Arranca Neil Young con From Hank to Hendrix. Solo. Sentado entre casi una decena de guitarras acústicas en un escenario austero que quiere parecer y parece un almacén. Con focos, luminosos, un tótem indio y algunos cachivaches más. Arranca Neil Young con From Hank to Hendrix y cuando mete la segunda, Ambulance Blues, se lleva consigo al público que abarrota el Grand Rex a precio de puta cara el asiento.
El tío Neil es como uno de esos viejos coches que tanto le gustan. Ni control de estabilidad ni climatizador ni circuitos ni hostias. Todo hierro y grasa. Mecánica, en el mejor sentido de la palabra. Ambulance Blues le ha salido de las entrañas, un comienzo sobrecogedor. Luego, sigue conduciendo, golpeando la guitarra y clavando el falsete por caminos a veces secundarios guiado por su mapa de toda la vida, pasando por A Man Needs a Maid, Mellow My Mind o Don’t Let It Bring You Down. Entre canciones, se toma su tiempo para cambiar de herramientas y contar historias de su abuela o de alguna guitarra con algún balazo de más. Tan conciso como coñón. Antes y después de tocarlo, acaricia el piano como si fuese un caballo fiel o, perdón por abusar de la metáfora, un Chevy de coleccionista aparcado en un garaje. Así, pasa una hora de cautivador viaje en acústico hasta que Neil Young, el chófer, decide hacer una parada.
Dos cigarros en la calle y 25 minutos después, vuelve al escenario agarrado al volante de su Gibson Les Paul negra. Se han subido al carro el caballo loco Ralph Molina a la batería, el gran Ben Keith a la pedal steel y la Telecaster y el bueno de Rick Rosas al bajo. También Pegi, su señora, que ha teloneado més por enchufe que por talento, y Anthony Crawford, buen guitarrista de la doña, ambos a los coros. Y un tipo tocado con un panamá que va manchando lienzos con los títulos de las canciones. Suenan Mr. Soul y Everybody Knows This Is Nowhere. Ruge el motor. El chasis del set eléctrico está dedicado a su último disco, Chrome Dreams II, algo poco común en los de su generación. Pero es que ni Neil Young ha sido nunca muy común ni los otros tienen unas nuevas canciones que se puedan defender con tanta dignidad. Ni con tanta furia. Tras Dirty Old Man, Spirit Road, Winterlong, una conmovedora versión de Oh, Lonesome Me y The Believer, termina con No Hidden Path. Veinte minutos del último Neil Young con olor a humo y gasolina. Saltan chispas de las guitarras y los amplis. No hay tiempo para que se enfríen. En el bis, gruñen Cinnamon Girl y Like a Hurricane.
Se acabó el viaje. Puede que alguien haya echado de menos a los otros Crazy Horse o más clásicos de su repertorio, pero no se oyen quejas. La ovación es atronadora. Y merecida. Por cierto, durante el concierto, uno de los muchos españoles presentes le pidió que volviese por Iberia. Él dijo que sí, que en algún momento. Mientras tanto, si ves el brillo de la carrocería de Neil Young pasar, aunque sea lejos de tu pueblo, déjame decirte algo: sigue a ese coche.
(La foto del tío Neil en directo la he pillado del blog En la playa de Neil, que recomiendo vivamente a los seguidores del muchacho).
[…] entero por un comentario de Coco en Facebook: el tío Neil viene al Primavera Sound. Ya sé dónde voy a estar del 28 al 30 de […]
[…] de nada, más allá de un par de cartas al director que escribí (y me publicaron). El caso es que la publiqué. Y fue, ya digo, una alegría que no se ha repetido ni tiene […]