Antes, siempre que iba a un festival acababa cerrando todos los escenarios y largándome el último. Ahora, también.
Suenan cosas que fui capaz de ver y oír en el Primavera Sound, el festival que mejor sabe capturar la forma de consumo musical del presente y convertirla en una oferta cojonuda para todos los gustos, aunque con menos rarezas que descubrir en esta ocasión. Además, este año no se les ha acabado la cerveza, y mira que bebimos. Me perdí muchas más y habrá otras de las que no me acuerdo o prefiero no acordarme (como los Pixies Shop Boys).
A la salud de Daniela, Cristobal, Nano, Willy, Iñaki, Jose, Eduardo, Alicia, Freya, Juan, Javi, Juan, Sam, Mónica, Sonia, Coco, Silvia, Gamboa, Susana, Gonzalo y todos los demás. Y a Tania, claro, por hospedarme en silencio. La imagen es de Chus Sánchez, sacada de la web del festival.
Me cuesta un poco ver la parte positiva de algunos hechos, no soy como Violaine. Incluso me cuesta ver los propios hechos, de tan poco que los tratan los medios de comunicación. Como casi nadie sabe, se está celebrando en Doha, Qatar, la Convención sobre el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestres (CITES). Quizás alguien se haya enterado porque allí se discutía la conveniencia de prohibir el comercio de aún rojo. Finalmente, ganó la conveniencia de países como Japón y España, dos extremos de ese comercio, y perdió la conveniencia de la naturaleza, en general, y de los atunes, en concreto, otra especie que se quedará para los documentales por la gula del personal.
Por eso, uno se acuerda del letrero que daba la malvenida a las puertas del infierno de Dante cuando ve este panorama. Insisto, lo malo no es que los gobiernos del mundo tomen este tipo de decisiones. Lo dramático es que nos la trae flojísima.
Iba a escribir algo sobre el curioso hecho de que El País haya publicado en dos meses sendos reportajes a doble página y en la misma sección sobre eso que disfruta llamando «climagate» en los que los titulares («Incendio en la causa climática» y «Salvemos la libertad científica») causan demasiada desazón para lo poco que rascan luego los textos. Me iba a preguntar si sería casualidad o quizás un redactor jefe un poco negacionista o puede que despiste o tal vez que después de haber entrevistado en la contra a toda la población reclusa de Greenpeace en Copenhague sin hablar casi nada de cambio climático siga perfilando su innovadora postura sobre el tema. Pero todas esas preguntas sin respuesta se han visto interrumpidas por unas mucho más urgentes. ¿No estaré dando demasiado la lata con El País? ¿Podría alguien pensar que estoy obsesionado? ¿No estaré, también, muy pesado con lo del calentamiento global? ¿Podrá alguno elucubrar que paso calor excesivo? ¿A alguien le importan mis obsesiones calenturientas o las contradicciones del periódico global (con o sin calentamiento) en español? ¿No debería terminar de hacer cajas en vez de preguntarme gilipolleces?