para ello tendrá que tomar su lugar y comenzar a recorrer su camino que es paralelo a los estudios.
https://www.facebook.com/#!/groups/201970126597359/
Russian young girl porn
Here, the girls undress and show themselves completely free of charge, you want to pay you want to pay
http://sexweb.ale12.com
Пиветствую Вас, друзья! Приглашаем Вас пройти обучение в сервисном центре «Хоум Маркет» по профессии Мастер по ремту ноутбуков.
На примере действующего сервисного центра Вы научитесь:
1) Диагностике ноутбуков, телефонов, компьютеров, мониторов, телефонов, микроволновых печей, телевизоров и прочей бытовой техники.
2) Устранению любых неисправностей! Ремонт после залития, замена процессора на инфокраснй пояльной станции, модульной замене, чтению схем, пайке и многому другому!
3) Кроме того мы научим Вас поиску клиентов, согламованию стоимости и сроков!
Первое занятиен бесплатное! Записаться на курсы по ремонту телефонов