La semana pasada leí una noticia que decía: HMV entra en el negocio de la música en vivo. Decían los de Brandlife que la cadena de tiendas de discos se había subido al escenario para capear el temporal de la bajada de ventas de cedeses. Pensé entonces en escribir algo sobre cómo se toman este tipo de noticias en el mundo en general y en Internet en concreto. Con alegría. Como si fuesen victorias en pequeñas batallas de una guerra que está a punto de ganarse. No escribí nada. Se me pasó o no tenía tiempo o ninguna de las dos anteriores. Pero ayer me acordé del asunto al leer lo de Diego A. Manrique en El País. El venerable Manrique habla del cierre de una honorable tienda de discos en Londres: Sister Ray como último ejemplo de otras casi 400 en cinco años. Nada de grandes cadenas. Negocios pequeños e independientes. Y comenta también la suspensión de pagos (perdón, concurso de acreedores) de Discos Castelló con el consiguiente aplauso en foros.
Tiene razón Manrique en muchas cosas: hay «una guerra abierta entre la industria discográfica y la gran masa que ha decidido que la música debe ser gratuita». Hay unos «pirómanos que celebran todo lo que signifique dificultades para el negocio musical». Los pirómanos «se declaran melómanos pero parecen creer que la música brota como las setas, sin necesidad de abono monetario, para ellos, la industria es un dinosaurio que no supo adaptarse a las nuevas tecnologías y se merece todas sus desdichas: que sufra antes de evaporarse. Pueden ir de ácratas pero ejercen de justicieros del mercado libre, corifeos de la Escuela de Chicago». Y, lo peor, «puede que nunca hayan entrado en una tienda de discos ni tengan intención de hacerlo».
Pero concluye Manrique que los pirómanos disfrutan de música subvencionada «por esa minoría que todavía adquiere discos y así mantiene el tembloroso tinglado de empresas que continúan produciendo música, importando, recopilando y promocionando música». No sé. No creo. Por lo menos aquí, en España, siempre hemos sido muy poco los que hemos comprado música. Los grandes éxitos, los discos que justificaban la existencia de las multinacionales, eran los que compraba la gente que no compraba discos. Los que comprábamos (y seguimos comprando, en la medida de nuestras posibilidades) éramos tan pocos y comprábamos tan raro que no dábamos más que para subvencionar alguna juerga indie, de cañas y porros, no de champán y putas.
Además, hay algo de razón en la inquina hacia las disqueras, como le gusta llamarlas al mismo Manrique. Esos precios pactados y descaradamente engordados, el baile de formatos al son que más calentaba a sus matrices productoras de aparatos, el habitual desprecio a su cliente y a muchos de sus artistas y de su catálogo… Pero, sobre todo, su reacción a esto que se veía venir de lejos. La industria ha reaccionado tarde y fatal, denunciando a los fans, subiendo (¡en vez de bajando!) los precios con la excusa de unos extras de mierda, manteniendo planes de negocio y costumbres de cuando Elvis hacía la mili, recurriendo a la (poco popular, claro) vía policial, llorando, conspirando, aburriendo…
(Perdón por la autocita pero…) hace muchos muchos años escribí en una fugaz revista cultural llamada La Modificación que la industria musical era poco industria y menos musical. Que la música contaba poco pero que la parte empresarial se hacía como el culo. Eso debió ser por el 98 o así. La cosa ha empeorado y se ha llegado a esto. Y la industria musical no ha hecho más que cagarla. No hablo de oídas: he trabajado mucho tiempo como periodista de la cosa, he tenido un sello discográfico (también fugaz), he sido manager, he montado saraos, conservo amigos dentro del negocio, voy a conciertos sin parar (pero pagando) y, cuando tengo pasta, compro discos.
Pero, ¿qué es esto? ¿Es una crisis, es un desastre, es un avión? No. Es un cambio al que muchos no han sabido, ni querido, adaptarse. Por mucho que le demos vueltas y nos pongamos nostálgicos, la cosa está clara: la forma de consumir música ha cambiado. Pero el cambio no ha sido peor para la parte musical de eso llamado industria musical. La música está más cerca que nunca de la gente, los músicos se comunican con sus oyentes y con otros músicos sin intermediarios, países musicalmente subdesarrollados como éste han visto crecer la culturilla musical de sus habitantes de forma exponencial, las canciones que se hacen en Murcia se pueden escuchar en Chicago sin esperar a distribuidoras o contratos, el que toca por el placer de hacerlo lo puede hacer (con permiso de los ayuntamientos) más y con más público… O sea, la forma de consumir música ha cmbiado porque ha desaparecido de la frase el significado más chungo de la palabra consumir. (O casi: que ya nos están dando por el ojo con el precio de los conciertos).
Dicho lo cual, estoy de acuerdo con Manrique en una cosa: hay mucho gañán suelto que confunde a Alejandro Sanz con Rojo Omega. Que cree que el diablo viste de Warner tanto como viste de Rock Indiana. Y que se alegra del mal de todo lo que huela a discográfico sin terminar de tener claro si los discos son redondos. Una mierda para ellos.
B.S.O. Biohazard, Business.