Empiezo a pensar que la dirección de esta revista tiene cierta obsesión con mis genitales. O, cuando menos, con la exhibición escrita de mis genitales. Primero me llevaron a que me los pinchara un médico de Boston Medical. Luego quisieron que me los pisoteara una domina. Ahora pretenden que me los intervenga un cirujano plástico. ¿Un reportaje sobre alargamiento de pene? Mmm, curiosa la obsesión de los miembros de la revista por mi ídem. Seguro que a Freud le pondría tratar el asunto.
Mi asunto, en cualquier caso, lo va a tratar el doctor Ali. Él no sabe nada de obsesiones redaccionales. Para él soy sólo un paciente que ha acudido a consulta a la clínica Menorca. La clínica ofrece operaciones plásticas de todo tipo pero las de cirugía íntima masculina no deben estar en el hit parade. Hay que llamar y esperar a que localicen y convoquen al doctor. A mí me ha tocado aguardar una semana y cuarenta minutos. El doctor Ali no tiene mucho tajo, con perdón. Pronto sabré por qué.
Entro en una habitación llena de cajas y me siento frente a un hombre con los ojos vidriosos, una tos preocupante y una chaqueta de cuero marrón con aspecto de haber celebrado la victoria de Massiel en Eurovisión. “Bueno, ¿qué le sucede?”. De repente, recuerdo lo que ha pasado cuarenta minutos antes. Me he equivocado de entrada y, en otro edificio de la misma clínica, he preguntado por el doctor Ali. La recepcionista me ha mirado como si me acabase de subir a un guindo con muletas y me ha dicho que hace años que el doctor ya no pasa consulta allí, que si no me habré equivocado de… ¡dentista! En fin, con un par: “Quería información sobre alargamiento de pene”.
El doctor me pide que me baje los pantalones. Observa el órgano en cuestión. Lo sopesa. Se sienta, tose un par de veces más, toma alguna nota y me hace las preguntas del manual. “¿Problemas de erección? ¿Enfermedades? ¿Alérgico a algún medicamento? ¿Fuma?”. Doy fe de mi buena salud y el doctor, con seriedad, pasa a los detalles. Me dice que antes de la intervención habría que hacerme un estudio psicológico, que después hay que ir con una sonda durante siete días, que cuesta 6.000 euros. Tengo la tripa revuelta y la cartera agitada pero pongo cara de póquer. Quiero más información. El doctor Ali vuelve a toser y pasa a hablarme de los inconvenientes de la operación. La lista es dolorosa. También larga. No tanto como los resultados. La operación consiste en seccionar el ligamento suspensorio. Nunca se consigue un alargamiento mayor de 1,5 centímetro. Y pueden pasar cosas muy malas. El doctor Ali me dice que la operación puede generar problemas de erección. Se da cuenta de que me ha llegado con ese golpe y decide hacer honor a su apellido completando una serie que me deje KO. Coge un papel y un boli y se pone a dibujar. Veo un trazo que parece un pene normal y, al lado, otro que es un enorme muñón. “Se puede producir un linfedema”. El doctor me explica que lleva muchos años viendo y practicando este tipo de operaciones y que ocurre a menudo: una infección y el pene operado se hincha. Hay que volver a intervenir. Una vez. Dos veces. Las que sean necesarias. Si hay suerte, el paciente podrá volver a usar su cosa para hacer pis. De follar, ni hablamos. Creo que estoy llegando a una conclusión: esto es matar moscas a cañonazos. Y sospecho que es justo la conclusión a la que me quería llevar el doctor.
“Mire, la verdad, no se lo recomiendo”. Me habla de otros métodos que no atentan contra la salud: inyecciones cavernosas, bombas de vacío. Son, más bien, procedimientos para mejorar la erección y obtener un tamaño más vistoso durante un tiempo, pero al menos no son peligrosas. El doctor Ali no es ningún charlatán. Sólo es partidario de operar en casos extremos de micropene en los que los daños psicológicos sean mayores que el riesgo. Se despide de mí con un apretón de manos y la cara compungida. Y me dice: “Si va a otros centros, tenga cuidado con lo que le prometen. Créame, usted no necesita operarse”.
Salgo de la clínica contento con el diagnóstico de mi virtud aristotélica y voy al encuentro de Sonia. Sonia es una mujer que se ha topado con lo excepcional. No ha encontrado un trébol de cuatro hojas en el parque o un billete de 500 euros en el metro, pero ha hallado un micropene en su cama. Ni una broma al respecto, por favor. A Sonia no le hace gracia recordarlo. “Era enano, ni te enterabas que lo tenías dentro. Era como un cacahuete. Sentía vergüenza por él. Y pena. También me sentía frustrada sexualmente. No supe cómo afrontarlo. Lo dejé al mes y medio”. Sonia recuerda que esa persona se comportaba de forma muy chula, como si quisiera demostrar algo. Y que bebía de más. Por lo que me cuenta y por lo que empiezo a imaginarme, no debe ser fácil cargar con un peso tan ligero en la entrepierna.
Dejo a Sonia fijándose en los pies y en las manos de los hombres que se cruzan en su vida (“tengo miedo a encontrarme con otro micropene”) y me dirijo a la consulta de mi urólogo de cabecera. Para hacer esta sección en esta revista hay que tener un buen especialista en urología cerca. El mío vuelve a sorprenderse por mi trabajo y me dice que una operación de alargamiento de pene no es cualquier cosa. “Hay que hacer un estudio psicológico serio. Y también genético. El micropene tiene que ver muchas veces con malformaciones congénitas, está cerca del intersexo”. Me cuenta casos como el de un hombre con micropene y menstruaciones, por ejemplo. Y me dice que son fenómenos difíciles de ver, incluso para los expertos en andrología. “En cualquier otro caso, desaconsejo la operación. Da más quebraderos de cabeza que otra cosa”. Impotencia, incurvaciones, cicatrices, infecciones y otros términos que un hombre nunca quiere asociar a su mejor amigo.
“Eso de la longitud del pene es muy relativo”. Hablamos un rato de las tendencias estéticas, de los medios de moda que han hecho tanto daño a la imagen que la mujer tiene de sí misma como las películas porno han dinamitado la autoestima del hombre. Me despido del médico para que atienda a alguien con problemas de verdad y me voy a casa pensando en los actores favoritos de la dirección de esta revista. ¿Les gustará Rocco? ¿Preferirán a Nacho? ¿O serán más de vérsela a Mandingo? Quizás las respuestas ayuden a su psicólogo a descubrir por qué yo tengo que pasar por todo esto.